Capítulo 0
Una joven adulta se encontraba a punto de cruzar una avenida concurrida para llegar ante las puertas de un aclamado negocio. Su mirada estaba fija en el flujo de los carros, los cuales avanzaban a altas velocidades, casi haciéndoles competencia a las motocicletas que circulaban cerca y alrededor de la zona.
Los automóviles y motos hacían tanto ruido que, la dueña de unas perlas verdosas comenzaba a sentir jaquecas. A ello, se le sumaba la música que sonaban de las bocinas de la plaza que estaba detrás de la joven, y las voces de los vendedores ambulantes, quienes se aproximaban cada cinco minutos a cualquiera que estuviera en la acera.
Además de todo ese ruido, la joven mujer intentaba ignorar los cánticos de las parvadas que volaban en busca de comida, y el tintineo de los semáforos. Por tanto, ella tenía muchas distracciones con las cuales lidiar, pero no se rendía ante la lucha contra el caos callejero.
«Tranquila», se tranquilizó, «respira un poco y cruza». Sus palabras no eran lo suficientemente poderosas como para convencerla de que eran verdaderas; aun así, ella repitió su mantra hasta que alguien se le pegó para cerciorarse de que no le ocurría nada malo.
Un adolescente alto de cabello oscuro y corto, ojazos cual cielo mañanero, anteojos, quien estaba vestido como estudiante, moduló su tono de voz para no asustar a la desconocida y le dijo: —No me malinterprete, pasaba por aquí cuando observé que llevaba tiempo en estado de petrificación. ¿Se encuentra bien?
—Amm, claro. Lo siento, solo estaba pensando —se disculpó ella, recogiéndose su hermosa melena rosada para transformarla en una coleta.
—Me alegra... Cuídese mucho, hasta pronto —se despidió el jovencito que la había regresado a la realidad.
Después de casi veinte minutos, ella se dispuso a cruzar la calle, procurando mirar a ambos lados y en los momentos en los que se sentía segura.
Antes de entrar, miró hacia atrás, recordando que su vida podría cambiar si lograba que la directora de Orquídea Editorial la contratara como editora. Desde pequeña, ese había sido su sueño, colaborar en una casa editorial reconocida para mantener contacto con los escritores y poder amigar con ellos.
Dicho anhelo comenzó justo cuando ella recibió una bilogía literaria juvenil a sus trece años como regalo navideño. En ese instante, ella no comprendía por qué se los dieron, pero conforme los fue leyendo, descubrió que sus padres tomaron una excelente decisión pues, ella aprendió acerca de diversos temas, gracias a los libros.
A partir de entonces, la niña empezó a ahorrar dinero y a administrar mejor su tiempo para poder visitar cada una de las librerías y bibliotecas de Orangescape. Sin duda, aunque casi no era vista en lugares populosos, ella nunca hizo algo para meterse en problemas.
Los años avanzaron y esa niña pasó de leer libros en su tiempo libre a estudiar Literatura Histórica Continental. Claro, finalizó sus cuatro años de carrera, estudió una Maestría en Redacción y Corrección Editorial, y ahora se encontraba a punto de acudir a su décima entrevista de trabajo.
Ella estaba nostálgica y ansiosa, por lo que no fue una sorpresa que lagrimara un poco previo a animarse a entrar dentro de uno de los edificios más altos de la ciudad, la Torre Morada, la sede de Orquídea Editorial, la casa editorial más famosa del mundo, cuyos autores renombrados se la pasaban viajando por el mundo.
—Tú puedes, ya lo tienes —se animó, pellizcándose con amor sus pálidas mejillas pintadas con rubor rosa. Sin pensarlo de más, atravesó el par de puertas acristaladas con ayuda del guardia de seguridad.
«No puede ser», pensó, al mismo tiempo que admiraba las bellas estructuras que adornaban los pasillos.
A donde sea que mirara, había macetas con flores de distintas familias, pero de un mismo color, morado; pajarillos revoloteando; mariposas; y un sinfín de cuidadores encargados de la flora.
Recordando su misión, sacudió la mirada para salir del trance, y se concentró en los hermosos cuadros naturistas que decoraban las paredes.
Su mente no podía con lo que veía, era como estar dentro de un sueño, mas, estaba consciente de su lucidez.
