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45. ¡Es culpa mía!

¡Joder, Nelson!

Pobrecito mío. No me puedo creer que le hayan pegado entre cinco tíos solo para robarle. ¡El mundo está loco!

Vale, sé que no puedo ponerme en situación. Sé que yo nunca he vivido ese tipo de pobreza, y que por ello no puedo ponerme en la piel desesperada de alguien con las necesidades básicas como el hambre o el poder dormir bajo un techo. Pero ¿hasta ese punto se puede llegar? ¿Hasta el punto de apalear a alguien hasta casi matarlo, solo por lo que pueda tener en la cartera?

Me cuesta creerlo. Me cuesta hacerlo porque, si es así, significa que la humanidad está tocando fondo de tal manera que jamás encontrará el punto de retorno.

Siento la mano de Byron apretándome el muslo con cariño. Sé que intenta animarme, que quiere aliviar el mal sabor de boca que se me ha quedado desde que he oído los gritos de Vicky, desesperada, anunciando que Nelson estaba ingresado en el hospital Ronald Reagan.

No he llegado a entender muy bien la razón por la que parecía estar culpando a Byron por lo sucedido, pero imagino que la desesperación de ver así a su hermano, la ha llevado encabronarse con el mundo en general.

— Tranquila, morenita — murmura, intentando consolarme. — Jay dice que no hay de qué preocuparse. Son solo los golpes.

Lo miro un segundo y fuerzo una sonrisa, aunque éste no me la devuelve. Más bien, me mira como si le desconcertara verme así, cabizbaja.

Estiro el brazo hacia la consola del coche y enciendo la calefacción. Solo estamos a primeros de otoño y la temperatura no es mala, lo sé, pero me siento muy destemplada. Es como si lo que le pudiera suceder a Nelson me hiciera perder calor y fuerza.

Me abrazo a mí misma en busca del consuelo que ahora mismo no puede darme Byron mientras conduce hacia el hospital.

— ¿Tanto te afecta? — Intenta disimularlo, pero percibo el reproche en su pregunta.

Le lanzo una mirada curiosa, una que pretende entender qué es lo que le molesta realmente. Pero no logro encontrar respuesta cuando él gira la cara para centrarse en la carretera.

¿Le molesta que me preocupe por Nelson? ¿Por qué?

Byron se aclara la garganta, incómodo por mi silencio. Percibo que aprieta las manos sobre el volante hasta que los nudillos se le tornan blancos. Esa reacción me lleva a darme cuenta de que ha malinterpretado mi silencio.

Ains... Mi chico... Está celoso.

— By... — Intento explicarme, pero me detiene cuando niega con la cabeza y hace un mohín de puro pesar.

— No te preocupes, nena. Es solo que no sabía que fuese tan importante para ti. — No puedo quitarle la vista de encima. Lo veo así, tan vulnerable ante la respuesta que no le he dado, pero que él intenta asumir con tanta entereza...

— No es eso. No tienes necesidad de estar celoso.

— Yo no... — pretende defenderse, pero mi sonrisa arrogante le advierte de que mentirme no es buena idea. Mi perfecto hombre niega con la cabeza, rendido y vencido. Resopla como un caballo y desvía de nuevo la vista a la carretera. — Es solo que a veces pienso que él es todo lo bueno que a ti te gustaría tener. Es todo lo contrario a mí — confiesa

Me atraganto con mi propia saliva. ¿Que qué? No me lo puedo creer. ¿Byron piensa que Nelson es mejor que él para mí?

— Byron, Nelson es solo un amigo — alargo el brazo y bajo el volumen de la música hasta que no es más que un suave murmullo a nuestro alrededor. Byron frunce el ceño, perdido, y después me mira a la espera de que me explique. Respiro hondo y me armo de valor. Necesito que entienda la razón por la que me afecta tanto lo de Nelson, y que no hay motivo para que sienta celos. — Él ha estado ahí desde que llegué aquí, By. A su manera, claro está, pero ahí ha estado. Fue el primero en intentar acercarse a mí en aquella fiesta; me invitó al partido al que ni Allan, ni Jay, ni tú, tuvisteis la decencia de invitarme; me consiguió un trabajo, Byron. Y ¿qué hice yo? Enfadarme con él por dejarte robar mi cesta. Él solo ha intentado ser mi amigo, nunca a pretendido nada más, y la última vez que hablé con él fue para decirle de todo menos guapo.

Me siento muy culpable, mezquina. Ni siquiera le di la oportunidad de explicarse y, ahora, el hecho de haber expresado lo que siento en voz alta, no hace sino hundirme más en la miseria. Soy mala persona. Una mala amiga.

Entrelazo los dedos sobre mi regazo, nerviosa ante la idea que pueda estar haciéndose Byron por lo mala que he sido con Nelson. Aunque él no ha sido mejor que yo, vaya. Él lo tenía amenazado con echarle del equipo si se acercaba a mí. Ahora entiendo que fue por culpa de sus celos, porque lo ve mejor hombre para mí que lo que se considera él. Pero, ¿eso excusa su comportamiento? No. No lo creo. Sin embargo, malo o bueno, Byron tenía un motivo medianamente decente para hacer lo que hizo. Yo, por el contrario, ni siquiera tenía un motivo para no dejarle hablar y excusarse.

Byron suspira a mi lado, desliza la mano hacia mi barbilla y me obliga a mirarlo justo cuando se detiene en un semáforo en rojo.

Sus ojos azul zafiro desprenden un aire de culpa y remordimiento que no termino de entender. ¿Se siente culpable por su actitud, o es la culpa de haberse enamorado de un mal bicho como yo?

No sé si quiero saber la respuesta a esa pregunta.

Sacudo la cabeza para intentar librarme de la intensidad de su mirada, pero no me lo permite.

— Nena, tú no tienes la culpa. Fui un capullo con él. Siempre he sabido que Nelson no intentaría nada contigo, eres demasiado para alguien tan tranquilo e inocente como él. Y, aún así, lo alejé de ti todo cuanto pude. — Byron cierra los ojos y suspira con pesar. — El que no tiene perdón soy yo, morenita. Tú solo actuaste por impulso. Si yo no hubiese quitado tu cesta...

— Chss, oye... — Enredo mi mano con la suya, en un gesto de consuelo. No puedo permitir que mi chico se culpe por todo. No, cuando la carga de la culpa por haber sido tan bruta con Nelson es algo que solo yo puedo llevar. Deslizo los dedos por su muñeca y le hago girar la mano, dándole un beso en la palma. Su mirada se enternece, y esa calidez me lleva a pensar en algo que hace demasiado tiempo debería de haber jurado a los cuatro vientos. Algo que, de haber sabido la verdad desde el principio, sin mentiras de por medio, nos hubiera ahorrado muchos problemas. — Solo tú y yo, ¿vale? No más celos ni amenazas innecesarias — sonrío, intentado que entienda lo que pretendo que prometa conmigo. Byron me devuelve el gesto.

— No más celos — promete. Aprovecha que tiene mi barbilla entre sus dedos y tira de mí para darme un beso. Pero giro la cara en respuesta, negándome.

— Byron — advierto.

— Está bien — suspira. — Nada de amenazas innecesarias.

Soy consciente del tono que emplea al decir innecesarias, estoy casi segura de que no tiene el mismo concepto que yo. Pero, antes de que pueda decir nada al respecto, mi perfecto hombre se lanza a mi boca, haciéndome olvidar hasta cómo narices se respira.

En cuanto salimos del coche y enfilamos el aparcamiento hacia las puertas del hospital del campus, Byron entrelaza sus dedos con los míos. Lo miro con auténtica admiración, embobada.

Para lo que muchos podría ser un gesto simple, para mí es mucho más que eso. Es más que un gesto de apoyo, es de unión, de complicidad. Por más que hayamos fingido ser pareja durante todos estos días atrás, nunca habíamos llegado a hacer algo tan simple, pero significativo como esto.

No me suelta ni siquiera cuando nos paramos frente al mostrador y la enfermera nos indica la habitación en la que se encuentra Nelson.

— ¿Nerviosa? — pregunta mientras tira de mí hacia su cuerpo. Me pega contra su pecho, envolviéndome con su brazo sin soltarme la mano.

— Un poco — admito, intimidada por la imagen que pueda encontrarme de Nelson.

Byron me planta un beso en la coronilla y me susurra al oído:

— No es un peluche, nena. Sabe defenderse.

Fuerzo una sonrisa y le miro agradecida. Me encanta que intente animarme, que quiera quitarle peso al momento solo para que yo no me sienta tan culpable, a pesar de los celos que sé que él siente.

Enfilamos el pasillo así, unidos como uno solo. Con su brazo rodeando mis hombros y aferrándose a mi mano con cariño, mientras que me pego a su torso en busca de ese aroma tan distinguidamente suyo, y que tan bien me hace sentir.

Para mi desgracia, toda la nube de tranquilidad y seguridad que me aporta estar junto a Byron, se revienta cual pompa de jabón en cuanto Vicky, desde la otra punto del pasillo, se aparta bruscamente de los protectores brazos de Jay y viene directa hacia nosotros nada más vernos.

Su mirada rasgada es la viva imagen del odio, de la angustia, y de la rabia. Todo acumulado en un mismo frasco de metro setenta, a punto de reventar.

No sé cuánto tiempo lleva en el hospital, nosotros hemos venido en cuanto mi tía ha llegado a casa y se ha quedado con Abby. Pero Vicky, quien imagino que habrá sido la primera en enterarse sobre lo de su hermano, parece llevar aquí encerrada y desesperada, semanas. Su perfecta cola de caballo está semi deshecha; se le han escapado varios mechones y se le han pegado al rímel corrido por las lágrimas. Sus ojos están rojos, hinchados de tanto llorar.

— ¡Tú! — ladra, señalándome con un dedo acusador.

