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Capítulo 2


El primero de septiembre, los hermanos mayores de Ernie no pudieron acompañarlos a la estación King's Cross. Sin embargo, su padre le aseguró que escribirían al colegio después para enviar sus despedidas.

Elric Macmillan compró el pasaje del tren para su hijo, cargó su baúl y le informó que dentro de él había dejado una bolsa llena de galeones para alguna emergencia.

—Recuerda que es para emergencias. No lo despilfarres en dulces o cromos de lagartijas de chocolate.

—Ranas, padre —corrigió Ernie.

—Lagartijas o ranas, me da lo mismo —respondió Elric, entregándole el baúl a su hijo— Lo importante es que no lo gastes de un solo golpe. Trata de llevar un registro de tus gastos.

—Sí, padre.

Ernie tomó su baúl y se aseguró de que su gato, Jace, no estuviera incómodo en su jaula durante el transporte. Esquivaron a una familia de muggles que había sido atraída por la presencia del gato, y pocos metros después, llegaron al andén nueve y tres cuartos. Antes de atravesar la barrera mágica, su padre le entregó su pasaje.

—De acuerdo, Ernest. Después de este punto, estarás por tu cuenta —dijo su padre con autoridad. Aunque Ernie era una versión infantil y robusta de él, los dos eran muy parecidos: mismo cabello rubio, manos grandes y ojos azules, aunque los ojos de Ernie tenían un tono más parecido al turquesa. A pesar de estar cerca de los cuarenta años, Elric no parecía mayor de treinta y tres—. Espero un buen comportamiento de tu parte. El clan Macmillan ha asistido a Hogwarts durante generaciones. Tus hermanos y yo logramos grandes cosas gracias a ese colegio. Y espero que tu actitud esté a la altura.

—Lo haré, padre —respondió Ernie asintiendo con determinación.

—Si tienes la oportunidad de hablar con Dumbledore, dirígete a él con respeto y amabilidad. Lo mismo aplica con los otros maestros, especialmente la profesora McGonagall.

—Trataré de hacerlo siempre que pueda.

—Una última cosa, en caso de que seas seleccionado para la casa Slytherin, no dudes en hacérmelo saber. No tiene nada de malo formar parte de esa casa, pero deberás ignorar el asunto de la pureza de la sangre, y será mejor que te mantengas alejado de algunos alumnos. Escuché que el hijo de Lucius Malfoy entrará a Hogwarts contigo.

Ernie sintió un escalofrío recorriendo todo su cuerpo al imaginar que el sombrero seleccionador lo eligiera para Slytherin. Todo mago en Europa conocía la fama de esa casa. Asintió con la cabeza y guardó el pasaje en el bolsillo del pantalón.

—Bien, el tren ya casi sale de la estación —comentó su padre, cambiando de actitud a la de un padre que acaba de darse cuenta de que su hijo menor se irá de casa por un tiempo—. Te enviaré una carta junto a las de tus hermanos. Trata de hacer tiempo entre las clases para responder.

—Lo haré ese mismo día —respondió Ernie, tratando de mantener la compostura.

—Los años en Hogwarts son algunos de los mejores que tendrás. Respeta las reglas y todo irá bien.

Ernie asintió con la cabeza y, antes de cruzar la barrera, no pudo resistir la tentación de darle a su padre un último abrazo. Elric se desconcertó al principio, pero terminó correspondiéndolo. Después de un minuto, se separaron, y Ernie caminó directamente hacia la barrera.

Tenía la sensación de que chocaría contra el muro de ladrillos. El miedo lo obligó a cerrar los ojos, y corrió todo el trayecto. De repente, el ruido de una locomotora hizo que abriera los ojos y notara que ya no estaba en la estación King's Cross. Un tren de color escarlata se alzaba frente a él.

<<El expreso de Hogwarts. Tal y como lo describieron mis hermanos>> Pensó Ernie.

