En cuanto cruzó el pasadizo secreto, Ernie fue recibido por un numeroso grupo de Hufflepuffs. Muchas caras ansiosas lo rodeaban y le hablaban al mismo tiempo. Escuchaba decenas de preguntas, pero no encontraba las palabras para responder tan siquiera una. Si Cedric no hubiera intervenido en ese momento, se habría desmayado de lo agobiado que estaba.
—¡Apártense todos!, necesita un poco de tranquilidad —decía mientras conducía a Ernie hacia una mesa en la que se sentaban Hannah, Susan y Justin. Hannah hidrataba la planta carnívora que le había regalado la profesora Sprout con un gotero.
—¿Qué te dijeron?, ¿estás en problemas? —le preguntó la chica, dejando caer el gotero sobre la mesa.
Ernie se sentó junto a Susan sin responder. Apoyó los codos en la mesa y dejó caer la cabeza sobre sus manos. El castigo y su resfriado estaban acabando con él.
—¡No te pueden expulsar! —continuó Susan—. Crabbe es el que se merece que lo saquen del colegio. Puedo pedirle ayuda a mi tía Amelia para que use sus influencias en el ministerio, ¿te gustaría?
—No me expulsaron —respondió Ernie sin mirar a nadie—. Me dejaron ir con una advertencia y un castigo, pero creo que Snape me hará la vida imposible en Pociones.
—Yo no me preocuparía —dijo Cedric, tocándole el hombro amistosamente—. Siempre trata de repartir su odio equitativamente a estudiantes que no son de Slytherin.
Ernie no se sintió mejor. Sabía que sus compañeros no se portarían tan cordiales con él cuando se enteraran de que, por su culpa, Hufflepuff perdería treinta puntos. Levantó la cabeza cuando sintió que alguien le daba unas palmadas amigables en la nuca.
—Fue un largo día. Vamos a dormir.
Se trataba de Justin. Ernie asintió con la cabeza y se despidió de las chicas y Cedric. Un par de chicos le pidieron que les explicara lo que había pasado, pero Ernie les contestó que mañana hablarían.
Wayne no se encontraba en el cuarto, pero Zacharias sí.
—¡El Osado de Hufflepuff finalmente ha llegado! —exclamó, saltando de la cama—. No resultaste ser el niño inocente y bueno que tanto presumes, ¿verdad?
Ernie se sintió avergonzado y fue directo a su cama.
—Déjalo en paz, Zacharias —le espetó Justin—. Está enfermo y ha pasado por mucho, necesita descansar.
—Cómo quieras —respondió con fastidio antes de salir de la habitación.
Ernie levantó a Jace de su almohada y lo dejó sobre la cama para gato a un lado de la suya. Cerró las cortinas y se metió bajo las cobijas, pero dos minutos después, Justin, ya vestido con su pijama, volvió a abrirlas.
—¿Quieres hablar? —le preguntó Justin.
—No, preferiría dormir si no es mucha molestia.
—Son como las seis de la tarde.
—Pero estoy enfermo —le recordó—. Puedo dormir en cualquier momento.
—Entonces hazme espacio —dijo Justin, empujándolo hasta un extremo de la cama.
—Te vas a contagiar.
—Tengo un sistema inmunológico fuerte.
—¿Un qué? —preguntó Ernie, pero Justin ya se había acostado junto a él.
Ernie se sintió incómodo al principio, pero terminó acostumbrándose después de cinco minutos. Justin era de esas personas que dan calor cuando duermes junto a ellos, pero debido a su condición, a Ernie no le molestó.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Justin, rompiendo el silencio.
—En que la profesora McGonagall cree que soy un vándalo, mis posibilidades de agradarle al profesor Snape se extinguieron, le di una mala primera impresión a Dumbledore y mi padre va a asesinarme cuando le llegue la carta —Ernie sintió cómo su pecho se llenaba de angustia.
—¿Por qué están tan empeñado en agradarle a esas personas?
—Porque son magos fantásticos, y si ellos tienen una buena idea de mí, podría llegar muy lejos como mago —confesó Ernie, aunque no sabía a qué quería dedicarse después de acabar el colegio—. Su opinión es muy importante.
