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1 | La plegaria

Desde el inicio de los tiempos el ser humano ha creído en los dioses.

En todas las culturas, en todas las civilizaciones y en todos los continentes se ha hecho alusión a entidades superiores poseedoras de talentos capaces de inundar de dicha el espíritu pero también de castigarlo con el más terrible de los sufrimientos.

Se nos ha otorgado nombres diferentes. Apariencias distintas. Intereses dispares. A veces hemos sido retratados de forma justa y otras malévola. Sin embargo, nosotros somos siempre los mismos.

Nos personificamos en el mundo terrenal a través de la posesión de cuerpos y, para ello, elegimos a los seres humanos que han fallecido en soledad. Lo hacemos así porque necesitamos pasar desapercibidos y porque nuestra verdadera forma resulta tan cegadora e imponente que a veces induce a la locura.

Mezclados entre los mortales, en cambio, podemos interaccionar con ellos, apostar sobre sus decisiones y analizar sus conflictos. Compartimos sus alegrías, los consolamos si lloran e incluso hacemos amistades. Lo único que no podemos hacer es intervenir con nuestros dones. Esto es así porque el código que nos rige marca que la gracia de un dios solo se debe otorgar si se lanza una plegaria. Y, por supuesto, actualmente eso es algo que no suele ocurrir.

En pleno siglo XXI, los humanos han aprendido a resolver sus problemas por sí mismos sin necesidad de rezar. Han dejado de creer en lo sobrenatural y han logrado desarrollar su propia magia a través de la ciencia y la tecnología.

Los dioses hemos quedado delegados a simples leyendas a pesar de que seguimos aquí. Y, entre ellos, estoy yo.

Me llaman Eros.

Hace ya mucho tiempo se me identificaba como el dios del amor y era bastante requerido por mis flechas para formar parejas. De hecho, aún se me sigue recordando de esa forma pese a que soy uno de los pocos dioses que se ha mantenido apartado de la sociedad humana.

Lo he elegido así porque no me gusta lo que veo. Porque me niego a formar parte de una tierra hosca en donde el egoísmo se ha convertido en el sentimiento estrella y el amor ha desaparecido. Porque los mortales han cambiado y ya no son agradecidos; ya no tienen valores ni respeto por nada.

O, al menos, eso creía.

Porque todos mis principios se tambalearon en el momento en que Park Jimin, un humano como otro cualquiera, entró en mi vida.

Todo empezó el día en el que aparecí en uno de los hospitales de Seúl. En ese momento acababa de sufrir un episodio extraño en el que todo a mi alrededor se había tornado oscuro como si estuviera en el fondo de un pozo, y, al parpadear, me había descubierto en medio del pasillo de una planta de ingreso, rodeado de batas blancas.

No sabía cómo había llegado allí y ni mucho menos por qué pero, como detesto los lugares con olor a desinfectante, me apresuré a buscar la salida. Y, en esas estaba, cuando vi a Min Yoon Gi.

Ese joven de cabello negro como la noche, piel de nieve, ojos increíblemente rasgados y expresión serena, estaba en la habitación quinientos cinco, intubado y conectado a una máquina que le permitía respirar. Había sufrido un grave accidente y, tras varios meses en coma, el médico de turno hablaba con la familia sobre la necesidad de dejarle marchar. Es decir, querían retirarle el respirador.

Aquella no era la primera vez que presenciaba un escena de muerte. De hecho, a lo largo de mi eternidad había visto millones. Sin embargo, una inexplicable sensación me empujó al interior de la estancia y me llevó directo a los pies de la cama.

Sentada a su lado, la madre lloraba con una profunda amargura mientras sostenía la mano que no volvería a moverse. Otro joven, de complexión atlética y cabello castaño, gimoteaba arrodillado en el suelo como si le desgarraran el alma. Y el que parecía ser el padre, de pie, había desplomado la frente contra el cristal de la ventana.

—Solo esperen unos días más —sollozaba—. Dentro de poco será su cumpleaños... Aún... Podría...

—Lo sentimos muchísimo, señor Min. —El médico se abrazó a la carpeta de casos—. Hemos hecho todo lo posible pero su hijo ha entrado en muerte cerebral.

—No... —La señora agitó la cabeza a ambos lados, en negativa—. Va a despertar... Estamos seguros... Mi niño es muy fuerte...

Vaya; pobrecillos. Gracias a mi condición, podía captar sus emociones y notaba su dolor. Su pena. Su angustia. Su desesperación.

—Lamento lo que te ha ocurrido —murmuré, con los ojos puesto en Yoon Gi—. Espero que tu alma atraviese con facilidad los ríos del Inframundo.

Eso era lo único que podía hacer. Desearle suerte. Después de todo, esas personas le querían. Quizás se la mereciera. Y, con eso en mente, me retiré, regresé al pasillo y me dispuse a proseguir el rumbo hacia ninguna parte.

Fue entonces cuando la voz quebrada del chico castaño se hizo eco entre los sollozos.

—Nunca he creído en Dios pero, por favor, si existes, te llames como te llames, seas quien seas, ruego que te apiades de nosotros.

Me detuve, estupefacto. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso estaba soñando? ¡Una plegaria!

—Te lo imploro. —El humano se sacudió las lágrimas, que le caían a borbotones, con la manga del jersey—. Danos un poco más de tiempo... Aunque solo sea una semana... Para prepararnos y despedirnos bien...

Por supuesto, la súplica no iba dirigida, ni mucho menos, a mí. Lo tenía claro pero aquel "seas quien seas" me impidió ignorarlo. Y, aunque no poseía ninguna habilidad que pudiera evitar algo tan decisivo como la muerte, sí conocía una forma de retrasarla. Algo loca y a todas luces problemática pero la tenía.

¿Merecía la pena arriesgarme?

Seguramente no. Mas un rezo era un rezo y debía responderse. Además, solo había pedido siete días. No era mucho.

—Espero no arrepentirme. —Regresé junto a la cama—. Min Yoon Gi, a partir de este momento y durante siete días exactos, serás mis ojos, mis oídos y mi voz.

Me incliné sobre el rostro dormido.

—Serás mis pies, mis manos, mi corazón.

Le rocé la frente.

—Serás... —Me acerqué a su oído—. Serás yo.

N/A: ¡Arrancamos la historia! Y yo, como siempre que empiezo algo, estoy nerviosa. Pero también muy ilusionada y agradecida por el apoyo que ha recibido la presentación. Muchísimas gracias ❤️✨

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