43. ¿Pequeñin? +18+
La boca de Byron me devora ávida de deseo, lo que provoca que la mía se vea obligada a seguirle el ritmo en una sublime danza.
Han sido tantos, tantísimos los años que ambos nos hemos estado alejando el uno del otro... Ahora parece irreal que todas las cartas que tanto tiempo me ha costado desentrañar, estén sobre la mesa.
Nunca he dudado de mi amor por él. Lo amo, siempre lo he hecho. Y aunque he pasado buena parte de mi vida intentado reprimir ese sentimiento, ahora ya no lo oculto, sino que permito que lo sienta, que lo perciba en cada lánguida caricia de mi lengua con la suya, en cada gemido de desesperación que mana desde el fondo de mi garganta y se ahoga en sus húmedos labios.
Lo tengo, ahora sé que lo tengo. Siempre ha sido mío y yo siempre he sido suya.
He esperado mucho tiempo por esto, porque todas aquellas fantasías infantiles con las que había soñado desde niña, se volvieran realidad.
Enredo los dedos en su pelo y me deleito con los gemidos roncos y profundos que salen desde el fondo de su pecho, diciéndome lo satisfecho que se siente con lo que está sucediendo.
Sus manos fuertes y suaves descienden desde mis caderas hasta mi trasero, apretándolo a la par que me pega a la creciente erección que se ha formado detrás de la tela de sus vaqueros. Me cuesta creer que sea yo quien le provoca de ese modo tan animal, pero me excita saberlo; hace que me sienta valiente y fuerte, dispuesta a llevar hasta el final
Ha llegado nuestro momento.
Profundizo más el beso y rodeo su cuello con uno de mis brazos, haciendo que se incline en mi dirección, factor que aprovecho para impulsarme y enredar las piernas en sus caderas.
Byron me alza un poco más, sosteniéndome el trasero con una de sus manos mientras que la otra viaja a mi mejilla, ahuecándola.
- Amber - suspira, sorprendido por mi arrebato. Sus pupilas están tan dilatadas que apenas se distinguen el azul de sus ojos.
Su pecho se mueve con frenesí contra el mío y sus labios, suaves e hinchados me tientan a besarlo. La sangre en mis venas se siente cálida, fluyendo con violencia, hasta alcanzar mis mejillas, que siento ardiendo.
En estos momentos debo ser lo más parecido a un tomate.
Sin previo aviso, atrapo su labio inferior entre los dientes, sin apartar mi mirada de la suya, provocándole. La excitación que domina mi cuerpo provoca que mis caderas comiencen a menearse contra su entrepierna buscando esa deliciosa fricción.
Byron me sostiene la mirada con desafío, hasta que tomo su mandíbula entre el arco de mi mano y vuelvo a hundir la lengua en su boca.
Necesito hacerlo. Necesito tenerlo. ¡Ya!
- Morenita... - gruñe sobre mis labios - como no pares, no pienso hacerme responsable de lo que suceda - suspira con la voz ronca por el deseo.
- Pues no lo hagas - murmuro, adoptando mi tono más sensual.
Siempre he sido lanzada, sin un pelo en la lengua, pero cuando se trata de él, me siento tímida e ingenua, como si no supiera cómo actuar.
Intento besarlo de nuevo, pero Byron retira el rostro hacia atrás con una velocidad pasmosa. Un gemido de frustración escapa de mis labios al observar esa mirada intensa y llena de oscuras promesas lascivas, pero también puedo percibir la indecisión y perturbación.
Atrapa su labio inferior entre los dientes y me escruta con incertidumbre.
- Estás... ¿Estás segura?- me pregunta con suavidad.
Asiento con la cabeza sin ni siquiera dudarlo. No obstante, me siento tímida al sentir el dilema que se despierta en el interior de esos ojos tan preciosos, como intensos.
Byron se queda en silencio, observándome como si estuviese librando una batalla campal a través de su mirada: Su parte racional, la que teme lastimarme, y la oscura y salvaje, la que me desea rayando la desesperación.
¿En qué pensará? Quizá no esté seguro de dar este paso. ¿Mi inexperiencia lo repele?
Mierda. Seguro que he ido demasiado rápido. Acaba de confesármelo todo, acaba de abrirme su corazón, su mente y su alma. Y a mí lo único que se me ocurre es agazaparme como una adolescente hormonada, incluso puede que mi reacción lo haya asustado.
Lo lógico sería esperar un tiempo, como las parejas normales, ¿no?
Me muerdo el labio inferior con nerviosismo y desvío la mirada hacia su pecho.
«¡Qué vergüenza!»
- Si ves que no es el momen...
- Chss, chss, chss - me chista con expresión dulce a la par que pensativa, pegándose a mi boca. Me lamo el labio inferior, despacio, con nerviosismo al sentir su aliento cálido contra mi boca -. Sólo estaba pensando en cómo hacerlo bien: no quiero hacerte daño - confiesa, y la ternura que desprende en su voz me da la fuerza suficiente para tomar la iniciativa.
Con suavidad, acaricio mi nariz con la suya, tanteando, absorbiendo cada suspiro de anhelo que escapa de sus sonrosados labios. Los rozo y permito que su húmeda lengua se cuele entre los míos.
Explora cada recoveco de mi boca, esa que durante tantos años he deseado que probase. Entrelazo los dedos sobre su cabeza y agarro todos los mechones que puedo entre ellos, tirando con necesidad.
