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12. ¿De verdad es tan cabrón?

Liam y yo nos miramos como dos chiquillos ante la inminente espera de la bronca que precede a la trastada. El número desconocido no para de llamar. Lo ha hecho ya tres veces, y aunque no respondo, vuelve a intentarlo cada vez que el buzón de voz le obliga a colgar.

— Cógelo tú.

— ¿Yo? — Liam parece alarmado con la idea.

— Eres un hombre, Liam. — digo como si fuera evidente. — Tu voz impone más que la mía, eso seguro.

No sé si mi excusa es buena, mala, o regular, pero Liam parece entender que lo que le digo es bastante lógico. Con todo el drama del mundo, coge aire por la nariz y lo expulsa por la boca, reuniendo valor. Sacude las manos hacia los lados, liberando la tensión de sus dedos bajo mi atenta, aunque incrédula mirada.

Cuando al fin decide ser todo un valiente, agarra mi iPhone y lo acerca hacia él. No se lo lleva a la oreja, sino que descuelga la llamada y le da al altavoz de la pantalla para que se conecte el manos libres. Lo agradezco, de veras.

— ¿Sí? — pregunta Liam, muy educado.

Hay un silencio incómodo durante un segundo. Un segundo eterno, tenso, que solo es interrumpido por el resoplar frustrado de alguien al otro lado de la línea.

— Tú quién coño eres — ruge la inconfundible voz de Byron. — ¿Dónde está Amber?

Que sea él me alivia y preocupa a partes iguales. Me alivia porque no es un acosador, pero me preocupa porque, evidentemente, es Byron y yo no le he dado mi número. Apuesto a que sé quién se lo ha dado. Voy a tener que hablar con mi primo y con Dana para que no anden dándole mi número de teléfono a nadie. Y menos a él.

Liam me mira un segundo, esperando a que le indique qué decir. Esto puede ser divertido, aunque no sé si del todo bueno. Alzo las manos en su dirección y le hago gestos para que diga que estamos juntos.

— Soy un amigo — aclara. Abro los ojos como platos. ¡Será cobarde!

Otro silencio. Esta vez, sabiendo que es Byron quien está al otro lado, entiendo que lo que está es barajando alguna brutalidad que escupir por esa bocaza. El puñetero no se hace esperar.

— ¿Amigo? — suelta con incredulidad. — Tío, a mí porque no me quedan más cojones, pero tú estás a tiempo de huir.

— ¿Perdón? — Liam parece perplejo. Creo que no ha entendido lo que Byron ha querido decirle. Yo sí, por desgracia. Y la carcajada que se abre paso a través del altavoz, la remata.

— Que escojas mejor tus amistades. Eso es lo que te estoy diciendo. Solo es un consejo, pero, oye, que cada cual hace lo que quiere — explica Byron, mordazmente divertido.

— ¿Un consejo o una advertencia? — le desafía Liam. Lo cual me sorprende, porque no he sido yo quien le ha indicado decir nada.

— ¿Cómo dices?

— Ya me has oído, listillo. Amber es una chica genial, guapísima y muy, muy agradable y simpática. Pero eso tú ya lo sabes, ¿no? Por eso la llamas. Porque sabes que tú no eres su único amigo y que cualquier persona, sobre todo hombres, estarían dispuestos a serlo. — Liam parece haberse llevado la conversación a un terreno personal. Demasiado diría yo. De hecho, no se ha dado cuenta, pero ha levantado un poquito la voz y las chicas de la mesa de al lado nos están mirando.

Creo que lo más sensato es que coja el móvil y cuelgue. Que acabe con esto de una vez. Si antes he pensado que esto podía ser divertido, aunque no buena idea, ahora lo confirmo. Estiro el brazo por encima de la mesa, pero en cuanto la voz de Byron sale del altavoz en un grito, la aparto como si su tacto me quemara.

— ¡¿Cómo dices?! — brama. — ¡Cómo te pille te arranco la cabeza! ¡Serás maricón!

Me quedo petrificada. No esperaba esa reacción de Byron, aunque era evidente que reaccionaría así ante la evidente insinuación que le ha soltado Liam. Ahora bien... ¿Qué es lo que realmente le ha sacado de quicio: ¿qué Liam le insinúe que es imbécil por no saber valorarme, o que le haya desafiado?

