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19. Ains quién pudiera ser tela para abrazar esa espalda

«TontoDelCulo: Ni se te ocurra irte por tu cuenta.»

Eso. Eso es lo que me encuentro nada más abrir un ojo y deslizar la mano hacia el móvil para apagar la alarma.

Puntual como un reloj, salgo de casa y veo a Byron esperándome en el interior de su coche. Al principio me he sentido tentada de mandarle al cuerno, pero, seamos honestas... Prefiero ir en el coche con Byron que tener que coger dos autobuses para llegar al puñetero campus.

Mientras me cuelo en el asiento, me percato de que tiene la mirada perdida en algún punto del salpicadero. Parece estar en la inopia, distraído, así que aprovecho su despiste y me recreo en lo que veo sin ningún disimulo.

¡Está guapísimo! Los pantalones vaqueros grises se ajustan a sus muslos trabajados de una forma muy sugerente, y esa chaqueta de los Bruins... Ains quién pudiera ser tela para abrazar esa espalda, esos brazos, ese... ¡Todo! Su perfil es tan perfecto, tan sexy y masculino. Dios, no puedo evitar fijarme en la curvatura de sus labios. Esos labios que ayer me besaron, y me dejaron un sabor embriagador que perduró toda la noche.

Sacudo la cabeza para evitar fundirme en el asiento ante el recuerdo. Me abrocho el cinturón y, el casi imperceptible clic, hace que Byron salga de su trance. Aparta la vista del salpicadero y me mire a la cara. Ahogo un grito de horror en cuanto veo el estado en el que se encuentra su perfecto rostro. Está... Está...

— ¿Qué coño te ha pasado? — me llevo las manos a la boca, escandalizada por el corte que le parte el labio inferior y el pequeño cardenal que le ensombrece el pómulo izquierdo.

Byron frunce el ceño, pero no dice nada. Al parecer, sigue siendo el mismo capullo de siempre y decide arrancar el coche sin responder a mi pregunta. Mis ojos no pueden evitar reparar en sus manos, por inercia, y me remuevo inquieta al ver sus nudillos destrozados. Se ha peleado con alguien, seguro.

— Byron — insisto. Y aunque sé que puedo parecer una loca y provocar un accidente, tiro del freno de mano en plena calle, haciendo que el coche frene en seco y se le cale.

— ¡¿Estás loca?! — ladra. Me lanza una mirada aniquiladora que pretende callarme, pero no pienso dejar que lo consiga. Me trago mi propio miedo y lo encaro.

— Que qué te ha pasado — insisto.

— Nada — gruñe. Gira la llave en el contacto y arranca el coche de nuevo. Intento volver a tirar del freno de mano, pero Byron ya se sabe mi jugada y me da un manotazo de advertencia en la mano cuando ve mis intenciones. Sube el volumen de la música, y yo lo bajo.

La lleva clara si piensa que no me va a dar una explicación.

— Ayer no tenías eso en la cara, Byron — lanzo en tono acusador, pero el permanece impasible. Ni me mira. — ¿Se puede saber dónde fuiste después?

— ¿Ahora te preocupas por mí? No me jodas, Amber. — Byron esboza una sonrisa cínica, recordándome las misma palabras que le solté yo cuando tuvo la poca vergüenza de decirme que solo alejaría de mí a aquellos que no me hicieran bien.

Me encantaría decirle que sí. Que, al contrario que él, yo nunca he sido una capulla y que siempre me he preocupado por él. No fui yo quien rompió nuestra amistad. Sin embargo, el cinismo de su sonrisa y esa rabia contenida con la que me mira ahora, me frenan. Me frenan, porque sé que ahora mismo estoy frente al Byron mamón de estos últimos años.

— Eres el mejor amigo de mi primo. Si tú te metes en problemas, él también. Así que sí: me importa.

Byron pisa el freno con fuerza. Si no fuera porque llevo el cinturón puesto, hubiera acabado empotrada en el parabrisas. Miro hacia los lados nerviosa por el accidente que podría haber causado al frenar así. Pero cuando vislumbro el semáforo en rojo frente a nosotros, el susto se evapora y deja paso a la rabia.

— Pero ¡¿tú eres tonto o qué te pasa?!

— No pienso saltarme el semáforo — se excusa.

Me está vacilando, ¿no?

— Sabes que no me refiero a eso, imbécil. Podrías haber frenado de otra forma. — apunto.

— Si no te gusta cómo conduzco, ya sabes por dónde puedes irte — me espeta.

Lo miro entre incrédula e indignada. Acaba de, literalmente, echarme de su coche después de ser él quien se ofreció a llevarme y traerme. Miro a mi alrededor y veo que aún tengo un buen trecho hasta el campus. Sé que llegaré tarde a mi primera clase si voy andando. Pero ni de coña pienso permanecer un minuto más en el coche de este capullo.

