32. Acepto
— He quedado con Liam — le digo a Dana.
— Jo — se queja desde el otro lado de la línea. — Yo tenía ganas de pasar una tarde contigo. Ya sabes, como hacíamos antes.
Sonrío. Es verdad que desde que supuestamente Byron y yo estamos juntos, casi ni nos hemos visto. Han sido unas semanas muy raras en las que me he centrado mucho en obviar las miradas y saludos de los estudiantes, y hasta me he acostumbrado a que Byron me regale besos y muestras de afecto en público. Los primeros días me dio reparo, no sabía cómo actuar. Pero el hecho de que él haga que parezca natural, me anima a meterme en el papel.
Nuestra fingida relación es totalmente creíble. La gente ha olvidado por completo el tema de mis supuestos favores sexuales, y ya ningún tío se atreve si quiera a insinuarme nada.
Respecto al pandillero al que le rompí la nariz, o al chico al que Byron golpeó frente a la puerta de una de las cafeterías, no he vuelto ha saber nada tampoco. Es más, ha llegado a mis oídos la maravillosa noticia de que el tema de los carteles que colgaron con mi cara, debió de ser fruto del rechazo de algún idiota despechado.
A su manera, aunque este nuevo rumor no menciona nada de un pandillero... No anda lejos de la realidad.
— Podemos quedar otro día — suspira. — Cuando tengas tiempo para mí. Sí es que llega ese día.
— Oye, que puedes venir con nosotros — ofrezco. — Iremos al muelle a pasar el día. Nos lo pasaremos bien, ya verás. Además, — intento ponerme sería, aunque sé que no puede verme a través del teléfono. — Ya sé que Liam es tu nuevo compañero para compartir tus fantasías entre Byron y yo.
El gritito que pega Dana al otro lado casi me deja sorda.
— Y se lo has contado a tía Grace. — la acuso. — Ya te vale, guapa.
— Eso no es verdad — se defiende, pero miente fatal. Me río de ella y la calmo asegurándole que da igual. Ya me he acostumbrado al continuo run-run de la gente sobre nosotros, y tía Grace, en realidad, parece feliz con la idea. — Vale, pero que sepas que la culpa es vuestra por ser tan monos.
Esta vez, no me río. Sino que me descubro sorprendiéndome a mí misma por la tristeza que siento al pensar, aunque sea por un nanosegundo, que lo nuestro no es real.
Mierda. He estado metiéndome tanto en el papel, y él, tan plenamente entregado en hacer que todo parezca real... Que ahora mismo, la realidad se me antoja de lo más asquerosa.
— ¿Vendrá By? — pregunta ella. — Es para decirle a Allan que venga también. — propone.
— No — Soy consciente de que he sonado brusca, así que me obligo a respirar hondo y corregir mi tono. — Quiero decir... Me apetece una tarde de chicas. Solo chicas.
Se hace el silencio.
— ¡Genial! ¿Dónde y a qué hora?
El muelle está a rebosar, para variar. Desde que me mudé a Los Ángeles no he tenido el placer ni el tiempo de dejarme caer por aquí. Pero, ahora que estoy aquí, recuerdo perfectamente las razones que a mamá le llevaban a odiarlo.
A mí me encanta.
Liam, Dana y Vikcy se mueven como si estuviesen en su salsa. Creo que ya tienen hechos algunos planes que podrían acaparar perfectamente las próximas cuatro horas del día. No entiendo como he acabado aceptando que Viky se uniese a nuestro plan, pero aquí está, y agradezco que entre los tres estén tan entretenidos como para percatarse de que no estoy muy animada.
No había parado a pensar en ello, y desde que lo he hecho, ya no puedo parar de hacerlo. No es real, joder. ¿En qué momento se me olvidó que solo era un plan para mantenerme lejos de los chismes y protegida del pandillero? Mierda. Tengo que parar de hacerme ilusiones yo sola. Tengo que reprimir mis sentimientos y no dejarlos volar.
Byron solo me está ayudando. Me está haciendo un favor al protegerme. No siente por mí el amor que yo siento por él.
— ¡Oh dios mío! ¡Esta tienda me encanta! — aúlla Dana.
— ¡Y a mí! — le acompaña Vikcy.
Debo de ser una chica de otro planeta, porque creo ser la única que masculla entre dientes:
— Hala, ya empezamos con las puñeteras tiendas.
Liam parece tan entusiasmado como ellas, así que, sí, muy a mi pesar, soy de otro planeta. Les sigo hasta el interior de la condenada tienda e intento seguirles el ritmo. No sé cuándo ni cómo narices hemos terminado en Third Street Promenade, pero aquí estamos.
Dana y Vikcy van directas hacia una tienda en la que hay varios vestidos, ni siquiera han mirado más allá. Al parecer, se conocen la tienda mejor que las propias dependientas. Me decanto por seguir a Liam, esperando que no sea tan adicto a las compras como esas dos.