Brujas y magos corrían apurados por todas partes. Algunos padres daban instrucciones a sus hijos antes de subirlos al tren. Un pequeño niño de cara redonda perseguía a un sapo que se le había escapado, y una mujer mayor lo perseguía mientras le gritaba que tuviera más cuidado.

Tanto movimiento desorientó a Ernie, pero detectó a una familia compuesta por hombres de llameante cabello rojo abordando el tren y fue tras ellos antes de perderlos de vista.

De repente, un muchacho de su edad que acababa de atravesar la barrera se interpuso en su camino. Estuvieron a punto de chocar. La lechuza de plumas marrones que el muchacho traía en una jaula empezó a ulular y a revolotear.

—¡Tranquilo! —dijo el muchacho intentando calmar a su lechuza. Vestía unas botas de trabajo, pantalones vaqueros y una camisa a cuadros roja. Era flacucho, y tenía el cabello marrón y muy rizado—. Amigo, lo siento mucho.

Le extendió la mano en señal de paz, y Ernie correspondió al apretón.

—Descuida, también estoy un poco perdido.

Dejó la jaula de Jace en el vagón más cercano. Con gran esfuerzo, Ernie empujó su baúl hasta la puerta del vagón. El muchacho lo ayudó a subirlo por los escalones. Después de meter sus cosas en un compartimento vacío, Ernie le devolvió el favor.

—¿Te molesta si vamos en el mismo compartimento? —le preguntó el muchacho.

—Al contrario, no conozco a nadie en el tren —respondió Ernie, haciéndose a un lado para que el muchacho pasara.

—Es demasiado nuevo —susurró el muchacho.

—Lo entiendo —señaló mientras cerraba la puerta—. También es mi primer año en Hogwarts.

—¡Cielos, no! —dijo el muchacho, sacudiendo la cabeza— Me refería a que todo es demasiado nuevo. Hace apenas medio año que me enteré de que era un mago.

—¡Caray!, verdaderamente es muy poco tiempo.

Ernie estaba tan acostumbrado a convivir con magos de toda la vida que a veces se le olvidaba que había magos nacidos en familias de muggles.

—Me llamo Justin Finch-Fletchley —comentó el muchacho, volviendo a estrecharle la mano.

—Ernest Macmillan, pero puedes decirme Ernie.

Ambos muchachos se sentaron en lados opuestos del compartimento, viéndose frente a frente. El silbato de vapor del tren sonó estruendosamente, y Ernie tuvo que cerrar la ventana para que Jace y la lechuza de Justin no sufrieran por el ruido. El tren comenzó a moverse al poco rato.

—Entonces, ¿cómo fue que te enteraste? —preguntó Ernie, sin poder aguantar la curiosidad.

Justin se rascó la sien y esbozó una sonrisa incómoda.

—Sucedió en la granja de mi familia. Mi hermana menor me hizo enojar, y sin querer hice que su vaca favorita flotara cuatro metros sobre el corral.

—Suena como todo un escándalo —comentó, aguantándose la risa.

—Mi madre vio todo lo ocurrido. Pensó que un demonio había maldecido nuestra granja y roció cada hectárea de tierra con agua bendita. Pero afortunadamente, nuestra vecina vio todo lo ocurrido. Ella también es una bruja. Nos explicó lo que había sucedido con la vaca y que yo era un mago. Y en febrero, cuando cumplí once, recibí mi carta.

—Algo similar me pasó a mí —confesó Ernie.

En su más temprana infancia, Ernie tardó en demostrar los destellos de magia. Su familia empezaba a creer que tenían a un squib, pero a los cinco años, Ernie logró hacer flotar los juguetes de su habitación. Sus padres lo encontraron riendo en su cuarto mientras los juguetes volaban.

—La señora Blunt, nuestra vecina, le explicó a mi madre que yo debía ir a una escuela donde me enseñaran a controlar mis habilidades mágicas. Gracias a un amigo de mi familia, me habían reservado plaza en el colegio para varones Eton. Por lo que mi madre no estaba nada contenta con la idea de que yo fuera a estudiar a un colegio de hechicería.