Creo que ambas opciones son viables. El hecho de que otros chicos puedan ir detrás de mí le complicaría la vida; Allan volvería a las andadas y se aseguraría de estar más tiempo conmigo, más al tanto, más protector y, por ende, arrastraría a sus amigos a esa actitud de niñera. Sin embargo, desafiar a Byron creo que es lo más peligroso que ha podido hacer Liam. No es consciente de lo literal que puede ser Byron con sus amenazas.

— ¿Me acabas de llamar maricón? — chilla. Lo confirmo; solo le ha dado importancia a eso y no es consciente de que el resto de la amenaza puede ser lo más real que le suceda en la vida.

— ¡Maricón! — repite Byron. — ¡Como la toques un solo pelo te mato!

Liam abre la boca y los ojos de par en par, mirando mi iPhone como si éste fuese una arpía mala que acaba de escupirle en la cara.

— ¡Vete al cuerno! — ladra, y acto seguido, cuelga la llamada y empuja mi móvil hacia mí, totalmente indignado.

Ay madre... Me encojo en el asiento y apago el móvil. No quiero arriesgarme a recibir otra llamada de Byron y que Liam retome su pelea. Es más, creo que me conviene hablar con Byron lo antes posible y confesar que ha sido culpa mía.

Oigo la sonora respiración de Liam. Alzo la vista de la oscura pantalla y lo miro. Parece haberse calmado, y creo que hasta puedo ver cierto arrepentimiento en sus ojos marrones. Igual que alguien que se da cuenta de cuánto se le ha ido la lengua y mengua tras el arrebato. Atrapa con los dedos los bordes de las mangas de su jersey de UCLA, y juguetea con ellos a la vez que se encoge en el asiento.

— ¿A quién he mandado al cuerno exactamente? Quiero decir... Lo conocías, ¿no es así? — alza tímidamente la mirada, y yo asiento. Resopla. — Dime que no me arrancará la cabeza literalmente — suplica.

Saco voz de dónde no la tengo y aseguro.

— No. No lo hará — respiro hondo y añado una reflexión en voz alta — : En cuanto le diga que ha sido culpa mía y que te he obligado yo a responder la llamada, se olvidará de lo que tú le has dicho. Créeme, prefiere hacerme la vida imposible a mí. — aseguro, sabiendo que estoy en lo cierto. — Byron es así. — suspiro.

— ¿Byron? — la expresión de Liam cambia completamente. Creo que el cabreo ha pasado a lamento y ahora a miedo. — ¿Byron Cox? — creo que a Liam le va a dar un ataque. Se lleva la mano a la cara y se abanica como un loco. Me lanzo a él para calmarlo.

— Eh, eh, tranquilo — sonrío, a medias. Más que nada, porque sé que lo que voy a decir es una verdad como un templo. — Byron está deseando que la culpa sea mía, en serio. No desaprovecha oportunidad para hacerme rabiar. Créeme, es su especialidad — le guiño un ojo.

Si Liam me ha creído o no, no lo dice. Pero me tranquiliza saber que se ha calmado y hasta se ha ofrecido a llevarme a casa en su coche. Me he asegurado de recordarle que mañana tenemos un partido de fútbol americano al que acudir y, aunque al principio parecia querer recular porque sabe que Byron estará allí, le he asegurado que no debe preocuparse.

Lo digo en serio, Byron no le hará nada. Es más, seguro que lo utiliza como motivo para tocarme más las narices. Alegará que soy una bruja, una mala amiga manipuladora y que el pobre Liam es una víctima de mis artimañas. Intentará ser amable con él, le dirá que debería haberle hecho caso respecto a que no es bueno ser amigo mío y, como es de esperar, y dada la condición sexual de Liam... Caerá rendido a sus pies.

Sí... Byron será, además de sexy, atractivo y arrebatador, un chico adorable y una grandísima persona.

Ja. ¡Y una mierda!

Siempre hace lo mismo: espanta a todo aquel que se me acerca. Le da igual que sea hombre o mujer. Desde que se propuso hacerme la vida imposible a base de perrerías, yo intenté hacer nuevos amigos. Lo juro. Cada verano, cuando venía de vacaciones con mi madre, le convencía para que me llevase al parque de atracciones, al paseo marítimo, o a cualquier otro sitio donde pudiera hacer mis propias amistades y no estar todo el día con mi primo y sus amigos. Bueno, en realidad, lo que no quería era estar con Byron.