— Deberías buscarte algo tú también — comenta Liam, acariciando la tela de una camisa azul marino.
— No necesito nada.
— ¿Cómo que no? ¿No vas a ir?
Ojeo a mi alrededor y frunzo el ceño cuando mis ojos encuentran una camisa con estampado animal. Es horrible, pero la cojo entre mis manos, observándola detenidamente mientras intento encontrar algo que justifique la venta de esta orterada.
— ¿Adónde? — pregunto sin mucho interés.
— A la fiesta, xoxo, a la fiesta — suelta como si fuese obvio.
Desvío la mirada de la camisa hacia Liam y enarco una ceja interrogante. No tengo ni idea de lo que está hablando, la verdad. En el campus los rumores corren como la peste, y no he oído nada de ninguna fiesta. Liam me mira como si no diese crédito al desconcierto que ve en mi cara.
— Me estás vacilando, ¿no? — abro los ojos de par en par, mostrando toda mi inocencia. Él suspira y se pellizca el puente de la nariz. Niega con la cabeza cuando ríe echando el aire bruscamente. —Está claro que Byron no ha querido decirte nada.
¿Qué coño?
Uis, ahora ya sí que me a picado la curiosidad. ¿Qué tiene que ver Byron en esto? ¿Por qué no me ha mencionado nada de una fiesta para la que Dana, Liam y Vikcy se están preparando el modelito del siglo?
Coloco la fealdad que tengo en las manos en su debido sitio, y me cruzo de brazos mirando a Liam.
— ¿Qué tiene de especial esa fiesta?
Liam se hace el despistado. Se apoya la camisa azul marino sobre el pecho, y me mira en busca de mi aprobación. Niego con la cabeza. A Liam le vendría bien un color claro, un verde celeste a juego con sus ojos. Los tonos oscuros hacen que parezca aún más pálido de lo que ya es.
Suspira ante mi negativa y agarra otra del mismo tono oscuro. Es casi igual que la otra, solo que esta tiene un pequeño bolsillo en la manga izquierda. Vuelvo a negar.
— Liam — insisto. El muy puñetero se escabulle entre los maniquíes, en busca de la camisa ideal. Lo persigo. Cuando lo alcanzo, me planto delante de él y me cruzo de brazos. — ¿Qué pasa?
Desvía la mirada hacia ningún lugar concreto. Parece dudar, no sé por qué, pero no le hace ninguna gracia tener que decirme lo que sé que se muere de ganas por contarme. Llevo ambas manos a sus hombros y le doy un apretón animoso. Cede.
— Es una tradición. Cada principio de estación, el equipo de fútbol organiza en la fraternidad Ángelo una fiesta en la que la gente dona un dólar para besar tanto a los jugadores como a las animadoras — explica. — Es una tradición que inventaron ellos. Es para donar el dinero a los niños desfavorecidos de los barrios bajos de Los Ángeles. Así que, sí, como tú comprenderás, tienen que asistir todos.
Tardo un segundo en encontrar sentido a su gesto de precaución. Me mira como si estuviese esperando a que estallase por algún lado. Y lo haría, de verdad que lo haría, si no fuera porque mi cerebro se niega a encontrarle sentido.
— No entiendo — confieso. — Byron no puede hacer eso — me señalo a mí misma. — Estamos juntos. Si no me lo ha dicho es porque no va a ir.
Intento sonar convincente y, de paso, intento terminar de creerme mis propias palabras. No irá, ¿no? Ante la gente, somos una pareja, y él me prometió no hacer nada que pudiera hacerme ver como una cornuda. Es más, él mismo se ha encargado de dejar claro a todo el campus lo nuestro.
Siento las manos de Liam abrazando mis mejillas. Sus pulgares me acarician los pómulos con afecto.
— Xoxo, es el quarterback, claro que va a ir. De hecho, es el más solicitado. El que más dinero genera. Piensa que es por una buena causa.
No, no tiene sentido. Además, me resulta ridículo que organicen una fiesta para ello, cuando yo sé que hay varias chicas dispuestas ha donar incluso su alma con tal de tener cinco minutos de gloria con un jugador de fútbol.
Y ellos... ¿Una buena causa? ¡Menudos cabrones!
La carrera no formalizada de cualquier equipo de fútbol universitario, es pillar cacho cada fin de semana.
— ¿Qué os parece? — Dana aparece tras mi espalda con un provocativo vestido rojo fulana. Es muy corto, sin tirantes, y se abraza a sus finas curvas como una segunda piel.
Pide guerra a gritos. Nunca la había visto así, tan provocativa, y ahora creo entender la razón.
— Es precioso — chilla Vikcy, saliendo de la nada y ataviada en un vestido que no deja lugar a la imaginación.