Una mujer de cuarenta y tantos, cabello castaño, ojos cafés, maquillaje nude, vestida con una blusa blanca, blazer beige, pantalón negro y tacones crema, dio unos pasos hasta la recién graduada, y sosteniendo una carpeta morada, llamó su atención.
—¿Está perdida? ¿Busca alguien? —Preguntó la trabajadora—. ¿Señorita?
La joven se quedó absorta en las obras de arte, y solo respondió cuando sintió que alguien la tomó del brazo.
—¡Myers! —gimió, sobándose—. Mi apellido es Myers, y vine porque me enteré de la vacante en Ediciones Pastel.
La señora alzó las cejas, abrió la carpeta, examinó los papeles, y reconoció a quien tenía delante de ella. Sin embargo, debido a que la postulante llegó diez minutos antes, no podía permitir que tuviera una cita con la directora.
La castaña respiró hondo antes de disculparse con Tabatha, puesto que la jefa era bastante estricta con las jornadas laborales, y llegar tarde a una entrevista significaba que el postulante era un completo irresponsable.
La joven de orbes verdes y vestido blanco, se lamentó por el retraso, explicando que se tomó unos minutos para reflexionar acerca de cómo su vida cambiaría al ingresar a la Torre Morada. Tanta era la vergüenza que ella estaba a segundos de desbordarse en llanto.
Ella recordó el día en que se orinó a mitad de la clase. En aquella época, ella tenía como diez años e iniciaba el curso de cuarto grado.
Sus padres la habían vestido con un uniforme escolar: una blusa lisa blanca con el logo costurado de la primaria, un chaleco carmesí sin decorar y falda oscura; pero no le pusieron los zapatos ni la habían peinado.
La pequeña se sentó en el suelo, sintiendo cómo las plantas de sus pies reaccionaban ante el gélido piso de la sala.
Ella tomó sus calcetines blancos con bordado de flores y se los colocó sin problema. Ahora, seguía la "ropa para pies" (así se refería a los zapatos), lo cual la hizo sentir miedo, sin embargo, encaró su temor y lo logró.
Sus padres celebraron, permitiéndole llevar una concha dentro de su lonchera. Ella se paró, sentándose en las piernas de su madre para ser peinada.
La madre recogió el cabello de su hija en dos cortas trenzas a las cuales perfeccionó con moños beige. De inmediato, el padre perfumó a la niña.
Preparada para su tercera semana de clases, la pequeña salió a la calle en compañía de sus papás, quienes se despidieron de ella con un beso en las mejillas cuando llegaron a la primaria. «Te amamos, Tabby», oyó que su madre le dijo.
La niña respondió, «yo también los amo», y arrastrando su mochila de unicornio con ruedas, se dirigió hasta su salón. En ese sitio, rastreó su asiento favorito y se colocó allí, esperando a que entrara la profesora.
Apenas apareció la mentora, Tabatha prestó atención a las clases sin percatarse de que se le pasó su hora de ir al baño y se orinó en el salón. Como era de esperarse, solo lo notó cuando olfateó un aroma desagradable, bajó su mirada y lo vio.
Ella gritó, llorando porque sus compañeros se burlaron de ella.
La maestra acalló al grupo, se acercó a Tabatha, la abrazó y la llevó al baño para cambiarse de ropa para sentirse más cómoda. Mientras lo hacía, tarareó una bella melodía que jamás olvidó.
Regresando a su presente, la Tabatha adulta tarareó «Un Millón de Amigos» de Roberto Carlos. Gracias a eso, la histeria se redujo notoriamente, permitiendo que ella aceptara lo que la trabajadora comentó acerca de la puntualidad.
Ya estaba encaminada a la puerta cuando oyó que regañaron a la mujer con la que interactuó porque fue grosera y descortés con Tabatha.
—Señorita, Myers, ¡espere! —Ordenó alguien a las espaldas de la pelirrosa—. Perdone a mi secretaria personal.
Myers, dio media vuelta, y respondió: —¿Quién es usted? Un momento. ¡¿Acaso usted es Francia Hurtado, fundadora de Orquídea Editorial?!
—Sí soy Francia —admitió la mujer de cabello corto y oscuro e hizo una aclaración—, Didier Hurtado. Soy la hija de Francia Hurtado.
Myers se disculpó por la confusión.
Francia sonrió, indicándole que la siguiera hasta su oficina.
Ambas mujeres jóvenes vagaron a través de los largos pasillos del edificio, pero la pelirrosa estaba más concentrada en escanear cada detalle presentado en las paredes y los corredores.
Sus ojos iban de cuadros a árboles bien cuidados, en cuyas ramas habitaban insectos o pájaros exóticos, tales como la guacamaya.
Al llegar al final de un pasillo, las chicas estaban frente a un elevador.
Francia Didier sacó una tarjeta de identificación del bolsillo de su saco grisáceo, lo pasó delante del escáner, tecleó un botón y el elevador comenzó a funcionar.
—Magnífico —murmuró Myers, ingresando al elevador.
Ella no se deslumbró con el interior del sistema de transporte, lucía normal, con un espejo, un panel con teclas del 0 al 8, el botón de emergencia y la pantallita que indicaba en qué piso estaban.
Francia Didier no hacía contacto visual con la futura entrevistada, sin embargo, a Myers no pareció importarle.
Ellas salieron apenas se detuvo la máquina en el piso 5 y entonces, la joven de vestido blanco se pasmó ante la decoración del piso, una combinación de tonos pastel en las paredes (azul, amarillo, morado, rosa, etc.); puertas con placas metálicas y doradas grabadas con solo los nombres de los departamentos, y numeración; más plantas; y luces LED blancas.
Tabatha siguió a Francia hasta su oficina, impactándose con el librero rosa, el escritorio de madera de roble, sillones azules y paredes amarillas pastel.
Había más por observar, pero se concentró en la señorita Francia, quien sacó el currículum de Tabatha y una libreta en la cual tomó apuntes de lo que observó. La libreta captó su mirada porque tenía una etiqueta con algo escrito, mas, no identificó lo que decía.
Didier guardó su cuaderno dentro de un cajón del escritorio y dijo: —Iré al grano, señorita Myers. Su currículum es exquisito, no me cabe duda de que posee los conocimientos suficientes, y que su experiencia en la librería Orión y la mini editorial Constelaciones es impecable y sorprendente.
—Sí, gracias —dijo Tabatha con modestia—. Me esfuerzo en todo lo que hago.
—Eso es bueno —concordó la directora de Orquídea—. Mira, queremos a alguien encargada en la edición de novelas juveniles. ¿Podemos contar contigo, Tabatha?
Tabatha no respondió al momento porque le sorprendió que la llamaran por su nombre, pues en otras entrevistas de trabajo se dirigían a ella por su apellido.
—Claro que sí —soltó Tabatha, conteniendo su felicidad. Apenas terminó su oración, Francia Didier la condujo hasta donde sería su oficina, la cual curiosamente ya tenía insertada la placa metálica y dorada grabada con su nombre en la puerta.
De nuevo, ella no sacó conjeturas porque no era persona maliciosa.
Justo cuando se percató de que su oficina estaba decorada con libros de diversos géneros que le gustaba, posters de escritores famosos a lo largo de la historia, una laptop color lila y lápices de unicornio, su jefa desapareció.
Cinco minutos después, la señorita Didier regresó con un USB azul pastel y una carpeta con información acerca del contenido del dispositivo: autor de la novela, la novela, y un poco de datos del tipo de edición que solicitaba el escritor.
—Cualquier duda, sabes dónde encontrarme —comentó la dama de cabello corto, entrelazando sus manos—. Bienvenida a la familia.
—Gracias —susurró Tabatha, sentándose para leer el documento que estaba en la carpeta. Lo primero a lo cual hizo lectura fue el nombre de la novela, Patitos Marrones, pues le causó curiosidad el concepto.
La sinopsis parecía normal, narraba la historia de superación personal del autor cuando sufrió la pérdida de algunos familiares y amigos cercanos. Aun así, no dejaba de pensar que la trama sería de admirar porque el escritor era un guerrero.
«Comencemos», Tabatha contenía la emoción, al mismo tiempo que insertaba el USB dentro del conector de la laptop.
Ella tomó una pluma, abrió su libreta con dibujos de sirenas y se preparó para lo que estaba a punto de leer.
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