10. ¡Será descarado!
Estoy agotada, y como muestra de ello, mi cuerpo se desliza cual gusano escaleras abajo, ansioso por recibir su dosis vital de cafeína. Me gustaría salir a correr, algo que no he conseguido hacer en toda la semana. Pero es que los bailes con Abby me dejan tan derrotada, que creo que trotar por la ciudad es lo más parecido a un paseo. ¿Cuándo empieza el colegio esa renacuaja? No creo que tarde mucho.
Oigo a mi tía tararear bajo la ducha, como todas las mañanas, así que me dispongo a ser yo quien prepare el café y el desayuno antes de que ella baje a la cocina.
En cuanto tengo mi taza entre las manos, me acurruco en una de las sillas de la isla de la cocina y doy el primer sorbo. Uf, qué delicia, qué paz, qué...
Alguien llama a la puerta de entrada. Automáticamente, mi mirada vuela hasta el reloj de pared, comprobando que aún es muy, pero que muy pronto para recibir visitas. Aun así, cuando otro golpeteo de nudillos resuena en la puerta, me obligo a levantarme y abrir la puerta. Nunca sabes si puede ser una emergencia, ¿no?
En cuanto la abro y veo a Byron frente a mí, creo que me siento desfallecer. Joder... No lo veía desde la noche del viernes en la que lo encontré borracho, y ahora... Está guapísimo.
Lucho contra mi instinto de repasarlo de pies a cabeza, aferrándome al estado de cabreo que sé que aún tengo por irse de mi habitación sin siquiera darme las gracias por haberle salvado el culo. Sin embargo, mis ojos se han puesto de acuerdo con las mariposas de mi estómago, y, rememorando el momento exacto en el que su voz llegó a mis oídos susurrando morenita, hace que todos mis esfuerzos sean en vano.
Lo repaso. Vaya que si lo repaso. Mis ojos escanean cada centímetro de su cuerpo musculado, odiando ese suéter azul claro que con sus mangas largas me priva de la perfecta vista de sus atléticos brazos. Tiene una espalda enorme, perfecta, se vería genial sin ese suéter...
Refunfuño para mis adentros y me obligo a conformarme con la arrebatadora belleza de su cara cincelada. La barba incipiente remarca su mandíbula firme, fuerte, y esos ojos azules, normalmente fríos ante mi presencia, ahora transmiten un estado de sueño totalmente adorable.
Byron carraspea la garganta, haciéndome bajar de la nube.
Intento encontrar una razón para explicar su presencia a estas horas de la mañana y en casa de mi tía. Allan ya no vive aquí, así que... La palabra emergencia se abre paso de golpe. Luego se transforma en preocupación, y, después, en Abby.
— ¿Abby está bien? — me da igual que mi voz transmita la misma preocupación que la de una madre al borde del abismo. Si no es porque a Abby le ha pasado algo, Byron no estaría aquí. Y si a Abby le ha pasado algo, yo... Yo...
— Sí — dice seco. Acto seguido, pasa por mi lado, dándome un empujón en el proceso para entrar a la casa. Se cuela hasta la cocina mientras yo lo sigo de cerca con un humor de perros que va en aumento. ¿Qué coño pasa? En cuanto lo veo agarrar la cafetera y servirse un café como si tal cosa, exploto.
— ¿Y qué narices haces aquí?
— Desayunar — dice sin siquiera mirarme. Se lleva la taza a la isleta donde aún está mi café, y se sienta con periódico en mano.
Respiro hondo. Armándome de paciencia. No puede venir aquí, preocuparme por Abby así, con su mera presencia, y luego desayunar sin ni siquiera explicarme algo. Agarro el taburete con dedos férreos, dispuesta a molestarle para que deje el dichoso periódico y preste atención a mis palabras. En cuanto arrastro el taburete, y este arranca un chirrido contra las baldosas del suelo de la cocina, Byron gruñe molesto y alza la cabeza para mirarme.
Genial. Justo lo que quería.
— Qué narices haces aquí — insisto.
Pero, contra todo pronóstico, Byron no solo no responde, si no que su mirada, normalmente fría hacia mi persona, ahora es... Es... ¿Ardiente?
Sí, ardiente, hambrienta, fogosa... Joder. Mi piel arde en llamas mientras Byron admira la camiseta que llevo puesta como pijama. Es del equipo de fútbol de mi antiguo instituto, se la robé al guapísimo hermano de Katia que, a pesar de ser dos años menor que nosotras, es tan grande que su camiseta me llega hasta medio muslo.
Byron, ajeno a mis pensamientos y, probablemente, al hecho de que su análisis sobre mi figura está siendo demasiado evidente, sigue recorriendo mi cuerpo sin reparo. Y yo, sin poder evitarlo, me regodeo al ver lo difícil que se le hace tragar saliva cuanto enfila el largo recorrido de mis piernas desnudas.
No soy tonta, creo que toda mujer sabe cuáles son sus puntos fuertes. En mi caso, mis años de gimnasta me aseguran un cuerpo bonito que suele llamar la atención. Y lo sé de sobra. Ahora bien... Me encanta saber que, a Byron, al tío borde y frío que tanto me odia, también le resulta atractivo. No es inmune a mis encantos, y eso, de algún modo, despierta el deseo entre mis muslos.
