Capítulo 18
Hannah y Justin eran de los pocos Hannah y Justin eran de los pocos alumnos de Hufflepuff que se quedarían en el castillo durante las fiestas navideñas. Ernie y Susan debían levantarse temprano para subir al expreso que los llevaría hasta la estación King's Cross, por lo que no tuvieron tiempo de despedirse de sus amigos, pero Ernie les dejó una carta de despedida sobre el mueble junto a la cama de Justin.
Una ligera nevada había caído la noche anterior. Los campos alrededor del colegio estaban cubiertos por una pequeña capa blanca, aunque eso no significaba ningún problema para el expreso de Hogwarts. Susan se sentó en el mismo compartimiento que ocupaban sus otras compañeras de cuarto. Por su parte, Ernie no logró encontrar a Wayne y no quería sentarse junto a Zacharias, así que terminó compartiendo asiento con Anthony Goldstein de Ravenclaw.
Fue incómodo al principio, pero ambos pudieron entablar una buena conversación durante todo el camino y al final se despidieron con un amigable apretón de manos, aunque eso no cambió el hecho de que Ernie prefería quedarse en Hogwarts durante las vacaciones.
Tuvo problemas para bajar del tren cargando su equipaje en una mano y la jaula de Jace en la otra, pero afortunadamente se topó con Cedric en la salida del vagón y le ayudó a transportar su baúl hasta el banco de madera más cercano.
—Gracias por tu ayuda —le dijo Ernie mientras se dejaba caer exhausto sobre el banco.
—Considéralo mi regalo de Navidad —respondió Cedric, esbozando una sonrisa.
Lejos de ahí, un hombre alto, con barba y lentes empezó a gritar el nombre de Cedric. Ernie encontró un cierto parecido entre los dos, y por lógica asumió que se trataba del padre del muchacho. Se estrecharon la mano y se desearon buena suerte, y Cedric salió corriendo a reunirse con su padre.
Cada tanto se escuchaban los gritos de júbilo de padres que se volvían a reunir con sus hijos. El andén se fue vaciando en cuestión de minutos. Ernie sabía que debía esperar a que un miembro de su familia fuera a recogerlo, sin embargo, gracias a su reciente embrollo en Hogwarts, su padre estaba tan enojado con él que no se había molestado en enviarle una carta aclarándole quién iría a buscarlo y cuándo pasaría.
Ya se había acomodado para esperar durante un largo rato cuando, de repente, empezó a escuchar pequeñas pisadas dirigiéndose a él. Hizo girar su cabeza hacia la dirección donde provenía el sonido, y descubrió a una pequeña figura a unos metros de distancia.
Se trataba de una Elfina doméstica de no más de tres pies de altura. Tenía la nariz larga y puntiaguda, enormes ojos verdes, orejas de murciélago caídas, brazos largos y delgados, y piel azulada. Iba vestida con una pequeña túnica hecha de seda verde con estampado de flores.
—¡Riv Lee! —exclamó Ernie.
—¡Amo Ernie! —gritó la elfina con una vocecita chillona.
Riv Lee Laks había sido la elfina doméstica de la familia Macmillan desde mucho antes de que Ernie naciera. El muchacho tuvo que detenerla antes de que empezara a hacer reverencias y a besarle las manos.
—¿Te han enviado a recogerme? —preguntó Ernie.
—Usted está en lo correcto, señor —contestó Riv Lee, bajando la cabeza sumisamente—. Su padre me pidió que lo llevara a usted y a sus pertenencias de vuelta a Smallstar.
Ernie hizo una mueca. El método de transporte que Riv Lee utilizaba no era de sus favoritos. Le aterraba la idea de perder una pierna o una mano, pero sabía que no había de otra manera. Además, si su padre le había ordenado a su elfina que fuera a recoger a su hijo menor, seguramente significaba que seguía muy enojado con él.
—¿Podemos hacerlo de una vez?
—¡Claro que sí, Señor! —dijo Riv Lee, complacida—. Yo me ocuparé de sus pertenencias, y tendré extremo cuidado con su gato. Tome mi mano.
Ernie agarró suavemente la pequeña mano de la elfina, y casi al mismo instante, sintió una gran presión alrededor de todo su cuerpo, sobre todo en los oídos, y todo se volvió negro. La falta de aire fue muy desagradable, pero afortunadamente no duró mucho.
Estaba muy mareado y le costó un par de segundos recobrar el aliento. Lo primero que vio fue un cielo nublado. El andén nueve y tres cuartos había desaparecido, y en su lugar, Ernie y Riv Lee se encontraban frente a las rejas de una enorme y elegante casa.
La familia de Ernie tenía raíces escocesas, pero él se había criado en Inglaterra. La casa reflejaba una combinación de ambas culturas. Fue construida al puro estilo georgiano, por lo que la proporción y el equilibrio dominaban la edificación. Tenía tres niveles y las paredes estaban hechas de piedra.
