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Capítulo 23

Ese año, Ernie recibió más regalos de los que esperaba. Su hermano Edrick le obsequió una caja de cromos de rana de chocolate y un sencillo pero bonito reloj. Erzulie le regaló un mapache de peluche, a pesar de que los peluches ya no le interesaban tanto; apreció el gesto y lo aceptó con una convincente sonrisa.

—Sé que parece un poco infantil, pero créeme cuando digo que es un compañero bastante útil —le había dicho Erzulie la mañana de Navidad antes de guiñarle un ojo.

Elber se fue a lo seguro y le compró un par de libros muy populares en América.

—A los muggles americanos les encanta R.L Stine; si tan solo supieran que es en realidad un mago y todo lo que escribe está inspirado en la vida real. Ahí sí que se aterrarían.

Su padre le regaló un par de zapatos elegantes nuevos, una costosa mochila para el colegio y unos lentes para leer. Aunque normalmente no los necesitaba, su padre insistía en que era mejor no forzar la vista. Ernie recibió los regalos con una sonrisa aún más fingida que cuando recibió el peluche. Elric siempre regalaba cosas prácticas o útiles, pero nunca algo destinado al puro gozo. Aun así, Ernie se sintió mal por no tener la edad y el dinero suficientes para comprarle regalos igualmente valiosos a su familia.

Cuando todos habían terminado de abrir sus regalos, Elric se dirigió a su oficina y regresó con tres sobres dorados. Se quedó un momento contemplándolos, y con una expresión triste en su rostro, se los entregó a sus tres hijos.

—Son de parte de su madre —habló con tono apagado.

Se hizo un silencio abrumador. Elber sostuvo el sobre con firmeza y subió a su cuarto, Edrick le pidió a Erzulie que salieran a dar un paseo por el jardín y Ernie se quedó sentado en la alfombra, contemplando en silencio el sobre en sus manos. No supo cuánto tiempo pasó inmóvil hasta que su padre volvió a hablar.

—¿Quieres hablar al respecto, Ernest? —preguntó.

—No quiero —respondió Ernie, completamente seguro.

Acto seguido, dejó caer el sobre a un lado y siguió hojeando los libros que Elber le había regalado. Su padre lo miró en silencio durante un par de minutos antes de regresar a su oficina.

De pronto, todo el ánimo navideño en la casa había desaparecido. Subió a su cuarto para dejar sus regalos y deambuló por toda la casa con Jace en sus brazos. Sorprendentemente, el gato no lo arañó ni una sola vez. Parecía que al fin se había acostumbrado a la presencia de Ernie.

Un par de horas más tarde, el muchacho de once años se encontraba en el estrecho pasillo este del tercer piso. Estaba recostado sobre un sofá color verde menta mientras escuchaba música en el viejo gramófono de su familia. Jace se paseaba entre las macetas junto a la ventana y jugaba con algunas de las ramitas que alcanzaba.

Casi se quedó dormido, pero la interrupción abrupta de la música lo alejó del mundo de los sueños. Irritado, Ernie se levantó y se dispuso a darle vueltas a la manivela para que el disco volviera a reproducirse. De repente, escuchó las voces de sus hermanos provenientes de las escaleras, y sonaban como si estuvieran discutiendo.

Ernie sabía que no era correcto espiar. Pero si pasaba algo malo entre sus hermanos, sentía que tenía derecho a formar parte del asunto.

—¿Puedes tomar un par de minutos de tu valioso tiempo para ponerme atención? —decía su hermano Edrick.

—Ya te escuché, y no tengo nada que decir al respecto —contestó Elber, secamente.

Ambos llegaron hasta el enorme mueble de globo terráqueo que estaba a mitad de la sala.

—Siempre tienes algo que decir —señaló Edrick mientras lo jalaba de un brazo hacia él. —Necesito saber qué es lo que piensas.

—Me agrada Erzulie, pero pienso que casarse a los dieciocho es un error —respondió Elber en un tono frío.

