21. Solo mía
Byron
— Soy virgen. Soy virgen. — confiesa como una chiquilla asustada.
Me quedo clavado en el sitio. Mierda... ¿Virgen?
Esa puta palabra hace que se me rompan todos los esquemas. Ni de coña pensaba llegar más lejos que unos besos, y menos aquí, en casa de su tía. Pero tenerla frente a mis narices tan cabreada conmigo, y sabiendo que el cabrón de Nelson lleva toda la tarde con ella... Me ha hecho volverme loco. Tan loco, que he querido volverla loca a ella con besos y caricias.
Me odia, lo sé. El veneno que irradia de su lengua cada vez que me habla es una prueba más que suficiente de ello. Pero también sé que le atraigo físicamente, y, siendo egoísta, mi intención era engatusarla valiéndome de ello. Hacerla caer rendida ante mi cuerpo, que sus ganas por tenerme pudieran contra la amistad, o esa mierda que tenga con Nelson. Pero... Joder.
¡Virgen!
Me acaba de confesar que es virgen. Y lo que es peor, me acaba de confesar que ayer cuando me pidió que me acostase con ella, básicamente me dio el placer de ser el primero. Su primero.
Siento que se remueve entre mis brazos, seguramente, muerta de la vergüenza. Arrastro las manos de su perfecto culo a sus muslos, y la mantengo en el sitio, bien pegada a mi cuerpo. Inhalo el exquisito aroma de su cuello, llenándome los pulmones de esa fragancia que me vuelve loco. Aparto la cara de su piel, muy a mi pesar, y me centro en esos ojazos marrones que tanto me encantan.
— Virgen. — Saboreo la palabra en mi boca. Sopesando seriamente mis opciones.
Sé que debería negarme. Qué eso eso sería lo más justo para ella, y lo más lógico para seguir mi plan de mantenerla apartada de esto. Pero, ¿a quién le pretendo engañar? Qué el amor de mi vida, la misma chica a la que he intentado apartar durante años, venga a mi solo para pedirme que sea el primero... Dios, no puede ser casualidad.
— Y, ¿quieres que sea yo? — me doy cuenta de lo que he dicho cuando oigo el murmullo de mi propia voz. Pero es que me siento tan incrédulo que necesito que me lo confirme.
La piel morena de su mejillas se ruboriza de una manera encantadora, y sus ojitos... Esos ojazos normalmente fieros y mortales, ahora irradian una vergüenza infinita mientras desvía la mirada hacia algún lugar tras mi espalda.
— Eres el mejor amigo de mi primo y te conozco de toda la vida. — Se encoge de hombros para restarle importancia. — No se me ocurre alguien mejor.
Sus palabras deberían de ofenderme. Después de haberme acusado de coleccionar muescas en el cabecero de mi cama, de acostarme con más de medio campus, y de engatusar a las mujeres con el encanto de mi hermana pequeña... Básicamente me está tratando como un hombre objeto. Sin embargo, no me ofendo, sino que me hincho de felicidad.
No me está mirando mientras habla, sigue nerviosa y el rubor de sus mejillas se intensifica a cada segundo que aguardo en silencio. La conozco, y sé que está mintiendo. El por qué, no lo sé. Me encantaría saber qué cojones pasa por esa cabecita suya. Me encantaría penetrar en su cerebro, arrancar todos los recuerdos malos que tenga sobre mi, esos mismo que yo he provocado a conciencia, y enmendar todo el daño que sé que le he causado.
Se muerde el labio inferior, nerviosa, y ese gesto tan simple hace que mi polla sienta la dureza de la cremallera de mis pantalones. Estoy seguro de que tendré una marca importante cuando llegue a casa. Así como también estoy seguro de que tendré que pelarmela pensando en ella, en su carita, en su cuerpo perfecto, en el calor que ahora mismo me embarga al tenerla tan cerca...
La beso. Ni siquiera lo pienso.
Llevo mis labios a su boca y libero su labio inferior de entre sus dientes. Aprieto las manos en la carne de sus muslos, firmes y perfectos. Y en un gesto involuntario, empujo mi cadera contra la suya, buscando sentirla. La cabrona se envalentona; imita mi gesto y su cadera me busca, me encuentra, y me arrolla. Un gemido débil muere en mi boca, y mi lengua acorrala a la suya en busca de otro gemido. Necesito oírla, sentirla, saber que yo soy el primero y el último en provocar que se derrita. Quiero poseer su cuerpo, su alma, quiero que sea...
— Mía.
Su ojos abiertos como platos me confirman que lo he dicho en alto. Y, no sé por qué, me enorgullezco de ello. Quizá porque ya es hora de que lo vaya sabiendo. Es mía. Mía y de nadie más.
