
3. Ese chico está de toma pan y moja.
Tía Grace me tiene loca. No ha parado de chillar emocionada desde que me ha visto en la puerta. Hasta Dana se ha largado utilizando la excusa de querer prepararse para la fiesta.
Al menos tengo que agradecer que tía Grace haya aparecido y me haya arrastrado al interior de la casa, alejándome de la incómoda tensión que supone tenernos a Byron y a mí tan cerca el uno del otro. Mi primo, por el contrario, ha aprovechado para irse con él al taller que, si no me equivoco, sigue siendo del tío de Byron.
Dios. No sé qué hubiera pasado si llego a quedarme un segundo más frente a él. ¿Me hubiera terminado hablando solo por quedar bien delante de Alex?
No, lo dudo. Lo más probable es que me hubiera escupido en la cara. Estoy segura de que tiene mucho rencor acumulado hacia mí. Aunque parezca una exageración, empezó a odiarme de una forma inimaginable en cuanto se enteró que me gustaba.
Un día era un amor, siempre atento y haciéndome reír, siempre a mi lado. Y al día siguiente, se convirtió en el mismísimo demonio. Me hizo llorar infinidad de veces con sus continuas jugarretas. Jugarretas que mi primo catalogada como bromas que yo no sabía encajar con elegancia. Según Alex, yo era una exagerada.
Menos mal que con el tiempo aprendí a disimular mis sentimientos. Incluso llegué a creerme en algún momento que ya no lo quería, que solo era amor infantil. Pero, cada verano, como hoy mismo, la realidad me arreaba con fuerza tras volver a verlo. Es mi amor platónico, y no puedo hacer nada para evitar sentir lo que siento.
Me echo un último vistazo en el espejo del tocador que tan acertadamente ha colocado mi tía en la esquinera de la pequeña habitación. No es que sea nuevo, de hecho, creo haberle entendido que lo compró en una tienda de segunda mano. Pero, oye, por casualidades de la vida, es del mismo tono blanco que el resto de los muebles que decoran la habitación en la que voy a dormir.
Jo, es tan pequeñita y acogedora... Estoy segura de que en cuanto coloque todas mis cosas en sus respectivos lugares, esta habitación será mi mejor refugio. Ya estoy visualizando en mi mente como quedarán mis libros en esas estanterías tan vacías, los pósters de Harry Styles y mis grupos preferidos por las paredes, las fotos con las pocas amigas que he conservado durante mis mudanzas y, cómo no, algunas fotos familiares. Tengo claro dónde pondré esa que tanto me gusta y en la que salimos mamá, Jhon, mi hermanastro Allan y yo en el jardín botánico de New York. La pondré en la mesita de noche, un lugar perfecto para poder verlos cada mañana. Sé que voy a. echarlos de menos, en especial a mamá.
Aquí era donde antes dormía mamá cuando veníamos a pasar el verano. En la que dormía yo, ahora hay un despacho para que mi tía pueda repasar tranquila la cantidad insana de casos con los que el bufete la bombardea a diario. Así que esta habitación en sí misma es un perfecto recuerdo de mamá.
Además, me gusta más esta habitación que la anterior. Incluso el color salmón recién pintado de las paredes tiene su encanto y realza el blanco de los muebles.
— ¿Amber? — tía Grace asoma la cabeza por la puerta justo cuando me giro para mirarla. — ¿Puedo entrar?
— Claro — me río. — Es tu casa.
Tía Grace frunce el ceño y después suspira. Otra vez, igual que cuando le aseguré por teléfono que solo me quedaría en su casa temporalmente. Se adentra en la habitación y se acerca a mí. Me planta ambas manos en los hombros y me acaricia los brazos, chasquea la lengua y suspira.
— Te puedes quedar aquí siempre. No quiero que te vayas — repite. — Desde que Alex se fue a vivir con Dana la casa está muy vacía.
Lo sé. Me lo ha dicho un millón de veces y la entiendo perfectamente. Pero es que me sabe fatal quedarme aquí como una ocupa. No quiero invadir el espacio de nadie, ni sentirme como una mantenida. De hecho, accedí a quedarme en casa de mi tía hasta encontrar un trabajo solo para que mamá y Jhon no me pagasen un apartamento. Aunque no descarto que estén pagándole a mi tía algún tipo de mensualidad por acogerme hasta que me largue.
