Estoy terminando de arreglarme. No tengo muy decidido si pintarme los ojos con sombra negra, a juego con mi vestido corto y atrevido, o, gris plomo, como los botines de tacón que me han hecho crecer veinte centímetros de golpe.
— Menudo dilema el mío... — suspiro echándome un vistazo en el tocador. Me he dejado el pelo suelto, dándome un aire loco y desenfadado. No estoy segura de qué color me irá mejor, así que me decanto por darme ambos en un efecto ahumado de lo más radical.
Necesito estar despampanante. Cuanto más guapa esté, más oportunidades tendré de cambiar besos por dólares. Y, por ende, más estaré ayudando a esos pobres niños. Así que no, hoy no tengo margen de error.
En cuanto cojo el bolso de encima del escritorio, alguien llama a la puerta de mi habitación. No he oído subir las escaleras a mi tía ni el timbre de la puerta de casa, pero he tenido la música a tope hasta hace solo unos minutos así que... Seguro que mi tía sube para decirme que ya me están esperando. Me vendrá bien su opinión acerca de mi modelito antes de colarme en el coche de Byron e ir a la fiesta.
— Pasa tía. Ya estoy casi preparada para... — hablo mientras giro sobre mis talones hacia la puerta, así que cuando descubro que quien está en la puerta, no es mi tía, las palabras se me quedan congeladas en la garganta.
Es Byron. Byron cabreado como una bestia. Byron cruzado de brazos en el umbral de la puerta, mirándome con una rabia contenida que me hiela la sangre mientras me repasa de pies a cabeza.
Trago saliva, nerviosa. Aunque siempre he querido verlo reaccionar así ante mí, ahora no sé si su mirada me enciende o intimida. Por suerte para mí, no me da mucho tiempo a seguir analizando las reacciones de mi cuerpo. Byron da un último repaso al vestido que llevo, corto y excesivamente ajustado, y cuando un gruñido gutural se cuela entre sus dientes apretados, la descarga que emite mi entrepierna me lo aclara todo: me enciende, que me mire así, me enciende. Y está claro que yo también a él. Nunca me ha visto tan insinuante como ahora; con este vestido entallado que apenas me llega a medio muslo y, además de un escote generoso, deja al descubierto mis hombros y brazos.
— ¿Tienes que ir así? — protesta, en señal de que no le hace ni puñetera gracia que lleve tanta piel al aire.
— ¿Qué problema hay?
Alza una ceja.
— Ya bastante tendré que aguantar viendo cómo los tíos hacen cola para pegarte sus morros — protesta. — No es necesario que encima alimentes sus fantasías sexuales.
Espera, ¿eso que oigo son celos? ¿Celos porque me besen otros? ¿Celos porque me miren? ¡Ay Dios mío! Llevo tantos años esperando a que tenga ese arranque conmigo, que estoy que no me lo creo.
— Byron, es por una buena causa — me justifico, intentado calmar a la loca enamorada que llevo dentro.
— ¿Buena causa? Mira, Amber, para empezar no deberías estar ahí. Se supone que estás conmigo, joder.
«¡Ja! Ahí te quería yo ver.»
Cojo aire y me hincho como un pavo, decidida a dejarle las cosas claras. Ahora que su cuerpo ha reaccionado ante mí como yo esperaba, que ha mostrado sus celos, y que pretende regañarme porque me bese con otros estando con él ... No. No me va a intimidar con la fuerza de sus palabras.
— Es por una buena causa. — repito. — Y tú también participas en ello. No puedes recriminarme algo que tú también vas a estar haciendo. — defiendo mi postura. — Además, yo me visto como me da la gana, Byron. Si te gusta, bien, y sino... No me mires. Estamos en el siglo veintiuno — mis labios esbozan una sonrisa pícara, aunque detrás escondo una promesa. No va a dejar de mirarme, lo sé, lo acabo de descubrir, y me encanta la idea de ver cómo se retuerce por dentro de los celos.
Esta reacción no formaba parte de mi plan, pero la idea me pone a mil.
Byron me conoce bien, demasiado bien. Así que no me sorprende cuando ladea la cabeza, me analiza descaradamente, y sonríe juguetón a mi provocación.