— Pues vale — silbo, rabiosa. Me desabrocho el cinturón y salgo del coche regalándole uno de mis preciosos portazos. En cuanto el semáforo se pone en verde, Byron pisa el acelerador y las ruedas derrapan contra el asfalto.

«Menudo imbécil.» Pateo el suelo, y agradezco que no haya mucha gente mirándome por el espectáculo que ha montado Byron.

Camino hasta el campus, y de camino, voy pensando seriamente en tirar de la tarjeta de mamá, darle el gusto, y gastar algo de su dinero en comprarme un coche. O podría alquilar un apartamento cerca del campus y no tener que disponer de coche... No. Eso es absurdo. A la larga me saldría más caro y, tarde o temprano, necesitaré tener un coche para cualquier cosa que quiera hacer.

Joder, no hay cosa que más me fastidie que tener que comerme mis propias palabras. Cuando vine aquí, me prometí a mí misma que no iba a depender del dinero de mamá y de Jhon. Que podría hacer las cosas sola, y que no me convertiría en la típica hijastra del hombre rico. Mierda. Por culpa de Byron no me va a quedar de otra. ¿Cómo puede ser tan capullo y fastidiarme hasta en esto?

Como era de esperar, he llegado tarde a la clase optativa de Mitología clásica. La profesora River es un encanto y no me ha dicho nada, pero la vergüenza que he pasado al sentirme como el centro de todas las miradas de la clase... Jo, eso ha sido como volver un paso atrás y meterme de lleno en el instituto. En serio, incluso e oído a un imbécil, que juraría que ha sido el pelirrojo que participó en la humillación contra Liam en el Holly's, soltar un ridículo "uh, a alguien le van plantar un negativo".

Ni que tuviésemos quince años... No sé si ha sido él, pero estoy casi segura. Por ello mismo le he lanzado una mirada de puro asco y, al salir del aula, he tropezado con él a propósito para tirarle los libros. Qué se joda. Hoy no tengo yo el horno para bollos, y si él no ha sido el dueño del comentario, al menos se la he devuelto por lo de Liam.

Tengo una hora libre hasta mi próxima clase. Aprovecho para ir a la cafetería e intentar relajarme con un café solo y extra de azúcar. Lo sé, es una mezcla que en verdad no relaja a nadie. A nadie, menos a mí, claro. Y, sinceramente, con el día que llevo, dudo mucho que incluso mi ansiado café pueda relajarme. Quizá debería pedirme una tila doble. O me mejor aún, pedir dos tilas dobles y lanzarle una a la cara a Byron.

¿Cómo coño se ha hecho eso en la cara? Que se peleó con alguien está más que claro, vaya. No me hace falta un máster para llegar a esa conclusión. La cosa es... ¿Con quién, y por qué? Además, ayer cuando le vi frente a la casa de tía, ya era bastante tarde. ¿No debería de haberse ido a casa sin más? ¿A dónde fue? ¿Con quién y por qué se peleó?

Mierda. No sé por qué le estoy dando vueltas a Byron y a lo que hace con su vida. No debería de importarme.

— ¿Amber? — la voz de Nelson me saca de mis pensamientos mientras espero en la cola. He debido de estar muy despistada, sí, porque lo tengo justo delante y ni siquiera lo he visto hasta ahora, que se a girado y ha sido él quien me ha visto.

— Hey, hola. — sacudo la cabeza para serenarme. — Perdona, estoy muy despistada hoy — me paso una mano por el pelo para apartarmelo de la cara. Nelson sonríe tímido.

— Sí, no tienes muy buena cara hoy — apunta con una sonrisa. — ¿Estás bien?

Asiento con la cabeza y me esfuerzo por sonreír. No me sale, y eso solo consigue que Nelson frunza el ceño, preocupado.

— Sí, es solo que necesito un coche. Bueno, un trabajo para poder comprarme un coche, para ser más exactos. — Atajo y le digo esto porque no tiene sentido que le cuente la mala decisión que ha tenido Byron de dejarme tirada en la calle.

Si se lo cuento, seguramente me preguntará que por qué Byron es tan capullo conmigo, y, la verdad, no me apetece tener que contarle una historia que se remonta a años atrás en la que Allan fue el culpable de airear las intimidades de mi diario infantil.

— Ah, eso — se muerde el labio inferior y contiene una risita. ¿Qué coño me he perdido? Al parecer, mi cara muestra mis pensamientos, así que Nelson apunta en mi dirección como si cargase una pistola, y dispara —: ¿Has trabajado alguna vez de camarera?

Dudo un segundo en mi respuesta. No es que mi experiencia sea una pasada, pero sí que hice mis pinitos tras la barra de una cafetería durante este verano y parte del anterior.

— Más o menos — me encojo de hombros.

Nelson sonríe de oreja a oreja.

— Genial. Pues ya tienes trabajo.