Byron suelta un improperio, pero no puedo entender lo que dice porque, a la vez que sus manos me aprietan el trasero con fulgor, gruñe y gime al mismo tiempo.
Apoyo mi frente contra la suya y cierro los ojos para recuperarme de todas las sensaciones nuevas y excitantes que abruman mi cuerpo.
Una parte de mí está asustada, temerosa ante el momento que se abre a mis pies. Mentiría sino dijera que no escuché a mis amigas hablar sobre su primera vez. Y todas coincidían en una cosa: perder la virginidad duele.
Alzo la cabeza cuando Byron me toma el mentón entre el índice y el pulgar, mirándome con cariño.
- ¿Estás bien?
- Es imposible que no duela perder la virginidad, Byron. Hazlo. Hazlo y punto - sentencio.
Sin darle tiempo a responder, le beso hasta que se pierde por completo en mí. Lo sé por cómo aumenta la dureza de su miembro contra mi entrepierna.
Le rodeo el cuello con ambos brazos cuando percibo como me lleva consigo hasta llegar a la cama. Hinca una rodilla en el borde y me posa con suavidad, sin romper el contacto de nuestras bocas. Con una mano sostiene su peso, mientras que la otra resbala por mi muslo descubierto, haciendo que dulces descargas de placer se extiendan por mi piel.
Sus labios descienden por mi mandíbula, hasta llegar a mi cuello. Ladeo la cabeza para darle mejor acceso y cierro los ojos para saborear con más plenitud las sensaciones que me dominan. Suspiro de placer al sentir la humedad de su lengua en mi piel extremadamente caliente, succionando y chupando. La palma de su mano desciende hasta mi cintura y sus dedos, hábiles y traviesos, deshacen el recorrido mientras se cuelan bajo mi camiseta, acariciando mi piel, estremeciendo cada centímetro que somete a su tacto.
Se sostiene en las rodillas cuando sus dedos toman el dobladillo de mi camiseta y me sostengo en las lumbares mientras me la quita por la cabeza con cuidado, y la lanza por encima de su hombro.
El vello de todo el cuerpo se me eriza al contemplar su mirada depredadora recorrer mi cuerpo semi desnudo con lascivia y deseo, como si fuera algo que se escapa a su compresión.
Una corriente de placer se extiende por mi vientre hasta alcanzar la humedad que se ha formado entre mis muslos.
Aún no me he acostumbrado al modo que tiene de mirarme, como si fuera la cosa más preciada que han admirado sus ojos, y eso me hace sentir segura de mi propio atractivo.
Sus manos siguen el curso de un lento y sensual masaje sobre mi cuerpo, desde mis muslos, deteniéndose en mi vientre, hasta que llega a mis pechos, donde su mano grande amasa mi pecho por encima del sujetador.
Sonríe de manera perversa cuando me respingo al sentir su índice acariciar con suavidad mi pezón erecto por encima de la tela.
- Son tan perfectos - murmura con fascinación.
- Mmm - gimo en respuesta.
Los labios de Byron descienden por mi barbilla, mi cuello, mi clavícula, deteniéndose a saborear, lamer y morder mis pechos por encima de las copas del sujetador.
- No te imaginas cuántas veces he fantaseado con hacerte el amor, morenita - farfulla con esa voz jodidamente sexy.
La idea de sentirlo dentro de mí me enloquece; sus caderas golpeando las mías; sus labios recorriendo mi cuerpo, sus caricias; sus gemidos del placer que mi cuerpo puede llegar a brindarle...
Arqueo la espalda sin poder evitarlo a la vez que exhalo un gemido. Incluso a mí me sobra esa tela de encaje que separa mis pezones erectos de la cárcel de su lengua húmeda.
Y Byron parece captarlo cuando mis uñas se clavan en su espalda tatuada, ganándome un gruñido de dolor y placer.
Mientras me acaricia con una mano, desliza la otra detrás de mi espalda. Con dedos expertos, se deshace de los corchetes del sujetador. En cuanto mis pechos quedan expuestos, erguidos y firmes, un gruñido ronco y gutural mana del fondo de su garganta.
Dominado por sus instintos más primarios, alza la mirada, persiguiendo la mía, nublada por el aturdimiento. Mis dedos se enredan en su pelo cuando atrapa uno de mis pezones entre sus suaves labios, su lengua experimentada lame en círculos lentos, provocando que más gemidos desesperados escapen de mis labios mientras me vuelvo loca.
Estos se yerguen, duros como guijarros cuando su mano libre estimula mi otra teta, atrapando el pezón entre el índice y el pulgar, que retuerce de manera dolorosamente placentera.
Yo gimo en respuesta, disfrutando de las suaves descargas que me atraviesan desde la punta de los dedos de los pies, hasta las raíces de mi pelo, desembocando en mi sexo, húmedo y sobrexcitado.
Me planteo seriamente la posibilidad de poder correrme así, y, para la buena verdad, lo veo muy probable.
Su boca no me da tregua, sus manos me vuelven loca, sumiendo mi mente en una nube de pasión y éxtasis que me nublan el juicio. Mi cuerpo parece saber cómo reaccionar, moverse, gemir y suspirar; no necesita mis órdenes para saber cómo y cuándo arquearse.
Me dejo hacer sin miedo, sabiendo que por fin estoy con el hombre que siempre he querido a mi lado.
Mis manos viajan hacia su espalda y lo acaricio con suavidad, cariño y vehemencia, memorizando cada pliegue de esta, deleitándome con la firmeza de sus músculos tensos.