— Si no quisieras que te mirase, no te habrías vestido así.
Bien, me ha pillado. Esto me lleva a tirar de munición más pesada.
Me acerco a él con pasos lentos, pero firmes. Saboreando el poder que me da ver cómo me mira mientras traga saliva al tiempo que desciende y asciende la mirada por la piel desnuda de mis piernas. Intento omitir el temblor que me provoca sentir su mirada abrasadora y la tensión que crece en mi bajo vientre. Las mariposas que aletean feroces en mi estómago, alocadas porque, al fin, después de toda una infancia soñando con ello, Byron reacciona ante mí de la forma más hambrienta y primitiva jamás vista.
Cuando me planto frente a él, estoy tan sumamente cerca que siento la rigidez de su cuerpo sobre mi pecho. Aprovecho que los centímetros de más que me brindan los tacones me dejan casi a su altura, y acerco mi cara tanto a la suya, que cuando sus labios se entreabren para recibir el beso que, seguro que piensa que voy a darle, su respiración agitada me lame las mejillas como la mejor de las caricias. Saben a gloria, a poder y a triunfo...
«Eres mío.»
Tanteo el momento; lo miro a los ojos y deslizo mis labios sobre los suyos en una caricia juguetona. En cuanto Byron rompe el cruce de sus brazos y clava las manos en mis caderas, me aprieta a su cuerpo todo lo que le es posible. Mis caderas chocan contra las suyas, y la dureza de su miembro se hace notar sobre mi pelvis en un roce que me prende de dentro hacia afuera. Su sonrisa lobuna me atraviesa el vientre.
Aprieto los muslos con disimulo, apaciguando el fuego que se enciende entre mis piernas de solo verlo, de solo tenerlo cerca, de sentir su cuerpo y lo que yo misma le provoco.
— Puedo aliviar esa tensión, morenita. — ronronea sobre mi boca.
«Ay madre... Tienes que ser fuerte Amber. No le des el gusto ahora.»
Con toda la sensualidad que puedo derramar en este momento, alzo la mano y, con un dedo índice de lo más juguetón que se cuela entre nuestras bocas, le acaricio el labio inferior mientras digo en un susurro:
— ¿Quién dice que quiero que me mires tú, Byron? — lo miro a los ojos al tiempo para encontrar la chispa de desconcierto en sus pupilas. — Necesitamos recaudar dinero a cambio de besos. Cuanto más apetecible... — le dejo caer.
Sin despegarme de su cuerpo, me deslizo hacia la derecha para pasar por su lado y salir de la habitación. He hecho una jugada sucia y he conseguido desconcertarle, sí, pero me acabo de encender a mí misma de la manera más cruel posible. Más me vale olvidar la que me acabo de preparar yo solita.
Necesito que me dé un poco el aire. Escaquearme y aprovechar el espacio libre entre los asientos del coche para estar lejos de Byron, y donde me aseguraré de recuperar el control sobre la tensión que se está acumulando en el nacimiento de mis muslos. Antes de que Byron reaccione, yo ya estoy esperando en la puerta de su coche, cargada del aire fresco que ondea mi larga melena al viento. Él, sin embargo, lleva un cabreo monumental que le da un toque aún más atractivo. Como si no estuviese ya lo bastante guapo con sus pantalones vaqueros negros y ese suéter caqui abrazando sus músculos.
«Madre de Dios... Este chico es perfecto.»
El viaje se hace eterno. La tensión entre nosotros va creciendo con cada metro recorrido, y no es precisamente porque nos toquemos o hablemos del tema. Qué va, Byron va demasiado cabreado como para mirarme si quiera. Ni qué de decir de hablarme, claro. Ha puesto la música a tope y el momento me recuerda al primer día que llegué a Los Ángeles y él me llevó a la fiesta de la
hermandad Ángelo.
¿No quiere hablar? Genial, eso que me ahorro.
En cuanto detiene el coche frente a la casa de la hermandad, me preparo para saltar de mi asiento, enfilar el caminito que atraviesa el césped, y encontrarme con las chicas y Liam.
Abro la puerta, y justo cuando dejo asomar una pierna al exterior, la manaza de Byron me envuelve el codo y tira de mí hacia el interior.