«Eh, eh, eh, frena, Amber. Con Byron no, él te odia.» Aunque, bueno... Un aquí te pillo aquí te mato... no le haría daño a nadie ¿no?
— ¡¿Me estás vacilando?! — exclamo, más para mí y mis pensamientos guarros, que para él. Pero bueno, supongo que la contundencia de mi voz a servido para ambas cosas, y me alegro por ello.
Byron se recompone como si tal cosa, como si no acabara de ruborizarse de forma imperceptible cuando le he sorprendido comiéndome con los ojos. Sonríe de medio lado, malicioso, y aclara:
— Si quieres que sea tu taxista, al menos tendrás que invitarme a desayunar.
— ¿Qué? — o estoy muy dormida todavía, o este tío se ha vuelto loco. Yo no me entero de nada.
— Quieres que te lleve, pero no quieres tener nada que ver conmigo — sonríe socarrón. — Muy astuto por tu parte.
«Ay dios. ¡Abby!»
— Yo no he dicho eso — aclaro — Abby pensó que...— pero Byron alza la mano y me hace callar.
— Sé cómo es mi renacuaja, tranquila — para mi sorpresa, su voz es inofensiva y parece no sorprenderse de que su hermana haya mal interpretado todo.
Deja el periódico a un lado y se lleva la mano a la cara. Se frota la barbilla mientras me mira, esta vez, a la cara.
— ¿Por qué no me dijiste que ibas y venías en autobús? — pregunta, como si realmente él pudiera haber solucionado mis paseos diarios.
Abro los ojos como platos, incrédula, y desvío la vista hacia los lados en busca de una cámara oculta. ¿Está de broma? No, no lo parece. Sobre todo, porque tanto su voz como su semblante tranquilo, me recuerdan al Byron simpático y agradable de años atrás. Sí, al mismo que se preocupaba siempre por mí.
— No tengo coche. Me compraré uno cuando encuentre un trabajo — explico.
— Ah, no. De eso nada. — la voz de mi tía me da tal susto que casi pego un brinco. Pasa por mi lado y me da un beso en la frente, después se prepara un café, sentándose junto a Byron, y le pellizca la mejilla cariñosamente. Este sonríe. — Byron ha llamado esta mañana para ver a qué hora solías salir de casa. — cuenta mi tía. — El pobrecito pensaba que hacías uso de la antigua Chevrolet de Allan que hay en el garaje.
«¿Qué? Ni de coña.»
Mi tía y Allan me dijeron que podía usarla siempre que quisiera, que era mía, y hasta me dieron las llaves que mantengo guardadas en mi habitación. Sin embargo, aunque me gustan los coches, la velocidad y la sensación de viento, no soy tan inconsciente como para montarme en esa vieja camioneta. Además, es tan vieja que su color verde inicial está casi extinto y comido por el óxido. Ni loca me planto yo en pleno campus con ese trasto.
— Es inhumano que hayas estado yendo y viniendo en autobús todos los días — opina Byron, y por el tono que emplea, sé que está fingiendo más amabilidad y preocupación de la necesaria, solo por mantener esa fachada de chico bueno y responsable frente a mi tía. — ¿Lo sabe Allan? — cuestiona.
Lo fulmino con la mirada. No, no lo sabe. Le pedí expresamente a mi tía que no le dijese nada para evitar que él quisiese venir todos los días a llevarme y traerme. No quiero agobiar a mi primo con eso, aunque sé que su apartamento está cerca y que él lo haría encantado.
— Nah, que va. Amber no quiso preocuparle — me delata mi tía. Ladea la cabeza hacia a mí y sonríe de oreja a oreja. — Suerte que en cuanto le he confirmado a Byron que era cierto que ibas en autobús, se ha comprometido a acompañarte todos los días. Incluso aun y cuando no coincida con tu horario.
«¡¿Cómo?!»
— Pero yo no... — quiero protestar, pero sé que es inútil. Mi tía se deshace ante la buena imagen que tiene de Byron. Y él, consciente de ello, refuerza su fachada diciendo:
— Para mí no es un problema, Amber — me mira fijamente, ocultando una burla en sus ojos que solo yo puedo ver desde mi posición. — Es más, es todo un placer pasar más tiempo contigo— y, con esta última frase, el muy pervertido pasea la vista por mi cuerpo.
«¡Será descarado!»
Sí, lo es, y lo peor es que su descaro me enciende.
Gruño en mi fuero interno por lo débil que estoy siendo ante las atenciones que él presta a mi figura. Me siento como una petarda. Sin embargo, aunque no me gusta mucho la idea de tener que pasar tiempo en un coche con un hombre tan increíblemente guapo como él, tal vez me venga bien para poder averiguar un poquito sobre lo que me menciono ayer Abby. ¿Por qué no ve a su padre? ¿Por qué le han dicho que es malo? Y, sobre todo, ¿por qué Byron tiene cicatrices en los brazos?
No sé por qué, pero algo me dice que todo está enlazado y yo, que soy como soy, lo pienso averiguar.
Así tenga que encerrarme en un coche con Byron Cox.
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