26. ¿Esto también es ironía tuya? Ya te vale, guapo, ya te vale
Me cago en el borracho del otro día. Ah, y en la madre que lo parió.
Dos horas. Dos horas hace que llevo aguantando miraditas, insultos y chismes. Dos horas hace que he intentado tomarme un café en el Holly's, y justo en la puerta, me he topado con un cartel con mi cara impresa, y un texto en el que destacaban lo baratos que son mis favores sexuales, y lo a gusto que se quedan todos con mis trabajitos.
Sé que ha sido el petardo al que le aticé el viernes en aquel pub. Lo sé porque la foto que hay de mí, deja bastante claro el lugar y el día en el que fue tomada.
Lo dicho, ese tío es imbécil. Estas son gamberradas de instituto, de esas que te hacen parecer un mamón de primera, cuando en realidad sólo eres un hombre despechado por el rechazo. A su manera, la situación se le parece.
La putada es que no sé cómo narices ha acabado la foto aquí. ¿A caso estudia aquí?
Estoy deseando encontrármelo y romperle más cosas que la nariz.
Me cuesta creer que ese fuese el esperma más rápido que ofreció su padre, en serio. No lo conozco, pero viendo la clase de tonterías que hace, no me extrañaría nada que su mera existencia fuese producto de una especie de broma pesada, una parodia, o incluso una venganza del Karma para sus padres.
Viendo como se comporta conmigo últimamente el Karma o el destino, esa teoría no se me hace tan extraña. Lo que sí que me sorprende es ver que hay más como él. A cada paso que doy por el edificio, me topo con algún que otro cartel pegado en las paredes. Y para colmo, la mayor parte de los chicos tienen la poca vergüenza de preguntarme, cartel en mano, que haber cuando tengo un ratito libre para ellos; que si me va bien hacerlo en grupo; o que si acepto el pago a plazos.
Es acojonante.
Pensaba que la universidad estaría repleta de jóvenes mentes inteligentes. De personas decentes que se estresan por sus estudios y después liberan tensiones ahogando las penas en alcohol durante el fin de semana en alguna que otra fraternidad, dejando aflorar las últimas coletadas de la adolescencia. Pero no. Al parecer, la universidad está bien plagada de gente con mentalidad de instituto, que encuentra más interesante entretenerse en chismes que en las carreras que encauzaran sus respectivos futuros.
Sobra decir, que si antes no tenía mucha fe en el sexo opuesto, ahora la estoy perdiendo del todo. Es más, puedo asegurar que la estoy perdiendo incluso en el mío.
Esto del feminismo es la leche. Cierto es que la mujer ha avanzado y crecido mucho, a luchado con garra y ha conseguido hacerse oír. Ahora bien, aunque no me gusta generalizar, he de admitir que llevo dos horas dándome de bruces con una realidad muy distinta.
Si bien los hombres me piden citas, ellas, por el contrario, me critican con sus miradas, con sus murmullos, y con sonrisas condescendientes que llevan implícita la palabra zorra.
Lo cojonudo es que ni siquiera se han dignado a ayudarme a arrancar algunos de los tantísimos carteles que hay colgados aquí y allá. O, qué sé yo, a pregúntame si quiera si es verdad lo que cuentan esos papeluchos. No, que va. Ah, eso sí, se han tomado el tiempo de mirarlos, de mirarme a mi y, acto seguido, he sido acribillada por miradas de desaprobación y muecas de desprecio.
¿Cómo podemos pretender luchar contra el machismo cuando aún hay mujeres machistas?
Destino... ¿Esto también es ironía tuya? Ya te vale, guapo, ya te vale.
En fin. Hoy tengo la suerte de no contar con mucho trabajo, así que decido saltarme la última clase del día y meterme en alguna de las cafeterías del campus a tomar un café. Por más que me fastidie, el Holly's ya no me parece un lugar tan seguro y tranquilo. Quizá sea porque el primer cartel del día me lo he encontrado ahí, y Eva no estaba para echarme un cable.
