El cumpleaños de Hannah era el veintiuno de julio y Ernie quería enviarle un regalo; sin embargo, conseguir dinero suficiente para comprarle un buen regaló significó un gran problema. Al final de su primer año en Hogwarts, gracias a una gran carga de culpa, Ernie se había gastado todos sus ahorros en regalos que envió a Harry Potter mientras estaba internado en la enfermería del colegio.
Todavía experimentaba algunos episodios de culpa intensa. En varias ocasiones, despertó a mitad de la noche muy confundido y agitado. Lo único que recordaba de aquellos sueños era el cuerpo de Harry inmóvil sobre el piso, sus gafas redondas con los cristales rotos a sus pies, y al profesor Quirrell parado a un lado con una expresión maligna en el rostro. Pero por encima de todo, recordaba los brillantes ojos verdes de Harry contemplándolo sin ningún rastro de vida, como si estuvieran diciendo que Ernie era responsable de todo.
En cuanto al dinero, su padre era un firme creyente de que debía ganarse cada galeón con el sudor de su trabajo, por lo que tuvo que pasar gran parte de las vacaciones haciendo pequeños trabajos para conseguir lo suficiente para comprar un regalo.
Casi todos los trabajos consistían en ayudar a Riv Lee con la limpieza de la casa y a cuidar del jardín de unicornios y cardos. La elfina doméstica no estaba muy contenta con que uno de sus amos le ayudara con el trabajo, pero no podía hacer nada al respecto. De todas maneras, Riv Lee se apresuraba a terminar con todas las tareas para que Ernie trabajara al mínimo. Al cabo de unas semanas, no le quedó más remedio que buscar trabajo en otro lugar que no fuera su casa.
En el valle Smallstar, donde vivía Ernie, había cinco familias de magos: los Macmillan, los Griffin, los Arya, los Igarashi y los Hofmann.
Ernie consiguió el trabajo de pasear al crup de los Griffin dos veces a la semana (un perro mágico con cola bífida), pero le habían advertido que no dejara que el crup comiera ni un solo gnomo, ya que estaba enfermo del estómago.
Los Arya le encargaban una vez por semana que fuera por especias al pueblo pesquero cercano de Smallstar, Staithes. Le tomaba casi tres horas ir al pueblo y regresar, pero se divertía viendo a los muggles lidiar con sus asuntos sin utilizar una pizca de magia. Fue un gran esfuerzo, pero su padre lo sorprendió un día dándole la mitad del dinero que le faltaba para el regalo de Hannah. Se sintió tan feliz y aliviado que por poco se desmaya.
Riv Lee lo acompañó al callejón Diagon días después y compró dos libros de Herbología, varios cromos de ranas de chocolate y unas bonitas ligas para el cabello, ya que su amiga acostumbraba recogerse el cabello en dos pequeñas trenzas. Con el dinero que sobró, compró el papel para envolver más caro que encontró y un brillante listón dorado.
El dieciocho de julio, Ernie se sentó en su cuarto y pasó horas escribiendo una carta a Hannah.
Querida Hannah:
Lamento no estar contigo en tu cumpleaños, pero te mando junto a esta carta mi regalo. Espero que te guste. La buena noticia es que ya no falta mucho para que regresemos a Hogwarts. Los he extrañado mucho a ti, Justin, Susan y Cedric.
En cuanto a mí, no ha pasado demasiado en mi vida. Mi hermano Elber terminó su año de intercambio en el colegio Ilvermorny, y después de haber pasado unas cuantas semanas trabajando con un profesor, por fin ha regresado con nosotros. No he descubierto nada nuevo acerca de "ya sabes qué", espero que tú hayas tenido mejor suerte.
Te deseo un feliz cumpleaños y espero vernos pronto.
Escribe pronto
Ernie.
Metió la carta en un sobre y se la entregó a la lechuza de su familia. El ave la sostuvo firmemente en su pico y salió volando por la ventana de su cuarto. Al poco rato, la perdió de vista.
De repente, escuchó el sonido de algo pesado golpeándose contra el suelo. Se levantó de su cama con el corazón acelerado y encontró a su gato Jace encima de su librero.
Su mascota había tirado una enorme enciclopedia sobre animales fantásticos. Jace había crecido mucho durante los últimos meses, junto con su instinto por explorar y jugar. Su padre ya lo había reprendido por haber permitido que su gato rompiera un jarrón de flores y un marco con una foto de su hermano Edrick posando junto a la Estatua de la Libertad.