Y cada vez que conseguía hacer algún amigo o amiga y mi madre se emocionaba por ello, días después, mi amistad... ¡Puf! Desaparecía.

¿Por qué?

Por culpa de Byron.

¿Por qué lo sé?

Ah, porque el muy puñetero se regocijaba mientras me contaba la sarta de mentiras que había empleado para volver a dejarme sola. ¡Sola!

Teniéndome otra vez obligada a pasar las tardes de verano con él, mi primo, y Jay. Menos mal que Jay siempre ha sido un amor.

— ¿De verdad es tan cabrón? — la voz de Liam me deja momentáneamente fuera de sí.

No sabía que había estado contándole todo esto. Es más, estaba casi convencida de que sólo estaba rememorando mis veranos más oscuros en la intimidad de mi mente. Pero bueno, ya que lo he contado, no tiene sentido que lo niegue, ¿no? Asiento. A lo que Liam responde frunciendo el ceño, y después lanza un resoplido al aire. Sus mofletes regordetes rebotan al mismo tiempo que sus labios.

— Pues menudo capullo — le da un manotazo al volante mientras niega con la cabeza. — Mira, no sé qué problema tiene ese chico contigo, xoxo. Pero a mí no va a engañarme: no pienso alejarme de ti. Es más, — se yergue en el asiento conductor y adopta una pose seria — ahora mismo estoy totalmente seguro de que se tiene merecido lo que le he dicho por teléfono — sentencia. Y su intento de parecer duro me hace gracia. Me río. — No te rías, perra. — se hace el ofendido.

— Eres un amor — suelto en una carcajada. — Oh, espera, es aquí. — señalo la casa de ladrillo rojizo que se presenta frente a nosotros.

Liam ralentiza la velocidad del coche, y mientras lo hace, mi corazón se acelera. ¡Mi- er- da!

El Chevrolet de Byron está aquí, frente a la casa de mi tía. La oscuridad que gobierna en la calle mal iluminada a camuflado muy bien su pintura negra y reluciente. Pero ahora que Liam está literalmente en la puerta de la casa, lo veo a la perfección.

No quiero asustar a Liam. Tampoco quiero que Byron lo vea y reconozca su voz antes de confesar mis pecados y asumir mi culpa. Así que, con todo mi disimulo, me desabrocho el cinturón, espero a que el coche se detenga del todo, y salto del asiento.

— Nos vemos mañana — me despido demasiado alegre. Liam frunce el ceño, extrañado por mi repentina reacción. Pero en cuanto mira más allá de mi espalda, abre los ojos como platos y se despide en un balbuceo. Acto seguido, su coche desaparece entre la negrura nocturna.

Genial. No me hace falta girarme para ver qué es aquello que lo ha asustado para salir tan deprisa. Siento cómo una manaza enorme da unas palmaditas en mi hombro, llamándome. No me giro, que le zurzan.

— En serio, Amber. ¿Un tío con un escarabajo turquesa? — se mofa. Yo gruño. — Te aseguro que lo de maricón no se lo había dicho en serio. Pero, vaya... ya veo que no he andado mal encaminado. Me pregunto cuánto le costará darse cuenta de...

Ahora sí, me giro. Y no con muy buena intención que digamos.

— ¡Y qué si lo es! — chillo, planto mis manos en su pecho duro y firme y lo empujo con todas mis fuerzas. Al ver que Byron no se mueve ni un centímetro, me irrito. — ¡¿Tampoco puedo tener un amigo gay?! — sigo chillando, impotente por no poder borrarle la risita de la cara. — Estoy harta de que alejes a todo el mundo de mí. ¡Harta! ¡Ni que tú fueses una mejor compañía, joder! — bramo como una loca.

No sé si han sido mis gritos en plena calle, la rabia que desprendo, o que Byron se ha cansado de que le empuje, pero de pronto, me agarra de las muñecas y mantiene inmóviles mis manos en el aire. Frunce el ceño.

— Pero qué... ¿Qué cojones dices?

A pesar de que su cara es el vivo reflejo de la extrañeza, sé que se está haciendo el tonto. Sabe de sobra a qué me refiero, así como también sabe que él es el único culpable de que yo nunca pudiese hacer amigos durante los veranos. De ahí que me encuentre a mis dieciocho años, en la ciudad que tanto adoro, estudiando lo que tanto amo, pero sola y sin amigos. Además, no he mentido al decir que él no es mejor compañía. Quién le dice a una niña que su padre es malo, ¡¿eh?!

