4. No sabes nada de mí, nene.
El trayecto en el coche de Byron es horrible. Creo que lo único que puede superar la incomodidad de este momento es el que acabo de vivir con mi tía. Y para colmo, tengo la sensación de que la cosa puede ir a peor.
En cuanto pasamos frente a la casa de Jay, me tenso. No porque me de miedo llegar allí, sino porque Byron no frena y pasa de largo.
— Te la has pasado — le informo.
— No — gruñe.
— ¿Cómo qué no? Pero si lo acabo de ver.
— Jay vive en una fraternidad con la mayor parte de los jugadores del equipo. La casa Ángelo.
— ¿Una fraternidad? — escupo incrédula. — ¡Pero si vive a unos veinte minutos en coche de la universidad!
Por lo que tengo entendido, Jay tenía una media inmejorable que le podría abrir las puertas a cualquier universidad. Si se quedó aquí para estudiar filología inglesa, fue por no querer separarse de su familia, igual que mi primo y que Byron. Ventajas de vivir en una ciudad con una buena universidad. Y, ¿ahora se va a una fraternidad? Pero, ¿qué sentido tiene?
— Cómo se nota que eres una cría inocente. — Farfulla Byron. — Si supieras algo del mundo que nos rodea... Apuesto a que aún estarías provocando repetir curso en el instituto para no salir de allí. Querrías estar eternamente pegada a las faldas de mamá.
Por su tono, entiendo que me está llamando niñata a la cara. Y, aunque es verdad que él es mayor que yo, no creo que tenga derecho a referirse así a mí cuando no me conoce en absoluto. Al menos, no ahora. He cambiado mucho en estos últimos cuatro años, no queda mucho de aquella chica inocente que se achicaba ante las miradas duras y las palabras afiladas de Byron.
Bueno, sí, pero ya no lo demuestro.
— Qué sabrás tú de mí — pienso en voz alta. A lo que Byron simplemente responde con una carcajada inundada en puro sarcasmo.
— Hace años que te conozco, y para colmo, tuvo que llegar a mis manos un diario en el que hablabas más de la cuenta — recuerda con desprecio.
Abro los ojos de par en par, perpleja. ¿Todavía está con eso? ¿Cómo puede ser tan rencoroso? Respiro hondo, desvío la mirada de la ventanilla hacia Byron, me pongo seria y me aclaro la garganta. Creo que ya es hora de volver a dejarle clara una cosa. Ya que él no se acuerda de la última vez que se lo dije, tendré que recordárselo.
— Eso fue hace tiempo. Ya deberías de ser un poco más adulto.
Espero que por fin se lo crea y me deje en paz. Aunque veo difícil poder disimular la evidente atracción física. Pero eso, amigos, es culpa suya por estar tan bueno. No mía. Mi única culpa es tener ojos en la cara.
Percibo como su mandíbula se endurece, como si no le hubieran gustado mis palabras, o no se las esperase en absoluto. Creo que ha sido por lo que he dicho en referencia a su madurez. Quizá haya pensado que lo he querido llamar niñato por seguir aferrado a ese recuerdo de la infancia y mantener vivo el rencor.
Me preparo para iniciar una batalla campal de gritos. Pero, para mi sorpresa, escucho el aire que expulsa de forma brusca por la boca mientras aprieta el volante con fuerza. Me pongo un poco tensa, a la espera de alguna puñalada verbal que me atraviese. Sin embargo, me relajo en cuanto veo a Byron esforzándose en respirar hondo y mantener la calma. Vuelvo la cara hacia la ventanilla, incrédula y aliviada porque estoy casi segura de que sólo nos espera un silencio extremo hasta llegar a la dichosa fraternidad.
— Estás diciendo que ya no sientes nada, ¿no? — suelta al cabo de unos minutos.
Su pregunta me descoloca. Evidentemente se refiere a él y lo que confesé sentir por él en la intimidad de mi diario.
— Era una niña, Byron. La gente madura, los gustos cambian... He cambiado de gustos — aclaro, encogiéndome de hombros. Espero que con esto le sirva y deje el tema en paz. No tengo ganas de discutir con él antes de ir a una fiesta.
