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36. ¡El bar Coyote!

La música retumba por todo lo alto. La gente está desfasada, alocada, y el ritmo de los acordes es pegadizo a rabiar. Me contoneo a su son, sintiendo el ritmo recorriendo mis venas y guiando mis caderas.

Liam lleva un pedo descomunal, pero sigue el ritmo lo mejor que puede. Hoy va guapísimo y lo sabe; su camisa de Rita Ora y esos vaqueros rojos lo hacen destacar sobre el resto. Además, el muy pillo hizo muy bien a la hora de presentarse voluntario para la recaudación. Ningún jugador de fútbol es gay, así que el hecho de presentarse voluntario le ha dado la oportunidad de participar a aquellos que hasta ahora no lo pensaban posible. Liam está solicitado de narices.

Lleva intercambiando besos por dólares toda la noche. Cada dos por tres viene algún chico con un ticket color violeta, listo para recibir el beso por el que ha pagado.

— Joder, chicas. No sabía que había tanto gay en este campus — aletea una mano frente a su cara, acalorado por el guapísimo jugador de hockey que acaba de plantarle el beso más calentorro de todos los tiempos.

«Madre mía... Me alegro por Liam, pero qué pena que ese pedazo de hombre sea gay.»

— ¡Aquí tienes más ganado que en la fiesta del orgullo gay! — proclama Dana, borracha como una cuba.

No puedo evitar reírme. La verdad es que no le falta razón. En el tiempo que lleva la fiesta en marcha, a Liam se le han acercado al menos cuarenta chicos. Mientras que a nosotras dos... Ah, ninguno. Esto es raro, y empieza a mosquearme de lo lindo. Sobre todo porque cada vez que miro en dirección a Vikcy, o a cualquiera de las otras chicas, las encuentro estampando sus labios con algún chico. 

— ¿Has visto cómo lo llevan vuestros chicos? — pregunta Liam, curioso.

— Ni falta que hace — ríe Dana. Alza el vaso de plástico y hace chocar nuestras caderas. — ¡Estamos de fiesta! —chilla eufórica.

Me río con ella.

— ¿Y tú? ¿Dónde está el buenorro del quarterback? — Liam ojea a su alrededor, curioso.

Me encojo de hombros en respuesta.

No sé qué tal lo lleva Byron. He procurado no cruzarme con él y evito mirarlo a toda costa. Que finja que no siento nada es una cosa, pero que sea cierto... Es otra muy distinta. No sé qué haría si veo a una zorra comiéndole los morros, así que para evitar comprobar hasta qué punto puedo llegar, prefiero no mirar.

— Oye, ¿cuántos llevas ya? — quiere saber. Alza sus tickets frente a nuestras caras. — No sé antes de que yo llegara, pero desde que os he visto... — chasquea la lengua, desanimado.

— Nada de nada — dice nada, arrastrando todas y cada una de las vocales. Parece que la situación le hace bastante gracia.

— Ninguno — lo digo abochornada, la verdad. Me repatea no haber podido conseguir ni un puñetero dólar para colaborar con la ayuda a esos pobres niños.

— ¿Ninguno? ¿Ninguna de las dos? — Liam se escandaliza. Abre la boca y los ojos exageradamente y, por un segundo, parece que va a gritar como el loco que es. Pero no. Por suerte, parpadea repetidamente y se esfuerza en parecer calmado. Nos agarra del brazo y nos acerca hacia sí. — Y, ¿no os parece raro?

— Claro que me aparece raro. He visto a varios chicos mirándonos con evidente descaro — me encojo de hombros, totalmente perdida ante lo raro de esta situación.

Liam frunce el ceño, pensativo. Después ojea a su alrededor como si la respuesta fuese a estar impresa en la cara de alguien.

— Tú — alarga la mano y agarra del brazo a un chico que baila junto a nosotros. — ¿Tú besarías a este bombón? — me señala con un gesto firme de cabeza.

