Historia 14: Pertenencia
Se pertenecían, ella era de él y él de ella. Así empezó su relación, un larga y peligrosa relación que jamás tuvo final. Se amaban, se deseaban, se pertenecían de una manera que nadie comprendía ni quería comprender. Era una bomba tóxica.
En una tarde de invierno cuando ambos se besaban con pasión, mordiéndose y marcando su presencia en el cuerpo del otro; él había llegado tarde y ella había perdido la cabeza por su ausencia. No tuvieron más que hacerlo para compensar el tiempo perdido.
La ropa voló por toda la habitación, terminaba en cualquier rincón, incluso los imposibles e impensables. Él la levantó del suelo y ella enroscó las piernas en su cintura, rozándole el miembro que se encontraba erecto; iban a esperar hasta llegar a la cama, pero no, era demasiado la tortura. Levantó su miembro y lo posicionó en la abertura de ella para que se deslizara hacia el interior cuando la soltó por unos segundos. La mujer gimió de placer ante la penetración.
Se encontraba apoyada en la pared al momento en que sintió las estocadas de él, este le mordía el cuello con fuerza, hasta casi hacerlo sangrar mientras le repetía frases de propiedad. "Eres mía, eres mía, eres mía" le susurraba al oído, "Soy tuya, soy tuya, soy tuya" le respondía.
Las estocadas aumentaron en velocidad, ella solo gemía y se sujetaba con fuerza a su cadera hasta que explotó en su interior, se dirigieron a la habitación sin romper la conexión.
Al llegar, la tendió sobre el colchón y le levantó una pierna para tener mejor alcancé, le pasó la lengua desde la mitad de la tibia hasta el tobillo; mordisqueándolo a su paso. Ella reía, se sujetaba el pecho y lo masajeaba para aumentar la pasión de su cuerpo. La penetraron con mayor fuerza y ritmo que cuando estaban parados.
La velocidad, la dureza y la rapidez era todo para ella, estaba al borde; con los dedos masajeo los pezones y tiró de ellos hacia arriba hasta gritar. Entonces, estiró las manos y enganchó los dedos en las perforaciones que ella le había hecho a los pezones de él. Los estiró hacia abajo, provocándole un leve grito de pasión; la miró con ojos de venganza.
Se miraron, sabía lo que se venía. Sacó el miembro y la giró con fuerza, le tomó los brazos con una mano, provocando que su cabeza fuese lo único apoyado en la cama y la penetró nuevamente. La otra la levantó en lo alto y golpeó con fuerza la nalga, otra vez, otra vez y otra vez, hasta dejarle marca. Era el castigo por su atrevimiento, era lo que debía pagar por sus acciones. Volvió a tirar de ella para levantarla y quedasen pecho contra espalda, le mordió el hombro e introdujo sus dedos en el interior de la boca. Ella se los mordió de vuelta.
Le susurraba palabras nuevamente con cada estocada, cada una más demandante que la otra hasta que liberó su ser; ella sentía su amor como si fuese gloria. Se separó de él y sacó las esposas del cajón, lo tendió en la cama y se las puso, encadenándolo a esta.
Él se entregó mientras ella recorría cada milímetro de su cuerpo, besando, mordiendo y jugando con todo lo que encontrase a su paso; tiró nuevamente de las perforaciones, haciéndolo gemir de placer. Siguió bajando hasta que se encontró con su miembro, pasó la uñas con suavidad para levantarlo; y con dos dedos lo paró para introducirlo en su boca. Ahora él sentía la gloria.
Continuó actuando, continuaron amando; continuaron saboreando. Ella aumentaba poco a poco la fuerza, de repente rozaba con los dientes, torturándolo con el placer; hasta que logró levantar la torre. Dejó la boca para levantarse sobre este e introducirlo en su interior, sentándose sobre aquel. Se inclinó y apoyo una mano en el colchón para que tuviera mejor ángulo, empezó a levantar y bajar su cuerpo; mientras que la otra mano masajeaba su punto de placer para hacer el placer más profundo. Gritaban con fuerza y gemían al unísono.
Empezó a temblar, tanto ella como él, estaban al límite. Ella le gritaba "Soy tuya, soy tuya. Eres mío, eres mío"; él replicaba "Soy tuyo, soy tuyo. Eres mía, eres mía" con fuerza. Entonces, ella mordió sus labios y junto sus zonas para que no se escapase ni un milímetro de él. Estaba extasiada, él quería más.
Estiró el cuerpo, sin romper la conexión y lo liberó. Sin embargo, no se esperaba que él la tomase de las muñecas y girase su cuerpo, la besó con fuerza hasta hacerle sangrar los labios. Tomó las esposas para ser ella la que estuviese sujeta a la cama, sacó un trozo de tela del cajón y le tapó los ojos, le sujetó el cabello para tirar su cabeza hacia atrás y empezó con las estocadas con brusquedad. Ella sonreía.
Le sujetó las caderas para moverlas hacia él, para hacer todo más profundo. Volvió a levantar la mano y golpeó con fuerza, ordenándole que ella también se moviese; le obedeció. Lo amaba.
La volvió a girar, sin importarle que siguiese encadenada a la cama, estiró las manos hacia el pecho y los masajeó con cuidado; apretó los pezones hasta hacerla gritar. Luego levantó las manos y los golpeó, haciéndolos rebotar. Volvió al cajón y sacó dos pequeñas pinzas, se las puso. Todo mientras seguía dándole las estocadas. La presión en el pecho la hizo explotar en el acto, sonrió.
Él continuó sin detenerse, con mayor fuerza y velocidad que antes, ella solo podía sentir el placer al borde del éxtasis. Sintió una nueva ronda de golpes hasta que se detuvo y explotase en su interior. Llegó a su límite, se mantuvieron conectados y unidos por unos minutos más.
Le sacó la tela de los ojos junto con las esposas y las pinzas, ella lo miraba con pasión y amor. Se levantó con cuidado para besarlo tiernamente y le prometió que mañana jugarían de nuevo si llegaba tarde, sería un castigo.
Él simplemente le sonrió, tiró de sus brazos para volverla a besar.
Se amaban, se deseaban, se pertenecían. Nadie los entendía, a ellos no les importaba; simplemente se amaban con toxicidad.
Al día siguiente, él llegó tarde; ella lo esperaba con la misma locura y ansia que el día anterior.
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