— He cambiado de gustos — se burla intentado imitar mi voz. ¡Será capullo! Ya está otra vez. Me giro bruscamente y le sacudo un manotazo en el brazo desnudo que mantiene en la palanca de cambios. — ¡Eh! — se queja y aparta el brazo de mi alcance.
— Yo no hablo así — bufo.
— Yo no hablo así — vuelve a imitarme.
Gruño y me planteo decirle alguna burrada de las mías. Sin embargo, cuando frena el coche en un semáforo en rojo y una de las farolas de la calle alumbra el interior del coche, más concretamente, el brazo de Byron, me fijo en el tatuaje que recorre su antebrazo. Es un lobo enorme, con las zarpas afiladas y los ojos centelleantes. Bueno, un ojo en realidad. El otro... Espera, ¿eso es una cicatriz? Ni lo pienso; llevo el dedo índice hasta la cicatriz redondita y rugosa y le doy un toquecito con la yema.
— ¿Qué te ha pasado ahí? —pregunto curiosa. A lo que Byron responde apartando el brazo bruscamente y gruñendo un claro "a ti qué te importa". — Si tú me dejas en paz, yo te dejo en paz. — suelto como si fuese lo más lógico.
Parece que funciona; se pasa el resto del camino sin hablarme, sin mirarme, y para evitar retomar la conversación (cosa que no hago ni loca) se asegura de subir el volumen de la música hasta un punto inaguantable. Extremo. Mi culo rebota en el asiento del copiloto mientras el bajo de la música rock me atraviesa los tímpanos y me recuerda que aun mantengo viva cierta resaca.
En cuanto detiene el coche frente a una casa enorme rodeada de coches, salto del asiento y me pongo en marcha. Entiendo que la fiesta es aquí, sobre todo por la enorme pancarta pintada con spray negro y pésima caligrafía que cita "Ángelo". Pongo rumbo a la puerta abierta desde la que se escapa el pegadizo ritmo de la música de la fiesta, y por la que se escurren algunos borrachos repartiéndose por la entrada.
Sé que Byron me sigue de cerca, escucho sus pisadas fuertes sobre el asfaltado camino que divide el jardín hasta la puerta. Sin embargo, ni yo ralentizo mi ritmo para esperarlo, ni él acelera el suyo para alcanzarme.
No ha dicho nada y tampoco he hablado con mi primo. Pero estoy segura de que sólo ha venido a buscarme a casa porque se lo ha pedido Allan basándose en la excusa barata de que su casa está en la misma calle que la de mi tía. Así que entiendo que no quiera alcanzarme y entrar en la fiesta a mi lado, arriesgándose a que le relacionen con una niña que recién empezará la universidad.
Ains... Qué duro debe de ser eso para alguien de último curso, cuyo ego seguramente ha sido inflado gracias a la fama que le otorga ser el quarterback, ¿no?
— Hey, preciosa. — Al parecer, a alguno de los borrachos que se extiende por la entrada le da igual mi edad, mi apariencia y, me atrevería a decir que hasta mi nombre. Me detengo en seco y miro hacia el lugar de donde creo que ha venido la voz. Efectivamente, un borracho que requiere de la ayuda de la pared para mantenerse en pie, babea mientras me recorre de pies a cabeza. — ¿Estás sola, encanto?
Sonrío con amargura. Ya veo que las fiestas entre el instituto y la universidad no cambian mucho que digamos. Pero bueno, ya he lidiado con este tipo de cosas antes.
— La verdad es que no. — Alzo la mano hasta la altura de mi cara y levanto mi dedo índice en su dirección, dedicándole un descarado corte de manga. — He venido con uno de estos. — Le guiño el ojo a modo de burla y retomo mis pasos.
Tras de mí, muy, muy pegado a mí, escucho la inconfundible risa de Byron, seguida de los otros borrachos. No sé en qué momento Byron ha decidido quedarse ahí para disfrutar del espectáculo, o quizá para ver mi primera reacción en una fiesta, pero me alegra que haya sido testigo de mi actitud. Al menos, espero que haya comprendido que no soy una cría que se asusta con este tipo de cosas y a la que le gustaría quedarse en las faldas de mamá eternamente.
