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29. Es un jodido Adonis, una invitación al pecado

A penas he dormido. Ayer conseguí que Dana y Allan se fuesen de casa sin decir nada más. Pero yo no he dejado de pensar en el tema. A ojos de la gente, se supone que soy la novia de Byron, sí, pero me aterra la idea de no saber cómo actuar, o, peor aún, cómo se va a comportar él.

Yo nunca he tenido un novio de verdad. Tobías y los otros chicos eran relaciones de mentira. Algo que yo fingía mientras ellos creían estar dirigiéndome al logro de su apuesta. Pero Byron... Esto también es de mentira, ¿no? ¿Por qué estoy tan nerviosa?

Me seco el pelo a toda prisa y me lo recojo en un moño alto. Ojeo el tiempo en el iPhone, indecisa con qué ponerme. Estamos ya a primeros de otoño y el tiempo no está muy definido. Me decanto por unos pantalones vaqueros negros y una blusa blanca. Algo fácil y sencillo que combino con mis Vans negras.

No me gusta comerme mucho el tarro con respecto a la moda, y ya me lo he comido bastante esta noche pensando en cómo serían las cosas a partir de hoy con Byron.

Bajo las escaleras hacia la cocina, despacio, siendo testigo de todos los nervios que se me apelmazan en la boca del estómago por enfrentarme a una situación que desconozco, y que tampoco he provocado yo.

En cuanto llego al umbral de la puerta, me quedo clavada en el sitio. Byron está ahí, de espaldas a mi, cacharreando entre fogones y ajeno a mi presencia.

Me tomo un segundo para analizar el panorama y absorberlo lo mejor que puedo.

Byron está ahí, sí. Perfecto como solo él sabe serlo, guapísimo. Lleva un pantalón gris de chándal que le marca un trasero perfecto, y una camiseta blanca de manga corta que, cuando estira el brazo para abrir el armario de arriba y sacar un bol, se le sube un poquito y me deslumbra dejándome ver la piel de su baja espalda.

Tiene un tatuaje en la zona lumbar. No logro ver muy bien lo que es, pero sí que distingo los celos que me invaden por no ser yo esa tinta que abraza los músculos que oculta bajo su piel.

Ay madre. El cabrón es sexy a rabiar. Y me encanta como la tinta se pierde en la cinturilla de sus calzoncillos y me deja con ganas de seguir viendo más.

- ¿Ves algo que te guste? - su voz me devuelve a la realidad, y solo cuando desvío la mirada hacia su cara y me encuentro con su sonrisa socarrona, me percato de que me ha pillado comiéndomelo con los ojos.

¡Qué vergüenza!

Parpadeo repetidas veces y finjo un bostezo. En serio, fingir estar aún medio dormida me parece la mejor opción para salir de esta.

- La verdad es que no. Solo me preguntaba qué se supone que estás haciendo aquí. - simulo un tono desinteresado y estiro los brazos para enfatizar mi supuesto sueño.

- Hacerte el desayuno. - Byron enarca una ceja y ensancha su sonrisa. No se ha tragado mi desinterés.

Resoplo para hacerlo más creíble. Arrastro el taburete más cercano a mí y me siento apoyando los codos sobre el mármol de la isleta. Utilizo las manos para ocultar mi cara de vergüenza mientras finjo que no me ha pillado mirándolo.

- Ya sabes a qué me refiero. ¿Qué haces aquí? - espero unos segundos, y cuando la única respuesta que obtengo es el ruido de la licuadora, alzo la cara para mirarlo fijamente. Me recuerda a mi madre por las mañanas, totalmente entregada a darme el mejor despertar con sus zumos y tortitas. A Byron solo le falta el delantal. Espero a que termine con el zumo de naranja. - No tienes que prepararme el desayuno.

Me mira con una sonrisa tonta jugueteando en sus labios. Echa el zumo en un vaso y me lo entrega.

- Sí, tengo que hacerte el desayuno. Se supone que soy tu novio, y creo que los novios hacen este tipo de cosas, ¿no? - si no fuera porque frunce el ceño como si realmente se lo estuviese pensando, juraría que me está vacilando.