— Pero qué...
No puedo protestar, porque Byron, tan oportuno como siempre, me mete la lengua hasta la garganta nada más girarme para encararlo.
Su mano me libera el codo y se cierne sobre mi nuca, enredando mi pelo entre sus dedos y tirando suavemente de él. Su boca es voraz, hambrienta, y el ímpetu de su lengua chocando contra la mía, es la viva sensación del reclamo.
Intuyo lo que quiere decirme, que no me olvide de él, de sus labios ardientes y del poder que es capaz de ejercer sobre mi. Por ello, echando mano de la reacción que sé que le he provocado antes, enredo mis brazos en su cuello y me aprieto a él.
Siento su otra mano deslizándose por mi cintura, mi cadera, y, antes de que pueda darme cuenta, me recoge sobre su regazo. Me siento a horcajadas sobre él, y mi diminuto vestido, hace de las suyas y se me sube lo suficiente como para que su miembro se sienta bajo mi entrepierna.
Se me escapa un gemido, uno pequeñito, pero incontrolable. Y ese simple gemido, le da a Byron el permiso de llevar ambas manos a mi trasero y apretarme todo lo posible a él.
La dureza de su miembro se me clava, me arde, y me encanta. Así que sintiéndome más valiente que nunca, sigo mis instintos más primitivos y meneo las caderas contra él. Me muerde el labio inferior y ruge.
Su respiración trabajosa, el latir desbocado de su corazón contra mi pecho, los músculos de sus brazos tensándose bajo la fina tela del suéter mientras me empuja hacia él como si me estuviese embistiendo... Todo. Todo me lleva a sentir el calambrazo del siglo arremolinandose en mi nudo de nervios. No estoy húmeda; estoy empapada.
— Dámelo morenita... — me apremia.
Juro por Dios que quiero hacerlo, dárselo y reventar encima de él como una loba. Pero, por alguna razón que desconozco, mi entrepierna está exigiendo algo más que un roce en el punto idóneo. Es como si se hubiera preparado para ir un poquito más allá. Como si hubiese decidido por mí que ya está preparada para avanzar el ansiado paso que nos hará disfrutar.
— Byron... — imploro en un gemido. Aunque dudo mucho que haya sido capaz de entender lo que quiero decirle.
Lleva una mano al escote de mi vestido y me lo baja con agresividad. Abandona mi boca un segundo, justo cuando mis pechos quedan al aire, expuestos ante su hambrienta mirada. No sé lo que él piensa, pero yo sí sé lo que quiero; enredo mis dedos en su pelo y dirijo su boca a mi pecho.
No lo duda, los devora. Me agarra uno con la mano y lo amasa mientras sus labios ardientes y la calidez de su boca se adueñan de la sensibilidad de mis pezones. Yo me arqueo hacia atrás, facilitándole el trabajo.
Con su boca dominando mis pechos, y el vaivén de mis caderas marcando el ritmo, siento las primeras coletadas del placer que esta por llegar. Estoy apunto de estallar. Siento su mano traviesa acariciándome el muslo, cerca de mi punto de erosión, mientras que la otra me ayuda a seguir el perfecto ritmo de nuestros cuerpos.
— Solo mía, morenita — gruñe de nuevo. Me muerde un pezón, brusco, y eso me azota de lleno en el clítoris.
Clavo la vista en la magia que obran sus labios en mis pechos, y cuando percibo la intensidad de sus ojos admirándome a través de sus pestañas, una sonrisa juguetona asoma en sus perfectos labios.
Siento la palma de su mano sobre mi sexo, dejando un calor inhumano a través de la fina tela de mis bragas. Me deshago ante la anticipación de sentir su piel contra la mía.
«¿Me va a tocar? ¡Dios, sí!»
— Dilo, morenita... Solo mía. — ronronea, y yo gimo en repuesta. — Dilo.
«Sí, claro que sí. Tuya. Tuya. Solo tuya.» Intento decir, pero de mis labios solo sale un gruñido de puro placer.