— ¿Qué? Pero si no...

— Conozco a alguien que tiene varios negocios: restaurantes, clubs... Y diversas empresas que no me queda muy claro a qué se dedican — se ríe de sí mismo, creo. Me pasa un brazo por los hombros a modo amistoso y me hace avanzar con él a medida que la cola avanza.

— Ya, pero necesitará hacerme una entrevista o algo.

— Nah, que va — aletea una mano en el aire para restarle importancia al asunto. — Iré contigo, así que eso ya será suficiente.

Lo dice como si tal cosa, sin darse cuenta de que me va a meter en un empleo como si fuese una enchufada.

— Eso no es...

— Amber, por Dios. Eres la única que me cae bien del puto grupo de mi hermana. — Me mira, y en sus ojos solo veo pura verdad. — ¿Qué? No me mires así; para ellos sólo soy un niñato que va a segundo curso. Me llevan con ellos porque soy el hermano de Vicky, y eso que juego en el mismo equipo que ellos.

Su sinceridad me hace reír. No porque tenga gracia, sino porque aunque no me había dado cuenta hasta ahora, supongo que su teoría también puede aplicarse a mí.

— ¿Te hace gracia, cabrona? — bromea.

— No — río. — Es solo que creo que también me pasa lo mismo. Yo siempre he estado en el grupo, pero solo porque soy la prima de Allan.

Nelson me mira divertido y enarca una ceja.

— Eso no es verdad. Tendrías que haber escuchado cómo hablaban de ti antes de que vinieras. Ya te dije que me caías bien desde antes de conocerte. No mentiría al respecto, créeme — ríe y sacude la cabeza.

Llega nuestro turno y Nelson me invita al café. Se lo agradezco enormemente y, como también tiene esta hora libre, nos hacemos compañía mutuamente mientras nos contamos anécdotas. Bueno, más bien, él me pregunta que si es verdad todo lo que ha oído de mi.

— Venga ya. No me lo creo — se troncha de risa mientras se agarra el vientre. — ¿De verdad le rapaste el pelo a Byron mientras dormía, solo por meterse con tus trenzas?

— Oye, él empezó a decirme que me las había hecho para no tener que lavarme el pelo como la gente normal. Indirectamente, me llamó guarra — me defiendo riendo.

Ains... Qué tiempos aquellos. Aún recuerdo el día que Byron se burló al verme llegar a casa de mi tía junto con mi madre, y yo llevaba el pelo en finas trenzas. Por aquella época estaban de moda, yo a penas tenía trece años, y Byron utilizó mis intentos de seguir la moda para burlarse de mí, como siempre.

La burla le salió cara, vaya que sí. Agarré la maquinilla con la que tía Grace le cortaba el pelo a Allan y le rapé la cabeza a Byron mientras dormía. ¡Ja! Me sentí toda una bandida. Lo malo fue que incluso con ese corte de pelo desastroso, seguía estando guapo. Ah, y mi primo me echó una bronca de la leche. Me dijo que había sido una exagerada, que Byron solo intentaba decirme que estaba guapa. ¡Y un huevo!

— Madre mía. Lo que hubiera pagado por ver el espectáculo. — Nelson sigue riendo sin parar, imaginando la escena, supongo. Él conoce al Byron musculoso y enorme de ahora, al capullo, pero me temo que no conoció al adorable Byron que conocí yo hace muchos años. Creo que fue por eso, porque siempre tendré un leve recuerdo de esa versión de él, que no temo enfrentarme a él como lo teme Nelson.

Niego con la cabeza, evaporando los recuerdos.

— Bueno, lamento no haberlo grabado. Si hubiera sabido que habría dinero de por medio... Lo habría hecho — bromeo.

— Ostras, hablando de dinero. ¿Qué tienes que hacer luego? — pregunta.

Lo medito un segundo.

— En un principio nada. ¿Por qué?

— Para llevarte a conocer al colega que te he dicho. Tengo entendido que necesita camarera para uno de sus bares.

Vaya, qué rapidez. A cualquiera que le diga que, el mismo día que me lo propongo, alguien me encuentra un trabajo, no me cree. Casi no me lo creo ni yo. Bueno, vale, aún no es nada seguro.

— Vale. ¿A qué hora vamos?

— ¿A qué hora sales? — me devuelve.

— A las tres termina mi última clase.

— Vale, yo salgo a las dos. Pero me avisas y paso a recogerte.

Nos pasamos los números de teléfono para que así sea más fácil localizarnos, le agradezco otras veinte veces el tremendo favor que me hace al presentarme a su amigo, y salgo pitando hacia mis clases.

Estoy que no quepo en mí. No es la primera vez que trabajo, pero tampoco es que tenga una experiencia digna de currículum. Así que, a medida que avanza la mañana y la hora se acerca, mis nervios se acentúan.

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