28. Hala, se acabó la cháchara.
Por más que Byron me ha asegurado que él se encargaría de hablar con mi primo, no he podido parar de pensar en ello. Sobre todo, desde que Allan me ha enviado un mensaje avisándome de que venía para casa de tía Grace en cuanto saliera de sus prácticas en el bufete.
«Allan: No te muevas de casa. Voy en cuanto salga.» Así, simple y conciso.
Desde entonces, llevo toda la tarde preparándome para encarar este momento. Toda una tarde pensando en las posibles opciones de como reaccionaría Allan al enterarse de todo. Pero, vaya, aunque se me han pasado por la cabeza más de mil maneras en las que me podría reprender por salir con su mejor amigo... En la vida se me hubiera ocurrido pensar que podría reaccionar como lo está haciendo.
— ¿Con Byron, Amber? — parece estupefacto, aunque no dejo de apreciar lo maravillosa que le resulta la idea. Asiento débilmente, desconcertada por esa sonrisa que intenta disimular. — Joder. ¡De puta madre! — exclama, alza las manos al aire y sonríe de oreja a oreja.
— Ya era hora, guapa. — Dana se acerca a mí y me espachurra en un abrazo capaz de cortarme la respiración. En serio, si no fuera porque va envuelta en un coqueto peto vaquero con florecitas estampadas, podría asegurar que estoy siendo estrangulada por un gorila.
Toso un poco, haciéndole saber que me cuesta respirar por su muestra de afecto. Cuando se separa y la miro, veo como su nariz respingona se tuerce en un gesto de fingido disgusto.
— Que sepas que me hubiera gustado enterarme por ti y no por terceros.
Eh... vale, entiendo que esté enfadada. Pero es que hasta esta misma mañana, ni siquiera yo pensaba tener un novio. Ah, y menos de mentira.
La mano de Allan aparece en mi campo de visión, agarrando a Dana del hombro para apartarla y darme un abrazo. La efusividad es tal, que casi me caigo del taburete de la isleta de la cocina.
— No sabes lo feliz que me haces, peque. Llevo esperando tanto tiempo este momento — suspira.
Espera, ¿qué?
Cuando Allan me suelta y me mira, creo que mi cara es la viva imagen del desconcierto que siento. ¿No está enfadado? ¿Le parece bien? ¿Qué narices le ha dicho Byron para que esté tan feliz? ¿Qué coño es eso de que lleva tiempo esperando este momento?
— En serio, peque. Ningún tío me parecerá lo suficientemente bueno para ti. Pero, joder, ¿Byron? Creo que es el único al que le puedo dar el visto bueno para estar contigo. — lo dice con la boca grande. Como si acabara de tocarle la lotería. — Madre mía. Después de tantos años, al fin habéis sido capaces de dejar el orgullo y todas esas mierdas atrás. Ya sabía yo que ibais a terminar juntos — aúlla.
Y, ahora sí, caigo en la cuenta de que Dana le ha llenado la cabeza de pájaros.
No salgo de mi asombro. Allan acaba de enlazar las continuas hipótesis que Dana ha lanzado durante años, con la mentira de Byron.
Yo he tenido que aguantar esas películas que Dana se monta en la cabeza durante varios veranos. Pero es que ella y Allan llevan tantos, tantísimos años juntos, y ella, tantos, tantísimos años insistiendo en el supuesto amor entre Byron y yo, que casi puedo ver el dichoso "te lo dije" oculto tras esa ceja juguetona que Dana danza en dirección a mi primo. Debe estar disfrutando de lo lindo, feliz y plena, creyendo ver cumplida nuestra película romántica particular. Sí, sí, esa película que solo está en su cerebro de futura actriz, que le ha grabado a fuego en la cabeza a mi primo, y que ahora ambos creen estar viendo en directo.
Me muero de ganas de reírme, la verdad. Podría decirles que es mentira y reírme de las caras de frustración y disgusto que seguirían a los gritos por jugar con sus ilusiones. Pero no, no soy tan mala. Prefiero limitarme a observarlos. Me quedo muy quieta en mi lugar, analizando a ese par de locos que lanzan incoherencias a diestro y siniestro.
Los dejo hacer en la cocina, merodeando de lado a lado, sonriendo y especulando sobre el tiempo que Byron y yo hemos estado saliendo en secreto, y la cosas que hemos hecho a sus espaldas. Alucino con la imaginación de Allan. De Dana me lo veía venir, pero de él... No, para nada. Y parte de mí se alegra por no escucharle imaginar nada del día que acabamos Byron y yo solos en su apartamento.