Sus manos me abandonan de golpe, su boca me libera el pezón, y, para más golpe de realidad, cuando abro los ojos y busco una repuesta en su rostro, una sonrisa de suficiencia responde a todas mis preguntas.
La frustración debe de reflejarse en mi cara. Byron arquea una ceja chulesca, se muerde el labio inferior con una sensualidad arrolladora, y vuelve a aferrarse a mi trasero.
Su mirada hambrienta se me clava tanto como la dureza de su miembro bajo la fina tela de las bragas.
— Dilo. Dilo y te haré llegar donde quieras, morenita. — promete, pero para mí es un claro chantaje.
¡Será cabrón! ¿Cómo se atreve a hacerme decir que soy suya, cuando tiene todo mi cuerpo a su merced?
Está claro que soy suya, pero, por lo visto, al muy engreído le gusta que se lo diga. Que me declare por mí misma como su posesión.
Me carcomo por dentro. Me palpita el clítoris y mi vagina se contrae como puede en busca de alivio. Pero mi orgullo sigue en pie de guerra, y no pienso ceder.
Acerco sensualmente mis labios a los suyos, lamiéndole el inferior con la punta juguetona de mi lengua, y sin liberar sus ojos de los míos.
— Claro, Byron... — insinúo. Su ojos se desvían hacia mi lengua, ansiosos por hincarle el diente. Cree que ya me tiene, que ya ha conseguido llevarme a rogar por sus atenciones. — Podrías hacerme llegar adónde yo quisiera — aseguro, alabando su destreza. Meneo un poquito las caderas, provocándole y, de paso, intentado aliviarme. — O... También puedo llegar yo solita. — le azoto con mis palabras, haciéndole saber que no es indispensable en mis deseos carnales.
No se lo esperaba. Y eso me ha hecho poder devolverle el golpe. Sonrío triunfal, me muevo para volver a mi asiento y...
— Ah, no — tira de mi cintura y vuelve a recolocarme donde estaba. Lo miro y me preparo para una batalla campal de gritos.
Si no le ha gustado mi golpe, que él no me lo hubiese lanzado primero.
— De aquí no te vas así — asegura, tenso. — No pienso jugármela.
A penas llega a pronunciar la última palabra, cuando sus labios se estampan contra los míos, y su lengua de torna agresiva.
Le respondo sin pensarlo, encantada con retomar lo que tanto me estaba gustando. Me dejo guiar por el ansia que aún domina todo mi cuerpo. Byron lleva una mano a mi culo y me aprieta, volviendo a hacer rozar nuestra partes. Le muerdo el labio inferior, desesperada por poder aliviar la tensión.
Siento su otra mano acariciando mi muslo, clavándome los dedos. Y, antes de que pueda si quería asimilarlo, siento como se cuela entre mis bragas.
Muero de placer. Con sus labios ahora recorriendo y lamiéndome el cuello, sus dedos acariciando mi hendidura, húmeda y resbaladiza. Arriba y abajo, arriba y abajo... palpando sutilmente mi clítoris con el pulgar, mientras que con otro dedo me dibuja suaves círculos alrededor de mi apertura.
Me deshago de la anticipación. Nunca antes había dejado que alguien llegase a esto. Así que la dirección que pueda tomar ese dedo juguetón me tiene es ascuas. Me encanta la idea de probarlo, aquí, ahora...
Y lo siento. Siento cómo se abre camino a través de mi carne, y doy un respingo involuntario ante la intrusión.
— Shh... — me calma, volviendo a mis labios. Me besa con ternura, y los músculos de mi vagina se relajan y amoldan a su dedo.— Relájate, morenita.
Gimo cuando el pulgar vuelve a obrar en mi clítoris. Los músculos de mi interior se relajan y solo entonces, me permito disfrutar de la sensación de abrazar su dedo en mi interior.
Acariciándome desde adentro, mimandome desde fuera, tragándose mis gemidos... Byron me lleva hasta el más absoluto y pleno de los clímax.
Me derrumbo, me libero. Dejo crecer la tensión hasta que estalla en su mano, y me encaramo a su cuerpo mientras le muerdo el labio.
— Mía — asegura sobre mi boca. — Solo yo puedo hacerte sentir esto, morenita. — me besa. — No lo olvides.
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