—¿Y tu padre es muy estricto?
—Claro que sí —respondió Ernie en voz baja—. Él jamás lo dirá, pero sé que piensa que no soy suficiente. Toda mi familia lo cree.
—No puede ser verdad —discrepó Justin—. Eres tan educado y disciplinado. Eres el sueño de cualquier padre.
—Pero nada a comparación de mis hermanos —Ernie sintió un nudo en su garganta, y no se debía a su resfriado—. Mi hermano Edrick, el más grande, ganó un torneo de magos que se realiza entre varias escuelas de magia. Y mi hermano Elber es un campeón de pociones y fue guardián en el equipo de Ravenclaw. Ambos fueron prefectos y se convirtieron en Aurores a temprana edad. Los tres se decepcionarán de mí en cuanto se enteren de que entré a Hufflepuff.
—¿Por qué estar en Hufflepuff debe ser una decepción?
—No lo entiendes porque nunca habías escuchado de Hogwarts antes de venir aquí. La gente espera magos que realizan grandes hazañas de Gryffindor, eruditos que cambian el mundo de Ravenclaw, incluso con la fama que tiene la casa de Slytherin, los magos que salen de ahí suelen ser muy respetados. Pero nadie le da importancia a los Hufflepuff. Nos creen débiles e inútiles.
Ernie recordó lo que le dijo el sombrero seleccionador. Que no era suficiente para ninguna casa y que Hufflepuff era la única opción.
—¿Y crees que lo que dijo la profesora Sprout era mentira? —tanteó Justin con un tono serio.
—No lo creo, pero los magos se formarán una idea de mí cada vez que escuchen que soy un Hufflepuff, y eso no me gusta.
—¿No es por eso que te comparas con Harry Potter? —sondeó Justin—. Que la gente piense y hable sobre ti sin la necesidad de demostrar nada.
—Es distinto —aclaró—. Harry derrotó al señor tenebroso siendo un bebé, y se convirtió en el jugador de Quidditch más joven desde hace un siglo. ¡Ganó su primer partido!, ¿y qué he logrado yo?
Se armó un incómodo silencio, pero Justin lo rompió a los quince segundos.
—Escapaste de un troll, defendiste a un amigo y le diste una lección a un imbécil. Considerando la atrocidad que Crabbe dijo, yo no creo que tu padre estuviera decepcionado de lo que hiciste.
Ernie se sorprendió al oír esa respuesta y enrojeció de pena. Gracias a Dios que la habitación estaba a oscuras y Justin no podía verle el rostro.
—¿Hannah te lo explicó? —le preguntó a Justin.
—Fue Susan, y me parece que eso de la pureza de la sangre es una estupidez —Justin sonaba bastante molesto.
—¿Y cómo te sientes? —dijo Ernie, volteándolo a ver a los ojos.
Justin tardó un poco en responder.
—¿Sabes que este tipo de cosas también existen en el mundo muggle? —dijo con pesadez—. No suele pasarle a gente como yo, pero ahora que lo he vivido, se siente horrible. No me imagino cómo deber ser para otras personas vivirlo a diario.
De no ser porque Justin le había pedido que fueran sinceros entre ellos, Ernie no habría seguido hablando al respecto.
—Justin tengo... —comenzó a hablar con miedo— tengo que decirte algo.
—¿Qué cosa?
—¿Recuerdas lo que te contó Zacharias sobre El-que-no-debe-ser-nombrado?, ¿qué comenzó una guerra?
—Sí, lo recuerdo —respondió Justin.
—Fuer por eso que la inició. Él odiaba a los impuros. Quería asesinarlos y crear un mundo dónde los magos y brujas reinaran —Ernie hizo una pausa—. Aún hay magos que piensan como él pensaba.
El rostro de Justin se volvió inexpresivo. Giró la cabeza y se quedó mirando al techo.
—¿Justin?, ¿te encuentras bien? —preguntó Ernie al ver que su amigo no respondía.
—Está muerto, ¿verdad? —dijo Justin después de un rato—. No volverá a pasar si él no está vivo, ¿cierto?
Ernie tardó en responder. Le dio la espalda a Justin y susurró:
—Sí, está muerto.
🦝🦝🦝
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