15. El pivón pelirrojo
El día ha sido larguísimo. Si no fuera porque Nelson me invitó a venir al partido, y yo invité a Liam, ahora mismo no estaría sentada junto a él en las atestadas gradas.
— ¿Seguro que estás bien, xoxo? — pregunta por décima vez. Asiento sin mucha convicción. Estoy agotada y el día ha sido demasiado duro; tanto física como moralmente.
— ¡Toma ya! — chillan Dana y Liam desde mis costados. Sus gritos mezclados con los del resto de la gente que abarrota la grada me indican que los Bruins han vuelto a marcar otro touchdown. Desvío la mirada hacia el marcador y, además de comprobarlo, me percato de que el partido ya ha terminado.
Ostras, pues sí que he estado en la inopia. Creo que ni siquiera me he esforzado en intentar localizar a Jay y mi primo en el campo. Tampoco a Vicky danzando con sus pompones. Ahora bien, el lema de "Cox, capullo, queremos un hijo tuyo", ese, lo he oído por todas partes.
— Vamos. — Dana se levanta de un brinco y tira de mi brazo.
— ¿Adónde? — cuestiono. Dana pone los ojos en blanco mientras se ríe de mi pregunta.
— Al Dismay. — Lo dice como si fuese lo más obvio del mundo. Miro a Liam que, por su cara, entiendo que sabe tanto o menos que yo a pesar de estar ya cursando su segundo año. Dana suspira y explica —: Siempre se celebran las victorias en ese bar. Es el único que vende alcohol en el campus.
Anda. Así que ahora nos espera una borrachera. Um, suena bien. Solo espero poder engañar a mi primo para que me pida al menos una cerveza.
— Yo no he traído mi carnet falso — se lamenta Liam. Leñe, ni yo. Si lo traigo y lo ve Allan, me lo rompe en las narices. Le doy un codazo amistoso y danzo mis cejas pícaras.
— Seguro que Allan está de humor y nos saca algo. — Dana se ríe, pero no dice nada al respecto.
El bar es una cutrada; su decorado es totalmente simple y viejo, huele a rancio, y aunque estoy segura de que la higiene brilla por su ausencia, la luz tenue disimula la roña. Lo que no entiendo es cómo puede haber tanta gente aquí dentro.
— ¿Qué clase de antro es este? — Liam farfulla por lo bajo mientras lleva las manos en alto, evitando tocar nada y esquivando los cuerpos sudorosos que se mueven de aquí para allá. Me mira por encima del hombro y me dedica un mohín de puro asco. Me río en respuesta, totalmente de acuerdo con él.
— No seáis bobos. — Dana avanza mientras me empuja hacia adelante. — Cuando lleguemos a la barra y os invite a beber algo, todo parecerá más limpio.
— Pues como ese algo no lleve alcohol... Lo veo difícil. — apostillo.
— ¡Ja! Y un huevo. Espera a que venga Allan y le pides a él que te saque alguna bebida alcohólica. Yo paso de discutir con tu primo. — Dana se niega en redondo.
¡Pues vaya mierda!
Sin mucho más que poder hacer, me conformo con el refresco que Dana nos pide en la barra, y nos mezclamos entre la gente hasta llegar a una pequeña mesa alta que hay al fondo del garito. No pasa mucho tiempo hasta que Dana recibe un mensaje de Allan en el que dice que ya están aquí, y ella alza la mano para que él nos vea desde la puerta.
— ¡Qué guay! También viene Giselle — suelta emocionada. No sé quién es Giselle, tal vez sea otra de sus amigas de arte dramático. Sea como sea, espero que sea simpática.
Alzo la vista y, en cuanto lo hago, pongo la cara que menos esperada ponerle a la tal Giselle. Es la pelirroja que he visto esta tarde con Byron. La de los ojazos verdes. Y viene bien agarrada al brazo de Byron. ¡Mierda! Simpática no sé, pero zorra es un rato largo.
«Frena, Amber, frena.» Me digo a mí misma. Me muerdo la lengua y finjo no dar importancia a como Jay, Vicky, Allan y Byron se acercan abriéndose paso hacia nosotros, con ese pivón pelirrojo colgado del brazo de Byron.
— ¿Y Nelson? — pregunto cuando consigo apartar la vista y reparo en la ausencia de su persona.
— Ah, no suele venir. Prefiere irse a las fiestas de fraternidad.
«¡Venga ya! ¡Me ha dejado tirada!» Gruño para mis adentros y me aferro a la idea de que es su desplante, y no la presencia de Byron con la tal Giselle, lo que me hace estar de este humor de perros.
— Se te nota un montón, xoxo. — susurra Liam en mi oído. Lo miro sin comprender, pero en cuanto desvía sutilmente sus ojos marrones hacia la parejita del siglo, me apresuro a justificar mi estado.
— Es solo que me jode que solo sea un capullo conmigo, nada más.
Me cago en Nelson y todo lo que se menea. Por su culpa estoy aquí, escuchando cómo comentan las jugadas del partido, se tronchan de risa y, para colmo, realmente jodida porque Giselle es la mar de simpática.