Byron desciende poco a poco, dejando un reguero de besos húmedos por mis pechos desembocando en mi vientre, que se estremece por el contacto. Desliza la lengua por el contorno de mi ombligo, rodeándolo y haciendo suaves círculos sobre él. Me remuevo inquieta, nerviosa.
Me obligo a mirar al techo y tomar una profunda bocanada cuando siento su mirada intensa sobre mí.
¿Va a hacer lo que yo creo que va a hacer?
Dios mío...
La anticipación me consume y me hace abrir las piernas en toda su extensión, doblando las rodillas en un ángulo de noventa grados, invitándole a encajar su cuerpo entre mis muslos con más comodidad.
Me muero por sentir sus labios en esa zona que está ya más que preparada para él.
- Tranquila, morenita - sonríe sobre mi ombligo y me regala una sonrisa socarrona.
Desliza la lengua suavemente hasta la cinturilla de mi pantalón, y cuando creo que ya no puedo aguantar más las ganas de agarrarlo por el pelo y empujarlo hasta donde mi cuerpo más lo necesita, Byron parece leerme el pensamiento y me ahorra ser tan brusca.
Se incorpora en la cama de rodillas y desabrocha el único botón de mis vaqueros, cuela los pulgares en la cinturilla y tira de ellos cuando alzo las caderas del colchón para facilitarle el trabajo. Me los quita, dejándome tan sólo con unas bragas de encaje negro.
Mis mejillas, al igual que mi cuerpo arde, del mismo modo agónico en el que mi sexo palpita dolorido por la necesidad.
Byron se pasa una mano por el pelo y se lo retira hacia atrás mientras su mirada recae sobre mi intimidad con cierta incredulidad en su expresión.
- Byron - gimoteo, reclamando su atención.
- Chss... Tranquila, morenita. Sólo quiero admirarte - me calma. Cierro los ojos y hago lo posible por mantener un poco la compostura. Intento tomar aire por la nariz y expulsarlo por la boca.
Si por mí fuera, me ensartaría en él aunque me doliese como el infierno. El deseo que siento hacia este hombre me consume, me domina y me enloquece. Me hace querer cosas en las que no había pensado con anterioridad.
Provoca que mis instintos más animales y viscerales se apoderen de mí, haciendo que sólo quiera sucumbir a sus encantos; a su mirada azul como un día nublado de verano; sentir lo que es que el amor de mi vida desde que tengo uso de razón cumpla uno de mis deseos más salvajes.
A pesar de estar terriblemente expuesta, por alguna razón que desconozco, me siento a gusto.
Valiente y decidida.
Segundos después, también se deshace de mis bragas.
Byron se pasa la mano por boca con expresión de circunstancia y su pecho se hincha al tomar una profunda bocanada de aire.
- La madre que... ¿Me quieres matar, mujer?- gruñe, lanzando mis bragas al suelo.
Abro los ojos de golpe y lo busco con la mirada, desorientada al encontrarme con un Byron de lo más oscuro y excitado a la par que perplejo.
Su reacción me azota con una serpenteante descarga en mi humedad, como un volteo recorriéndome de lado a lado. Algo me indica que el hecho de no ver ni un solo pelo sobre mi intimidad lo vuelve loco.
Mi silencio hace que desvíe la mirada hacia mi rostro, y cuando lo hace, me descubro negando inocentemente con la cabeza y mostrando una sonrisa pícara que desconocía en mí misma.
Él me hace sentir inhibida como jamás lo había estado.
Byron suspira, tenso y se muerde el labio inferior con dureza. En un gesto rápido, se deshace de su camiseta por la cabeza y la deja caer en el suelo.
Nunca he sido de las chicas atrevidas y con una autoestima que raya el egocentrismo de Paris Hilton, pero tener a este increíble hombre adorándome con la mirada, grabándose cada parte de mi anatomía en su retina como si fuera una obra de arte de edición limitada, me hace sentir poderosa y única.
Me muerdo el labio inferior con coquetería, con la cabeza ladeada sobre las almohadas. En un arranque de osadía, con un movimiento rápido, enredo mi larga pierna en su cadera y lo empujo hacia mí, aunque no consigo moverlo ni un centímetro.
Me mira por encima de las pestañas con una expresión indescifrable, pero oscura y excitante.
- No hagas eso, morenita. Estoy intentado ir despacio - advierte.
¿Despacio? Y una mierda. Yo no quiero que vaya despacio.
- ¿El qué? - Parpadeo cual mariposilla, revoloteando mis largas pestañas. Vuelvo a plasmar esa recién descubierta sonrisa que parece volverlo loco.
Una sonrisa lobuna se dibuja en su cara perfecta.
- Mierda puta. Tú lo has querido.
Y así, sin más dilación, sus fuertes manos aferran mis muslos y los separa con suavidad. Exclamo un chillido de sorpresa y me río entre dientes al discernir ese tonito suyo autoritario.
Byron es dominante. Estoy segura.
Encaja los hombros entre mis piernas, haciendo que estas queden sobre su espalda, impidiéndome cerrarlas. Gimo con anticipación cuando su cálido aliento golpea mi piel empapada ya en sudor.
Contengo un gemido cuando deposita un suave beso en mi monte de Venus, haciendo que me revuelva y entreabra los labios por la intensa sensación de sentir su tacto en esa zona tan sensible y delicada. Byron responde con una risita opacada en mi piel ante mi reacción, con lo que se gana un tirón de pelo por mi parte.
El muy cabrón siempre encuentra alguna excusa para reírse a mí costa.