Tuvo que ir por una silla para poder alcanzar la parte superior del librero. Acunó a Jace en sus brazos, tomó la correa para gatos que guardaba en su closet (que era un regalo de cumpleaños por parte de su hermano Elber) y salió de su cuarto. Pensó que un paseo por el jardín ayudaría a calmar a Jace.
Encontró a Riv Lee en el vestíbulo, limpiando el polvo que se había acumulado sobre la chimenea y sobre el retrato de una niña que tejía una corona de flores.
—¿Necesita algo, amo Ernie? —preguntó la elfina con voz chillona mientras se limpiaba un rastro de polvo sobre su piel azulada.
—Todo está bien, Riv Lee. Voy a salir al patio a pasear a Jace.
Se dirigió a la cocina y salió por la puerta trasera. Los arbustos con forma de unicornios y las otras plantas se encontraban más vivas que nunca. Tenía que sujetar la correa firmemente para que Jace no fuera directamente hacia los cardos y se pinchara con las espinas.
Dos veces por semana practicaba con el collar de salamandra en el bosque, pero nunca hacía otra cosa además de hacerse invisible y frustrarse por todos los intentos fallidos. Había probado mover objetos con la mente, correr a gran velocidad, levantar objetos pesados, pero todo resultaba inútil.
Ernie empezaba a creer que el collar no hacía más que volverlo invisible. Sin embargo, un día descubrió que podía extender el poder del collar a otros objetos. Un día mientras paseaba a Jace, se hizo invisible para practicar, y sin querer, la magia se extendió por la correa y terminó desapareciendo al gato.
Jace se alteró mucho después de eso, pero Ernie logró apagar la magia del collar y lo regresó a la normalidad. Pasó un rato sentado sobre el pasto, acariciando a su gato para calmarlo y pensando sobre lo que acababa de hacer.
Ese momento volvió a encender la flama de la curiosidad de Ernie por descubrir el origen y los secretos de las reliquias de bronce. Buscó en una infinidad de libros y manuscritos que se hallaban en su hogar, pero nunca descubrió nada acerca de las reliquias o sobre el misterioso hombre que se las entregó. Esperaba que cuando regresara a Hogwarts tendría mejor suerte en la biblioteca del castillo.
Tampoco había tenido suerte con el cuaderno de B.T. Había pasado tardes enteras estudiándolo, pero nunca descubrió algo fuera de lo común. Si aquel cuaderno tenía algún secreto, estaba muy fuera de su alcance.
La buena noticia es que, después de practicar mucho, ya podía desaparecer objetos y seres vivos. Solo necesitaba un poco de concentración y tocar los objetos.
Ernie estaba a punto de llegar al linde del bosque, pero alcanzó a vislumbrar una figura parada entre los árboles. Su primer instinto fue hacerse invisible, sin embargo, después de analizar la figura detenidamente, descubrió que se trataba de su hermano Elber.
Vestía un suéter verde y unos pantalones azules. Llevaba su varita en su mano derecha. No era nada extraño ya que Elber podía practicar magia libremente desde que cumplió diecisiete años. Pero desde que regresó de Ilvermorny, Elber estaba todo el tiempo ocupado en alguna tarea misteriosa que no compartía con Ernie.
Durante las vacaciones, no habían jugado ni una sola vez al ajedrez mágico o alguna partida de Quidditch como cuando eran niños y jugaban con Edrick (la versión muggle porque su padre no los dejaba usar escobas hasta que los tres recibieran clases de vuelo en Hogwarts).
Parecía que Elber estaba a punto de realizar un hechizo. Ernie no quería meterse en problemas por espiar, así que llamó la atención de su hermano.
—¿Qué estás haciendo? —dijo en voz alta.
Sorprendido, Elber giró su cuerpo y volteó a ver a Ernie.
—¿Qué haces tú aquí? —le espetó con dureza.
—Paseaba a Jace por el patio —contestó Ernie, mostrando la correa que él le había regalado—. Estaba un poco inquieto.
—Pues yo necesito practicar algunos hechizos para mi último año en Hogwarts. Por favor, vete a otro lugar. Me tengo que concentrar —sentenció Elber, dándole la espalda.
Ernie no quería hacer enojar a su hermano, por lo que jaló cuidadosamente la correa de Jace y comenzó a caminar hacia la casa.
🦝🦝🦝
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