Acerco mi cara a la suya, a pesar de ser más alto que yo, me acerco hasta que mi nariz roza su mentón firme. Byron se tensa.

— No vas a alejarlo de mí, ¿me oyes? Irá mañana conmigo al partido. Te guste, o no te guste. Acabo de hacer un amigo. Gay, sí, pero un amigo. Y no pienso consentir que lo alejes como hiciste con el resto. — advierto. — Si eres un narcisista y un homófobo, es problema tuyo. ¡Ya somos adultos, joder!

— No me toques los cojones, Amber — sisea en mi cara, acercándola tanto que su frente casi choca con la mía.

Me revuelvo sobre mí, azotando el aire en un intento absurdo por liberar mis brazos. No puedo, es más fuerte, y la impotencia me supera.

— Yo no soy tu hermana, Byron. No puedes alejar a la gente de mí ni decidir quién es o no es malo para los demás — ladro en protesta.

Byron permanece callado un segundo, imagino que intentado entender cómo y por qué he dicho eso. Después suelta mis muñecas bruscamente y retrocede un paso como si acabara de darle un bofetón. Es más, el gesto de dolor en su cara lo acompaña. Es irónico, porque cuando de verdad le estaba atizando en el pecho él ni se ha movido ni se ha quejado.

Cuando se recompone, alza las manos en alto, en sinónimo de paz.

— Está bien. Tienes razón. — ¿Qué? Me deja muerta. Me mira a los ojos, y cuando percibe mi cara de incrédula, aclara. — He sido un capullo, lo sé y lo siento. Prometo no volver a alejar a nadie que crea que te hace bien.

— ¿A nadie que creas me haga bien? — espero haber oído mal. Byron frunce el ceño y me fulmina. Sus labios se aprietan hasta formar una fina línea. Sin embargo, no se me pasa por alto que ha vuelto a rehuir la mención que he hecho a su padre.

— Sí. Eso he dicho. A nadie que crea que te hace bien. Sabes que siempre me he preocupado por ti — gruñe, notablemente ofendido.

— ¡¿Estás de coña?!

Niego con la cabeza, alucino. De todas las personas que podrían alegar alejar a la gente de mí solo porque no crean que me hacen bien, va y me lo dice él. ¿En serio?

Lo miro. Escruto su cara en busca de algún indicio de burla, de algo que me indique que está de coña y que no puede ser tan hipócrita. Pero no, no hay nada de broma en sus ojos azules, ni en su mirada dura, ni mucho menos en el gesto de decisión que me recalca al cruzar sus fuertes brazos tatuados sobre su musculado pecho. Por inercia, mi mirada busca las dos cicatrices que ya tengo localizadas.

— ¿Cómo te las hiciste? — señalo con el dedo la cicatriz del antebrazo, la única que veo desde mi posición formando el ojo del águila.

— No es asunto tuyo.

Byron es enorme, está tremendo, y aunque sé que no debería estar pensando en cómo debe de saber su piel, ni cómo sería refugiarme entre sus brazos, no puedo evitar hacerlo a pesar de que su voz fría y amenazante me indique que estoy metiendo las narices en territorio fangoso.

Mis ojos ascienden hasta su cara, y en cuanto una media sonrisa socarrona tira de la comisura de sus labios, sacudo la cabeza. Qué cabrón, sabe que estaba babeando mientras lo miraba. Lo que no sabe es la bonita respuesta que tengo para darle.

— Es de agradecer tu preocupación, ¿sabes? Pero, oye, si de verdad quieres alejar de mí a todo aquel que no me haga bien... — acorto el paso que él ha retrocedido hace un minuto. Alzo la mano y clavo un dedo acusador en su pecho, recreándome en la sensación de sentir su pectoral firme bajo mi yema. Lo miro fijamente a los ojos. — Sé el primero en guardar las distancias, Cox.

Y así, llamándolo por la frialdad que sé que transmite que te llamen por tu apellido y no por tu nombre de pila, y habiéndole dejado claro que la primera persona que me hace mal es él, entro en casa de mi tía y cierro de un portazo. Saboreo la victoria unos segundos. Los justos antes de darme cuenta de que, otra vez, me voy sin las respuestas que buscaba.

¡Mierda!

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