— Yo sí — responde Dana, mirándome divertida. Niego con la cabeza. Vaya pedo lleva la tía.

El chico me mira de pies a cabeza, babeando como un adolescente salido al que se le ven las intenciones a kilómetros de distancia.

— Vaya que sí. Le haría todo lo que me pidiera — se entretiene admirando mis piernas, y yo me tiro suavemente hacia abajo de la falda del vestido. Menudo descarado. Cuando parece que ya se ha deleitado bastante con mi figura, me mira a la cara y apunta. — Deberías inscribirte para la donación. Me apuesto lo que quieras a que recaudarías más pasta que cualquiera.

Espera, ¿qué?

— Estoy inscrita — levanto la mano y le muestro mi pulsera. El chico enarca una ceja, confuso.

— Pues no tienes cesta — alza su mano y me muestra el ticket naranja. — Si no, no hubiera pagado para besarle a ella — se encoge de hombros con fingido pesar y señala hacia una de las animadoras que hay bailando sobre la mesita del salón. — Y ella tampoco tiene — señala la pulsera de Dana con un gesto de cabeza.

— ¿Estás de coña? — Liam casi grita.

— No, que va. Si tuvieras cesta te aseguro que no tendrías ni tiempo para respirar entre beso y beso — asegura. Y por la mirada lasciva que me lanza, estoy segura de que, si pudiera, ese tío pagaría por algo más que por un beso.

Qué asco. Necesito perder de vista a este tío antes de que me desnude con los ojos. Tiro de Liam y de Dana, enfurruñada, y camino directa hacia el único lugar donde creo que podré encontrar respuestas a la desaparición de nuestras cestas.

Cuando he llegado estaban todas. Y, al inicio, Vicky a anunciado el nombre de los participantes ladrando nuestros nombres por el dichoso megáfono que lleva colgado al cuello.

Tiene que ser un mal entendido.

A medida que me acerco y me percato de que, efectivamente, mi cesta no está, Nelson, quién se encarga de intercambiar los tickets por el dinero, se queda rígido. Su habitual palidez se torna casi traslúcida, y su mirada esquiva me indica que sabe de antemano a lo que vengo.

No me ando con tonterías. Planto ambas manos sobre la isleta donde están las cestas y voy directa al grano.

— Dónde están nuestras cestas — exijo saber. La de Dana tampoco está.

Nelson parece un flan. A pasado de estar más tieso que una tabla a temblar como una hoja al viento. Mira hacia los lados, temeroso.

— Nelson — insisto.

— Yo... Yo... Joder, Amber. No quería, pero...

— No me jodas — blasfema Liam por lo bajo, justo antes de que mi impaciencia me haga obligar a Nelson a hablar por la fuerza. Liam me tira del brazo y me indica que mire hacia a mi derecha.

Mierda. Mierda. Y... Más mierda. No debería de haber mirado. A los pies de la escalera, tan tranquilamente y ajenos a todo, veo a Byron y a mi primo hablando y bebiendo como si nada. Lo que no ven, es a esa zorra rubia que se acerca a ellos con un matojo de al menos cinco tickets color azul eléctrico, aleteandolos mientras se los muestra al grupo de amigas que la animan unos pasos más atrás.

Se me cae el alma a los pies. Esos tickets son del mismo azul eléctrico que la pulsera que Byron lleva atada a su muñeca.

La imagen de esa zorra rubia lanzándose a los brazos de Byron, como una loba a punto de hincarle el diente a su presa... Me deja sin aire en los pulmones. Byron no la ha visto llegar, así que la muy cabrona ha aprovechado su sorpresa para meterle la lengua hasta las amígdalas.

Intenta quitársela de encima, sin éxito. Y ya... ¿qué más da? Ya lo he visto. El dolor de la estampa ya me ha perforado, y el recuerdo ya se está haciendo un hueco en mi memoria. Me importa un bledo que Byron esté mostrando rechazo. A mis ojos de celosa, mujer encabronada y humana ebria, él es igual de culpable que esa zorra.

