24. Cómo vuelva a llamarme zorra, no vive para contarlo
Allan es un capullo, y Byron también. Uno porque me ha delatado, y el otro por el mero placer de hacerme rabiar.
— ¿Vas a seguir enfadada mucho rato más? — pregunta el muy estúpido a mi lado. Cómo llevo haciendo hasta ahora, llevo la mano hacia la radio del coche y subo el volumen. Es algo que Byron hace cuando no quiere hablar, así que espero que, ahora, ya que es la quinta vez que lo hago, entienda que la que no quiere hablar soy yo.
Pues no, no lo entiende, puesto que vuelve a bajar el volumen.
—No seas boba, morenita. — insiste. Lleva una mano a mi rodilla, pero la aparto de un manotazo.
— No me toques. — ladro, y tiro un poquito más hacia abajo de la tela del vestido que le he cogido prestado a Dana.
— Es curioso que digas eso, cuando hace un momento no querías que te quitase las manos de encima. — se burla, y, por suerte para mí, vislumbro el Roko's frente a nosotros.
En cuanto Byron detiene el coche, salto del asiento y enfilo la calle sin mirar atrás.
Ahora mismo no sé qué es peor, si la rabia o la vergüenza que siento. Lo único que tengo claro es que quiero perder a Byron de vista.
Qué le importo... Ja, y un huevo. Allan debería de escuchar este tipo de tonterías para que descubriese al verdadero Byron que me acecha cuando él no está.
Mi trabajo es la monda. Para ser mi primer día, ni siquiera me he sentido fuera de lugar. Mis compañeros de trabajo son pura simpatía, y Giselle, haciendo uso de su encantadora personalidad, me ha incluido en el plan de ir a tomar un par de copas después de cerrar el local.
Paulo hoy no ha estado por aquí, y Giselle me ha confesado que este no es uno de los negocios que más suela frecuentar. Por norma general, a no ser que se trate de tener que contratar a alguien o algún tema un poco serio, es ella quien se encarga de todo, mientras él se dedica a prestar atención al resto de sus negocios. Al parecer, el abanico de negocios que tiene Paulo es bastante amplio y, cuanto menos, variado. Creo que no hay gremio en el que no tenga metido el hocico, ya sea como dueño, o socio.
Tecleo un mensaje rápido mientras me quito el uniforme, y le digo a Liam que se apunte al plan. Me gustaría invitarle a Dana también, pero me estaría arriesgando a que viniese Allan. Ahora mismo, lo mataría por bocazas.
En cuanto Liam llega, lo arrastro conmigo y le presento a mis compañeros.
Cómo era de esperar, Liam encaja perfectamente con la gente. Entre que no sabe lo que es la timidez, y que ya nos conoce tanto a Giselle cómo a mi, no le supone un problema adaptarse. Además, entre mis compañeros también hay un chico gay, Joe, y... No quiero aventurarme a pensar algo que quizá solo esté en mi cabeza, pero, juraría que hay muchas miraditas volando entre ellos.
— ¿Has visto eso? — murmura Giselle a mi lado.
Ambas estamos sentadas en los taburetes de la barra, así que tenemos una vista perfecta de cómo interactúan Liam y Joe. No hemos bebido mucho, pero si alguna que otra copa. Así que ahora mismo estamos en un estado en el que hasta la cosa más tonta nos hace bastante gracia.
— Vaya que si. — sonrío. La verdad es que me gusta ver a Liam en pleno flirteo. Se le ve feliz, libre, risueño, nada que ver con las pocas veces que me ha hablado de esa relación rara que tenía con Michael.
— Joe es muy buen chico. Si no fuera porque sé que no soy su tipo y ya estoy comprometida, te aseguro que lo ataba en corto. — confiesa Giselle entre risas.
Y no puedo estar más de acuerdo con ella, en serio. Joe es guapísimo, alto, fuerte y muy, pero que muy masculino. Al principio, cuando le he visto al empezar su turno, me ha recordado un poco al típico malote de instituto; con su chaqueta de cuero y esas botas gastadas, su pelo castaño perfectamente despeinado y esos ojos negros de mirada misteriosa.
Hablando de malotes...
— Oye, Giselle. — no sé muy bien cómo decirle esto sin que suene raro, pero creo que lo mejor es soltarlo y punto. Además, el alcohol que fluye por mis venas me ayuda a tener el valor de hacerlo. — Sé que tú y Byron sois amigos, así que quería saber si... Bueno... ¿suele frecuentar el Roko's? — Giselle me mira un segundo, extrañada. Como queriendo descubrir a qué se debe mi repentina curiosidad por Byron. Aunque, claro está, que mi curiosidad no es repentina, porque llevo pensando en ello desde que Byron me ha dejado en la puerta. ¿Pasará normalmente por allí? ¿Lo hará a partir de ahora solo para fastidiarme?
