27. ¡Me va a matar!
— ¿Tu novia, Byron? — pregunto, incrédula. Aún me cuesta creer que haya hecho eso.
— Y ¿qué querías que hiciera? — masculla.
Lo miro fijamente, esperando encontrarme con una expresión de claro cabreo. Pero cuando mis ojos encuentran los suyos, no puedo negar que me sorprende y alivia percibir lo que veo: disculpa, lamento... Culpabilidad.
Después de todo un viaje en silencio hasta la gasolinera más cercana para comprar algo con lo que limpiar sus nudillos destrozados, me esperaba unos cuantos gritos, un cabreo inmenso y, por qué no, un duro golpe sobre mi orgullo utilizando como arma los nuevos rumores sobre mi en mi contra. Pero, no, aquí está él ... Acaba de presentarme como su novia delante de varias personas en pleno campus, y solo veo la culpabilidad arrasando tras esos ojazos azul zafiro.
¿Por qué se siente culpable? ¡Me acaba de salvar el culo!
Le quito la bolsa de las manos y me giro hacia él en el asiento del copiloto. Meto las manos en la bolsa y saco lo que necesito para curarle las heridas. Agarro su mano derecha y empiezo con mi tarea, obviando los recuerdos que acechan con perturbar el momento, haciéndome recordar una imagen similar a esta, de este mismo sábado... Solo que en el apartamento de mi primo, y con una yo magullada.
Me atrevo a mirarlo a través de las pestañas, disimulando lo mejor que puedo. Byron ni siquiera me mira, tiene la cabeza ladeada hacia la ventanilla y la mandíbula tensa. No sé si sigue rabioso con el imbécil ese. Está absorto en sabe Dios qué clase de pensamientos, y solo sé que necesito, no, mas bien, le debo el hecho de sacarlo de ahí.
Él me ha ayudado hoy, quizá de un modo un tanto raro, exagerado. Pero ahí ha estado, a mi lado, y no me lo está reprochando.
— Gracias — murmuro. Cuando ladea la cabeza en mi dirección, aparto la vista de nuevo a sus heridas.
— ¿No estás enfadada? — parece desconcertado. Me encojo de hombros, no estando muy segura del estado en el que me encuentro.
Agradezco que Byron me haya ayudado, sí, pero me aterra que haya proclamado a los cuatro vientos que soy su novia. Ni siquiera es verdad. Tarde o temprano la gente se dará cuenta y volverán a hablar sobre el tema. Esta solución ha sido simplemente momentánea, nada más. Mañana, en cuanto Byron vuelva a su rutina diaria de rompebragas, yo caeré de nuevo en las garras de los cotilleos crueles.
Cierro los ojos y suspiro.
— Sé que me has ayudado, y te lo agradezco, de verás. Pero en cuanto la gente nos vea, se dará cuenta de que no es verdad. Ha sido un alivio que me ayudases hoy, pero mañana me toca volver a la realidad.
Me centro de nuevo en mi tarea, tomándome su silencio como un momento de reflexión. Estoy segura de que no ha pensado en ello cuando ha aireado a los cuatro vientos que estamos juntos. Así, sin pensar.
— Finjiremos — dice con simpleza.
Me detengo en el acto y lo miro con los ojos desorbitados.
— ¿Qué? — tiene que estar de coña.
— Finjiremos — repite, y se encoge de hombros como si no acabase de decir la locura del siglo. Sus ojos encuentran los míos, me analizan. — Quieres que nos acostemos, ¿no? No es tan descabellado. ¿Tan mala idea te parece?
Parpadeo repetidamente, confusa. ¿Tan mala idea me parece fingir que estoy con Byron? Eh... Sí. No. ¡No sé!
— Hey... — Byron lleva sus manos a mis mejillas, obligándome a mirarlo. — Escucha, sé que será raro, pero es la mejor manera de quitar de en medio al tío que ha desperdigado las fotos y que deje de echar mierda sobre ti. La gente como él es muy retorcida.
Espera un momento...
— ¿Le conoces? ¿Conoces al chico que ha pegado las fotos por el campus? — frunzo el ceño, confusa.