—No nos casaremos ahora. Vamos a esperar hasta que los dos tengamos veinte años.

—¡Qué gran diferencia! —dijo Elber con sarcasmo.

Ernie nunca se lo comentó a nadie desde que supo del compromiso de su hermano, pero incluso a un niño de once años le parecía muy apresurado casarse siendo tan joven.

—Tú entiendes los riesgos que conlleva ser un Auror. Yo personalmente he visto la muerte de cerca en un par de ocasiones —argumentó Edrick. —Quiero aprovechar todo el tiempo que tenga.

—¿Al menos la conoces?

—La he conocido desde hace seis años. No soy un ingenuo joven enamorado. Vivimos juntos, hay confianza entre nosotros, sé cuáles son sus secretos y ella conoce los míos —Edrick lo miró a los ojos muy seriamente. —Sé que hago lo correcto.

Elber apartó los ojos y se alejó un par de pasos. Ernie se pegó contra la pared y se movió unos pasos a la derecha para que ninguno de sus hermanos alcanzara a verlo.

—Veo que seguiste la tradición de padre y escogiste una chica cuyo nombre empieza con "E" —comentó Elber después de haber permanecido en silencio durante un minuto entero.

—Padre no tiene nada que ver en esto —respondió Edrick con voz firme.

—¿Qué fue lo que dijo cuando se enteró?

—Por poco y pierde la cabeza —dijo esbozando una pequeña sonrisa. —Pero sabe que no puede hacer nada al respecto y terminó aceptándolo de mala gana.

—Bueno, él no es el mejor cuando se trata de relaciones —expresó Elber con un tono amargo.

La sonrisa en el rostro de Edrick se borró. Permanecieron un rato en silencio hasta que el mayor de los hermanos volvió a hablar.

—¿Crees que Ernie se encuentre bien?

—Tal vez —respondió Elber en voz baja. —Puede que ni siquiera la recuerde.

Ernie recordó el sobre dorado que dejó en la mesita de su cuarto. Retrocedió por la impresión de que sus hermanos hablaran acerca de él y terminó golpeando su pie contra una de las macetas. Se escuchó el estruendoso sonido de la maceta quebrándose y la tierra esparciéndose por todo el piso, seguido por un fuerte maullido de Jace.

—¿Hay alguien ahí? —escuchó exclamar a Edrick.

Ernie estaba perdido. Sus hermanos lo matarían cuando se enteraran de que los estaba espiando todo el tiempo. Por un momento, solo pudo oír pisadas acercándose a él. Cerró los ojos y deseó con toda el alma desaparecer.

Esperó a que Edrick empezara a gritar, pero nunca pasó. Desconcertado, Ernie abrió los ojos y se encontró a su hermano parado frente a él, observándolo con una expresión rara. Ninguno de los dos se movió o pronunció alguna palabra. De repente, escuchó a Elber gritar desde el otro extremo de la sala.

—¡¿Qué era ese ruido?!

Creyó que Edrick lo delataría; sin embargo, la respuesta de este resultó ser totalmente inesperada.

—Es el gato de Ernie. Rompió una de las macetas —explicó mientras sacaba su varita de uno de sus bolsillos traseros.

—Menos mal —respondió Elber antes de bajar las escaleras.

Edrick trazó pequeños círculos en el aire con su varita y mágicamente la maceta comenzó a repararse sola. La delgada planta se elevó en el aire hasta volver a la maceta junto con toda la tierra que se había esparcido en el suelo. Pocos segundos después, la maceta parecía como si nunca le hubiera ocurrido nada.

Ernie siguió esperando algún reclamo por parte de Edrick, pero el joven hombre no habló. Simplemente guardó su varita y caminó hacia las escaleras. Sintiéndose afortunado, Ernie se llevó una mano a la cara y entonces comprendió lo que había pasado.

Momentos antes, Edrick no lo estaba mirando a él; más bien, había visto a través de él. De alguna forma, Ernie se había vuelto invisible.

🦝🦝🦝

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