¿Acaso pensaba que esta era mi primera fiesta aguantando la palabrería barata de borrachos pervertidos?
«No sabes nada de mí, nene.»
Nada más entrar, ambos tomamos diferentes caminos; mientras él va directo hacia sabe Dios dónde, yo me mezclo entre la gente en busca de mi primo y de Dana. Por suerte para mí, no tardo en encontrar a Allan haciendo el paria junto a la mesa de billar.
Sí, haciendo el paria. La mesa de billar ha cambiado la función de su juego y ahora hace las veces de mesa sobre la que descansan vasos de plástico a los que intenta encestar una pequeña pelota. Está frente a mí, junto con otros tantos chicos que llevan la misma chaqueta del equipo de los Bruins que él. Lo cual me recuerda que no se la he visto puesta a Byron.
Me acerco un poco a ellos, y en cuanto estoy a tan solo un par de pasos y alzo la mano para saludar, Allan me ve y no tarda en correr hacia mí.
— Peque. — Me abraza tan fuerte, y su tono suena tan aliviado, que parece que no esperara verme viva. O, al menos, no entera. O puede que sea porque va bebido. Sí, no se me pasa por alto la peste a alcohol que emana de su aliento. — Menos mal que ya has llegado. — confirma lo que sospechaba: está borracho, y aliviado.
— Sí. Me ha traído Byron, ¿recuerdas? — no quiero que parezca un reproche por hacerme venir en el mismo coche que ese amigo suyo que tanto me odia, pero no creo que haya conseguido regular mi tono lo suficiente. Aun así, Allan va lo demasiado pedo como para pillarlo.
— Por eso mismo — ríe.
Vale. Está claro que la que no pilla una mierda soy yo.
— Y... ¿Qué es lo que haces? ¿De qué va el juego? — cambio de tema y él deshace el abrazo.
Me pasa un brazo por encima de los hombros y me arrastra los pocos pasos que me separan de la mesa de billar y el resto de chicos, mientras me dice que el juego se llama birra pong.
— Prima, estos son Chad, Nelson, Jhonny y Matt. — me presenta arrastrando los nombres de sus amigos en una lengua bastante pastosa por el alcohol. — Chicos, esta es mi prima.
Los chicos miran a mi primo con evidente gracia, a la espera de que aclare algo tan lógico como mi nombre para hacer una presentación digna. Desvío la mirada hacia mi primo y descubro que, por lo que a él respecta, ya ha cumplido con las presentaciones. Vuelvo mi atención a los chicos.
— Encantada. — aleteo una mano para saludarlos. — Soy Amber.
En ese instante, las caras de los compañeros de mi primo pasan a ser una mezcla de emociones un tanto cómicas a causa de sus respectivas borracheras; una es de asombro, otra de curiosidad, otra de risa, y, la última y más impactante, que, a su vez, proviene del chico moreno y rasgos asiáticos, es de reconocimiento.
Um... Esta última no me la esperaba. Aunque, tal vez, puede que este chico me reconozca porque Allan ha hablado de mí y de mi llegada a Los Ángeles. Intento recordar su nombre y enfocarlo en alguna de las tantas conversaciones que he tenido con mi primo, pero no estoy muy segura de si era Nelson, o Matt. Y creo que mi esfuerzo por recordar se ha visto reflejado en mi cara de algún modo, porque no tarda en extender la mano por encima de la mesa de billar y decir:
— Nelson. — extiendo la mano y estrecho la suya a modo de saludo. Un saludo muy formal, la verdad.
— Pues yo soy Chad. — suelta otro, un chico tan enorme como el resto, pero con la diferencia de que es el único rubio. Sin perder el tiempo, rodea la mesa y, en lugar de estrecharme la mano, me abraza y me da un sonoro beso en la mejilla.
— Eh, tío. Con mi prima no. ¿Quieres morir? — Allan está borracho, pero no ha perdido su vena protectora conmigo. Lo cual me sorprende, la verdad, porque me acaba de hacer llegar en el coche de alguien que no duraría en dejarme tirada en la carretera.
— ¿Amber? — una voz masculina y familiar llega a mis oídos tras mi espalda. Giro sobre mí, sabiendo de sobra a quien pertenece es a voz y... — ¡Amber!
