11. ¿Una muesca más en el cabezal de mi cama?
— Eso que llevabas era la camiseta de un tío — dice.
Después de casi todo el trayecto hasta el campus sumidos en un silencio de lo más incómodo, va y abre la boca para decir eso. Sé a qué se refiere, pero no entiendo por qué lo dice ahora. De hecho, no entiendo por qué lo menciona si quiera.
¿Qué más le da?
El silencio se instala de nuevo entre ambos. Ni siquiera el murmullo de la música rock que suena en el coche consigue hacer el ruido suficiente. Sin embargo, aunque sé que Byron acaba de lanzar el balón a mi tejado y espera que hable ahora, no lo hago. Desvío la mirada de la carretera hacia la ventanilla, maravillándome una vez más con los preciosos jardines del campus que se ven a lo lejos mientras el reluciente Chevrolet negro de Byron se desliza camino al aparcamiento.
— ¿Un novio? — vuelve a la carga. Niego con la cabeza, pero no lo miro. No entiendo a qué viene ese interés y, desde luego, no tengo por qué decirle nada. — Vale — suspira. — Un rollete, intuyo. — Quizá sea solo cosa mía, pero me ha parecido notar cierto alivio en su voz. Lo confirmo en cuanto una risita tonta llega a mis oídos.
Giro la cara bruscamente y lo miro. Está sonriendo, sí, y por alguna razón que no termino de entender, parece relajado. Como si acabara de quitarse un peso de encima. Barajo las opciones que pueden haberle llevado a ese estado. No encuentro nada. Nada, salvo una explicación bastante lógica.
Claro... Si me echo un novio, o un ligue, él dejará de ser mi chófer. ¡Manda narices! Ni siquiera ha completado el primer viaje de ida al campus, y ya está deseando deshacerse de mí. Pero entonces, ¿por qué narices ha insistido en traerme? Por Allan. Seguro que ha sido solo por la fidelidad que le debe a su mejor amigo. Aunque este haya decidido entender que soy mayorcita y respete mi espacio.
— Es del hermano de una amiga. No te emociones, tendrás que seguir llevándome — sonrío maliciosa y le guiño un ojo. Hala, listillo. No haberte ofrecido.
— Ya... Eso decimos todos — no me cree. Y, la verdad, no me gusta lo que insinúa su tono.
— No soy como tú — le reprocho. No estoy obligada a darle una explicación ni mucho menos. Pero me fastidia que esté pensando que soy algo que no soy. Solo me lo he pasado bien unas cuantas veces, como todo el mundo.
¿Cómo se atreve Byron si quiera a insinuar algo así?
Lo estoy fulminando con la mirada cuando él gira la cara y repara en mi expresión. Enarca una ceja interrogante, como si no supiese a qué me refiero.
— Yo no colecciono muescas en el cabecero de mi cama — Le aclaro en un tono más que acusador. La cara de Byron se descompone por completo. Estoy segura de que no sabía que estoy al tanto de sus ligues — No es un secreto que no hay quien se te resista, quarterback — apostillo.
Se queda perplejo un segundo. Después, retoma la atención en la carretera, atraviesa los escasos metros que faltan y aparca el coche en batería solo con un simple giro. Voy a desabrochándome el cinturón, cuando de pronto, su mano se posa sobre la mía y detiene mi movimiento. Lo miro ceñuda, sin ninguna intención de remitir mi cabreo por sus insinuaciones.
— No hay quien se me resista, ¿eh? — suelta juguetón.
Espera, ¿no estará...? No sé en qué momento ha desabrochado el suyo, pero tampoco me paro a pensarlo mucho. Para cuando quiero darme cuenta, me encuentro a Byron estirado sobre la consola del coche, con la cara tan pegada a la mía que su aliento mentolado mezclándose con el embriagador aroma de su cuerpo me envuelven la nariz sin tregua.
— ¿Ni siquiera tú? — cuestiona.
Sí, lo confirmo. Está flirteando conmigo. Y yo, tonta de mí, soy incapaz de controlar la fiesta que se acaba de formar en mi estómago. ¡La madre que me parió!
Me mantengo firme, le sostengo la mirada y evito darle más importancia de la necesaria a lo que trasmiten sus ojos. Pero, joder, es imposible no ver el mar de deseo que se desata en ellos. Es hambre, es ardor, es fuego, es... Es una promesa carnal.
Siento un chispazo eléctrico atravesando mi espalda y muriendo en mi entrepierna. Aprieto los muslos, sin poder reprimir el primitivo e incontrolable gesto de mi cuerpo por aliviar la tensión que se me acumula en esa zona tan sensible. Sin embargo, siendo consciente de que Byron está tan cerca que puede percibir la afirmativa silenciosa que le ha lanzado mi cuerpo traicionero, distraigo su atención cerrando en un puño la mano que descansa bajo la suya alrededor del cierre del cinto.
Tengo que cambiar de tema. Tengo que cambiar de tema. Tengo que...
