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Capítulo 13

El incidente del trol quedó atrás con el mes de octubre, y en su lugar, el frío de noviembre capturó la atención de los alumnos de Hogwarts. Ernie sabía que los inviernos en el castillo eran despiadados, pero una parte de él se emocionaba al pensar en ver el lugar cubierto de nieve hasta las montañas.

Sin embargo, el inicio de la temporada de Quidditch hizo que todos olvidaran el frío, incluso la profesora McGonagall mostraba ansias por el partido de Gryffindor contra Slytherin el primer sábado del mes. Este partido no solo era importante por inaugurar la copa de Quidditch, sino que también sería el debut de Harry Potter y el primer partido que presenciaría Justin en su vida.

Durante toda una semana, Justin, Wayne y Leanne no hablaron de otra cosa, pero desafortunadamente, Ernie no podría acompañar a su amigo. La mañana del sábado, Ernie se despertó con un terrible resfriado. Le dolía la garganta, no paraba de estornudar y sentía su nariz completamente congestionada.

—¿Seguro que no quieres que nos quedemos contigo? —le preguntó Justin cuando Hannah, Susan y él estaban por salir de la sala común.

Casi todos los habitantes del castillo iban a reunirse en el Campo de Quidditch, así que Ernie tendría la sala común para él solo durante un buen rato. Debido a eso, Ernie se vistió con una pantalonera y una sudadera roja, y se acurrucó en un sofá junto a la chimenea. Susan le prestó un chal azul de invierno, y debido a su lamentable estado, Ernie lo aceptó con gusto.

—No tiene caso que se pierdan el partido por mi culpa —dijo con voz ronca mientras se sonaba la nariz en un pañuelo, y con ayuda del encantamiento levitatorio, hizo que el pañuelo volara hasta el cesto de basura junto a la entrada de un túnel—. Voy a estar aquí por un rato, y después iré al Gran Comedor y a la biblioteca.

—Solo al Gran Comedor —ordenó Hannah mientras acomodaba el cojín en el que Ernie se había recostado y le medía la temperatura con una mano—. No gastes energía innecesariamente.

—Lo tendré en mente, madre —respondió Ernie.

Hannah le dio un pequeño manotazo en la frente mientras Justin y Susan se cubrían la boca para disimular la risa. Ernie se quedó cómodamente dormido por media hora, pero la irritación en la garganta logró despertarlo. Caminó hacia el baño más cercano y bebió del grifo.

No pudo regresar a dormir, así que se envolvió con el chal de Susan y subió con dificultad hasta el Gran Comedor. Se topó con el fantasma del Fraile Gordo en las escaleras, y al verlo en tan mal estado, el fantasma le aconsejó que se sentara en el Gran Comedor mientras él iba a la cocina y pedía una sopa de pollo para Ernie.

Ernie intentó rechazar con amabilidad su oferta, pero el fantasma atravesó un muro antes de que la irritada garganta le permitiera hablar. Ernie se resignó y siguió su camino hacia el Gran Comedor. Tardó unos ocho minutos en hacer todo el recorrido, pero cuando finalmente llegó a la mesa de Hufflepuff, una humeante sopa, media barra de pan y una taza de té de limón lo esperaban sobre la mesa.

Ernie sintió un subidón de energía. Comenzó a comer con entusiasmo, y poco después, vio al Fraile Gordo sobrevolando la mesa de Hufflepuff.

—¡Muchas gracias, Fraile! —exclamó Ernie lo más alto que pudo.

—Los vivos subestiman lo que una buena comida puede hacerle al alma —dijo antes de desaparecer por el suelo.

Los platos desaparecieron en el preciso instante que terminó de comer. Se sintió mejor gracias a la sopa y al té, por lo que decidió ignorar las instrucciones de Hannah y se dirigió a la biblioteca. No tenía deberes pendientes, pero si no se ocupaba en algo, iba a desesperarse.

Al parecer, la señora Pince, la bibliotecaria, había decidido faltar al partido y quedarse a desempolvar los libros. Su delgada figura se hallaba trepada en una escalera, aferrando un plumero en la mano izquierda y sujetando un enorme ejemplar en la otra.

—Buenos días, señorita Pince —dijo Ernie al entrar a la sala.

—¿Qué estás haciendo aquí? —espeta la bibliotecaria—. ¿Por qué no estás en el partido con los demás?

—Esta mañana desperté con un terrible resfriado, y he decidido quedarme en el castillo, pero me gustaría pasar el tiempo leyendo, si no es mucho pedir —explicó con voz ronca, temiendo que la bibliotecaria le negara la entrada por su padecimiento.

—Solamente evita estornudar sobre los libros y las mesas —dice severamente, y regresa a limpiar los estantes—. Haces bien en ocupar tu tiempo libre con los libros, en lugar de desperdiciarlo viendo a un montón de fortachones volando en escobas y arrojándose objetos.

Ernie le agradeció y se retiró a la mesa más lejana posible. Eligió un libro de pociones y otro de encantamientos. Tal vez le iría mejor en la clase del profesor Snape si memorizaba los ingredientes de la poción del olvido, y después de lo ocurrido con el trol, pensó que sería bastante útil conocer algunos hechizos de reserva para situaciones de emergencia.

Como Ernie era de primer año, no tenía permitido acceder a los libros de grados superiores que contenían hechizos de defensa y poderosas maldiciones. Sin embargo, encontró un encantamiento que hacía que los dientes de una persona crecieran de manera descomunal. A Ernie le pareció gracioso y comenzó a leerlo varias veces para memorizarlo.

No se fijó en el transcurso del tiempo, pero se marchó de la biblioteca cuando empezó a escuchar voces y pasos por los pasillos. Por una de las ventanas, logró divisar a Justin, Hannah y Susan caminando por los campos de entrenamiento.

Ernie se dirigió a la salida lo más rápido que pudo, y logró alcanzar a sus amigos en el patio.

—¿Qué estás haciendo fuera de la sala común? —le preguntó Hannah con cara de enojo.

—No podía permanecer en ese sitio durante todo el día.

—Con el frío que hace, tu resfriado empeorará —dijo Hannah mientras le acomodaba el chal de Susan.

Los gemelos Weasley pasaron a su lado, cargando sus escobas y usando el uniforme de Quidditch, y rieron al ver el comportamiento de Hannah.

—Me recuerda a mamá —le susurró Fred Weasley a su hermano.

Se separó de Hannah y trató de cambiar la conversación.

—¿Cómo estuvo el partido? —indagó Ernie.

—Fue fantástico —exclamó Ernie—. Los de Gryffindor jugaron estupendamente, pero los de Slytherin también dieron una gran batalla. Al final, Harry Potter logró atrapar la Snitch dorada y le dio la victoria a su equipo.

—La atrapó con la boca —añadió Susan, haciendo una mueca de asco—. Pero no le quita mérito a su victoria.

Los cuatro empezaron a reír y siguieron a los gemelos Weasley hacia el interior del castillo.

—De verdad, eso fue lo más increíble que he visto en toda mi vida —exclamó Justin cuando entraron al castillo.

Rodearon los enormes cuerpos de Crabbe y Goyle, ambos de Slytherin, pero Susan y Ernie alcanzaron a oír que uno de ellos susurraba:

—La gente como él se sorprende por todo.

Ambos se dieron media vuelta y los confrontaron.

—Disculpa compañero, ¿a qué te referías con gente como él? —preguntó Ernie, tratando de no sonar tan acatarrado.

Poco después, Hannah y Justin se unieron a la conversación.

—¿Qué está pasando? —preguntó Justin.

—Nuestros compañeros de Slytherin tenían una conversación muy interesante sobre ti —explicó Susan, cruzándose de brazos.

Un pequeño grupo de gente se comenzó a formar alrededor de ellos.

—¡Mira esto, Goyle! —habló Crabbe—. Sabía que los Hufflepuff eran unos inútiles seguidores, pero no sabía que también eran fieros defensores de los sangre sucia.

Todo pasó muy rápido. Horrorizadas, Hannah se llevó las manos a la boca, y Susan retrocedió. Justin desconocía lo que estaba pasando. Pero Ernie actuó por instinto.

Controlado por la furia, Ernie sacó su varita de la bolsa de la sudadera y la apuntó hacia Crabbe.

—¡Densaugeo! —gritó, y un chorro de luz salió disparado de la punta de su varita. El encantamiento le dio a Crabbe en la cara, y casi al instante, sus dientes incisivos comenzaron a crecer descontroladamente. Se veían grotescos, sucios y amarillos.

Crabbe comenzó a gritar y a retorcerse, y su compañero Goyle lo miraba incrédulo. La gente a su alrededor empezó a reírse, los gemelos Weasley eran los que reían con más fuerza, pero las risas no duraron mucho ya que se empezaron a escuchar unos fuertes pasos, seguidos por un severo reclamo.

—¡¿Qué sucede aquí?!, ¡¿Por qué tanto alboroto?!

Era la profesora McGonagall.

Cuando la profesora descubrió a Crabbe con sus enormes dientes, y vio a Ernie sosteniendo en alto su varita, el muchacho supo que el resfriado no sería lo peor que experimentaría ese día.

🦝🦝🦝

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