39. ¿Yo también voy a necesitar uno de esos?
Increíble. Simplemente, increíble.
Hace ya una semana que Byron me mintió a la cara. Que utilizó el bajo golpe de mis sentimientos para hacerme creer que él sentía lo mismo que sentí yo de pequeña.
Maldito sin vergüenza.
Menos mal que no caí en sus redes. Si me lo hubiese creído aunque fuese un poquito, seguramente aún se estaría riendo de mí.
Pero no. Yo fui más lista que todo eso. Aún estando alcoholizada perdida, tuve la fortaleza de no dejarme manipular por aquellas palabras que tantas veces he fantaseado con poder oír de sus labios.
Me ha dolido el golpe, vaya que sí. Pero más me ha dolido estar toda una semana sin recibir siquiera un miserable perdón. O una llamada, un triste mensaje en el que al menos me explicase qué fue lo que le llevó a querer mentirme así, además del hecho de querer sacarme de la fiesta.
Seamos honestas... Sé que mi cuerpo provoca a Byron. No soy tonta. Y yo ya le pedí que fuese él quien me desvirgara. Me ofrecí, literalmente. ¿Qué necesidad tenía de mentirme? ¿Acaso me odia tanto, tantísimo, como para querer enamorarme de nuevo y después mandarme al cuerno?
¡Dios! Y eso que se supone que cree que ya no siento nada por él. De haberlo sabido... ¿qué hubiera hecho?
No lo entiendo, la verdad. Pero no pienso volver a acercarme a él en la vida. Buscaré a otro con quién dar ese paso.
Cuando llego al Roko's, Giselle está como loca. Por lo visto, Paulo ha tenido que hacer un viaje urgente a Texas, y ella tiene que hacerse cargo de todo en su ausencia. Y no solo del Roko's, claro, también de los otros establecimientos que hay salpicando la ciudad.
— Esto es una locura, peque. Llevo desde ayer casi sin pasar por casa — lloriquea. Se bebe de un trago un chupito de quién sabe qué y me mira con ojos suplicantes. — Necesito que me ayudes. Esto será todo el puñetero mes — se lleva las manos al pelo y se lo aparta de la cara con brusquedad. Está desesperada.
— Claro que sí — llevo una mano a su hombro y lo apretujo a modo cómplice — Tu y yo contra esos humanos hambrientos y sedientos — me cuadro de hombros y finjo adoptar un semblante guerrero. — Los machacaremos hasta que acabarm como marranos.
Giselle rompe a reír, aliviada y divertida al mismo tiempo. Deja el vasito de chupito sobre la barra y me espachurra entre sus brazos.
— Sabía que podía contar contigo, pequeña — me da un sonoro beso en la mejilla y después me propina un azote amistoso en el trasero — ¡A por ellos!
Dicho y hecho. Durante toda la tarde y parte de la noche, Giselle, otra de las camareras y yo, arrasamos con todo los clientes que entran al local. Mientras Giselle y yo nos encargamos de coger los pedidos en las mesas, la otra chica, Marlene, se encarga de saciar la sed de los que se encaraman a la barra.
La cocina va a mil por hora. Joe, el simpático chico con el que coqueteó Liam, tiene los fogones a tope y no para de sacar todo tipo de delicias. Me está entrando hambre de solo verlas. Pero me contengo como puedo hasta que terminamos y los últimos clientes se despiden de nosotras con un gesto de manos bastante vago gracias al alcohol.
Nuestros compañeros no tardan en seguirles. Giselle ha decidido que todos podemos irnos a descansar después de lo bien que hemos trabajado hoy. Pero yo, que desde un principio me he ofrecido a ayudarla hasta que Paulo vuelva de sus negocios en Texas, he decidido quedarme para ayudarle a limpiar el garito.
— Puf... Menudo día — resopla mientras nos tiramos, literalmente, sobre las únicas dos sillas que no hemos subido sobre las mesas.
— Ya te digo — coincido. — Nos merecemos un año sabático después de la paliza de hoy.
Giselle rompe a reír conmigo, aunque no descarta la idea. Creo que si pudiéramos, nos escaparíamos todo un año de vacaciones.
— Necesitamos un trago. ¿Qué te parece?
