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Capítulo 3

Se trataba de una chica de primer año. La araña de regaliz había entrado en su compartimiento y trepado por su vestido hasta llegar al cabello, el cual estaba sujeto por dos trencitas. El susto hizo que la chica se cayera de su asiento.

—¡Tranquila! —exclamó Ernie—. No es una araña verdadera.

—¡Odio esas cosas! —chilló la chica.

Justin caminó hasta ella y, cuidadosamente, le retiró la araña del cabello sin deshacerle la trenza. Aplastó la araña en su palma para evitar que siguiera moviéndose.

—Espero que no sintiera dolor —susurró Justin.

—Descuida, no pueden sentir nada —le explicó Ernie.

—Deberían tener más cuidado con lo que se llevan a la boca —dijo la chica, levantándose del suelo y sacudiendo el polvo de su ropa.

—Discúlpanos. Justin no acostumbra comer dulces mágicos, y olvidé comentarle que las arañas de regaliz pueden moverse.

—¿Podemos disculparnos comprándote algo del carrito? —sugirió Justin.

La chica se cruzó de brazos y meditó la oferta.

—Tienen suerte de que me haya olvidado de desayunar hoy —dijo la chica.

—Excelente, yo iré esta vez —se ofreció Justin al ver que Ernie ya se dirigía al pasillo—. Me ayudará a aprender a usar el dinero de los magos.

Justin cerró la puerta al salir, y Ernie se quedó a solas con la chica. Se hizo un silencio incómodo, pero el muchacho decidió romperlo al cabo de medio minuto.

—Mi nombre es Ernie Macmillan —se presentó mientras ocupaba el asiento libre.

La chica revisó sus pequeñas trenzas rubias y, con una actitud más amigable, extendió la mano.

—Hannah Abbott.

Ernie correspondió el saludo. Reparó en el apellido de la chica, el cual le resultaba vagamente familiar.

—¿Abbott?, me suena conocido.

—Debe ser porque el clan Abbott es conocido por formar parte de los Sagrados Veintiocho —confesó Hannah, mostrándose apenada—. Los Macmillan también forman parte.

—Formaban —la corrigió gentilmente—. Somos de sangre pura, pero mi padre no está de acuerdo con esas cosas.

—También los Abbott. Soy mestiza por parte de mi madre —Hannah dejó de hablar para revisar que nadie se aproximaba por el pasillo—. El otro chico es de familia muggle, ¿verdad?

Ernie se dio cuenta de que evidenció a Justin con el comentario de los dulces y se sintió muy mal. Hablar sobre la pureza de la sangre de cualquier mago era algo bastante delicado, sobre todo cuando acabas de conocer a alguien. Pero Hannah había dicho que era mestiza, por lo que no resultaba tan grave.

—Sí, lo es.

—¿Y él ha escuchado hablar sobre Quién-tú-sabes?

Un escalofrío recorrió la espalda de Ernie. Se removió incómodo en su asiento y volvió a revisar que el pasillo siguiera vacío.

—Me dijo que lleva poco tiempo desde que descubrió que es un mago. Dudo que algún otro mago se lo haya comentado.

—Sería bueno para él que alguien le hable al respecto —comentó Hannah, recargándose en su asiento—. Antes de que el sombrero seleccionador lo ponga en Slytherin.

—Justin no parece del tipo de Slytherin.

—Tienes razón. Con esa energía, bien podría ser un Gryffindor —Hannah esbozó una sonrisa.

—Espero quedar en Ravenclaw —confesó Ernie—. Los que están ahí logran cosas importantes.

—Honestamente, no sé cuál casa sería la mejor para mí. Creo que Gryffindor sería la opción que yo escogería.

Escucharon unos pasos provenientes del pasillo.

—Lo averiguaremos esta noche —dijo Ernie.

Justin llegó sudando y con el cabello alborotado. En sus brazos traía dos pasteles de calabaza.

—Fue un problemón encontrar a la señora del carrito. Cuando finalmente la hallé, un curioso chico con anteojos compraba la mitad del carrito entero.

—Suena como si el chico tuviera mucha hambre —respondió Hannah mientras Justin le entregaba los pasteles—. Gracias.

—Ni lo menciones —respondió Justin con las mejillas rojas.

Ernie se levantó de su asiento y, con gentileza, jaló a Justin del brazo.

—Nos vemos después. Tenemos que cambiarnos de ropa antes de llegar al castillo.

Hannah los despidió con la mano y abrió uno de los pasteles. Los chicos volvieron a su compartimento y bajaron las cortinas para poder cambiarse en paz.

—Parece una chica agradable, ¿verdad? —comentó Justin.

—Sí, lo parece —respondió Ernie, abriendo su baúl y sacando su uniforme—. Puedo esperar afuera mientras tú...

Cuando se dio la vuelta, Justin ya se estaba sacando la camisa. Ernie no pudo evitar sonrojarse y caminó apenado hasta la puerta.

—No tienes que salirte del compartimiento, no me da pena cambiarme frente a otros chicos —dijo Justin, desabrochándose el cinturón.

Ernie nunca se había sentido muy cómodo con su cuerpo. Jamás había ido a nadar sin una camisa puesta.

—Tal vez a ti no, pero mi caso es muy distinto ­—dijo antes de abandonar el compartimento.

🦝🦝🦝

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