Me hubiera gustado poder acceder a una residencia como la mayoría de la gente que va a la universidad, pero cuando tu madre es una mujer de negocios que gana tanto dinero, y su marido también ... ¡Anda! Resulta que se niega a verte metida en una de esas residencias. Solo me dio dos opciones: la casa de mi tía, o me alquilaba ella un apartamento. Evidentemente, me niego a que mi madre me pague un apartamento.
— No quiero ser una carga — intento explicar. — Pero escucha, aunque consiga un trabajo y un apartamento, te aseguro que vendré a visitarte todos, toditos los días.
Mi tía no parece muy de acuerdo con la idea, no le gusta, pero hoy parece resignarse y no seguir con el tema. Sin embargo, lo cambia a otro que no me gusta mucho, y encima le añade un tono de melancolía que me gusta aún menos. Lleva las manos de mis brazos a mis mejillas y me acaricia con los pulgares.
— Te pareces tanto a tu madre...
Pues, la verdad, no sé en qué. Mamá es un pivón, en serio. Tiene una piel perfectamente blanca, una larga melena pelirroja que realza el verde de sus ojos, una cara preciosa salpicada de pecas que parecen colocadas a conciencia, y un cuerpo de infarto.
Mi tía y ella no se parecen mucho, la verdad. Tía Grace es rubia de ojos azules. Tiene la piel más arrugada, es un par de años mayor que mamá, y tiene unos cuantos kilitos de más. Aún así, con todas esas diferencias, ella se parece a mamá más que yo.
Lo que siempre que recuerdo esto, me lleva a preguntarme... ¿Tanto me parezco a él? Sí, sí, al hombre que me engendró y ni siquiera merece que le llame papá. Viéndome, creo que la respuesta está muy clara. No me parezco a mi madre ni en el blanco de los ojos. Si a ella bien la pueden confundir con la modelo más atractiva del planeta tierra, a mí me podrían confundir perfectamente con la buenísima actriz Marie Avgeropoulos. Y, ojo, no hago esta comparación por lo guapa que es y lo mucho que me gustaría a mí parecerme a ella, sino por la diferencia de rasgos físicos que hay entre ambas.
Mamá y yo somos como la noche y el día. O lo que es lo mismo; creo que soy clavadita al capullo que la preñó y después dejo tirada. Lo que me convierte en el recordatorio constante de su fraude amoroso. Aún recuerdo el tiempo que creí que estaba muerto y que yo daría caza a sus asesinos. Después, cuando me di cuenta de que mamá jamás decía nada al respecto, entendí lo ilusa que había sido. No había una excusa tan consistente como una muerte para justificar su ausencia. Nunca la hubo. Y aunque jamás le pedí a mi madre explicaciones al respecto, sé que él fue tan poco hombre como para largarse en cuanto la cosa se puso sería. Por suerte Jhon siempre estuvo ahí, como amigos y después como pareja. Dándome su apellido y tratándome como si fuese su propia hija.
Suspiro y me reprendo por no haber escuchado a mi tía mientras me hablaba. Pero como ya me sé esta charla (me la ha dado cada vez que me ha visto durante todos los veranos), no dudo en que el parecido que encuentra entre mi madre y yo, no es precisamente físico.
Me apuesto los cien dólares que gané ayer (y seguro que no los pierdo) a que ha dicho que soy tan explosiva, valiente y atrevida como mamá. Una mujer con garra, que no se detiene frente al mundo y que pisa fuerte allá donde va.
«Ya quisiera yo...»
— Sois como dos almas idénticas. — la oigo rematar cuando me centro en la conversación.
Llevo mis manos a las suyas y las acaricio sobre mis mejillas. Le sonrío con amor, verdaderamente halagada porque tenga ese concepto de nosotras. Aunque solo acierte en mi madre y lo mío sea solo mera fachada de chica dura.
Un par de lágrimas solitarias escapan de entre sus pestañas impregnadas de rímel. Se apresura a limpiarlas con el pulgar y, con una velocidad sobrehumana, se recompone y vuelve a cambiar de tema. Libera mis mejillas y se plancha con las manos la impecable falda de tubo negra.
— ¿Estás lista para la fiesta?
Asiento con la cabeza y mi tía me mira de arriba abajo. Yo también lo hago, por inercia. No creo ir mal, pero como nunca he estado en una fiesta de universitarios, tampoco lo puedo asegurar.
— ¿Voy bien? — me aventuro a preguntar. Cualquier consejito me vendría de perlas.
Sé que los jeans ajustados y los tops que enseñan un poquito el vientre van como la seda con unas Vans para cualquier fiesta de instituto. Ahora bien, que sea lo adecuado para estas fiestas... Eso, ya es otro cantar.