- ¿Crees? - no puedo evitar preguntar. Está claro que Byron a tenido más novias de las que yo podría contar con los dedos de los pies y manos. O, como poco, se ha visto amaneciendo con alguna chica y le ha preparado el desayuno.

Ese pensamiento me irrita.

- No - gruño. Me llevo el vaso a los labios y doy un trago a mi zumo recién exprimido. Está riquísimo, y fresquito.

- ¿No? - pregunta extrañado. - ¿Qué clase de novios has tenido, Amber?

Ups, pregunta complicada. Me niego a contarle a Byron el tema de los cerdos que se acercaron a mi para intentar desvirgarme. No, ni hablar. Últimamente está muy simpático y manso conmigo. Lo que menos me apetece es darle munición para que vuelva a cargar contra mi.

- No he tenido novios. - miento. Bueno, en realidad no.

- ¿Por qué? - pregunta, extrañado. Me encojo de hombros y vuelvo a dar un trago al zumo. O lo intento, claro, porque Byron me quita el vaso de un tirón y parte del jugo se esparrama por la mesa.

- ¡Byron! - protesto.

- Te he hecho una pregunta. - gruñe. Su semblante serio es lo único que necesito para saber que no me dejará en paz hasta que obtenga una respuesta.

Sorprendentemente, me siento dispuesta a decirle una pequeña verdad.

- No me fío mucho de los hombres - le lanzo una mirada en la que pretendo advertirle de que tampoco me fío de él. Avisado está.

El muy puñetero lo pilla a la primera y, en respuesta, me dedica una sonrisa de pura inocencia. Una inocencia que no me creo ni de broma. Arqueo una ceja escéptica habiéndoselo saber.

Gira sobre sus talones y vuelca sobre un plato las tortitas. Cuando me las planta delante de las narices, vuelve a poner el zumo que me había arrancado de las manos, y se sienta frente a mi a desayunar.

- Yo también estoy verde en ese tema - confiesa. Evita mirarme a la cara mientras trocea sus tortitas.

Lo miro incrédula, dejando al aire el sirope de arce con el que pretendía endulzar aún más mi desayuno.

- ¿Qué? Anda ya - no me lo creo.

- Es en serio. Nunca he tenido novia. No podía - se lleva un trocito de tortita a la boca y se encoge de hombros mientras mastica.

Um... Vale. Puede que diga la verdad. No veo ningún signo de que me pueda estar mintiendo. Es más, ahora que lo pienso, entiendo que para Byron, ninguna de las chicas con las que se ha acostado, eran consideradas pareja. No es que no pudiera, ¡es que no le convenía!

- Eres consciente de que si vas por ahí diciendo que tú y yo estamos juntos... - aleteo la mano entre ambos, dejándolo claro. - Ya no podrás ir de picaflor por el campus, ¿no?

Mi tono suena a puro reproche, lo sé. Pero es que acabo de darme cuenta del miedo que me da que no respete eso. A ver, soy consciente de que no estamos juntos realmente. Pero, joder, si Byron no respeta ese punto, en el campus ya no solo seré la guarra, sino también la cornuda. Además, no podría soportar verlo con otra en mis propias narices. Ya tuve que verlo con Giselle, y eso que solo son amigos. Ah, y con la rubia petarda insinuandose frente a su coche. Menos mal que no he vuelto a verlo con nadie.

Mierda. Aún recuerdo el escozor sobre mis sentimientos.

Byron suelta el tenedor de mala gana sobre el plato, haciendo un ruido estrepitoso. Mi mirada se desvía hacia las escaleras, rezando porque mi tía no se haya despertado.

- Se ha ido hace media hora - informa, y con eso, vuelvo a mirarlo a él. Vale, soy libre de gritarle si quiero.

- A ti qué cojones te pasa. - inquiere, claramente molesto.

¡¿Cómo?!

Planto las manos firmemente sobre la mesa y lo fustigo con una mirada asesina.

- Me pasa, que creo que no habías pensado en el pequeño inconveniente que te supone tener una supuesta novia - bufo. - No pienso ser una cornuda, Byron. Prefiero que me pille ese jodido pandillero.

Está enfadado, y eso no hace sino confirmarme la sospecha de que se acaba de dar cuenta de que no podrá seguir en su línea de rompebragas.