—¿Cómo la convenciste?

—La señora Blunt tenía una colección de libros acerca de un famoso mago llamado Gilderoy Lockhart —los ojos de Justin se llenaron de emoción—. Es un tipo increíble. Ha logrado tantas cosas y visitado tantos lugares inimaginables. ¿Has oído hablar de él?

La familia de Ernie no era muy fanática del tal Lockhart. Su padre y sus hermanos decían que cualquier mago que cruzara dos palabras con él, se daría cuenta de que era un papanatas. Pero acababa de conocer a Justin y no quería apagarle las ilusiones.

—Me parece que sí he oído un poco sobre él —mintió.

—Incluso a mi madre le parece impresionante. Después de que ella leyera sus libros, accedió a dejarme venir a estudiar. Hasta me compró una lechuza para mandarle cartas a ella y a mi hermana —Justin agarró con delicadeza la jaula de su lechuza—. Se llama Arquímedes, como el ave de la espada en la piedra.

Ernie no recordaba nada sobre un ave llamada Arquímedes. Justin pasó la siguiente media hora preguntándole detalles sobre Hogwarts y el mundo mágico, y como a Ernie le gustaba que apelaran a sus conocimientos, contestó cada una de las preguntas de su nuevo amigo.

Siguieron con la misma plática hasta que una señora en un carrito lleno de dulces los interrumpió.

—¿Les apetece comprar algunos dulces?

Ernie recordó las instrucciones de su padre respecto a guardar el dinero, pero ese día había estado tan emocionado por ir a Hogwarts que se olvidó completamente de desayunar. Sacó unos cuantos galeones de su maleta y revisó todo el contenido del carrito.

No pudo evitar comprar dos paquetes de ranas de chocolate y un pastel de caldero. Vio que Justin también quería comprar unos dulces, pero daba la impresión de que no sabía cómo utilizar su dinero. Ernie dejó sus compras sobre el asiento y le ilustró a Justin el valor de cada moneda.

—La moneda de oro es un galeón, la de plata es un sickle, y la de bronce es un knut. Un galeón equivale a diecisiete sickles, un sickle vale veintinueve knuts, y un galeón equivale a cuatrocientos treinta knuts.

—Gracias —respondió Justin, sintiéndose un poco apenado.

Estuvo a punto de escoger una paleta remolino verde, pero Ernie lo detuvo antes de que la agarrara.

—No quieres una de esas, créeme. Se te hará un hoyo en la lengua si te la comes —le advirtió Ernie.

Justin lo miró con ojos saltones y se alejó del carrito.

—Hijo de muggles, ¿verdad? —comentó alegremente la señora.

—Así es —respondió Ernie.

—¿Puedes escoger por mí? —le preguntó Justin.

El muchacho asintió con la cabeza y trató de escoger algo que fuera delicioso, pero no muy costoso. Escogió un pastel de calabaza y un paquete de arañas Spindle's Like "O" Rish, un dulce con forma de araña hecho de dulce de regaliz. Ernie pagó las compras y esperó a que la señora se fuera para empezar a comer.

Decidió guardar las ranas de chocolate para después y comenzó a engullir el pastel de caldero. Por su parte, Justin sacó una araña del paquete. Grande fue su sorpresa cuando la araña cobró vida y comenzó a recorrerle todo el brazo.

—¡Lo olvidé! —exclamó Ernie, limpiándose el pastel de la boca—. Tienen un hechizo que hace que se muevan.

—¡Debiste mencionarlo antes!

Justin intentó atrapar a la araña con su otra mano, pero esta saltó de su brazo en el último momento y salió a toda velocidad del compartimiento.

Medio minuto después, se escuchó el grito de una chica en el compartimiento de al lado.

—¡Vamos! ­—exclamó Ernie, y ambos fueron a revisar la fuente del grito. 

🦝🦝🦝

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