Sabe Dios que ahí sí que acertarían.
Solo espero que mi tía no entre en casa y escuche todo este desvarío de conjeturas. Lo que menos me apetece es lidiar con ella también. Ah, y estoy segura de que llamaría a mi madre, claro, y eso me llevaría a lidiar con ella.
— Menos mal que Byron se saltó tu petición de mantenerlo en secreto. Ahora que lo ha hecho público ningún tío del puto campus se atreverá a mirarte — suelta Allan, orgulloso de la hazaña de su amigo y feliz porque no pasaré otro día como el de ayer. Gira sobre sus pies, me da la espalda y niega con la cabeza en dirección al lavavajillas. Creo que se está riendo, pero cuando vuelve a mirarme, me lanza una mirada acusatoria. — ¿Por qué narices querías mantenerlo en secreto?
— Eh... Yo... Esto... — no sé qué decir, la verdad.
— Mierda, Allan. — Dana reprende a mi primo y planta las manos sobre sus caderas mientras lo encara. — Es más que evidente. Byron es un puto ligón. Amber solo esperaba estar segura de que con ella era diferente. — ladea la cabeza hacia a mi, en busca de apoyo. — ¿A qué sí? Por eso no me lo contaste, ¿verdad?
Asiento como boba. Juraría que acabo de leer entre líneas que más me vale que sea esa mi excusa para no habérselo contado a ella antes que a nadie.
— ¿Qué? Estáis locas — escupe Allan. Se pellizca el puente de la nariz y suspira, exasperado. — Byron está loco por Amber. Siempre lo ha estado. Esa gilipollez no tiene sentido, nena — le dice a su novia. Me mira y señala con un dedo acusador. — Y tú, deberías de confiar más en tu novio. Joder, hasta yo sabía que pasaba algo raro con él.
Me quedo ojiplática. Allan se está montando la película del año. ¡Es peor que Dana! Sin embargo, hay algo que ha dicho que me ha dejado con la mosca tras la oreja.
— ¿Raro?
Allan levanta una ceja escéptica. Cuando ve que no me inmuto, se explica:
— Lleva rechazando a todas las tías que se le acercan desde que viniste. — confiesa. Ah, ¿sí? — Deberíais haber dicho lo vuestro y así ahorraros ese tipo de chorradas a ambos.
— Eso mismo pienso yo — le apoya Dana, recordando que está enfadada conmigo. — Podríais haberlo dicho y ahorraros ese tipo de acoso a ambos. A ver, las grupis son pesadas siempre, pero, jolín, al menos se cortarían un poquito. — se queja ella, y ambos me miran, a la espera de mi respuesta. Le doy un enorme mordisco a mi sándwich de pavo para mantener la boca ocupada.
No me niego a responder a eso. Es que en realidad no tengo palabras.
— ¿Cómo pudiste ocultarmelo? — protesta de nuevo, indignada.
Me trago lo que tengo en la boca y mascullo una leve disculpa. Espero que le valga con eso y que deje de reprocharme mi falta de confianza en ella.
Allan suspira, pero no dice nada más y se limita a negar con la cabeza mientras Dana me somete a un tercer grado. Me mira como si intentase taladrarme en el cerebro y... Mierda. Dana me conoce bien, y si sigue así, terminará por descubrir que estoy mintiendo.
— Bueno, ya vale — suelto el sándwich de malas maneras sobre el mármol grisáceo de la isleta. Si finjo estar enfadada porque está metiendo el hocico en mi vida privada, Dana ni sospechará que estoy mintiendo. — Lo que está claro es que ya lo sabe todo el mundo, que ninguna petarda se acercará a él y que nadie del campus se atreverá a intentar meterme mano — tras mis palabras, Allan sonríe de oreja a oreja, totalmente feliz con la idea.
Adoro a mi primo, pero cuando quiere es un neardental de primera.
Dana siga mirándome como si aún no terminase de entender nada.
«Pues muy sencillo, chica, nos lo acabamos de inventar.»
Bizqueo los ojos, sintiéndome acorralada.
— Qué.
— Que sigo sin entenderlo — protesta.
«Uis, Dana, Danita, Dana...»
Vale, es hora de tomar medidas drásticas. Si no puedo pararla yo, que la pare su novio.
— Quieres que te cuente también cómo me embiste contra en el cabecero de ...
— ¡Por el amor de Dios, Amber! — ladra Allan, escandalizado por la imagen que espero que se le haya plasmado en la cabeza a ambos.
Hala, se acabó la cháchara.
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