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Capítulo 16

El castigo de Ernie duraría el resto de noviembre. Debía limpiar las jaulas de las aves en el aula de Transformaciones cada viernes antes de cenar, los sábados debía atender a las plantas de la profesora Sprout en el invernadero, y los domingos pasaría el día ayudando al guardabosques de la escuela.

Ernie estaba aliviado de que su castigo no le estorbaría con sus tareas de las clases, pero se desilusionó al percatarse de que se perdería el debut de Cedric como buscador del equipo de Hufflepuff. La noche antes del partido, todos en la sala común preparaban llamativos carteles pintados de amarillo y negro, y ensayaban las porras que gritarían durante el juego. Incluso la profesora Sprout había preparado un letrero hecho de flores, hojas y raíces que se cruzaban entre sí y formaban la frase:

¡A GANAR, TEJONES!

Leanne, Wayne y Justin decidieron asistir al partido con la mitad de la cara pintada de amarillo y la otra mitad de negro. Ernie se levantó temprano para desearle buena suerte a Cedric y pasó el resto de la mañana siguiendo las instrucciones que la profesora Sprout le había dejado sobre cómo cuidar cada tipo de planta. Si no estuviera tan preocupado por lo que su padre haría una vez que le llegara la carta de Hogwarts, habría encontrado esa tarea relajante.

Terminó con los brazos y piernas adoloridos, y con tierra por debajo de las uñas. Durante su camino hacia el baño de niños, se topó con los gemelos Weasley.

—¡Mira, Fred! —exclamó uno de los gemelos—. Justo a quien estábamos buscando.

—Las coincidencias siempre son placenteras, George.

Ernie estaba a punto de preguntarles para qué lo buscaban, pero los gemelos lo agarraron de los hombros y lo condujeron hasta el tercer piso.

—¡¿A dónde me llevan?! —preguntó Ernie.

—Tranquilo, queremos enseñarte algo importante.

Se detuvieron al lado de una estatua de piedra con la forma de una bruja jorobada y vieja.

—Escucha, Ernie. Nos enteramos de que te castigaron por lo que le hiciste al baboso de Crabbe —le dijo Fred.

—Y no nos parece que eso sea justo. Por lo que hemos decidido revelarte un secreto de la escuela que te puede resultar útil en el futuro —dijo George, guiñándole el ojo. Sacó su varita y la apuntó hacia la joroba de la estatua:

—¡Dissendium!

Acto seguido, la joroba de la estatua se abrió. Ernie se asomó por la abertura y descubrió un pequeño tobogán.

—Conduce al subterráneo —comenzó a explicar Fred—. Si caminas por el corredor, llegarás a la bodega de la tienda Honeydukes en Hogsmeade.

Ernie jamás había escuchado de un pasadizo que lo pudiera sacar de Hogwarts. Ni siquiera sus hermanos debían de tener algún conocimiento sobre el secreto.

—¿Por qué me muestran esto? —les preguntó en voz baja.

—Ya te dijimos que no nos agrada el hecho de que te hayan castigado por defender a tu amigo —dijo George—. Además, les debíamos un favor a ti y tu amigo Justin por escondernos de Filch.

Ernie se había olvidado completamente de aquel día, y aunque no estaba en sus planes volver a romper las reglas de la escuela, les agradeció a los gemelos y se dirigió hacia su sala común.

***

Hufflepuff ganó el partido contra Ravenclaw. Cuando Ernie llegó a la sala común, se topó con una turba de estudiantes que vitoreaban a Cedric y a todo el equipo de Quidditch.

Era la primera vez que veía a Cedric con el cabello despeinado. Estaba rojo por el esfuerzo, y pequeñas gotas de sudor le resbalaban por la frente. Pero a Ernie le parecía que Cedric tenía un aspecto salvaje y llamativo.

Tuvo que esperar un largo rato, pero finalmente Ernie logró hacerse paso entre la multitud y llegar hasta Cedric.

—Lamento habérmelo perdido —le susurró a Cedric al oído.

—No hay problema —respondió Cedric, esbozando una sonrisa—. Casi me caigo de la escoba un par de veces. Además, Cho Chang, la buscadora de Ravenclaw, estuvo a nada de alcanzar la Snitch antes que yo.

Ernie quería saber más al respecto, pero los compañeros de cuarto de Cedric se lo llevaron al Gran Comedor para un banquete de victoria. En su lugar, decidió buscar a sus amigos para que le contaran el partido.