Aprieto las sabanas entre mis dedos cuando siento su lengua lamer de abajo hacia arriba mi humedad, una y otra vez, tanteando el terreno, sin prisa, hundiendo la lengua entre mi hendidura mientras roza mi clítoris con la punta de la nariz.
Un ronroneo gutural me aclara que él está disfrutando tanto como yo.
- Joder.... vas a matarme - gruño al sentir como los dedos de los pies se me encogen de placer en estado puro.
-Sabes a gloria, joder - sisea mientras aprieta mis caderas para detener mis movimientos frenéticos.
No es la primera vez que alguien me regala estas caricias, pero desde luego que sí es la primera vez que disfruto de ellas con alguien a quien me une algo más que una mera atracción física. Y es muy distinto, vaya que si lo es.
Es intenso. Perfecto.
La lengua de Byron cambia su dulce vaivén y se cuela entre mis pliegues, para volver a salir. Rodea mi clítoris con su lengua rebelde y experta y succiona con los labios, haciéndome gemir hasta el punto de tener que morderme la palma de la mano para mitigar mis violentos gemidos y explotar ahí mismo.
Enredo la otra mano directamente en su pelo, pegándolo a mí, a esa zona que lo reclama.
- Haré todo lo que pueda para que te duela lo menos posible, amor - me promete.
¡Dios! ¿Amor? ¿Me ha llamado amor?
Mi corazón da una maldita voltereta mortal en mi pecho y las mariposas de mi estómago despegan como rayos. ¡Me ha llamado amor! Si alguna vez me hubieran dicho que Byron Cox terminaría llamándome amor en algún momento, hubiera terminado besando mi puño.
Pierdo el hilo de mis pensamientos cuando la lengua de Byron me devuelve a la realidad cuando se desliza con suma decisión hacia mi entrada nuevamente y sopla con suavidad en mi interior, provocando que otro quejido de desesperación escape desde lo más hondo de mi pecho.
Me muerdo los labios con fuerza y me obligo a respirar para no ahogarme.
- Por favor... - Me importa una mierda estar suplicando. Lo necesito -. Voy a correrme - gimoteo como si fuera una niña pequeña.
No responde a mi ruego, pero segundos después me regala sus dedos y frota mi botón de nervios hinchado, palpitante. Dibuja suaves círculos, perfectos y tentadores, y cuando creo que ya no voy a poder aguantar más el placer que se apelmaza en mi vientre, siento la intrusión de un dedo en mi interior.
Doy un respingo y hundo la cara en la almohada al sentir como mis piernas se tensan por la repentina intrusión y un grito de placer e incomodidad se construye en mi pecho.
- Chss... Tranquila, morenita, tranquila - me calma, besándome la cara del muslo interno con dulzura-. Esto ya lo hemos hecho antes. Relájate.
Mantiene el dedo en mi interior mientras me acaricia con sus labios. Permanece inmóvil hasta que mi cuerpo se acostumbra a su invasión y empiezo a buscar fricción contra él.
Sonríe contra mi piel sensible y húmeda cuando es consciente del modo frenético en el que mis caderas se menean con vehemencia.
- Eso es, preciosa - me apremia.
Desliza el dedo hacia fuera y otra vez hasta el interior de mi vagina, mientras su boca vuelca todas las atenciones a mi necesitado clítoris. Curva el dedo hacia arriba mientras lo saca; algo en mí se revuelve hasta hacerme perder la cordura y siento mi cuerpo en llamas, como si fuera a estallar.
Voy a despegar. Lo sé.
Voy a tener el orgasmo de mi vida y...
- ¡Joder! - Arqueo la espalda violentamente y cierro las piernas alrededor de su cabeza cuanto siento que, en lugar de un dedo, ha metido dos.
- Ya está, amor, ya está... - me arrulla.
Vuelve a repetir el proceso de esperar a que me adapte. Hasta que no soy yo quien menea la cadera en busca de su contacto, no saca los dedos de mi interior y me mima con sus labios.
La sensación es extraña a la par que placentera e incómoda. No obstante, me adapto a su intrusión mejor de lo que esperaba, así que no tardo en invitarle a seguir, adelantando las caderas para que vuelva a torturarme.
Byron lo capta de inmediato, encantado. Lo sé por el modo en el que sonríe contra mi piel.
- Córrete para mí, preciosa - me azuza, metiendo y sacando los dedos de mi resbaladizo interior con más seguridad.
Sus movimientos marcan un ritmo suave, pero profundo. Curva los dedos cuando se desliza hacia afuera, volviéndome loca, para después hacerme gritar de placer cuando los hinca en mí hasta el punto de sentir sus nudillos en mis glúteos.
«¡Hostia puta!»
Mi pulso se acelera, el vientre se me tensa, y mi cuerpo se descontrola alzando las caderas en busca de más embistes, más profundidad, más...
Necesito la liberación. ¡La necesito ya!
- Vamos, nena - apremia, acelerando el ritmo de sus dedos y su lengua -. Quiero verte, amor. Quiero saborearte.
No necesito más. Los embistes de Byron se vuelven frenéticos, duros y castigadores. Y mi cuerpo los recibe como si los hubiesen anhelado durante toda una vida. La tensión en mi bajo vientre se extiende hasta mi clítoris, soltando potentes descargas que me hacen gemir y convulsionar.
Es la liberación, azotándome cual muñeca a su merced.
Siento rozar el cielo con los dedos. Se me nubla la vista y me tiemblan las piernas, entumecidas por tanta tensión acumulada.