— No se hable más — acepto encantada.
Camino de puntillas para no manchar mucho el suelo recién fregado. De la que vuelvo a la mesa, con una botella de whisky y dos vasos en una mano, con la otra, agarro la fregona y doy un repaso a los pocos desperfectos que han dejado mis huellas.
Entre tragos y chistes, el suelo ya se ha secado. La excusa que nos mantenía aquí sentadas para no pisar lo mojado y dejar nuestras huellas, ya no es una excusa para que sigamos aquí bebiendo como locas. Pero aquí seguimos... dale que te pego. Balbuceando incoherencias y riéndonos de todo y de todos.
— Paulo es un amor. Pero es un capullo por dejarme a cargo de todo. ¡Todo un mes! ¿Te lo puedes creer? Menudo cabrón — farfulla Giselle, a un paso entre la rabia y la risa.
— Bueno, algo bueno tendrá para que estés tan enamorada, ¿no?
— Joder que sí. Además de ser un hombre perfecto, en la cama es un salvaje.
Giselle da un trago en honor a su hombre, y yo me atraganto con mi propia saliva en honor a mi vergüenza. ¡Qué tía! Se troncha de risa ante mi reacción.
— ¿Qué? ¿Me dirás qué no has oído un comentario así en tu vida? No me engañes, anda. Byron no tiene pinta de ser justamente un caballero. Seguro que es más salvaje que mi Paulo.
No sé si es su comentario, o el hecho de que llevo más alcohol que sangre en el cuerpo, pero termino evocando el recuerdo amargo de la última vez que vi a Byron. De lo último que me dijo y el dolor que eso me supuso.
— Ni lo sé ni me importa — suelto con amargura. Lleno mi vaso hasta que el líquido ambarino se desborda. Me lo llevo a la boca y me lo bebo de un trago. Parezco un camionero ahogando las penas, pero me da exactamente igual.
En cuanto cojo la botella para llenarlo de nuevo, Giselle me detiene con su mano cálida sobre mi muñeca, y me hace mirarla cuando dice:
— Aclárame eso.
Dudo un instante. No estoy segura de si me conviene o no contarle todo lo que me carcome por dentro a Giselle. Es amiga de Byron, no mía, por muy bien que yo me lleve con ella. Pero... ¿qué narices? Llevo toda una semana cabreada, tragándome todo porque no puedo contar con Dana y Liam para explicarles esto. Para Dana somos la pareja perfecta, y paso de contarle algo de esto y que intente por todos los medios que nos arreglemos solo porque es lo que quiere ver. Y Liam... bueno, él está enamorado de Byron. Ya no solo físicamente, sino también del modo en el que actúa para marcarme como suya. En serio, pude ver como le brillaban los ojos de excitación cuando vio que fue Byron quien quitó mi puñetera cesta.
Necesito a alguien más neutral. Alguien que no haya vivido mi historia con Byron desde que nos conocimos desde bien pequeños. Ni que esté coladita por sus huesos. Y ese alguien es Giselle.
Así pues, me dispongo a contralor todo. No sin antes darle un buen trago al whisky, directamente de la botella. Giselle silba con admiración.
— ¿Yo también voy a necesitar uno de esos? — pregunta señalando la botella.
Trago el contenido que me adormece los carrillos y asiento con la cabeza.
— No te vendría mal, te lo aseguro.
Giselle le da un trago enorme y deja la botella entre ambas, para tenerla bien a mano. Mientras le cuento todo, la botella de whisky se reduce a la nada, y yo ya no veo tres en un burro. Por cada vez que he mencionado una de las tantas jugarretas de Byron hacia mi persona, ambas hemos brindado y tragado como un par de campeonas. Así que no es de extrañar que ninguna de las dos sintamos vergüenza sobre lo que decimos.
— ¡¿Después de masturbarte en su coche frente a la fraternidad?! — pregunta incrédula.
— Tal cual.
— Pues no entiendo esa reacción. Quiero decir, os podría haber visto cualquiera mientras estabais en su coche haciendo... eso. Y ¿luego se pone celoso, quita tu cesta y te saca de allí en plan cavernícola? — repite mis palabras, incrédula. — ¡Pero si casi te exhibe él en el coche!
