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Historia 11: Mordida

De sus labios sale un gemido, mientras siente el golpe en su nalga, aprieta los dientes con fuerza y vuelve a sentir como la penetra. De nuevo, otro y otro, así avanzan los golpes y agarrones, cubriéndola de sudor, al momento en que su piel se torna completamente roja.
La velocidad aumenta, haciendo imposible que no exclame al punto de que las paredes de la habitación se adelgasen y resuenen sus gritos por todo el edificio, mientras que aprieta el miembro contra las paredes de su ser.

Siente que su compañero estira el juguete que se encuentra en su zona anal, lo tira, lo penetra y lo vuelve a tirar. Le exclama que no se detenga, al contrario lo insita a que aumente la frecuencia.

Continúa con fuerza mientras ella empieza a gotear el lubricante natural de su cuerpo hasta que aquel explota en su interior, combinando ambos líquidos. Le extrae el juguete y la gira para mirarle el rostro, pentrándola nuevamente, dando estocadas rápidas. Ella, a este punto de la jornada, babea con fuerza y ruega por más, mucho más.

Su compañero, entonces, toma un pequeño vibrador y lo posiciona a máxima potencia sobre su punto de placer, haciéndola explotar en el acto, mientras que el vuelve a verter su líquido, extrae el miembro, observando maravillado cómo se derrite la zona. Le vuelve a poner el objeto vibrante en su placer, que ya se encontraba dura por tanta estimulación haciendo que vuelva a caer la mezcla de líquido.

De ahí la gira, sin importarle que manche la cama y la penetra, con el objetivo de derramarse nuevamente.
Agarra la nalga, golpeándola con mayor fuerza que al inicio, ella sigue rogando por más. Sentía que su mente se iba cada vez más lejos gracias al éxtasis del momento.
Las estocadas aumentan, los vibradores aumentan, los gritos aumentan y la pasión explota. Saca el miembro, ya embarrado de su propio néctar. Ella cae con las piernas abiertas, siente como corre el placer por sus venas.

Pero él no se detiene, al contrario le leventa una pierna y le vuelve a introducir el miembro, ella solo gime y se sujeta del colchón. No se detiene, no quiere detenerse, sujeta el placer de ella y lo empieza afrotar con fuerza mientras continúa con el movimiento. La mujer abre los ojos junto con la boca, gimiendo, él solo aumenta la potencia volviéndola loca. Aprovecha la pierna en alto para lamerla y morderla suavemente.

Al momento en que explota, la baja y se adentra con la boca, besando y mordiéndola; primero a ambos costados, después la zona. Mete la lengua, la gira, absorbe y repite, saboreando y complaciéndola; con un dedo penetra su otra entrada, masajeando hacia donde lamía, como si le hiciera cosquillas. Ella se sujeta la cabeza, cada vez más perdida, luego el pecho, jugueteando con los pezones, arqueándolos con el filo de las uñas.

Antes de que explote, el hombre se detiene para acostarse en la cama y la incita a que se siente sobre él, haciéndola participe activa del momento. Pero no, ella decide agacharse e introducir el miembro en su boca para apretarlo con fuerza, lo expulsa, lo adentra, repitiendo con mayor firmeza, parándolo. Él gime y le sujeta la cabeza con ambas manos e imita las estocadas para que entre hasta la garganta. Paralelamente, ella se toca, continuando el juego que quedó a medias. Ambos sienten el mundo explotar de felicidad, la mujer levanta la cabeza mientras traga, le sonríe. Ahora sí, sujeta el miembro para absorberlo en su interior.

Él le sujeta el pecho y, al igual que las nalgas, las golpea. Se sienta, ella no para, al contrario, aumenta la frecuencia para que él pueda morderlos con fuerza, dejando sus marcas de propiedad grabadas en su piel. Va al cuello y repite la acción varias veces.

Ella, cuando lo siente derramarse, se agacha para besarlo hasta que le sangre el labio e, imitándolo, pasa al cuello para repetir su ejemplo junto con el pecho, siente como se corre con cada mordida.

Se reacomodan, nuevamente ella queda de espaldas y él encima para masajearle la zona con ambas manos, apretando y penetrando con los dedos. Primero uno, dos, tres, hasta cuatro según la dilatación de su zona y los abre para estirarla, los junta para repitir el acto mientras sigue jugando con la otra mano. Ella lo mira, le gime y tensa las piernas con cada movimiento. Siente como entra el miembro para repetir el movimiento del principio hasta que se corren nuevamente con fuerza. Dejando la cama cubierta de líquido.

Entonces, se le ocurre una idea, se la susurra al oído y él la medita por unos segundos y la aprueba. Ella se levanta de la cama y va en busca del dilatador junto con el lubricante mientras que su compañero se posiciona. Preparan la zona para insertar levemente el objeto en su interior, la ajustan para que apunte al órgano placentero masculino y comienzan las estocadas, al mismo tiempo, con la otra mano, ella sacude el miembro.

Mueve las caderas y siente como el placer le sube hasta que ella lo golpea con una nalgada para morderlo con los dientes. Aumenta la velocidad de las penetraciones, lo gira hacia arriba y se sienta sobre él, dándole la espalda, para generar un doble efecto, llevándolo hasta el éxtasis.

Al explotar, ella le quita el objeto y lo lame, lo introduce en su boca y lo extrae como si fuese un helado. Se gira, lo mira y lo besa nuevamente, aquel le corresponde mientras se levanta para posionarla sobre el colchón y repetir las estocadas con ella.

A la mañana siguiente, ambos con cuello alto y abrigos hasta las muñecas, se miran con picardía en la oficina, pensando en cuál será el siguiente movimiento que harán y, en especial, en dónde. Al poco tiempo, se encontraban en un baño de la oficina, uno de esos que nadie visita y usa, habían puesto el letrero de ocupado para que nadie los interrumpiera.

Ella se encontraba sobre el mesón apoyada, aplastando sus pechos sobre la fría cubierta junto con las piernas abiertas; se mordía el labio para no gritar. Mientras tanto, él la penetraba con fuerza, provocando que el cuerpo de su compañera frotase la cubierta; le agarraba las nalgas, enterrándole las pequeñas uñas para, después, golpearlas, incitándola a apretar la zona y a moverse al ritmo de él. Le tomó los brazos y la levantó junto a una pierna para seguir con el movimiento, las estocadas que iban en aumento en un frenesí imparable por parte de ambos.

En ese instante, la giró para verse frente a frente al momento que la sentaba con las piernas abiertas, le extendió los brazos para abrazarla y besarla. Pero no, ella le sujetó la camisa y la tiró para morderle el cuello con fuerza, marcando firmemente su presencia en el cuerpo de él. Aquel no se demoró mucho en repetir el acto, provocando el mismo efecto.

Nadie los extraño en la oficina, tal vez algunos preguntaron por su ausencia. Mientras que ellos continuaron con su juego, marcándose y disfrutando de ambos cuerpos.
Pero eso, amigos míos, es para otro cuento.

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