— Tú también vas a esa fiesta, ¿no? — le reprocho a Dana. Pone los ojos en blanco, dejando claro que no le hace mucha gracia, pero termina asintiendo. — ¡¿Qué?!
¡Venga ya! Dana y Allan llevan juntos desde que eran críos, y Allan es un celoso de primera. ¿Cómo puede ella soportar que él asista a un acto como ese, y encima ir para verlo? ¿Y Vikcy? Joder, pero si el día que me conoció me miró como si quisiera matarme solo porque Jay le había hablado de mí.
— Ay, chica, solo son besos. — Vikcy le quita importancia aleteando la mano frente a mi cara. — Deja que las groupies sean felices por un segundo. Es lo mejor que puedes hacer para quitartelas de encima durante el resto del tiempo. Se pasan los meses esperando esta fiesta, y cuando llega, cumplen su deseo de besar a uno de ellos y encima donan dinero para una buena causa.
— ¡¿Qué?! — no me lo puedo creer.
Me quedo boquiabierta. Alucinada con la indiferencia con la que habla aún sabiendo que habrá varias mujeres haciendo cola y pagando para besar a su novio.
Las manos de Liam se aferran a mis hombros y, esta vez, es él quien intenta relajarme dándome un apretón suave. Trago saliva con dureza, atragantándome con mi propia rabia.
Como a Byron se le ocurra besar a otra... Lo cuelgo de un pino por los huevos. Pienso atravesarle el escroto con un anzuelo, y después lo dejaré suspendido de la rama más alta.
— No me puedo creer que soportes esto — bufo en dirección a Dana.
Dana suspira, agotada. Se lleva las manos a la cabeza y enreda los dedos entre las raíces de su pelo platino, casi blanco.
— Peque... — el azul de su mirada es pura súplica. — No has visto cómo viven esos pobres niños. Cada día se ven sometidos a peleas, robos y tiroteos. Y todo frente a las puertas de sus casas. Los más afortunados llegan vivos, a tiempo de meterse en una banda para garantizar su seguridad y la de su familia.
Me estremezco de pies a cabeza. La palabra banda hace que recuerde al pandillero de la otra noche. Ese que intento humillarme y por el que Byron intenta protegerme. ¿Le conocerá de eso? ¿Se habrá pasado por esos dichosos barrios bajos y lo ha visto alguna vez?
— Ayudarles es la mejor forma de evitar que sigan metiéndose en bandas. Los niños creen que así sobreviven, que se aseguran la vida. Pero lo cierto es que los manipulan para traficar droga, participar en peleas ilegales y... - su voz se ahoga por un momento. — Quién sabe qué cosas más.
De repente me siento como una arpía. Un mal bicho, una persona podrida. ¿Cómo he podido pensar así? Byron no ha hecho más que demostrarme que puedo confiar en él. Que ha cambiado. Y yo... Mierda. Está claro que lo que Byron intenta es ayudar a esos pobres críos, igual que a mí.
¿Qué puede suponer un beso? Nada. Si así consiguen ayudar a esos niños inocentes y, con el tiempo, les ahorran meterse en bandas y convertirse en impresentables como el que me tocó conocer a mi... Qué así sea.
— Vale... — respiro hondo. — ¿Hay algo en lo que pueda ayudar?
Necesito aliviar mi conciencia, y no se me ocurre mejor forma que echando una mano.
Dana niega con la cabeza, y le lanza una mirada de advertencia a Viky. Está, sin embargo, parece que la idea le resulta fantástica.
— Pues ahora que lo dices... — Viky enarca una ceja, pensativa. Se pellizca el labio inferior entre el dedo índice y pulgar, y me da un repaso de arriba a bajo. — Puedes presentarte voluntaria para formar parte del equipo de las animadoras ese día. — sugiere.
— ¿Qué? No, ni de coña — responde Dana.
— Voluntaria, ¿para hacer qué exactamente?
— Para que te besen y contribuir a la causa. — Viky se encoge de hombros, indiferente. — Ayudar, igual que hará tu novio.
— No. No puedes hacer eso peque. — Dana insiste.
Los ojos rasgados y oscuros de Vikcy desprenden un brillito divertido que no me gusta un pelo. Algo me advierte de que me está retando en silencio. Seguro que piensa que no voy a ser capaz, o, qué sé yo, que nadie daría un dólar por mí.
— Acepto.
— ¡No! Joder, peque. ¡Byron se va a volver loco! — Dana se pone histérica, pero no le hago mucho caso. Siempre se toma todo a la tremenda. Creo que forma parte de su don para la interpretación.
— Oye, eso es una idea fantástica — apoya Liam. Me aprieta suavemente los hombros, emocionado, y siento como da pequeños saltitos sobre sí. — ¿Yo también puedo? Quiero decir, puede que haya algún gay dispuesto a donar un dólar por mis labios — sugiere.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro