5 | Alma a cambio de amor
Mi pecho, agitado por la angustiante negrura del vacío, por el profundo rencor en ebullición de mi sangre y por la inmensidad de la inexplicable tristeza que me desbordaba, se bloqueó al punto de asfixiarme.
¿Pero qué ocurría? No era un mal físico. Lo sentía como una dolencia emocional muy profunda que parecía proceder de algún rincón oculto de mi cabeza. Uno bloqueado al que no podía acceder. ¡Por Zeus! ¡No era normal! ¡No era para nada normal!
—Indigno. —Un eco desconocido, solemne y duro, se me coló por los tímpanos—. Infame. Vergonzoso. Deleznable. Todo eso eres tu.
El corazón se me estrujó como si lo apretaran. Me esforcé por respirar. No pude. Escuché el pitido de un aparato electrónico. La habitación del hospital se tornó borrosa. Un montón de batas blancas me rodearon. Algo me apretó el brazo. Noté cables. La mascarilla de oxígeno en la boca.
—Yoon Gi... —Jimin, que no se había movido de mí lado, rompió a sollozar—. Yoon Gi, aguanta... Quiero compartir... Muchos días contigo...
Quise responder pero la voz no me salió. Seguía sin conseguir que el aire me entrara en los pulmones. Me agobié. El pulso se me disparó. La presión me apretó las sienes. La agonía se hizo insoportable.
—Tranquilo, muchacho. —El tono mesurado de una mujer se acompañó de la fría sensación del líquido intravenoso al introducirse en mi cuerpo—. Te vamos a sedar. Ya verás que dentro de un rato estarás mejor.
No fui consciente de más. Al menos no en ese momento porque cuando conseguí abrir los ojos no me encontraba en el hospital sino en Argo, caminando entre las columnas del templo con el arco en la mano y el karkaj de flechas a la espalda mientras, de fondo, la silueta de aquel joven idéntico a Jimin permanecía arrodillada a los pies de mi escultura.
Esta vez vestía diferente. Seguía portando la diadema en la frente pero su túnica había pasado del blanco al dorado y, sobre ella, lucía la banda roja que distinguía a la nobleza más importante de la ciudad. Sin embargo, en vez de llevarla cruzada y abrochada al cinto con el broche, como era costumbre, la tenía abierta, rota como si se la hubieran arrancado de un tirón.
—Disculpa mi impaciencia, divinidad. —Su voz, amable pero al mismo tiempo apagada, retumbó en la inmensidad de la arquitectura—. Soy consciente de que estuve aquí ayer pero necesitaba volver.
Me detuve, como siempre, detrás de la efigie. Sus ojos no podían verme ni sus oídos escucharme a menos que yo lo dispusiera pero me había acostumbrado a observar a los mortales desde ahí, quizás porque era donde ellos solían dirigirse.
—Te he traído unas flores diferentes. —Visualicé un enorme ramo de pétalos silvestres sobre el podio de losa blanca—. Son de tonos alegres así que pensé que podrían gustarte.
Me asomé para contemplarlas mejor. Nunca me había ofrecido ese tipo de plantas antes. Los orante solían obserquiarme con coronas y motivos de elaborada ornamentación. No estaban mal pero aquel ramo, tan natural y sencillo, se me hizo más sincero y, por lo mismo, hermoso.
—También espero que te agraden los aromas con los que busco aligerar, aunque sea un poco, la pesadez del aire de tu altar.
Prendió fuego a los tres dispensadores de aromas que había dispuesto en forma triangular con un rollo de papel sobre el que tintineaba una pequeña llama que después apagó con un tenue soplido. Un olor liviano, fresco y limpio, inundó el lugar.
—Ayer te conté que padre estaba a punto de echarme de casa por no haber conseguido esposo —continuó—. Sin embargo, madre ha intervenido y ha pactado un marido para mí previo pago de cuatro bolsas de oro.
No pude evitar apretar el arco. Pese a ser una práctica común, la venta de personas me desagradaba.
—Es un general importante de otras tierras que se encuentra en Argo de forma temporal. —Sus ojos se cruzaron con los míos sin darse cuenta—. Tiene treinta años más que yo y su carácter es árido pero, así y todo, estaba dispuesto a cumplir con gusto con mi deber —añadió—. Sin embargo, para variar, no ha ido bien. Tras conocerme ha dicho que no soy lo que quiere y le ha devuelto el oro a madre.
Rompió a llorar. Su eco retumbó entre los pilares.
—Yo... De verdad no sé lo que hago mal... ¿Estoy tan maldito que hasta los más ancianos me desechan?
Abandoné el lugar tras la estatua, con la intención de examinar más de cerca al joven, que se acababa de encoger sobre sí mismo y sollozaba en fuertes espasmos. Su aura se veía pura, tan bella como lo era su apariencia exterior. En su alma dominaban la bondad y el afecto incluso hacia los que le maltrataban. También detecté que el tamaño de su pena no le cabía en el corazón. ¿Cómo podía sufrir el desprecio de mi madre Afrodita un humano tan hermoso?
—Padre me ha rasgado las vestiduras... Después me ha abofeteado, me ha tirado al suelo y me ha pateado... Deberé abandonar mi apellido y mi hogar en un mes si no me caso antes... Pero no podré... Eso lo sé...
Me arrodillé frente a él, con el arco entre las rodillas, y le rocé la mano.