— ¿Qué tal te trata Los Ángeles, Amber? — me pregunta Giselle, en un intento por meterme en la conservación. Liam ha entrado él solito, se ha hecho notar y todos, incluido Byron, lo han aceptado como era de esperar. Si es que... Liam es un encanto. Sin embargo, yo estoy que ardo de rabia.
Fuerzo una sonrisa tensa y no disimulo la falsedad de mi gesto.
— De cojones.
Como era de esperar, todos los que me conocen advierten mi tono y sus miradas de sorpresa acusatoria me atraviesan. Todas, menos la de Giselle y Vicky, que creo que piensan que soy borde por naturaleza. Ah, y Byron, que se lleva el puño a la boca para ocultar una risa.
Antes de que alguien pueda hacerme ninguna pregunta más, en mi muslo vibra el iPhone que llevo guardado en el bolsillo delantero. Aún tengo mal sabor de boca por lo de esta tarde y, sinceramente, aunque sé que Liam no es Nelson y no me va a dejar tirada, me siento fuera de lugar. Decido disimular y esquivar el momento ojeando el mensaje que acabo de recibir. Es de Katia. La muy pájara me ha enviado la foto de un tío guapísimo con un texto adjunto:
Kat: «Da gusto estudiar en Brown. 🤤»
No puedo evitar soltar una carcajada. Katia es una golfa que no pierde el tiempo y eso me encanta. Hace bien, qué leñe. Además, el emogi babosete es idéntico a la cara que pone ella cuando ve algo decente en el mercado masculino.
Yo: «Cómo te lo pasas, guarra. 😝 Te echo de menos.»
Nada más responder, veo que Katia se ha desconectado y que no ha leído mi mensaje. Mierda, se acabó mi excusa para disimular mirando el móvil. Ahora, a seguir fingiendo que me siento supercómoda. Alzo la cabeza y esbozo una sonrisa. Sonrisa, que se convierte en verdadera cuando el iPhone vuelve a vibrar en mi bolsillo. Es Kat, seguro. En cuanto lo cojo... ¡Oh mierda!
No es Kat, es Byron.
TontoDelCulo: «Tenemos que hablar. Ya.»
No me gusta la sequedad de su mensaje. Lo miro a través de mis pestañas y lo veo ahí, sentado frente a mí y mirándome como si no fuese a aceptar una negativa. Y como yo soy muy chula, respondo con toda mi arrogancia.
Yo: «¿De la manera tan ruin en la que has conseguido mi número, por ejemplo?
Lo oigo reír echando el aire por la nariz, y cuando vuelvo a mirar, le veo tecleando en su móvil. Él mismo... Si quiere iniciar una pelea aquí delante de todos, vía telefónica, yo estoy más que dispuesta; tengo mucha mierda acumulada durante el día y la que soltar por algún lado. Sobre todo, desde que he descubierto que Byron es un auténtico encanto con Giselle. No sé si son pareja, desde luego no se tratan como tal. Parecen amigos, pero estoy segura de que ir de chico bueno es justo su táctica para llevársela al huerto.
Uf, Giselle... Para qué narices pensaré en ello. Me pongo mala.
TontoDelCulo: «Tú no me lo hubieras dado. Tenemos que hablar de lo de ayer. Te recuerdo que te fuiste sin dejarme decir nada al respecto.»
Bueno, eso no es del todo cierto. Me fui, sí, pero no es que yo no le dejase hablar. Él fue el que se quedó en blanco y yo aproveché a saborear mi victoria mientras entraba en casa de mi tía. Además, no le dije nada que no fuera cierto. Sin embargo, él no me contó lo de su padre y... Bueno, vale, entiendo que no sea algo que la gente quiera ir aireando por ahí.
Ahora bien, todo esto me lo callo y no respondo. No lo miro. Y como la vil amiga cobarde que voy a demostrar ser ahora con Liam, huyo. Huyo antes de poder gritar a Byron delante de todos por estar escribiéndome cuando Giselle, su próxima muesca, está a su lado.
¿De qué narices va?
— Voy a por otro refresco — miento. En realidad, lo que necesito es salir cinco minutos de aquí, coger aire y refrescarme la mente.
— Te acompaño — se ofrece Liam.
— No — me apresuro a decir. Dejo mi móvil sobre la mesa y lo deslizo hacia él. — Tu vigila que mi móvil no caiga en manos de mi primo. — Al decir esto, Allan me hace una mueca burlona y se ríe. Lo que no sabe es que lo que temo no es que él me borre todos los contactos guardados en mi agenda bajo un nombre masculino, sino que Byron pueda volver a escribirme.
Dejando atrás la mirada asesina que sé que me lanza Byron, me escurro entre el gentío y llego a la barra. No me había dado cuenta de que he estado contenido el aire hasta que mis pulmones protestan y los lleno de ese hedor a sudor y alcohol que envuelve el ambiente.
La barra está atestada de gente, así que me veo obligada a esperar a que los dos camareros que corretean de aquí para allá tengan tiempo de atenderme.