El invierno aún no había apagado la belleza del jardín. Había enormes arbustos con forma de unicornio distribuidos por todo el jardín, algunos estaban tan bien podados que parecían verdaderos unicornios pastando alrededor de la casa. Casi tan llamativos como los unicornios, el jardín también contaba con un montón de variedades de cardos distribuidos por todas partes que lo iluminaban con los colores rosa, violeta y azul de los pétalos. Incluso, algunos adornaban las melenas de los unicornios, pero había que irse con cuidado con las espinas.
—Lamento no haber aparecido dentro de la casa, pero son reglas de tu padre —se disculpó Riv Lee.
Ernie guardó silencio. Sabía que su padre consideraba de mal gusto aparecerse dentro de una casa, incluso si era la suya. Decía que nunca se sabía qué podría suceder al aparecerse sin previo aviso. Se acercó lentamente al portón y, sin ayuda de nadie, las rejas negras que formaban el emblema de la familia Macmillan se separaron, emitiendo un chirriante sonido que estremecería los huesos de cualquiera. Ernie sacó a Jace de su jaula y lo acomodó en sus brazos. Dejó que la elfina se ocupara de su equipaje y comenzó a recorrer el largo camino de grava que conducía hasta la entrada.
El recibidor estaba igual de frío que el exterior. Lo primero que llamó su atención fue el inolvidable papel tapiz azul con dibujos de cardos que se encontraba en la mayoría de las habitaciones del primer piso. Su padre era un fanático de la simetría, asegurándose de que los muebles y la decoración de cada habitación fueran lo más simétricos posible. Dos cuadros negros con el dibujo de un rostro femenino dorado flanqueaban la puerta que conducía al vestíbulo, como si las mujeres en las pinturas vigilaran la entrada día y noche.
La siguiente habitación era el vestíbulo, con el único tapiz gris verdoso con cardos blancos en toda la casa. Al fondo, una chimenea blanca sostenía el retrato de una niña antigua tejiendo una corona de flores.
—Me alegra verte de nuevo —saludó Ernie.
La niña en la pintura solo se limitó a acomodarse el moño negro en su cabello rubio rojizo y continuó trabajando en su corona de flores. Ernie no insistió en conversar con ella. A ambos lados de la chimenea, dos escaleras en espiral de color chocolate lo tentaron, pero sabía que debía hablar con su padre primero. Dejó a Jace en el suelo para que el gato explorara su nuevo entorno y se dirigió a la habitación privada de su padre.
Atravesó la puerta a su derecha que conducía a la sala y caminó hacia la otra puerta que llevaba al corredor donde se encontraba la habitación que buscaba. Sin embargo, se quedó parado contemplando la puerta sin mover un solo músculo durante un largo rato. Un repentino miedo se apoderó de su mente. Con toda su fuerza de voluntad, Ernie caminó hasta la puerta y dio tres golpecitos sobre la madera. Se escuchó un poco de ruido del otro lado, y un par de segundos después, la puerta se abrió, revelando a su padre. Detrás de él, un tapiz rojo oscuro con flores blancas y estantes llenos de libros, trofeos y artefactos desconocidos.
La expresión en el rostro de su padre era la de un alguacil que se topa con un rufián. Su ceño estaba ligeramente fruncido, y sus labios se arqueaban hacia abajo.
—Ya estás aquí —dijo su padre con un tono agrio.
—Acabo de llegar, padre —contestó Ernie en voz baja.
Ambos se quedaron en silencio por un momento. Parecía que su padre no sabía cómo empezar a expresar lo que pensaba. Finalmente, Elric se lamió los labios y habló con fuerza.
—Tu varita, entrégamela —dijo, extendiendo un brazo hacia Ernie—. No puedes hacer magia fuera de la escuela. Dámela, la guardaré hasta que regreses a Hogwarts, así nos aseguraremos de que no causes ningún otro problema.
El muchacho palideció. No tenía planeado hacer ningún hechizo fuera de Hogwarts, pero tampoco quería separarse de ella. Con pesadez, Ernie sacó su varita del bolsillo del pantalón y se la entregó a su padre.
—Ve a la cocina y pídele algo de comer a Riv Lee si tienes hambre —comentó Elric antes de cerrar la puerta de su oficina.
Ernie se quedó parado frente a la puerta durante un breve momento. No había sido tan malo como había esperado, pero tampoco había sido bueno. No tenía apetito, así que regresó al vestíbulo y subió las escaleras. Sus pertenencias ya estaban en su habitación cuando llegó, incluso estaban desempacadas y en su lugar correspondiente. Se acurrucó encima de su pequeña cama y se fue a dormir, esperando que Justin y Hannah le enviaran una carta pronto.
Nota del autor: La casa la edifiqué en un programa de diseño 3d online, y no me mostró la opción de trabajar la casa por fuera. Pero estas imágenes pueden servir de referencia.
🦝🦝🦝
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