Todo empieza con frotar. Sí, con frotar. O al menos así empezó él a la corta edad de sus doce años, después de que sus compañeros de clase le mostrasen una porno. Se rieron de cómo le cambiaron los colores de la cara y se la tapaba con las manos mientras sentía su propio miembro arder, rogándole por placer.

Aprovechó una tarde en que estaba solo, sin padres, ni hermanos, ningún pariente que molestase ese momento tan secreto para él. Se encerró en su habitación con llave junto con el papel higiénico y el basurero a su lado, listos para eliminar la posible evidencia. Respiró profundo y se bajó los pantalones con la ropa interior de un golpe, sin pensarlo, para no arrepentirse después. Se miró, aunque fuese desde arriba, estaba flacido, sin ánimo de hacer nada; pero eso no impedía que no se pudiese activar. Pero, para eso, necesitaba la estimulación correcta.

Finalmente, se sentó en el suelo con la piernas abiertas y flectadas, generando el suficiente espacio para su miembro. Lo tomó con una mano e imitó el mismo movimiento que vió en el video, nada; repitió el gesto con un poco más de fuerza y le pareció sentir algo.

Acomodándose bien en el suelo, decidió darle un tercer intento, pero esta vez fue firme y rápido, sin dudarlo, dió dos roces a su miembro para ver si ocurría algo.

En ese momento, lo invadió una sensación de placer que solo pedía una cosa, "Más". Se volvió a acomodar y continuó el gesto, pero aumentando la potencia. Subía y bajaba la mano en un frenesí que nunca antes había imaginado, trataba de pensar en algo, recordar el video, pero su mente simplemente estaba en blanco o, en realidad, solo estaba pendiente de las sensaciones.

Con cada repetición la corriente aumentaba haciéndolo gemir, estiraba el cuello para apoyarlo en la cama y seguir con el acto que lo impulsaba a aplicar más y más fuerza. Se dio cuenta que cada vez su miembro dejaba su característica flácida para endurecerse y sostenerse bajo su propia fuerza, estirándose como si fuece un gran árbol. Ello no lo detuvo, aumento la velocidad, aunque se le empezase a cansar el brazo, aunque los temblores fuesen tan fuertes que le daba miedo; la sensación de placer era más grande que todo eso, como si una llama se encendiese y ardiese en todo su ser, teniendo de núcleo su miembro erecto.

Entonces, ocurrió lo tan ansiado, lo recorrió un trueno por toda la espalda, haciéndolo temblar de éxtasis. Detuvo su movimiento y gimió, echó su cuerpo hacía atrás por la fuerza del momento, se perdió en su propia mente, que le agradecía el maravilloso momento que habían experimentado por primera vez de muchas más.

Levantó la cabeza y vió la evidencia del acto, el líquido cremoso que borboteaba desde su miembro a grandes cantidades, manchando su mano y el suelo. Salía y salía, mientras el origen de este retornaba a la posición flácida del inicio. Respiraba con fuerza, las mejillas ardían y el pulso estaba a mil; nuevamente miró su miembro y sonrió, fue la sensación más maravillosa que había experimentado, se sintió pleno y completo.

Limpió todo y se vistió nuevamente, dejando como si nada hubiese pasado, aunque pasó todo y sabía que, desde entonces, no volvería a hacer el mismo de antes. Pero no se confundan, pues no se arrepentía, sino que, al contrario, estaba más satisfecho que nunca antes en su vida. Prometió repetir el acto cuando volviese a estar solo, lo que era bastante seguido.