— ¿Por qué dice Abby que tu padre es malo? — suelto lo primero que se me viene a la mente. Una pregunta que no se espera, que no viene al caso, pero que ronda mi mente desde ayer por la noche y sé que alejará su atención de mí.
A Byron le pilla por sorpresa, pero lo disimula bien. Sin embargo, no responde. Y a pesar de que ya ha sonado el dichoso clic que anuncia que ya estoy libre, no se mueve, no dice nada, no aparta la mirada. Y la tensión crece entre nosotros hasta que Byron decide romperla de la peor manera posible.
— Yo no colecciono muescas, Amber. No en mi cabecero, al menos — me guiña un ojo pícaro.
«¿Qué cojones?»
Lo aparto de un empujón con la mano que tengo libre, agradeciendo en silencio que se eche hacia atrás. Aunque sé que no ha sido por mi empujón, sino porque se está partiendo de risa. Aprovecho para quitarme el cinturón y salir del coche.
— ¡Serás guarro! — ladro, y eso solo hace que ría aún más fuerte. Pero, ¿sabéis cómo quitarle la gracia a todo y hacer que a un hombre se le borre la sonrisa de la cara?
Ajá. En efecto. Cerrando la puerta de su coche de un sonoro portazo.
La cara de Byron cambia radicalmente, y aunque ya no le oigo, a través del cristal en sus labios leo un claro «me cago en la puta». Sonrío triunfal y me largo tan ancha. No sin abofetearme mentalmente por no haber conseguido las respuestas que buscaba. El muy puñetero ha sabido evadir bien el tema de su padre, pero en algún momento voy a descubrir lo que se cuece.
El día ha sido bastante movidito. Voy camino de mis últimas clases antes de encontrarme con Liam en la cafetería en la que nos conocimos ayer. Ya me he aprendido el nombre, por fin. Aunque me resulta bastante vergonzoso haberlo descubierto gracias a un «te veo luego en el Holly's», por parte de Liam, seguido de mi cara de «¿En dónde?».
Vaya si se ha reído de mi despiste. Ahora bien, gracias a eso, ya no se me olvida el nombre ni de broma.
Voy tan concentrada en mis pensamientos, que ni siquiera soy consciente de que alguien me está llamando, hasta que dicha persona planta una mano en mi hombro y, jadeando como si acabase de correr una maratón, me frena en seco. Giro sobre mis pies de un brinco, y cuando veo a Nelson no puedo evitar soltar:
— Joder. Lo tuyo es darme sustos. — sonrio, lo que provoca que él me devuelva el gesto. Le doy unos segundos para recuperar el aliento. — ¿Me llevas mucho tiempo llamando? — me avergüenzo de mi despiste.
— Nah, tranquila. Solo una media hora — exagera en una burla que me hace reír. — Venía para avisarte de que mañana tenemos un partido. El primero de la temporada, para ser exactos.
— Ah, pues... genial — me quedo muda un segundo. Esperando que diga lo que intuyo que ha venido a decirme. Viendo que no lo hace, añado —: Buena suerte entonces.
— No, eh... esto. A ver, sé que irás de todas formas porque juegan tu primo, Jay y Byron, pero yo...— se lleva la mano a la cabeza y se pasa la palma por su pelo negro corto. Parece nervioso. — Quería invitarte a venir, eso es todo — esboza una sonrisa tímida que me desarma.
Le diría la verdad; que me gusta hacer deporte, pero no sentarme a mirarlo. Es básicamente lo que le he dicho a Allan cuando me llamó ayer para invitarme. Pero, jolín, parece tan avergonzado por la proposición que me acaba de hacer, que me siento incapaz de negarme.
— También irán Dana y mi hermana. No estarás sola en la grada — añade, ajeno a que la mención de su hermana es motivo suficiente para inclinar la balanza hacia una negativa. — Me haría ilusión que alguien fuese a verme a mí, la verdad — el rubor de sus mejillas no se me pasa por alto.
Sonrío. «Qué mono es.»
— Um... Puede que me apetezca ir — en cuanto me mira y veo la sorpresa en su cara, le guiño un ojo. — Nos vemos — sonrío antes de irme.
— Gracias — grita a mi espalda, y yo no puedo evitar reír por lo bajo.
Vale que Nelson no sea mi tipo, pero no está mal, es simpático y espero que esto sirva para poder estrechar lazos con él y que podamos iniciar una bonita amistad.
Las siguientes dos horas son un asco. El profesor O'Connell es un coñazo. Habla como si estuviese aletargado, aburrido de sus propios sermones, y eso hace que su asignatura sea una de las más pesadas. Además, ni siquiera se molesta en dar la palabra a aquellos quienes levantamos la mano para poder plantear nuestras dudas.
Y es eso, justamente eso, de lo que me estoy quejando un viernes a las cinco de la tarde en el Holly's mientras Liam me escucha como la persona más paciente del mundo.
— Me cago en la mar — bufo. — ¿Qué clase de universitarios somos? — me escandalizo de lo que estamos haciendo. — Deberíamos de estar preparándonos para colarnos en alguna fiesta universitaria.