Mi tía se lleva un dedo al labio mientras me ojea, pensativa. Después de un análisis minucioso, gira sobre sus pies y va hacia la maleta a medio deshacer que tengo en el suelo. La dejo revolver sin decirle nada. En un segundo, se planta frente a mí con una chaqueta de manga larga color camel. Es una chaqueta que me gusta muchísimo. De esas que son tan largas que llegan hasta las rodillas y te ayudan a estilizar la figura.
— Tejanos negros y top blanco, creo que esta chaqueta te quedará genial con ese modelito. — Agarro la chaqueta y me la pongo. Miro a mi tía con gesto interrogante, pero en lugar de su aprobación, me encuentro con que frunce los labios. — Te lo digo siempre, peque. — Estira la mano hacia mi cabeza y, de un simple tirón, me quita la goma que sostenía mi larga melena negra en una cola de caballo. Siento todo el peso de mi pelo lacio caer hasta que las puntas me acarician la piel descubierta de la cintura. — Te queda mejor el pelo suelto.
Me río. Es cierto que siempre me lo dice.
— Pues hala, ya estás lista. Vamos, que Byron te está esperando — anuncia.
Me atraganto con mi propia saliva.
«¿Byron? ¡¿Byron?!» Callo mientras me ataca la tos.
Tía Grace lleva la mano a mi espalda y me golpea con gesto dulce.
— ¿Estás bien cariño?
«No.»
— Sí. — Me aclaro la garganta. — Solo se me ha ido la saliva por la tubería equivocada — me aclaro la garganta de nuevo. — ¿Quién dices que me espera? — pregunto, aferrándome a la esperanza de que se haya confundido de nombre. Me muerdo los carrillos como si así la respuesta fuese a sorprenderme menos.
— Byron. Te está esperando en el coche — sonríe con ternura. — ¿Te acuerdas de él? — acto seguido, tía Grace se lleva la mano al pecho y exclama como si fuese obvio. — ¡Oh, claro que te acuerdas! De pequeña estabas enamorada de él. — Parece tan feliz de recordar aquello, que hasta me dan ganas de salir corriendo y meterme en el coche de Byron, aunque él esté ahí dentro con sus malas pulgas.
Sonrío y me obligo a decir:
— Eso fue hace años tía Grace. Ahora he mejorado mis gustos.
— ¡¿Estás de broma?! — se escandaliza. Se acerca más a mí y baja el tono de voz como si fuese a confesarme algo. — En serio, cariño, entre tú y yo... Si yo no tuviese un hijo de su edad, que, para colmo, es su mejor amigo, yo a ese chavalín le hacía más de un favorcito. — Se aleja unos centímetros de mi cara y me guiña un ojo pícaro.
«¡Ay la hostia!»
Cierro la boca de golpe. No sé cuándo he dejado caer mi mandíbula hasta la moqueta del suelo, pero la cierro porque no creo ser capaz de poder decir algo.
Mi tía acaba de... Joder, sí. Sí lo ha dicho. Lo ha dicho alto y claro. ¡Madre de Dios!
— Oye, no me mires así — se hace la ofendida, pero en realidad se está riendo en mi cara. — Es una evidencia que ese chico está de "toma pan y moja".
No sé si la temperatura de la habitación ha subido de repente, o es que la vergüenza está haciendo estragos en piel. Pero siento un terrible calor en la cara y unas ganas irrefrenables de salir de aquí.
Y, ¿qué narices? Me largo.
Sacudo la cabeza, esbozo una sonrisa supertensa y balbuceo un atropellado "Me voy. Tengo prisa", antes de salir de la habitación. Bajo las escaleras de la casa de dos en dos, a saltos. Y antes de que pueda pensar si quiera, me encuentro en el interior de un coche precioso, abrochándome el cinturón, y junto a un Byron extrañado al volante que me mira como si fuese una lunática.
— Hola. — Fuerzo una sonrisa falsa y tensa.
Me observa un segundo, analiza mi cara como si quisiese encontrar respuestas a mi actitud y, de pronto, la seriedad tiñe su semblante sexy.
Ay, joder. Si es que mi tía tiene razón. El tío está buenísimo. Con esos ojos azules, esa carita masculina de rasgos cincelados, y ese pelo castaño corto y despeinado que le da ese rollo de malote. Esta para comérselo.
— Hola a ti también — masculla. Me dedica una última mirada despectiva antes de poner el coche en marcha.
«Capullo.»
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