— Vicky, calla. — Jay le sigue el paso, intentado detenerla sin llamar mucho la atención.

— ¡Cállate tú! — brama en respuesta. Se acerca a un ritmo rápido; con pasos tan firmes y decididos, que incluso a Jay le cuesta alcanzarla. Viene hacia nosotros como si quisiera arroyarme sin piedad.

— ¡Esto es culpa tuya, zorra!

¿Qué?

Byron tira de mí hacia atrás, colocándose justo entre ambas cuando ella se lanza sobre mí y grita:

— Te mataré, perra — chilla rabiosa. Lanza manotazos al pecho de Byron, mientras él y Jay intentan detenerla sin hacerle daño.

— ¡Me cago en la puta, Vicky!

— Qué... Vicky, yo no... — intento hablar, intento comprender su reacción, pero está tan histérica que se me hace imposible encontrar el valor para salir de la seguridad que me proporciona la espalda de Byron y encararla.

Está fuera de sí.

— Para. Ya hemos hablado de esto, joder — bufa Jay, consiguiendo agarrar a su novia y separándola de Byron y de mí. — Lo siento Amber. No le hagas caso.

— ¡¿Cómo?! Claro que tiene que hacerme caso. ¡Todo esto es culpa suya! — chilla, revolviéndose como una culebra para volver a la carga.

— Ciérrale la boca o se la cierro yo, Jay — advierte Byron.

¿Qué coño ha sido esto? ¿De qué me culpa? Primero la oigo gritarle a Byron por teléfono, y ahora a mí. ¿De qué coño va esta mujer?

Siento el brazo protector de Byron rodeándome de nuevo. En algún momento en el que mis ojos admiraban con terror y desconcierto la escena que tengo delante, Byron se ha dado la vuelta y ahora me arropa contra su pecho.

— No es culpa tuya, morenita. No le hagas caso — me arrulla.

— ¡Ja! Así está ella; creyéndose la reina mimada. ¡Esto es culpa tuya! Todos estábamos bien hasta que llegaste tú a revolverlo todo. Te crees la dueña y señora de todo, ¿no? — Jay intenta sostenerla con una mano y taparle la boca con la otra. Pero ella grita y se escurre, hablando y refiriéndose a Byron y Jay — Crees que estos imbéciles están aquí a tu entera disposición. Si la nena llora, ellos van; si la nena tiene problemas, allá van como cabrones. La putada es que por cuidarte a ti, nos están descuidando al resto.

Sus palabras me atraviesan como puñales impregnados en ponzoña. No entiendo cómo puede culparme de que Byron o Jay no estuviesen con Nelson para protegerlo de aquella paliza. Hasta donde yo sé, si la paliza se la dieron esa misma mañana yendo al campus, yo ni siquiera estaba con ellos. Yo también he ido sola al campus, así que esa paliza la podría haber recibido yo, y no por ello culparía a nadie.

Esta mujer está loca, y si no hubiese dicho nada parecido a la reina mimada, no me hubiera confesado a los cuatro vientos que lo que siente son celos. Puros y duros celos. Pero, ¿por qué? ¿De qué?

No me cabe en la cabeza que pretenda culparme por lo de Nelson. Es una desgracia, sí, pero no es mi culpa. Esta mujer está tan chiflada que pretende hacerme creer que todo lo malo lo causo yo. Que no le caigo bien no es un secreto, pues ya me lo dejó bien claro el mismo día que la conocí. Pero de ahí, a que se invente este tipo de artimañas para herirme...

«No. No guapa, no.»

Empujo suavemente a Byron, haciéndome un hueco entre él y la loca que me acusa sin piedad y a grito pelado.

— ¿Qué puto problemas tienes conmigo? ¡¿Eh?! — ladro. — Yo no he hecho nada. Ni siquiera estaba con ellos cuando le han atracado a Nelson. ¡No me acuses sin motivo!

— ¿Atraco? — grita con incredulidad histerica, revolviéndose para huir de Jay con más violencia que antes. Cuando entiende que Jay no piensa soltarla, se resigna y de deja luchar contra él. Ah, pero nada le impide escupir veneno en todas direcciones, sobre todo mientras le lanza a Byron una mirada que bien podría haberlo matado. — ¿Eso le has contado, imbécil? ¡¿No le has dicho nada de la banda?!

Espera, ¿qué? Una... una...

— Cierra esa bocaza, Vicky — advierte Byron, con falsa calma. — Amber no tiene nada que ver con eso.

— ¿Ba-banda? — balbuceo, incrédula ante la conjetura a la que está llegando mi mente.

No puede ser. No puede ser que, para una vez que tengo un problema con un jodido pandillero del tres al cuarto, éste haya arremetido contra alguien de mi entorno. Es... es... ¡Mierda!

Byron se tensa a mi alrededor, abrazándome contra su costado y protegiéndome con su presencia. Agradezco que sus brazos me sostengan, porque la culpa acaba de atravesar mis costillas y fustigarme con su filo.

¡Es culpa mía!

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