Mientras espero y me concentro en poner mi mejor cara de pena para ver si así se apiadan y me sirven antes, siento un pecho firme y duro contra mi espalda. Me giro bruscamente, dispuesta a dar el empujón del siglo a quienquiera que sea quien se me ha acercado tanto y me ha arrebatado mi espacio personal. Pero cuando lo hago, una sonrisa tan bonita como diabólica me frena y me paraliza: es Byron.
— Ahora sí. ¿Hablamos? — me lo pregunta, sí, pero no me deja ni responder. Me agarra del brazo y me arrastra hasta el otro extremo del bar. Abre una puerta metálica y ambos salimos a lo que parece ser el callejón de la parte trasera del garito. Byron me suelta el brazo y me mira muy serio. — ¿De qué vas? — espeta.
— ¿Cómo? — escupo incrédula.
— Ya me has oído. No puedes decir lo que me dijiste y luego escaparte sin...
— Vete a la mierda. Yo no me escapé. — Llevo el dedo a su pecho y le doy toques en modo acusatorio. — Tú no supiste responder a la inminente verdad de mis palabras. — Me hincho como un pavo al recordar la cara que se le quedó.
Pero la grandeza sabe a poco, claro, porque está vez, Byron viene escarmentado y me sacude la mano para que se la quite del pecho.
— ¿La verdad? ¡¿Qué verdad?! — ladra. — Tú no tienes ni puta idea de la verdad.
Abro la boca y los ojos de par en par, traspuesta. No esperaba que me respondiera tan brusco y tan frío. Pero lo ha hecho y eso me enciende. Tanto, que no mido ni la dureza de lo que sale por mi boca. A fin de cuentas, la edad da la madurez, pero el arranque es el arranque, y eso se lleva en el carácter de uno mismo.
— ¡No seas hipócrita! — chillo, y llevada por la rabia que he ido acumulando sin darme cuenta, grito mientras sacudo los brazos como una energúmena. — Tienes más cara que espalda. Déjame que adivine. Alejas a todo aquel que se me acerca y tienes la poca vergüenza de decir que es por mi bien; usas a las mujeres como entretenimiento y, para colmo, has tenido la desfachatez de escribirme y sacarme a empujones a la calle dejando a tu pivón pelirrojo ahí dentro. ¿Se acerca eso a la verdad que he visto, Byron? — lo acuso sin miramientos.
Estoy sin aire. Pero el cabreo que siento ahora mismo me es más prioritario que el oxígeno para vivir. La expresión afligida de Byron es como combustible sobre mi rabia. Me mantengo firme y le sostengo la mirada; a mí su pena fingida no me engaña. Él se toma unos segundos, pero en cuanto parece absorber mis palabras, se recompone y frunce el ceño.
— Giselle es solo una amiga. Es como una hermana, Amber.
Me sorprende que diga que Giselle es como una hermana para él, pero no me da tiempo para poder pensar mucho más.
Se acerca un paso y yo lo retrocedo, por inercia, pegándome casi a la pared. Byron está tenso, lo percibo en sus brazos, en su cuerpo, en todas partes. Y mi propia tensión aumenta cuando él acorta la distancia y pega su cuerpo al mío, empotrándome aún más contra la pared.
Agacho la cabeza, no por miedo, sino para evitar la tentación de pecar ante su cercanía. Es demasiado perfecto, su cuerpo está ardiendo, y yo... Yo soy demasiado débil.
Byron lleva una mano a mi cuello, y apretando un poquito el pulgar sobre mi piel, me obliga a mirarlo. Respira pesadamente, y con la mirada más depredadora que jamás he visto, sisea:
— Sigues sin saber una mierda de la verdad, morenita.
«No irá a....»
Ni siquiera soy consciente de lo que hago, simplemente, en cuanto sus sensuales labios se acercan a mi boca, entro en pánico. Me aparto y suelto la mano. Bofetón. Un sonoro bofetón es lo que se ha llevado por intentar besarme.
— ¡Hostias! — la voz de Liam es de puro escándalo. Mierda. Ha visto la cobra que le acabo de hacer a Byron y el tortazo que se ha llevado.
¿Por qué coño ha intentado besarme? ¡Está loco!
Miro al pobre Liam estático en la puerta entreabierta. No lo he oído salir, y me siento avergonzada. Veo la palidez de su cara regordeta y su expresión incrédula. Seguro que no está acostumbrado a ver estas cosas.
Me fijo en Byron un segundo y veo como se acaricia la mejilla abofeteada mientras mira a Liam, pero no dice nada. Me escuece la mano, y a pesar de que aún estoy intentado entender cómo y por qué Byron ha intentado besarme, solo espero que le duela la cara tanto como a mí la mano.
— Lo... Lo siento — balbucea Liam, y huye por donde ha venido.
— Espera.
Corro tras él, bar adentro. Huyendo.
Ni de coña vuelvo a quedarme a solas con Byron, con esos labios tentadores y el bloqueo mental que tengo en la cabeza.
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