Es el orgasmo más bestia que he sentido en mi vida.
Byron se aleja un poco, dejándome unos minutos para coger aire y recuperar el control de mi cuerpo. Ahora mismo soy lo más parecido a un flan, con las extremidades temblorosas.
Decir que ha sido bueno es quedarse corto. Este hombre es un jodido Dios en cuanto a sexo se refiere.
Me retiro el pelo apelmazado de la cara hacia atrás y comienza a darme la risa floja que siempre me ataca cuando estoy demasiado abrumada como para concentrar mis pensamientos en uno solo.
No soy capaz de formar palabras cuando me incorporo en los codos, hasta sentarme sobre mi trasero, quedando parcialmente a la altura de Byron.
Me pierdo en sus labios húmedos de mi propia excitación, sus mejillas coloradas por el esfuerzo y su pecho tatuado agitándose con violencia. Los mechones castaños caen por su frente de manera desordenada y sus ojos, ahora oscuros como pozos negros, me hacen delirar.
Es mi momento de tomar la iniciativa.
Antes de que pueda contradecirme, rodeo su nuca con mi mano y atrapo sus labios entre los míos. Byron gime en respuesta cuando acaricio su lengua, saboreándome en ella de manera sublime. Una de sus manos se enredan en mi pelo y me pega a su cuerpo hasta que nuestros pechos, agitados, se pegan por completo. Mientras, mi mano libre va hacia sus vaqueros y a tientas, los desabrocho con dedos temblorosos.
Nuestro beso se apacigua, hasta que él entorna la mirada y sus labios forman una sonrisa tenue y misteriosa.
- Aún estás a tiempo de arrepentirte - me recuerda.
Me muerdo la lengua para no soltarle una de mis perlas.
Nunca me arrepentiré de esto, no puedo. Estar con él de este modo tan íntimo es lo que siempre había deseado. Si alguien tiene derecho a llevarse mi primera vez, es él.
Nadie más.
Joder, puede que no sepa qué sucederá mañana, pasado o dentro de una jodida hora, pero nadie podrá robarme este momento, este recuerdo. Esta sensación de sentirme deseada por el hombre que tiene mi corazón en la palma de su mano.
Y el que espero que esté dispuesto a guardar.
Le sonrío de medio lado y le doy un golpe bromista en el pecho con la palma de la mano.
- Quítate los pantalones- ordeno con rotundidad.
Byron alza una ceja incrédula y me mira con ironía, pero yo me mantengo seria y estoica mientras me cruzo de brazos.
Admirar la determinación en mi mirada lo hace obedecer, ya que se levanta de la cama, impulsándose hacia atrás y sin apartar sus ojos de los míos, escucho el cierre de su cremallera bajarse en la oscuridad, haciendo que mi piel se erice por la anticipación.
- Primer cajón - dice, señalando con un gesto de la cabeza hacia su mesilla de noche.
Mi ceño se frunce por un segundo, hasta que él me sonríe de esa manera jodidamente perversa y soy capaz de comprender que se refiere a los preservativos.
«¡Qué estúpida!»
Me doy un golpe en la frente mentalmente mientras me arrastro con las rodillas por la cama hasta llegar a la mesita. Abro el cajón y poso una pequeña caja de preservativos sobre la mesilla.
Por un instante, me asalta la idea de saber con quién los habrá utilizado, ya que la caja está abierta, pero lo saco de mi mente de un plumazo. No las quería, no quería a ninguna de esas chicas; sólo me ha amado a mí.
Saco uno de ellos y vuelvo a darme la vuelta, pero lo único que soy capaz de hacer es abrir los ojos como focos luminosos mientras me ruborizo ante la admiración que descubro vibrando en sus pupilas dilatadas antes de bajar la mirada hacia su cuerpo desnudo.
Es un puto Dios Griego.
Desvío la mirada hacia abajo.... ¡Madre mía! ¡Es enorme! Eso no cabe dentro de mí. No. Ni de coña. Va a partirme en dos, estoy segura.
- Eres perfecta, amor. ¿Estás lista?
- Pero qué...
Byron suelta una carcajada y se acerca de nuevo a la cama. Lleva la mano hasta mi mejilla y me obliga a mirarlo a los ojos.
- Me halaga muchísimo tu cara de escándalo, morenita. Pero, créeme, - hace un gesto de cabeza para referirse a su miembro - este pequeñin no es tu enemigo.
- ¿Pequeñin? - balbuceo, incrédula.
Nuevamente, rompe a reír, y el sonido de sus carcajadas es pura música para mis oídos. Y para mi propia sorpresa, me descubro sonriendo como la idiota enamorada que soy.
- Dios... como te quiero, Amber - declara.
El calor vuelve a despertar en mis entrañas cundo toma mi mano y tira de mí hasta que nuestras respiraciones cálidas se mezclan en una sola; ojos azules contra marrones.
- Tú mandas, nena - murmura contra mis labios, tan cerca que me tienta a besarlos.
- Vale - susurro con timidez.
Honestamente, estoy tan nerviosa que casi no puedo pensar. No soy ninguna mojigata, pero digamos que las clases sobre educación sexual en el instituto no son de mucha ayuda cuando te ves en la situación real de enfrentarte a... ese cañón cargado.
Ahora agradezco enormemente las insistentes clases particulares de Liam y Giselle sobre su propio manual sexual. Ridículo, lo sé. Pero gracias a la salidas de mis amigos, sé más o menos como manejar la situación.