— ¿Qué te importaría mas... que viniese, o que no viniese? — no sé qué transmite más diversión, su su mirada, o su tono pícaro. Ante la duda, le aclaro:
— Me da igual, en realidad. Pero la cosa es que no es que seamos uña y carne.
De pronto me sorprende rompiendo a reír a carcajadas, cómo si acabara de contarle un chiste de los mejores.
— Peque... — sigue riendo. — Byron no haría nada que pudiera perjudicarte. Me ha llamado antes para asegurarse de que te lleve a casa. Sana y salva, por cierto. — declara como si tal cosa, como si el hecho de que Byron hiciese algo así no fuese algo jodidamente raro para mí. Y, para colmo, lo remata lanzándome una sonrisa tranquilizadora con la que pretende aliviarme. — A Byron le importas, Amber. Créeme, te presta especial atención, aunque tú no te des ni cuenta.
Contengo las ganas de discrepar sobre ese tema. Más que nada, porque para que Giselle pudiese llegar a esa conclusión, deberían de haber hablado sobre...
— ¿Te ha hablado de mí? ¿Qué te ha contado? — me escandalizo de solo pensarlo. Como le haya contado lo de mi diario, lo mato. O peor aún, lo de mi propuesta de sexo.
— Algo, no mucho — se encoge de hombros. — Pero sé que le importas lo suficiente como para sentirse mal por haber sido un capullo contigo. No sé qué te hizo, ni cómo empezó todo esto, pero sé que quiere que confíes en él y arreglar lo que sea que tengáis que arreglar.
No sé qué decir, la verdad. Supongo que el hecho de que Giselle me diga lo mismo que me dijo Byron a las puertas de la casa de mi tía, implica que Byron dijo la verdad: que no quiere seguir siendo un capullo conmigo. Es más, que haya sido capaz de admitir que ha sido un capullo, creo que indica un signo de arrepentimiento, ¿no?
La verdad es que me alegra que pueda ser cierto, pero... Mierda, como ya le dije a él, Byron tendría muchas cosas que cambiar para que yo volviese a confiar en él como cuando éramos niños. Que le sigo queriendo es innegable, pero sabe Dios que, por cada vez que me permito el lujo de bajar la guardia con él, expongo mi corazón a un golpe brutal. Y, créerme, perder la virginidad con él ya va a ser un golpe bestial.
Me estremezco de solo pensar en lo que me costará levantar cabeza después de eso. Pero es que sé que no hay mejor persona que él para ello. Será sexo, sin más. Y aunque sé que eso me lo podría dar cualquiera, al menos, a él lo conozco desde que éramos niños y es mi amor platónico. Eso cuenta, ¿no?
Desvío la mirada hacia Liam y Joe. Necesito desviar un poco el tema, analizar todo esto.
Me fijo un segundo en Liam, que está bailando con Joe, demostrando toda su coquetería.
— No es tan mal chico, ¿sabes? — Giselle interrumpe el flujo de mis pensamientos. Por un momento, y sin entender muy bien, creo que está hablando de Joe, pero cuando la miro y veo que no los mira a ellos, sino a mi, entiendo que ella sigue hablando de Byron.
Contengo una risa amarga, pero a Giselle no se le pasa por alto el detalle.
— ¿Lo conoces desde hace mucho? — pregunto, puede que ella solo conozca la parte buena de Byron y no haya tenido que ver su lado hostil y maligno, como yo.
Giselle frunce el ceño y la luz de su mirada se pierde en algún remoto lugar de su mente.
— Hará unos cinco años... más o menos. Coincidimos en el grupo de terapia. — Abro los ojos como platos, impactada, y mi reacción hace que Giselle sienta la repentina necesidad de explicarse mejor. — Sabes lo del padre de Byron, ¿no? Que era un cabrón y todo eso. — asiento con la cabeza, incapaz de hablar. Aún estoy intentando digerir el hecho de que Byron tuviese que ir a terapia por culpa de su padre. Aunque... Si es verdad la conclusión a la que ha llegado mi mente, no debería de sorprenderme tanto. Byron es un tío duro, una persona fría y distante, pero eso es ahora. Antes, años atrás, yo sé de buena tinta que él era un chico alegre y cariñoso. Un amor. — Bueno, pues... Digamos que a mi me pasó algo parecido. Solo que en mi caso no era mi padre, sino ambos; papá y mamá. Me marché del estado de Washington y acabé aquí. Me escondí de ellos en California, y llegué sin nada más que una mochila y cuatro prendas de ropa. Al principio lo pasé fatal; dormí en albergues y comí de las basuras, hasta que conseguí trabajo en el Roko's. — sonríe con nostalgia al mencionar el local en el que trabajamos ambas, y yo me encuentro ante la imagen de una Giselle dolida y perdida. — Paulo me ayudó muchísimo, me insistió en lo bueno que me sería ir a unas cuantas clases de terapia en grupo, y ahí conocí a Byron. Nos hicimos muy buenos amigos, la verdad, y desde entonces... Siempre nos hemos apoyado el uno al otro. Es como el hermano pequeño que nunca tuve — se encoge de hombros y sonríe, esta vez, con cariño. Un cariño que ahora entiendo.