Los encontró sentados junto a la chimenea. Justin había convencido a Susan para que también asistiera al partido con la cara pintada al estilo de Hufflepuff, y Hannah se vendaba los dedos de las manos.

—¿Qué te pasó en los dedos? —le preguntó Ernie.

—Fue Venus —respondió ella. Venus era el nombre que le había puesto a su planta carnívora—. Últimamente me muerde cada vez que le doy de comer.

—Jace y ella tienen eso en común.

Ernie les contó sobre su experiencia atendiendo a las plantas de los invernaderos y les avisó que mañana pasaría el día ayudando al guardabosques de la escuela.

—Desearía poder ayudarte con todo el trabajo —dijo Hannah.

—Es injusto —comentó Susan—. Pasarás todo el mes haciendo tareas pesadas por poner en su lugar a un baboso.

—Había muchas maneras de hacerlo y elegí la peor de todas —reconoció Ernie.

—Pero también la más satisfactoria —añadió Justin, y todos comenzaron a reír.

***

La mañana del domingo, Ernie se levantó temprano para darle un baño a Jace y dirigirse a la cabaña del guardabosques. Terminó con un feo rasguño en la mejilla izquierda y sin tiempo para desayunar, ya que Filch lo había interceptado en el Gran Comedor y le gruñó que era su deber encaminarlo hasta la cabaña de Hagrid, quien resultó ser el enorme hombre que había recibido a los alumnos de primer año en el tren. Aunque Ernie no lo recordaba, Hagrid también era el mismo hombre con quien había chocado en el callejón Diagon.

—Aquí tienes a tu lacayo —le había dicho Filch a Hagrid cuando abrió la puerta de su cabaña—. Cuando termines con él, procura encaminarlo de vuelta al castillo.

—Linda mañana para ti también, Argus —respondió Hagrid mientras retenía a un enorme perro jabalinero y Filch se marchaba de vuelta al castillo.

La pequeña cabaña de madera estaba situada en el borde del bosque prohibido. Ernie se quedó contemplando la fila de árboles, tratando de divisar algo entre la negrura.

—No trabajaremos en el bosque, ¿verdad? —preguntó temeroso.

—¡Relájate, muchacho! —le respondió Hagrid, dejando que su perro saliera de la cabaña— Trabajaremos en un prado que está cerca de aquí.

Ernie soltó un suspiro de alivio y se probó un par de guantes que Hagrid le había entregado. Su trabajo consistía en transportar bloques de paja de la cabaña hasta el prado. El muchacho apenas podía con uno, mientras que el enorme hombre cargaba dos en cada mano. El perro jabalinero los siguió durante todo el camino, pero se echó a correr en el preciso momento que llegaron al prado.

—¡Fang!, ¡más te vale que no los espantes! —gritó Hagrid.

Ernie no tuvo que preguntar a quiénes se refería, ya que los reconoció de inmediato. Una pequeña tropilla de hermosos unicornios rondaba por todo el prado. Tenían un purísimo pelaje blanco, cascos de oro y el característico cuerno en la frente.

—Son preciosos —fue lo único que se le ocurrió.

—Todos actúan de la misma forma al ver a su primer unicornio. Son para la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas de cuarto año. Muchos viven en el bosque prohibido, pero algunos vienen aquí en ocasiones —explicó Hagrid—. Los necesitamos lo más dóciles posible para llevar a cuantos podamos al corral, por esa razón vamos a dejarles la paja. No te ofendas si ninguno se te quiere acercar, prefieren el contacto...

—Femenino, lo sé —terminó Ernie. La familia Macmillan tenía una relación muy cercana con los unicornios, por lo que Ernie sabía todo acerca de esas maravillosas criaturas.

Contemplar de cerca a los unicornios era una oportunidad que no todos los magos y brujas tenían, lo que hacía que transportar paja durante toda la mañana no fuera tan malo. Sorprendentemente, cuando Hagrid regresó a la cabaña por más paja, un potrillo dorado se le acercó a Ernie. Su cuerno era apenas un pequeño cono plateado. El muchacho tenía miedo de tocarlo, pero el potrillo le permitió acariciarlo durante un minuto.

Ernie jamás había experimentado una conexión tan íntima. Conectar por primera vez con una criatura mágica sería el quinto momento que jamás olvidaría en su vida.

🦝🦝🦝

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