Enfilo el campus y salgo disparada hacia la primera cafetería que pillo. Es acogedora, aunque no tanto como me lo pareció el Holly's en su momento. Me pido un café para llevar y me apoyo con los codos en la barra mientras espero. Saco el iPhone y veo que aún me falta un buen rato, sin embargo, lo que más me aterra no es el tiempo que me falta para salir de este sitio y volver a casa, sino que tengo un mensaje de Byron.
¿También habrá oído el rumor?
Seguro que sí, y me aterra que lo utilice en mi contra para terminar de hundirme. Tiemblo ante la idea, pero abro el mensaje.
«Byron: Te sacaré de aquí. ¿Dónde estás?»
Vale, sí, se ha enterado. De eso no hay duda. Y, por alguna razón que desconozco, no está aprovechando para herirme, sino que me está asegurando que va a sacarme de este campus repleto de metomentodos.
Ojeo el local y vislumbro el nombre del establecimiento en un cartel en el que proporciona sus mejores cupcakes. Tecleo rápidamente el nombre de la cafetería y le digo que le espero aquí.
La camarera me lanza una sonrisa amable y me da mi café. Espero a que Byron llegue apoyada en un lateral de la barra, apartada para no molestar a nadie. Me siento tranquila, de momento. Hay bastante gente pero nadie me ha mirado. Nadie me ha criticado y, sobre todo, nadie me ha pedido cita previa para acostarse conmigo. Lo cual es un tremendo alivio, porque esta mañana he pensado que no habría centímetro cuadrado del campus que hubiese quedado libre del chisme. Aquí parece que no se ha extendido el virus del dichoso cartel con mi cara.
Es un alivio, y solo ahora me doy cuenta de todo el estrés y dolor sufrido esta mañana. Ha sido humillante, demasiado. He sentido el dichoso bullying y no es nada agradable. ¿Se habrán olvidado de todo esto mañana? ¿Seguirá esta mierda mucho tiempo más?
Me doy cuenta de que tengo el alma en los pies y las lágrimas pugnan por salir. La sola idea de tener que volver a pasar un día como el de hoy me hunde.
De pronto siento una inmensa manaza estrujándome el culo. Me vuelvo de un salto y, sin mediar palabra, le suelto un bofetón al chico que tengo detrás. La cafetería queda en absoluto silencio. Hasta la cafetera creo que ha dejado de calentar y emulsionar la leche. El único ruido que hay en este instante es el de la campanilla de la puerta que anuncia la llegada de otro espectador. Al cual, por suerte, no puedo verle la cara.
— Joder — masculla, se lleva la mano a la mejilla abofeteada y se la acaricia mientras me mira con un deje de reproche. Es un chico simplón, algo feo y de facciones bastantes descompensadas. — En el anuncio no pone nada de que te vaya la violencia. Pero, oye, que si quieres probar...
No me da tiempo a responder, puesto que, antes de que pueda abrir la boca, vislumbro unas manos tatuadas que distinguiría en cualquier parte, cerniendose alrededor del cuello del tipo.
Lo arrastra como un saco hasta la calle, y allí lo suelta de un empujón antes de lanzarle el primer puñetazo en la cara. Veo a través del cristal cómo lo deja tan aturdido, que el chico es incapaz de detener el siguiente golpe que le sigue. Y despues otro, y otro, y otro más.
Madre mía. Nunca había visto a Byron actuando de una forma tan agresiva. Es como si estuviese rabioso, poseído, y supongo que es por eso por lo que estoy paralizada, aquí, en medio de la cafetería.
Mientras que para mí su presencia es como una salvación, para ese chico, es el puto infierno encarnado.
— ¡Lo va a matar! — chilla alguien y, milagrosamente, vuelvo en mí.