Con una seguridad que me saco de la manga, me levanto de la cama, ganándome una inquisitiva mirada por parte de Byron. Pero no le doy tiempo a pensar cuando, con una sonrisita maliciosa, lo empujo hasta que se sienta en el borde de la cama, y yo, con velocidad, me siento a horcajadas sobre su regazo.
Byron, sorprendido ante mi osadía, alza la mirada hacia mi mueca de superioridad.
- Te gusta manejar el cotarro, morenita - silva con una sonrisita orgullosa.
- Que sea virgen, no significa que no sepa nada - repongo, recorriendo su marcada mandíbula con el índice. Adopto un semblante interesante.
- Ups... eso debería doler- canturrea mientras ladea la cabeza con falso gesto de fastidio.
Niego con la cabeza levemente y con una sonrisita pícara, agito el condón que tenía escondido en la mano.
- Lo hacemos juntos o prefieres ponértelo tú - ofrezco.
Sus orbes azules chispean con una emoción que no puedo describir cuando dice:
- Te ayudaré.
Me arrebata el preservativo de la mano. Observo atentamente como rompe el envoltorio plateado con los dientes y saca de él el condón, sus dedos hábiles lo desenrollan con facilidad, dejando a la vista cuanta práctica tiene.
- Cógelo por la punta - ordena. Yo, obediente, hago lo que me pide, haciendo una mueca de asco ante el tacto viscoso del lubricante - Cuando lo pongas, no puedes dejar que se cuele aire, ¿de acuerdo? - me informa, mirándome por encima de las pestañas con resolución.
Trago saliva y asiento con la cabeza, nerviosa. Byron me sonríe levemente para tranquilizarme y coloca el pequeño aro, deslizándolo hasta un cuarto de la extensión de su erección. Después, toma mi mano libre y con la suya sobre la mía, hace que le rodee el pene y, juntos, bajamos el condón, hasta que lo cubre por completo.
Una sensación de orgullo se extiende por mi pecho al darme cuenta que lo he puesto bien. Ridículo, pero es una nueva experiencia.
- Lo has hecho muy bien, morenita - me adula, poniendo un mechón de pelo detrás de mi oreja con ternura.
Sonrío con el labio inferior entre los dientes, ya que intento sólo concentrarme en sentir el calor de todo su cuerpo; la dureza de su miembro en mi abdomen; su mirada dulce y llena de amor...
Me dolerá. Estoy segura que me dolerá. Pero estoy aún más segura de que quiero esto y lo quiero ahora. Necesito todo lo que Byron pueda proporcionarme.
Sus manos suaves me alzan por las caderas, haciendo que me sostenga en las rodillas cuando me posiciona bajo su pene, haciendo que la punta roce mi hendidura. Me sostengo con las manos sobre sus hombros y contengo la respiración ante la sensación extraña del plástico rozando mi sexo hipersensible.
Byron sostiene una de mis caderas con vigor, mientras que su otra mano viaja a mi nuca y me acerca a su boca de aliento cálido y sabor dulce.
Me niego a decir palabra, me niego a abandonar la valentía que me proporciona sentir su lengua enredándose con la mía. Así que, con todo mi descaro, comienzo a menear las caderas y frotar mi intimidad contra él, exijiéndole que me permita seguir.
Byron ahoga un gruñido en mi boca, señal de que me ha entendido.
Lentamente, mis caderas se mueven en círculos, permitiendo que la punta entre poco a poco. Pero me retiro con rapidez al sentir demasiada presión en mi sexo, temerosa.
- Tranquila, nena. Tenemos todo el tiempo del mundo - me recuerda en un susurro.
Me siento incapaz de hablar cuando vuelvo a la carga, clavando las uñas en sus hombros cuando mis caderas se agitan hacia delante y atrás. La presión vuelve a mi interior, y aunque intento bajarme sobre su pene por completo, es él mismo quien no me lo permite.
Su cuerpo está tenso como una cuerda y su atractivo rostro permanece tenso, observando mi pecho subir y bajar tembloroso. Joder, necesito hacer esto, necesito que me deje hacerlo a mi manera.
Toma su erección con una mano y comienza a frotar mi clítoris con la punta en círculos lentos, provocando que un suspiro de placer y alivio escape de mis labios entreabiertos.
El placer me puede, me supera. Y si esto es sólo con la punta, no me imagino como será sentirlo dentro, encajado como si fuésemos uno sólo.
Llevo mi mano a mi cuello y la dejo resbalar por mi pecho a la vez que me muerdo los labios con fuerza.
Abro los ojos de golpe cuando siento sus dedos largos recorrer la línea de mi espalda.
- Sigue, Byron - imploro en un gimoteo.
La ternura de sus manos en mi espalda me reconforta mientras toma uno de mis pechos en la boca y mordisquea mi pezón, rozando mi piel sensible.
Mis caderas se dejan caer lentamente cuando su pene, grueso, duro y palpitante, se adentra en mi entrada. Su boca malvada asciende y me besa el cuello, la clavícula, y sus dedos se clavan en mi baja espalda.
Joder. Ahí viene... ¡Está pasando!
Me muerdo los labios para no gritar cuando mi ceño se frunce al sentir como mi interior comienza a ser abierto por él, palpitando con furia por el intruso.
La sola idea de...
- ¡Ay! - Ahogo un gritito cuando siento que Byron se adentra en mi interior, mordiéndose el labio inferior para contener un gemido de placer.