- Te dije que iba a protegerte, Amber. ¿Qué clase de persona crees que soy? - parece realmente ofendido. - ¿Crees que me importa eso, las demás? ¿Crees que sería capaz de hacerte daño de esa forma tan rastrera y asquerosa? ¿Que prefiero follarme a todas las tías que pille antes que protegerte? - me reta a que responda, pero no lo hago.

Si conozco a Byron como creo que lo conozco, está tan indignado que puedo confiar en que dice la verdad. Ni siquiera se había planteado hacerme algo semejante.

- ¿Sabes qué? Que sé que tengo mucho que arreglar. Tú misma me lo dijiste. Pero no puedo demostrarte que he cambiado y que quiero dejar de ser un cabrón contigo, cuando tú ni siquiera te permites confiar en mi - grita.

Arrastra bruscamente el taburete y recoge su desayuno sin acabar.

Mierda. Tiene toda la razón. Desde que he vuelto no me ha dado motivos para estar a la defensiva. Ninguno. Ni siquiera puedo enfadarme por sus burlas, que, sorprendentemente, son inofensivas. Es más, si acaso, lo único que me ha dado son motivos para confiar en él. Soy imbécil. Él es el único que sabe que el tipo ese es un pandillero, y aún así, no ha dudado en actuar para protegerme.

¡¿En qué coño estoy pensando?!

Byron resopla. Termina de recoger su plato y yo me levanto a recoger lo mío. La culpabilidad me ha cerrado el estómago.

Me acerco a él en silencio. Ha terminado de recoger lo suyo, pero sigue de espaldas a mi. Probablemente no quiera ni mirarme.

- Lo siento - murmuro, avergonzada. Jamás me hubiera imaginado a mi misma pidiéndole perdón a Byron por algo. Es rarísimo, y me siento fuera de lugar.

Me agacho para meter mi plato en el lavavajillas, y cuando me levanto, me atrevo a mirarlo por el rabillo del ojo. Tiene la mandíbula tensa y la mirada clavada en el ventanal de la cocina. Sus manos se aferran al borde del fregadero.

Su silencio me mata, así que sacando fuerzas de flaqueza, deslizo el índice en una caricia por sus nudillos magullados, una prueba evidente de hasta qué punto llegó por ayudarme.

- Lo siento - repito. Está vez, con más convicción, sintiéndolo realmente. - Supongo que yo también tengo que acostumbrarme a no estar siempre a la defensiva contigo.

Suelta una carcajada que me pilla desprevenida.

Lo miro a los ojos, sin perder el ritmo suave de mi índice sobre sus nudillos. Cuando me mira, percibo el alivio que me supone ver la pequeña sonrisa que esboza en sus labios carnosos.

- Supongo que esto es nuevo para ambos. Tendremos que aprender a llevarnos bien.

- Sí... eso parece. Aunque lo nuestro es más bien discutir - bromeo, a medias.

Byron suelta una carcajada.

- Las parejas discuten, morenita. Es más, tengo entendido que algunas parejas lo hacen a propósito - su tono se ha vuelto juguetón, erótico, y mi voz se atasca en plena garganta. Byron se inclina hacia a mí, tentador. Y cuando sus nariz roza la mía, se muerde el labio inferior y susurra -: Ya sabes... Para hacer más interesantes las reconciliaciones. Puede que nosotros seamos de esos, morenita. - desliza la punta de la lengua por mis labios, arrancándome un gemido involuntario. - De hecho, creo recordar que ya tenemos una reconciliación en marcha. Cociéndose poco a poco.

Siento sus manos aferrándose a mi cintura, clavándome los dedos sobre la blusa. Acorta los escasos milímetros que separan nuestros labios, y me besa.

Me fundo ahí mismo. Su lengua acorrala a la mía, la domina, y deleita. Cuando siento sus dientes mordisqueando mi labio inferior, arrastrándolo suavemente, se separa.

Abro los ojos que no recordaba haber cerrado, encontrándome de lleno con su mirada hambrienta.

Es un jodido Adonis, una invitación al pecado. Y yo... Yo debo de tener cara de boba.

- Vamos. Llegaremos tarde - me da un beso casto en los labios. Uno que desearía alargar eternamente.

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