— ¡Al fin!
Me abalanzo sobre él sin dudarlo, fundiéndome en un abrazo fuerte a la vez que cálido. Jay. ¡Es Jay!
Me refugio en el calor de su pecho, absorbiendo el familiar aroma que tantos recuerdos de infancia plena y feliz me atrae. Lo he echado mucho, muchísimo de menos. Sus risas, sus bromas, esa manera tan suya de hacerme sentir parte de la cuadrilla sin importar mi diferencia de edad.
Un carraspeo de garganta me devuelve a la realidad, sacándonos de la burbuja en la que ambos parecemos habernos sumido. Me separo de él, y por vez primera desde hace cuatro años, lo miro de pies a cabeza.
— Mírate. — exclamo alucinada. — ¡Estás guapísimo! — lo alabo.
Y vaya que sí es verdad. Está tan guapo como lo recordaba, solo que, ahora, la edad ha acentuado aún más sus rasgos y le ha bendecido con una belleza extrema. Es el prototipo perfecto de chicarrón americano; con su pelo rubio bien peinado, piel blanquecina y unos ojazos azules que se achinan al lucir esa preciosa sonrisa digna de anuncio.
— Qué exagerada eres. — se quita mérito. — Pero, mírate tú. — me agarra una mano, me alza el brazo y me obliga a dar una vuelta sobre mí misma. — Tú sí que estás guapísima. Me parece que Allan y yo vamos a pasarlo mal este año ahuyentando moscas de tu alrededor. Como siempre, vaya.
Rompo a reír a carcajadas. Este chico nunca cambia, siempre me ve con buenos ojos.
Y, de nuevo, alguien se aclara la garganta a nuestro lado. Solo que esta vez, ha sonado más ha gruñido que a otra cosa. Miro por encima del hombro de Jay, poniéndome de puntillas y, ¿quién puede tener esa cara de mala leche en una fiesta? ¡Tachan! Byron.
— Sí, Byron. Tú eres el primer mata moscas. De eso no hay duda — añade Jay riendo.
Byron es el que carraspea, el que gruñe, y el que mira la escena con un disgusto que se refleja en sus puños apretados.
«Vaya. Pues sí que me tiene tirria el muchacho.»
Apuesto a que no rompe caras por mí. Es más, seguro que es capaz de pagarles una fortuna a algún par de secuestradores del tres al cuarto para que me saquen de Los Ángeles y no volver a verme.
— Bueno, ya están todas las presentaciones y reencuentros posibles hechos — dice Allan, pasándome una mano por la cabeza y revolviendo todo el pelo.
Me aparto de Jay y lo miro con el ceño fruncido mientras me peino con los dedos.
— De eso nada. ¿Crees que sois los únicos que quiero ver? ¿Dónde está Dana? ¿Y tu novia, Jay? — desvío la mirada hacia él. — Quiero conocerla.
— Y qué coño se supone que habéis estado haciendo hasta ahora. — refunfuña Byron. Pasa por mi lado, me da un empujón con el hombro y se sitúa a pocos centímetros de mí. De costado, con la opción de podernos ver a todos con solo ladear la cabeza.
— Allan nos estaba presentando a Amber — aclara el tal Nelson.
Aunque, para mi sorpresa, ha pronunciado mi nombre con demasiado énfasis, y lo ha subrayado mirando a Byron con una expresión extraña en sus ojos oscuros y rasgados. Después, me mira a mí y me dedica una sonrisa tímida y dulce que espero que no haya visto mi primo. Sacude la cabeza débilmente y aclara:
— Allan nos ha hablado mucho de ti. Teníamos ganas de verte en persona. — el temblor de su voz me confunde. Parece cohibido, y ver a alguien tan tímido siendo sometido a la mirada dura de Byron, me descoloca.
Uf, que escalofrío más raro. Me estremezco de pies a cabeza, incómoda. Creo que es hora de ir a buscar algo de beber y salir de esta situación tan rara.
— Voy a por algo de beber. — Fuerzo una sonrisa más falsa que una moneda de chocolate y me largo.
— Que no lleve alcohol. — advierte mi primo en un grito.
«Sí, claro. Lo que tú digas.»
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