Clavo las uñas violentamente en la piel de su espalda y hundo la cara en su cuello, cerrando los ojos fuertemente. No ha sido mucho, pero ahí está. Es una sensación extraña, invasora, totalmente nueva.
Empujo un poco más hacia abajo, acogiéndolo lentamente. Las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos, no por el dolor, sino por la sensación de incomodidad de la que no puedo deshacerme; es frustrante.
Contengo un sollozo cuando me abrazo al cuello de Byron. Mi cuerpo tiembla y mi respiración se vuelve irregular por la anticipación.
- Chss, amor, tranquila. Poco a poco - me tranquiliza. Me besa con ternura y me abraza, reconfortándome.
¿Poco a poco? ¡Y una mierda! Si me va a doler, que sea rapidito. Prefiero sufrir una sola vez y después disfrutar. Sé que él está sufriendo al intentar contener el placer que le proporciono, pero puedo sentirlo, con cada uno de sus jadeos quedos y el modo sutil en el que sus caderas empujan levemente contra las mías.
Vuelvo a mirarlo a la par que coloco las manos a cada lado de su cuello. Pequeñas gotas de sudor se desprenden por sus sienes y sus largas pestañas tiemblan mientras contiene la respiración.
- Hazlo, Byron. Hazlo de un tirón y dolerá menos - siseo, preparándome mentalmente. Imaginando cómo será la magnitud del dolor.
Byron se aparta un poco para mirarme a los ojos. No parece muy convencido con mi idea de penetrarme de forma tan brutal. Pero, qué sentido tiene ir despacio, cuando me puede arrancar el dolor de un simple golpe.
Sus labios se tuercen en un mohín de desacuerdo.
- Sí, hazlo. Cuanto antes pase el dolor, antes...
Mis palabras mueren en mi boca, transformándose en un alarido de dolor ahogado por su mano cuando tira de una sola vez de mis caderas contra su pene, clavándomelo por completo.
- ¡Ah!- chillo a través de su mano.
El cabrón me ha penetrado de golpe, tal y como le he dicho, sí, pero, ¡cómo duele! Mi interior palpita con furia atrapándolo entre mis paredes. La sensación es jodidamente dolorosa, es como si me hubieran atravesado con un hierro candente entre las piernas.
Byron sofoca un gemido apretando los labios en una fina línea y sus ojos se entrecierran por un instante a la vez que su precioso rostro se contrae por el placer. Se queda quieto, estático y comienza a besarme las mejillas, la nariz, los ojos, los labios mientras su mirada dulce me tranquiliza.
- Mierda. Lo siento, amor. Lo siento, lo siento - repite mientras me besa los labios y las mejillas. Sus manos me acarician la cintura -. No llores, morenita, lo siento. Joder, tendría que haber ido despacio. - En su voz se refleja el dolor que siento en mi interior.
Suena arrepentido, agobiado al vislumbrar las lágrimas silenciosas deslizarse por mis mejillas. Aunque me encantaría decirle que no se preocupe, que sólo necesito un momento para recuperarme... No puedo ni hablar.
Siento esos constantes aguijonazos en lo más hondo de mí, torturándome.
Ha sido demasiado brusco y mi cuerpo se siente presionado ante su tamaño.
- Ya está, amor. Perdóname. -Me acaricia las mejillas con la punta de su nariz y después me limpia las lágrimas con los pulgares. Es una caricia tan tierna, tan llena de amor...
Y a pesar del dolor que me asola no puedo evitar sentirme dichosa al saber que el chico dulce y bondadoso al que me he entregado, está ahora conmigo. Este es mi Byron; el mismo hombre del que me enamoré; el mismo que se preocupa por mí y me consuela cuando estoy dolida y vulnerable.
Lentamente, el dolor va disminuyendo a medida que mi interior se va adaptando. Es algo curioso porque, aunque el dolor persiste, mi clítoris sigue palpitante, ansioso por ser aliviado. Es una sensación agridulce.
Una mezcla perfecta entre el dolor y el placer.
- Dios... Joder... - Abro los ojos justo para ver cómo los de Byron se cierran con fuerza. Está tenso, y su mandíbula marca más músculos de los que pudiera imaginar -. ¿Pu-puedes moverte? Me estás matando, nena. Eres muy estrecha - balbucea con la voz como papel de lija.
Moverse... No estoy segura. Aún así, soy yo la que mece instintivamente las caderas en busca de alivio.
- Joder. Sí, sí que puedes.
Byron suspira, no sé si agradecido o aliviado. Toma mi trasero entre sus grandes manos y comienza a marcar su propio ritmo: arriba y bajo, adelante y atrás a la par que sus maliciosas caderas golpean las mías, embistiéndome con fuerza. Cuando las mías bajan, las suyas van a mi encuentro, haciendo las estocadas más intensas y profundas.
Al principio su método es doloroso, pero a medida que entra y sale de mí, y más y más, cualquier vestigio de dolor es sustituido por ardiente calor.
Nuestros cuerpos están empapados en sudor, mis gemidos de placer retumban en la habitación, dejándome llevar por todas las sensaciones que comienzan a acumularse en todo mi organismo. Las manos de Byron se deslizan por mi espalda, mi vientre, mis pechos, donde aprieta y sopesa mientras su ardiente mirada se proyecta en mi húmeda entrepierna.
Ya no hay ni un sólo gramo de dolor en mi cuerpo, todo el placer se concentra en mi interior; en serpenteantes corrientes eléctricas en mi centro. Sólo puedo concentrarme en el modo en el que nuestros cuerpos, cálidos y calientes chocan el uno contra el otro, piel con piel.