Liam rompe a reír.
— Me encantaría, xoxo. Pero todas mis amistades se resumen a... — alza una mano y se pone a contar. Extiende un dedo tras otro, pero de pronto, recoge todos y solo deja uno en alto. — A ti.
«¿Qué? ¡No, venga ya!»
Mi cara debe de ser el vivo reflejo de lo que pienso, porque Liam no tarda en dejar caer las manos con pesadez sobre la mesa, y aclara:
— No te ofendas, pero tú eres la única loca que se ha atrevido a acercarse a mí. Que el equipo de baloncesto te someta a abucheos diarios hace que el resto de la gente no quiera acercarse mucho a uno — intenta que suene divertido, pero su voz se quiebra.
Estiro los brazos por encima de la mesa y le agarro ambas manos. Jugueteo con sus dedos, alzando uno por cada persona que conozco; Allan, Dana, Jay, Nelson, Vicky, Byron y, por supuesto, yo.
— Pues ya tienes siete amigos. Este, — digo agarrando el índice. — Es mi primo Allan; este otro de aquí, es Dana, su novia de toda la vida — uno a uno le voy nombrando a las seis personas que acabo de decidir que voy a presentarle mañana. — Y este pequeñín, — presiono la yema de su meñique. — Ese soy yo.
— Espera, ¿acabas de nombrar a cuatro de los jugadores de los Bruins, o es cosa mía? — asiento esbozando una sonrisa enorme. — ¿Los conoces? — asiento de nuevo y danzo las cejas con picardía. Liam, por el contrario, dibuja en su cara una expresión de asombro de lo más cómica. Se lleva una mano al pecho y chilla. — ¡Venga ya! No. Eso es... Es... ¡Oh my god!
Me parto de risa. Hasta ahora, si cuando le conocí no hubiera hecho mención a su condición sexual, ni siquiera hubiera sospechado nada. Pero ese «Oh my god» ha sido como colgarle una pancarta en la espalda.
— Allan Peterson, es mi primo. Es defensor, igual que Jay Brown. — informo. — Nelson no tengo ni idea, la verdad — confieso. — Y bueno, Byron Cox, imagino que ya...
— El buenorro del quarterback. No hace falta que expliques nada. — Me ahorra la explicación, sí, pero de paso, casi babea sobre la mesa al mencionarlo. Se lleva una mano a la altura de la cara y se abanica con ella.
Sí hijo, sí, te entiendo perfectamente.
— Pues... Quizá mañana puedas tomarte algo con ellos — sugiero. Me llevo la mano al pelo y jugueteo tontamente con un mechón que se me ha escapado de la coleta. — Quiero decir, si vienes conmigo al partido, claro.
Liam abre los ojos y la boca hasta límites insospechados. Me espero lo peor, un grito inmenso y eufórico. Así que antes de que lo haga y nos termine por mirar toda la cafetería, alzo las manos y le digo:
— No chilles. Si es un sí, solo asiente. Pero por favor, no grites. — se lo advierto todo mientras yo misma contengo la risa. Va a gritar, lo sé, por más que se lo pida...
— ¡Ah! — y chilla. La gente nos mira. — ¡Por supuesto que sí! — me termino de hundir en el sofá, avergonzada por los gritos de Liam.
Por suerte, para de gritar de golpe cuando mi móvil vibra sobre la mesa. Estiro el brazo y lo alcanzo. Es un mensaje, pero no conozco el número del remitente. Aun así, me inquietan un poco las dos miserables palabras que leo. Quizá sea porque más que a pregunta, suenan a exigencia.
Desconocido: «Dónde estás.»
— ¿Quién es? — pregunta Liam, que, como buen cotilla, está ligeramente tirado sobre la mesa y asomando la cabeza por encima de mi iPhone. Me encojo de hombros y respondo al mensaje.
Yo: «Quién eres.»
Acto seguido, el número desconocido responde.
Desconocido: «El coco.»
¿Pero qué?
— ¿Y si es un acosador? — cuestiona Liam, palideciendo sin motivo.
Respiro y pongo los ojos en blanco. Descartando la idea al momento. Seguro que es alguien que se ha confundido y ya está. No debería ni de perder el tiempo respondiendo, sin embargo, mis dedos tienen otro plan. Con una decisión que ni sabía que había tomado, deslizo la yema de mi pulgar hasta el emogi que deseo enviarle. Pulso enviar y dejo el móvil de nuevo sobre la mesa.
— ¿Un corte de manga? ¿En serio? — me encojo de hombros. — ¿Tú estás loca, xoxo? ¿Cómo se te ocurre cabrear a un posible acosador?
Pongo los ojos en blanco y suelto una carcajada. ¡Qué exagerado es!
— Y qué va a hacer, ¿eh? ¿Responder con el emogi de un arma?
Y en ese instante, mi móvil vibra enfurecido sobre la mesa. Me pongo tiesa como un palo de béisbol.
¡Me cago en todo!
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