2 | Despertar
Me lamenté de la decisión casi al instante.
Cumplí con mi deber como deidad, eso sí, pero introducirme en aquel cuerpo humano conllevó un montón de molestos inconvenientes que ni había previsto ni, por descontado, sabía cómo afrontar.
El primero de ellos fueron los médicos. Esos tipos de bata blanca, olor a desinfectante y talante enciclopédico quedaron tan estupefactos al verme abrir los ojos y sentarme en la cama que no dudaron en catalogarme como fenómeno paranormal y, claro, como tal me trataron. Me mandaron mil pruebas. Otros mil análisis. A saber cuántas exploraciones. Y, entre cables, tubos y pasillos en camilla de una sala a otra, perdí la cuenta de la cantidad de entrevistas que me hicieron en una sola mañana.
—¿Todo bien?
No sé por qué tendían siempre a hacerme la misma pregunta. Era evidente que mi salud era óptima. Los resultados así lo indicaban.
—Sí —me limitaba a responder.
—¿No te duele nada?
—No.
—¿Seguro?
Asentía.
—¿Totalmente seguro?
Sí, por Zeus. Qué humanos más insistentes.
—¿Y no te cuesta recordar cosas?
Eso sí me ocurría y, además, demasiado. Ahí radicaba el otro de mis grandes inconvenientes: la cabeza del humano lucía como un simple cascarón vacío, sin recuerdos de ningún tipo. Y eso era un gran problema para mí porque, sin memoria a la que acceder, no podía conocer su vida ni, por lo tanto, comportarme como él lo haría.
—Tengo bastantes lagunas —reconocía, a media voz—. Me siento muy perdido.
—Es normal. —El médico de turno buscaba quitarle importancia, con una sonrisa tranquilizadora—. Has estado en coma casi cinco meses. Tu cerebro necesita tiempo para acostumbrarse, Yoon Gi.
Yoon Gi.
Aquel nombre me producía un extraño desasosiego en el pecho. Era absurdo. Lo sentía como si fuera mi propio nombre pero, obvio, no lo era.
Yoon Gi.
¿Qué edad tendría? ¿A qué se dedicaría? ¿Cuáles habrían sido sus sueños? Y, sobretodo, ¿por qué se me antojaba tan cercano? ¿Sería un efecto por la falta de costumbre en posesiones?
—¡Hora de comer! —La exclamación del enfermero me sacó de mis cavilaciones—. ¡Tenemos guiso estupendo para el chico estupendo! —Depositó sobre la mesilla de ruedas una bandeja con un cuenco hermético y lo destapó—. ¡Espero que lo disfrutes!
Arrugué la nariz. Qué catástrofe. Olía a pollo. Yo odiaba el pollo.
—No... —Me costó hilar la frase—. Quiero...
—Anda, no lo desprecies. —Me mostró el pulgar hacia arriba antes de darse la vuelta y disponerse a salir de la habitación—. Pruébalo.
Nunca.
Eso era agua con ave cocida. ¿Cómo podían ofrecerlo todavía en pleno siglo XXI?
Ya en el XVI había tenido la desgracia de tener que ingerirlo mientras poseía el cuerpo de un padre que me había rezado antes de fallecer para que me ocupara de casar a su hija. Y yo, por supuesto, había acudido de inmediato, había lanzado la flecha de amor al tipo que había considerado más apropiado y después había ido a la boda. Allí era donde me habían servido el pollo que me había hecho vomitar media hora después en un establo rodeado de excrementos de caballo.
De verdad, qué asco de época y qué asco de recuerdo.
Le di al botón de ascenso de la cama. Mi intención era marear un rato el plato, fingir comer y después desecharlo pero, al subir, no controlé que la estructura quedaba demasiado vertical y me mareé. ¡Bah! Traté de bajar. Me equivoqué de tecla. El colchón dio un bote y terminó a ras del suelo. ¡Pero qué cacharro del averno!
—¿Te la coloco yo, mi amor? —La señora Min, que no se había movido de mi lado desde que había despertado, me acarició el cabello—. ¿Quieres que te ayude a comer?
—No, yo...
Agua con ave cocida. Ni hablar.
—Prefiero dormir.
—Está bien, tesoro, pero procura aunque sea tomar un poco después. —La mujer sonrió—. Mientras descansas voy a aprovechar para ir a casa, ¿de acuerdo?
Asentí, bostecé y me arrebujé en la sábana pero, en cuanto me quedé solo, di un salto y me abalancé sobre mi teléfono, un aparato que habían encendido y que se mantenía enchufado a la corriente en la mesita auxiliar. Tenía que averiguar todo lo que pudiera sobre mi nueva identidad.
Analicé las aplicaciones, una por una, confuso. Había visto muchas veces a los humanos usarlas pero yo nunca lo había hecho y... Pues...
Le di a un icono verde. Era de música. Una lista llamada "Rap para activarse cuando tengo sueño" me saltó a la pantalla. Toqué uno naranja. Era de comida. Había pedidos varios platos que, a juzgar por las imágenes, nada tenían que ver con el pollo aguado. Chico listo, Min Yoon Gi, sí señor. También tenía una ristra enorme de encargos de café. De hecho, los últimos eran dobles, de dos vasos.
Qué más... Hundí la nariz en el aparato. A ver...
IA. Ni idea de lo que era eso. A pasar. Pulsé un icono blanco con colores. Salieron fotos de paisajes y monumentos pero ninguna con otros humanos. ¿Se trataba de un tipo poco sociable entonces?
Me detuve a curiosear el cuadradito en donde figuraba un lápiz.
"Por fin le he encontrado" leí. "Estoy asustado pero también eufórico. No puedo echarme para atrás, no paro de repetírmelo. No, de ninguna manera. Quiero estar con él".
Aquello me olía a romance unilateral. Pobrecillo. Si me hubiera orado a mí, le hubiera podido ayudar pero, claro, nadie creía ya en mi existencia y él no fue la excepción.
Repasé la fecha del documento.
"25.02.2023".
Me sonaba. Reparé en la pulsera de plástico que llevaba puesta en la muñeca.
"Min Yoon Gi. Grupo 0. Ingreso 25.02.2023".
Vaya; lo había escrito el mismo día del accidente.
—¿Hola?
Levanté la cabeza. Un chico de complexión delgada, cabello castaño como las hojas del otoño al caer, mirada de tono similar a los tarros de la miel y expresión dubitativa se detuvo en el quicio de la puerta, con un jarrón de flores silvestres entre las manos.
—Perdona por la hora —continuó—. Sé que estarás a punto de comer pero el jefe ha insistido en que viniera en mi rato libre. Estamos muy felices de saber que has despertado.
—Yo...
Maldición; ¿y ahora qué contestaba? Mi cabeza seguía hueca. Parecía conocerme pero yo no tenía ni idea de quién era él.
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