—Nombre. —Le trasmití mi petición—. Dime tu nombre.
—Tu humilde siervo, Park Jimin, te suplica por tu gracia —respondió—. Te daré mi alma a cambio, reitero mi promesa.
—Que así sea entonces —decidí—. Me ocuparé de que Park Jimin posea el amor más profundo que la tierra haya conocido jamás. Será deseado, cuidado, preciado. Será querido e idolatrado por el más leal y generoso de los hombres. Y lo será mientras el mundo siga siendo mundo porque yo así lo dispongo.
Por todos los dioses juntos. Así que le había prometido un amor eterno. Vaya suerte entonces. No solía hacer ese tipo de cosas pero, dada su situación, tampoco me extrañaba que me hubiera enternecido. Sin embargo, ¿había fallado en mi misión? No, imposible. Yo nunca fallaba.
—No entendemos lo que le ha pasado. Todas las pruebas han salido perfectas.
La voz de fondo me sacó de mi ensoñación y, con ella, de los olvidados recuerdos de Argo. Sentí la tela de la sábana sobre la que permanecía acostado, el sonido del monitor de las constantes y la suavidad del tacto que me sostenía la mano. Abrí los ojos.
—Ay, Yoon Gi... Menos mal... —Jimin, aún lloroso, se inclinó sobre mí, sin soltarme—. ¿Cómo te encuentras? ¿Te duele algo?
—Oye... Deja de llorar... —Carraspeé por culpa de la sequedad de la garganta—. No me duele nada. Ya te dije que mi salud es perfecta.
—Sí pero...
—Mejor dime algo —corté—. ¿Eres feliz ahora, en tu vida actual? —Me giré de lado a fin de mirarle mejor a los ojos—. ¿Estás bien?
Sus pupilas se abrieron, confundidas, unos segundos.
—Diría que sí —decidió—. Es decir, no tengo padres ni familia de sangre pero las personas que me adoptaron se han portado muy bien conmigo.
—Es un alivio. —Suspiré—. Aunque supongo que aún no compartes tus días con alguien especial, ¿verdad?
Las mejillas se le tiñeron de un tono rosado.
—No —negó—. Aún no.
Sí que había fallado. Pero, ¿cómo?
—No puedo creerlo. —Observé su mano, pequeña y grácil, entrelazada con la mía—. La humanidad nunca deja de sorprenderme en su estupidez. Eres muy hermoso.
—Y tu —responder—. Para mí tu también lo eres.
Levanté la vista. Su mirada avellana se chocó con la mía. Y entonces las exclamaciones de júbilo de los Min, que invadieron la habitación seguida de la de los propios médicos, nos hicieron dar un brinco. Nos soltamos. Jimin se echó sobre el respaldo de la silla, marcando distancia, y yo me acomodé boca arriba y clavé los ojos en el techo.
¿Pero qué acababa de pasar? El corazón me latía a mil por hora. ¿Acaso me había vuelto loco? ¿Pero qué hacía yo halagando así a un simple mortal?
—¡Ay, mi amor! —La señora Min se me echó encima y me dedicó un abrazo tan grande que me cortó la respiración—. ¡Gracias a Dios! ¡Pensaba que te había perdido otra vez! ¡Casi me muero!
—Yo... —Maldición; acababa de recordar que el tiempo pasaba y aún no tenía el plan de despedida para morir—. Trataré... De... —Por Zeus, mis costillas—. Mamá... Me estás asfixiando... Un pelín...
—¡Oh, oh, oh! ¡Lo siento, tesoro! —Se apartó a la velocidad del rayo—. No te he hecho daño, ¿verdad? ¿Todo sigue en orden, ¿cierto? Estás bien, ¿ajá? Sí, ¿no?
—No te preocupes.
Suspiró, aliviada. A continuación me revisó de arriba a abajo, me acomodó la almohada, después las sábanas, tiró algunos envases de agua vacíos que estaban en la mesa, reguló la persiana y, ya sin ocupación, reparó en Jimin.
—¡Ah, caramba! —exclamó—. Creía que mi hijo era un antisocial de primera. ¿Quién eres?
—Es el compañero de trabajo que representa la empresa, señora Min.
Nos giramos hacia la puerta. El que acababa de intervenir era el joven de cabello castaño que había realizado la plegaria.
—¿Qué hay, Yoon Gi? ¿Cómo va eso? —Me dedicó una sonrisa de oreja a oreja—. Perdona por no haber venido antes pero tu padre me dijo que andabas medio amnésico así que he decidido darte un margen. ¿Has recordado ya todo? —Abrí la boca pero se me adelantó—. Okey, no, mejor no me lo digas, que me voy a deprimir.
Parpadeé.
—Me llamo Hoseok. —Y añadió—: Jung Hoseok, tu compa en edición, mejor amigo y novio en pruebas.
La mandíbula se me descolgó. ¿Como que qué? ¿Novio?
N/A: le he declarado la guerra al auto corrector de Pages, el programa que uso para escribir, que me cambia las palabras y no me pone las tildes. Por favor, si detectan faltas ortográficas o palabras mal escritas me ayudaría mucho que me las dijeran. He estado releyendo algunos capítulos de otros fics y siempre encuentro palabras que esta porquería de programa puso mal. Y hoy he sido más consciente porque al corregirlo me di cuenta de que me la cambia otra vez jaja Por Zeus, diría Yoon Gi. Help!
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