— Qué pedazo de furcia — ladra Dana a mi lado. — Y qué cabrones — apunta. Me agarra de la mandíbula y me obliga a mirar a los pies de Nelson. Entre ellos, las cestas de mimbre con nuestras fotos impresas, yacen repletas de boletos que no he.os recogidos nosotras.

Entonces lo entiendo. Todo tiene sentido ahora. Ellos han quitado nuestras cestas. ¡Mi cesta! Y el sin vergüenza de Byron se está pegando el festín del siglo dejándose comer los morros por todas las groupies, teniendo la poca vergüenza de fingir que no quiere sentir sus lenguas subcionandole la vida. ¡Lo mato!

— Son unos capullos. Pero he de reconocer que saben cuidar de lo suyo como nadie — opina Liam. No se me pasa por alto el deje de admiración en su voz.

¿En serio? Vale, aunque me fastidie, he de admitir que ha sido una jugada magistral. Pero, Byron se ha olvidado de un detalle muy importante: yo no soy de nadie.

— Se van a cagar — gruño por lo bajo. Liam ríe a mi lado, travieso.

— Ya te digo — refunfuña Dana — Con lo que a mí me gusta ayudar a esos niños.

Lanzo una mirada rápida a mi alrededor, en busca de algo con lo que poder llevar a cabo el plan que se va formando en mi mente sobre la marcha. Puede que no salga como quiero, o que después tenga que lidiar con las consecuencias, pero, ahora mismo, me da un poco igual. Estoy demasiado cabreada.

— Nelson, dame lo más fuerte que tengas para beber  — ordeno.

— Ah, no. No pienso colaborar con vuestra revancha — alza las manos en alto. — Lo siento pero no puedo...

— Cállate, traidor — ladra Dana. — Ya has colaborado con ellos. Ahora te jodes y apechugas.

Él se queda callado, mudo. Vuelve a sellar sus labios y nos mira como un cachorro abandonado.

— Has vuelto a permitir que te manipule. ¿No se supone que eras mi amigo? — lo acuso.

— Amber, no lo entiendes. Cox se ha vuelto loco cuando el primer tío se ha acercado a pagar el primer dólar por ti. Le ha arrancado el ticket de la mano y luego me ha mandado esconder la cesta — intenta explicar. — Ha comprado todos los boletos de tu color, y se ha asegurado de que no quedase ninguno. Y Allan ha seguido su ejemplo.

— ¡Me importa una mierda!

Me siento indignada, y toda palabra que pueda salir por la boca de Nelson me suena a excusa barata.

Aparto la vista de él, cabreada, y me centro en el capullo que tengo por supuesto novio y el sin vergüenza de mi primo. Veo como Byron consigue quitarse de encima a la petarda que le estaba subcionando el aire. Y también veo cómo le dice algo que, aunque no llego a oír, entiendo que es una reprimenda por ser tan lagarta. Esto va de besos, no de violaciones.

Mi primo la mira mal, señal de que tampoco le ha gustado su actitud de aprovechada.

Omito el regocijo en el que pretende revolcarse mi ego femenino, y me centro por completo en mi siguiente paso.

Ni siquiera tengo muy claro qué hacer. Solo sé que quiero devolverle la jugada a Byron, que se joda y vea que sobre mí no mandan ni él ni nadie.

Agarro a Liam y Dana y me los llevo conmigo a través de la gente.

— ¿Qué pretendes, xoxo? — Liam parece tener más ganas de vengarse que yo. Y Dana... Bueno, tengo la sensación de que sería capaz de apuntarse a un bombardeo si hace falta.

— ¿Te apetece hacer de Violet Sanford? - pregunto divertida.

— Oh, sí. Se van a cagar — acepta Dana.

Liam nos mira sin comprender. Pero en cuanto danzo las cejas con esa picardía tan mía... lo pilla.

— Ay madre. ¡El bar Coyote!

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