Su confesión me escuece un poquito. Reconozco la envidia que me invade al oír que son verdaderos amigos, que se ayudan, y me duele aún mas saber que yo también tuve esa parte de Byron cuando éramos niños. Aunque jamás pensé en él precisamente como mi hermano. Joder, sino hubiese visto mi diario, o, mejor aún, si yo nunca hubiese empezado a escribir nada sobre lo que sentía por él, todo sería distinto.
— Me alegro de que puedas contar con él. — intento sonreír, pero no me sale más que una mueca de pura nostalgia.
Giselle se ríe, pero tiene la decencia de taparse la boca con la mano para que no me sienta violenta. Si supiera que lo que más me ha jodido no es que se ría de mi...
— Lo dices como si tú no lo tuvieses. — me encojo de hombros porque no tengo respuesta. — Créeme, no te quita el ojo de encima cada vez que estás cerca. — vuelve a reírse, y, esta vez, no puedo evitar ruborizarme.
He intentado no pensar en ello, en serio. Pero cada vez que recuerdo el momento que hemos pasado en el cuarto de baño de mi primo... Sus caricias, sus besos, la tensión en su voz y sus magníficas manos arrastrándome al mejor de los orgasmos... Me estremezco de pies a cabeza.
Siento el calor corporal de alguien que se ha puesto tras mi espalda. Imagino que es alguien intentado hacerse hueco en la barra, pero cuando Giselle lanza una mirada extraña a la persona que tengo detrás, me pongo alerta. Estoy un poco borracha, sí, pero aún conservo un poco de sentido común para darme cuenta de que algo no marcha bien. Agarro el borde de mi taburete y, aunque no miro para ver quién es, arrastro el taburete hacia Giselle y me alejo un poco de ese cuerpo caluroso.
Por lo visto, mi gesto no sirve para nada, puesto que siento una mano enorme aferrándose a mi cintura y volviendo a arrastrarme hacia donde estaba.
Salto del taburete y me giro como un resorte, encarondo a la persona que se atreve a tocarme. Al hacerlo, un joven visiblemente borracho y descamisado, me saluda con una sonrisa trocha. O eso creo, claro, porque me quedo momentáneamente ciega en cuanto me topo con la luz cegadora de su móvil.
¿Me acaba de hacer una puta foto? Venga ya.
Cuando mis ojos se recuperan, veo que agarra el taburete con una mano y lo quita de entre nosotros. Avanza un paso hacia mi, y yo lo aparto de un empujón.
— Ni se te ocurra — advierto.
— Eh, preciosa. — arrastra las palabras, y sus ojos oscuros apenas consiguen enfocarme bien. Su pelo castaño está despeinado y empapado en sudor, igual que su frente. — He visto como movías antes ese culo en la pista. — me repasa de pies a cabeza, y yo siento la bilis en la garganta ante su descarado escrutinio.
— Menudo cerdo — bufa Giselle, a mi lado.
Antes de que pueda saber bien lo que hace el borracho, veo que se balancea. Parece que va a caerse, así que retrocedo un paso para evitar que lo haga sobre mí. Pero, para mí desgracia, el muy imbécil encuentra la manera de apoyarse para no caerse, sí, pero poniendo una mano en mi culo.
— ¡Quítale las manos de encima! — chilla Giselle.
Y casi al mismo tiempo que su grito, mi mano resuena en la mejilla del tipo.
Se lleva la mano a la mejilla abofeteada, perplejo, como si llevarse un tortazo tras tocarme el culo no fuese lo más normal. De pronto frunce el ceño, aprieta la mandíbula y me mira con una rabia descomunal.
— Pero serás zorra.
Lleva ambas manos hacia mí, con toda la intención de agarrarme para zarandearme como un trapo. Y a pesar de que veo a Giselle lanzándose a por él, mostrando ser una de esas amigas que se enfrentarían contigo a cualquier cosa, yo soy más rápida.
No sé mucho de autodefensa; lo justo, y por obligación de mi madre. Pero sé lo suficiente como para asestarle un rodillazo a ese mamón en la entrepierna, y cuando se inclina, le arreo un golpe certero en la nariz con mi puño.
Chilla como un cerdo. Se lleva las manos a la nariz y la sangre brota entre sus dedos. Genial, mi entrenador se sentiría orgulloso.
— ¡Maldita zorra! — aúlla de dolor.
«Uis, como vuelva a llamarme zorra, no vive para contarlo.»
— ¡Zorra tu madre! — ladra Giselle. Y, haciendo algo que no me veo venir, le asesta una patada en las pelotas.
Gritos.
Luces.
Policía...
Rejas.
Mierda. ¿Cómo es posible que ahora seamos nosotras las culpables de esto?
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