Salgo disparada hacia la calle, donde me esperan un Byron iracundo y un imbécil con la cara ensangrentada, incapaz de tenerse en pie. Un último puñetazo lo deja tirado en el suelo, momento que Byron aprovecha para asestarle una patada en las costillas.
La gente se agrupa a nuestro alrededor, pero nadie se atreve a meterse en medio. Me doy cuenta de que hay varios chicos, pero también del miedo que desprenden. No piensan interceder, aunque el chico ya esté casi inconsciente y Byron no parezca querer parar.
Es una puñetera bestia. Está como sumido en una especie de rabia que no da cavidad al razonamiento. Madre de Dios. ¡Lo va a matar!
— ¡Para! — chillo, y me encaramo a su brazo como si yo y mis pequeñas manos pudiésemos hacer algo para detenerlo.
Otro golpe sale disparado en dirección al tipo tirado en el suelo, y mi impotencia crece hasta hacerme sollozar y ahogar gritos incomprensibles. Quiero pararlo, hacer que se calme y que no siga dejándose llevar por la rabia.
— ¡Byron, para! — me encaramo a su torso y hundo la cabeza en su pecho. — Para, por favor.
Milagrosamente, no sé si por mis gritos, mis lágrimas, o por el desespero que derrama mi voz, Byron para. Sigue tenso, pero obedece. Su brazo se enreda alrededor de mi cintura y me aprieta contra sí, como si quisiera asegurarse de que no me muevo de su vera. Ese gesto me recuerda a cuando éramos niños, amigos, y él siempre me protegía pegándome a su cuerpo, ocultándome bajo su ala.
Me aprieto más a su torso, pegándome a él todo lo que puedo, intentando demostrarle que sigo aquí, como en aquellos tiempos. Si aún queda algo del antiguo Byron, no se peleará teniéndome tan cerca, sabiendo que puedo llevarme un golpe.
Siento su respiración trabajosa, y cómo hace hasta lo imposible por intentar calmarse. No sé en qué momento decido acariciarle la espalda, pero lo hago, es instintivo. Creo que eso me ayuda a relajarme a mí también. De algún modo, ambos sabemos que este momento, aunque no sea el adecuado, estamos conectados por una amistad del pasado.
Una voz ahogada por la sangre me hace mirar al tipo tirado en el suelo. Intenta levantarse, pero se tambalea. Tiene una mano sobre la cara, pero la sangre se le resbala entre los dedos y la imagen se me hace de lo más dolorosa. Sé lo merece, sí, pero debe de dolerle un montón.
Un espectador valiente se atreve a acercarse hasta él y le ayuda a levantarse. Observo en silencio como se le suma otro chico para ayudarle, y uno más, algo menos decidido, se acerca unos pasos hacia nosotros.
Me aferro a Byron lo máximo que puedo. ¿Ese tío es tonto, o un suicida? No puede pretender ponerse delante de Byron justamente ahora, joder.
— Cox, tío... — habla nervioso y evita mirarle fijamente a la cara. Ah, vale, no es tonto, solo intenta ser un mediador suicida. — No sabíamos que era tu chica.
Eh, espera, ¿qué?
Byron me aprieta aún más fuerte y tarda un minuto en responder.
— Pues ahora ya lo sabes — ruge, y yo me quedo petrificada un segundo. — Así que encárgate de que ningún cerdo como vuelva a tocarla, de quitar todos esos putos carteles, y de hacer que la respeten. Porque como ella vuelva a tener que pasar un día de humillación como el de hoy, te buscaré y te partiré las piernas. — sisea Byron.
No estoy de acuerdo con que me haya etiquetado como "su chica", pero si eso impide que un cerdo como este me toque, que vuelva a recibir miradas críticas y cometarios obscenos, evitar el bullying sufrido hoy, y ayuda a que Byron se relaje y no termine en la cárcel por asesinato... Dios, soy capaz de tragarme todo el orgullo que llevo dentro. Además, supongo que esto es una cuestión de supervivencia en la universidad, ¿no?
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