Byron cierra los ojos, respira hondo y tensa la mandíbula. No me gusta su expresión. Es como si acabase de darse cuenta de que ha dicho algo que no debería, y ahora quisiese corregir sus palabras.
— Byron. Lo conoces, sí, o no — insisto.
Traga saliva con dureza. Parece debatir consigo mismo en si decirme o no la verdad. Más le vale que lo haga. Sabe Dios que odio las mentiras y que le pillaría al instante.
— He estado investigando un poco cuando he visto que la foto a llegado hasta aquí. Es un puto pandillero, Amber — confiesa, y con su confesión, abre los ojos y estudia mi reacción.
Una reacción, que debe ser el vivo reflejo del escándalo. ¡Un pandillero! ¡Ay dios!
— Es... Yo... — balbuceo. Soy incapaz de articular palabra, perdida en el caos que acaba de colapsar mi mente.
Dios mío... Un pandillero... Uno de esos tíos que trapichean con drogas, que van armados y que les da igual matar a la gente sin ton ni son. ¡Y yo le rompí la nariz!
— ¡Me va a matar! — chillo histérica.
— ¿Qué? No, no, eso no...
— Me perseguirá por las calles, él y sus compinches. Me pillaran sola en algún callejón y... Tengo que dejar Los Ángeles. Tengo que irme antes de que me encuentre.
La cara de Byron se descuadra por un segundo. No sé si se da cuenta de la gravedad del asunto, pero no deja de mirarme como si estuviese loca. Sus manos se aferran a mis mejillas con más fuerza y me obliga a mirarlo a los ojos. Mientras, creo que sigo balbuceando todas y cada una de las crueles formas en las que podría vengarse de mi.
— ¿Y si me secuestra? ¿Y si me vende al mejor postor para prostituirme de por vida? ¿Y si me tortura hasta que muera? Oh Dios mío. Prefiero que me pegue un tiro directamente en la sien.
— Hey, relájate — susurra, y juro por Dios que casi puedo ver como contiene una carcajada.
¡Será capullo!
— Me va a matar, Byron — llevo mis manos a la suyas, aferrándome a ellas como si fuesen el ancla que me sostiene. Aunque estas, irónicamente, estén ya sosteniendome la cara en pleno desvarío. No se da cuenta de lo en serio que estoy hablando, ¿o qué?
— ¡No te rías! — ladro. Intento quitarme sus manos de encima, histérica, pero él las fija a mis mejillas con más fuerza.
— Amber. No te pasará nada, ¿vale? — su voz es tan sincera como su mirada, pero el miedo sigue atenazado bajo mi piel. — Estaré contigo en cada momento. No te dejaré sola. Finjiremos ser una pareja, y no estarás sola en ningún momento. ¿De acuerdo? — dudo. Mi cabeza va a mil por hora y me impide pensar con claridad. — Morenita, hey, ¿confías en mí?
Su pregunta me pilla totalmente fuera de juego.
Estoy hecha un lío. El miedo me carcome y, ¿ahora me viene con esto?
No sé si puedo confiar en Byron. De hecho, lo poco que he conocido al sexo opuesto, me ha demostrado que no puedo hacerlo. Ni siquiera mi madre pudo hasta que conoció a Jhon.
He descubierto, una y mil veces a lo largo de mis mudanzas, que para ellos no soy más que un premio. Un juguete nuevo por el que apuestan para poder estrenar.
Pero, parte de mi, esa parte ingenua y enamorada que se aferra a Byron desde que soy una niña... Sí. Si confía en él. Le pedí acostarse conmigo, no fue él quien vino a mi intentado meterse en mis bragas. Fui yo, al contrario que todas las veces anteriores con los demás chicos. Me lleva y trae a diario por voluntad propia, sin pedir nada a cambio, y además, aunque me cueste creerlo, en el mes y medio que llevo aquí, no me ha dado un motivo para odiarlo. Al menos, no como lo hacía antes.
— Te protejo. Ya te lo dije — me recuerda. Cierro los ojos y suspiro. Sintiendo cómo sus pulgares acarician mis mejillas en un gesto tranquilizador. — Solo déjame hacerlo, morenita. Déjame cuidarte. Estarás a salvo conmigo.
Asiento. No sé por qué, pero asiento.
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