Pero quiero hacer las cosas bien. No sé en qué momento he decido cambiar de opinión y pasar por alto mis propios motivos para mantenerla al margen. Pero he cambiado de opinión, y, al contrario de lo que había pensado, me siento liberado.
Quiero demostrarle lo que siento, amarla como se merece, y arreglar todas mis mierdas. Pero, a pesar de que podría confesarle todo y rezar porque me crea, sé que mis errores tienen que enmendarse de una manera más... Complicada.
Tengo que conquistarla, enamorarla de nuevo. Tengo que esforzarme y garnarme su perdón. Necesito tiempo y no puedo permitir que se me escape, ahora que al fin casi la tengo.
Respiro hondo y me preparo para decir lo más machista que he dicho en mi vida.
— Tengo una condición — me esfuerzo en parecer imperturbable, en atrapar su atención mirándola fijamente, mientras mis labios acarician suavemente los suyos. Planto un suave beso en sus labios carnosos. Un pequeño adelanto de los sentimientos que guardo y pienso demostrarle.
— ¿Cual? — pregunta en un hilo.
Prepárate, Byron, puedes ganar, o llevarte un sopapo. Dios quiero que no sea lo segundo.
— Solo mía — sentencio en un susurro. Acaricio su nariz con la punta de la mía, distrayéndole para que no procese la posesión que implican mis palabras. — Iremos despacio, nena. Te lo prometo. Pero solo seré yo, ¿de acuerdo? — vuelvo la cara hacia la suya, en algún momento me he desviado a su cuello sin quererlo. En cuanto mis labios buscan los suyos, me empuja.
— ¿Qué? — escupe incrédula. Mierda. — Joder, Byron. Claro que solo estarás tú. ¿Qué pensabas? ¿Qué me iba a desvirgar haciendo un trío? — parece realmente ofendida.
Me muerdo los carrillos para evitar soltar una carcajada. Madre mía, no ha entendido una mierda de lo que he querido decirle. Una prueba más de lo inocente y joven que es. Me encanta.
Trago saliva y me sereno lo más rápido que puedo. Tengo que dejarle claro que en ningún momento he querido decir eso.
— No, morenita. Lo que te estoy diciendo es que iré despacio. Demasiado, quizá — y tanto. Tendré que ir tan despacio como para poder enamorarla y conseguir su perdón. — No quiero que busques a nadie que no sea yo. — Le muerdo el labio inferior en un gesto tierno, pero hablo muy en serio.
Cierra los ojos cuando mis dientes presionan un poquito más su labio carnoso.
— ¿Me has entendido? — no responde, está perdida en algún remoto lugar que le proporciona el placer. Me encanta verla así, saber que le he hecho perder el hilo de la realidad, pero ahora mismo necesito saber que me ha entendido. Libero su labio de entre mis dientes y deslizo la punta de la lengua para calmar el dolor. — Morenita... — advierto en un ronroneo.
Gime, suave y bajito, así que presiono una vez más mis caderas contra las suyas en busca de un golpe de realidad. En cuanto sus ojos se abren de par en par, sorprendidos por la presión que ejerce mi entrepierna contra la exquisitez que esconden sus pantalones, insisto:
— Solo yo. ¿Entendido?
Traga saliva, aturdida. Pero asiente.
— Solo tú — repite. Y lo que no sabe, es que acaba de hacerme el cabrón más feliz del planeta.
Tengo que ingeniármelas para ocultarla de mi mierda de vida, de mi caos diario, y todos los problemas. Me las apañaré para seguir manteniendola a salvo, como siempre. Pero ni de coña pienso perderme la oportunidad de poderla tener. De ser el primero para ella, de marcarme en su mente de por vida, y hacerla mía de todas las maneras posibles y, si me lo permite, para toda la vida.
Es irónico que hasta ahora fuese yo el único que no quería tenerla cerca de todo esto. Y más irónico será cuando Allan se entere y venga para decirme un "te lo dije". Pero, ¿qué coño? Él ya ha movido ficha. Ha metido a Amber en la boca del lobo y seguro que ha tenido ayuda.
Paulo no la hubiera contratado sin pedir nada a cambio, y estoy seguro de que cierta pelirroja ha tenido mucho que ver en eso. Además, también está Nelson. Si ese imbécil ha pasado por alto mis amenazas, es porque alguien le ha ofrecido protección. Y, ¿quién puede protegerlo de mi?
En efecto: Allan o Giselle.
Estoy seguro de que han sido ellos quienes le han dicho que la lleve donde Paulo y así poder tenerla bien custiodada. Sé que solo hacen por el bien de Amber, sino, los mataría a ambos.
Pero es bastante irónico sabiendo que, a veces, el hecho de formar parte de la banda de Paulo, nos traiga problemas de verdadero peligro. Las reyertas entre bandas no son simples broncas de colegio.
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