Byron me rodea con uno de sus brazos, estrujando mis pechos contra el suyo. Sus embestidas se vuelven feroces y brutales mientras aprieta la carne de mi espalda entre sus dedos para pegarme a él todo lo físicamente posible.
Me encanta cuando rota las caderas suavemente y después me embiste con fuerza, haciendo que mi cuerpo colisione con el suyo.
Dios... Qué gusto. Qué alivio.
- ¿Te hago daño? ¿Estás bien? - jadea contra mi oído, pero yo sólo puedo gemir en respuesta -. Amor...
- Estoy bien - gimo en su oído. Atrapo el lóbulo de su oreja y arrastro los dientes hasta soltarlo. Procuro gemir en su oreja, haciéndole saber cuánto lo disfruto - Si hubiera sabido que es tan bueno, lo hubiera hecho antes.
Siento como deja escapar todo el aire de sus pulmones en un siseo profundo, haciendo que sus fosas nasales se dilaten.
Sus caderas arremeten contra las mías rozando la violencia y me toma de la cintura para que no me mueva, haciendo él todo el trabajo. Esto es bueno, demasiado bueno... condenádamente bueno.
Le rodeo el cuello con ambos brazos y pego mi frente contra la suya, con los labios entreabiertos mientras jadeo y suspiro contra ellos de manera sonora. Una y otra vez, siento como su pene se hunde en mi interior hasta llegar a mi límite. Mi sexo se ha adaptado a su tamaño y de mi boca empiezan a brotar gemidos, improperios y suspiros.
Entonces, como si esos gemidos fuesen la señal que Byron esperase oír, combinando con el modo en el que me muerdo el labio inferior, desliza la mano donde nuestros cuerpos se unen y comienza a frotar mi clítoris con el pulgar, provocando que mis piernas comiencen a entumecerse y mi espalda se arquee contra su pecho. Cierro los ojos con fuerza mientras que mis uñas se clavan en su pecho húmedo y duro.
Todas las sensaciones comienzan a abrumarme; me encanta. Me vuelve loca. Por cada vez que se adentra, su pulgar acaricia mi botón de nervios y una corriente eléctrica me atraviesa de lado a lado.
Libero su pelo de la cárcel de mis dedos y deslizo las manos por sus hombros, clavándole las uñas por cada vez que a mi cuerpo le azota el placer.
- Madre mía, morenita. - Su respiración es agitada, síntoma del esfuerzo que está haciendo por contenerse.
- Vamos, Byron - apremio. Necesito que se mueva más. Que siga chocando contra ese punto que sé que me hará estallar.
Mi chico acelera el ritmo de sus embestidas, aunque no pierde el tacto. Se vuelven más rápidas, más profundas. Suelta mis caderas, que vuelven a menearse a su libre albedrío, chocando violentamente contra sus muslos.
Su mano asciende hasta mi cuello y lo aprieta ejerciendo una placentera presión, que me hace echar la cabeza hacia atrás.
¡Me está volviendo loca!
Siento la tensión arremolinandose en mi vientre, fustigando la humedad entre mis piernas con sublimes destellos de placer.
El clímax está cerca. Lo sé. Lo noto.
Nuestras miradas entran en contacto, enfurecidas por el placer y el deseo de sucumbir al vacío.
- Dámelo, morenita. Dámelo - gruñe al sentir como mi interior lo acoge en lánguidas palpitaciones.
Y como si sus palabras fuesen órdenes, mi cuerpo explosiona a su alrededor, dándoselo todo, al completo. Lo agarro de la nuca y estampo mis labios contra los suyos de forma desesperada mientras ahogo mis gemidos de éxtasis en ellos.
Le doy todo de mí: mi dolor y mi placer, mi odio y mi amor...
Mi mente se nubla al recibir tantos estímulos nuevos y feroces, a la par que me quedo entumecida, sintiendo como intensas descargas de placer ascienden por mi espina dorsal y descienden en mi sexo, haciendo que este lo apriete con fuerza en mi interior.
Parece que mi propio clímax arrastra al suyo cuando su cuerpo se torna de acero, sus dedos férreos se clavan en los míos y en dos embestidas fugaces e intensas, explota, exhalando una nueva versión de mi nombre antes de morderse los labios para evitar gemir.
En un gesto cansado, se deja caer de espaldas sobre la cama, arrastrándome con él. Mi cuerpo descansa sobre el suyo, mi cabeza queda a la altura de su corazón, donde reverberan sus furiosos latidos.
Ambos estamos cubiertos en una fina película de sudor, aún con las respiraciones agitadas, las mentes en blanco por el placer y los sentimientos a flor de piel.
Byron me rodea con sus fuertes brazos y me estrecha contra él y me besa la coronilla. Mientras, mis dedos trazan la tinta plasmada en su pecho, a la altura de su pectoral. No puedo evitar plantar un suave beso en esa zona libre de tinta y cicatrices. Esa zona es mía, y aquí dejo mi sello con carmín, aunque solo dure hasta que se duche.
- Ha sido una de las mejores noches de mi vida - suspira con una risita dulce y masculina.
- ¿Tienes una lista? - inquiero con ironía, pretendiendo meterme con él.
Pero como de costumbre, el tiro me sale por la culata.
- Sí, la tengo.
Alzo la cara hacia su rostro, totalmente incrédula ante su respuesta. Byron me mira con expresión indescifrable, aunque sus ojos brillan con luz propia, alegres como jamás los había visto.
- Todas las pasé contigo.
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