Asiento firmemente y doy otro trago al líquido infernal que me sube la temperatura corporal a pasos agigantados.
— Ah, y eso no es todo — río con amargura. — El muy desgraciado intentó sacarme de allí utilizando un golpe bajo. Intentó hacerme creer algo que no era, para hacerme salir de allí por voluntad propia. Pero se llevó un buen chasco. Le hice creer que le creía y le mandé a buscarme un vaso de agua. Cuando volvió me encontró ahí, desmelenada y dándolo todo.
Giselle me quita la botella y se la pega al cuerpo como si fuese un tesoro. Me lanza una mirada curiosa, morbosa.
— ¿Qué te dijo?
— Que me quería.
Giselle abre los ojos de forma exagerada. Se lleva una mano a la boca y chilla:
— ¡Eso es! ¡Lo sabía!
— Que sabías qué — la miro sin comprender. Estiro el brazo para hacerme con la botella, pero ella la abraza como si fuera su hijo.
— Piénsalo fríamente. No tiene ningún sentido que te dijese eso cuando ya le habías dicho que querías acostarte con él. Te pusiste en bandeja tú solita — sonríe de oreja a oreja, y sus ojos chispean de alegría. — En el coche se aseguró de dejarte sosegada, y después le comieron los celos y no permitió que se te acercase nadie. ¡Está enamorado!
Abro los ojos como platos. Ay, Dios. Si hubiese sabido que Giselle iba a ser tan fan de Byron como Liam, nunca le hubiera contado nada. Me echo sobre la mesa y le arranco la botella de las manos.
— Oh, venga ya. Piénsalo, nena.
— No — sentencio. Me termino lo que queda de la botella en dos tragos. — No tiene ninguna lógica.
— ¿Has hablado seriamente con él de todo esto? — niego con la cabeza. — Pues tienes que hacerlo. Pregúntale qué le hizo empezar a alejarte de él. Pregúntale qué cojones pasó y por qué actúa como actúa.
Pongo los en blanco, asqueada. Nadie parece darse cuenta que entre Byron y yo no puede existir a conversación normal y civilizada.
— Amber. — Giselle adopta un tono más sereno. Alarga el brazo y me acaricia la mano. — Sé que hubo un tiempo en el que Byron creyó que sería como su padre. Que pensó que esa maldad le perseguía y que lo único que podía evitar hacer daño a quienes quería, era alejarse de ellos. Allan y Jay no le permitieron ese distanciamiento. Pero puede que tú...
No termina la frase. La deja en el aire y me mira a través de sus pestañas rojizas. Sé lo que intenta decirme. Sé que quiere pensar que Byron me alejó para no hacerme daño. Y... ¿la verdad? Puede que el alcohol me este jugando una mala pasada, sí, pero hasta yo tengo ganas de comprobar si esa fue la razón por la que me alejó de él.
Ahora que Giselle lo ha mencionado, así, como si fuese algo tan lógico como que la leche es blanca, creo que me puedo permitir el lujo de creer que Byron no es tan malo como él mismo me ha hecho creer.
— Vale, deja de pensar tanto, nena. Te va a salir humo por las orejas.
Vuelvo en sí y me encuentro a una Giselle de los más risueña observándome con picardía. No puedo evitar sonreir y negar con la cabeza. Ay que ver... cómo me ha hecho cambiar mi perspectiva con Byron en lo que dura una puñetera botella de whisky. Y eso que yo llevo toda una semana encabritada intentando encontrarle sentido.
Giselle se lleva una mano al bolsillo y pone su iPhone sobre la mesa.
— Llámalo.
— ¿Qué? No, ni de coña. No puedo hablar con él en este estado. Y menos por teléfono — me río.
— Qué más da. Llevas una semana sin saber nada él. ¿No quieres saber cómo está? Te recuerdo que me has admitido abiertamente que le sigues queriendo — danza las cejas con picardía.
¡Qué cabrona!
— Además, estamos borrachas y no pienso conducir. Que nos venga a buscar y nos lleve a casa.
Vale, contra eso no puedo objetar nada. Respiro hondo, me armo de valor y agarro el iPhone.
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