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Capítulo 12: Post-Encuentro

Descompuesto. Así se sentía luego de haber cedido a la necesidad de cumplir como acompañante alternativo para la urgencia del celo de su Alfa, no podía moverse, había quedado al cero de su energía. El cuerpo, sus ambas zonas privadas estaban sensibles, y todo su ser gritaba que no estaba hecho para saciar al Alfa Ginonix, porque con el sexto round había perdido la consciencia.

No podía respirar sin sentir que el aire se me escapaba con cada puntada de dolor que recorría mi cuerpo. Mi mente estaba en blanco mientras permanecía tumbado sobre aquella cama blanca y cómoda. Sabía que no era la habitación de Leo, sino una destinada a huéspedes. Estaba tan cansado que incluso la idea de levantarme para ir al baño me resultaba insoportable. Todo mi ser clamaba por descanso.

Había pasado una semana desde que el celo de Leo había empezado a disminuir. Su intensidad ahora se manejaba con algo tan simple como té de manzanilla. Por mi parte, había necesitado mucho más que unas horas para recuperarme del desgaste físico y energético. Mi cuerpo de omega no estaba preparado para algo tan demandante, y aunque sentía algo de alivio, también me compadecía de la mujer que eventualmente sería su Luna. Si una noche con él me había dejado en este estado, no podía imaginar lo que ella pasaría.

Ese miércoles, me desperté completamente agotado. Estaba tirado en la cama, con el cuerpo tan pesado que incluso respirar dolía. Nunca había llegado a un nivel de cansancio como este en ningún otro encuentro. Leo era... insaciable. Aunque algo, tal vez su propia naturaleza, la había hecho detenerse antes de que mi cuerpo llegara al límite. Si no lo hubiera hecho, probablemente estaría peor.

Miré hacia el techo, preguntándome en silencio si alguna vez volvería a sentirme entero.

—Even...tualmente... —una voz adormilada respondió, interrumpiendo mis pensamientos.

Giré la cabeza lentamente hacia mi izquierda y ahí estaba ella, mi albina, profundamente relajada, aunque sus ojos aún estaban cerrados. Sin embargo, lo que me dejó sin aliento fue verla moverse con esa elegancia innata, colocando una sábana sobre mi torso antes de acurrucarse contra mí. Fue un gesto simple, pero lleno de algo que no podía describir. Cálido. Protector. Dulce.

Sentí cómo su brazo se apoyaba sobre mi costado, y de alguna manera, ese pequeño abrazo me hizo olvidar, aunque fuera por un momento, mi agotamiento.

—A veces creo que la conexión no da tanta privacidad, ¿sabes? —dije, rompiendo el silencio mientras con mi mano le acariciaba suavemente el cabello. No sabía por qué, pero ese pequeño gesto me hacía sentir más tranquilo.

—Mm...mm... —murmuró algo, primero soltando un leve sonido que me pareció un ronroneo—. Solo tienes que pensar en algo que me disguste y no me verás por ahí...

Levanté una ceja ante ese comentario curioso.

—¿Tan fácil? —pregunté, sin esperar realmente una respuesta.

—Ajám... No quiero estar escuchando tus cochinadas con tu mate... —murmuró, acurrucándose aún más cerca.

No pude evitar soltar una risa baja, divertida. Algo en su tono, en su manera de hablar, me hacía querer reír, incluso en mi estado actual. Con mi mano libre comencé a acariciarle la espalda, buscando tranquilizarla, hasta que algo extraño llamó mi atención. Había un punto en su espalda que se sentía diferente, tenso.

—¿Qué es esto? —pregunté, mi tono lleno de curiosidad.

—Estrés —respondió con un susurro, como si la palabra fuera todo lo que necesitaba decir.

Y ahí estábamos, dos almas diferentes conectadas de una manera que a veces no entendía. A pesar del cansancio, del peso en mi cuerpo, no pude evitar pensar que esos pequeños momentos, esos gestos, eran más valiosos que cualquier cosa.

—¿Por qué tanto estrés? —pregunté, tratando de aliviar la presión con movimientos lentos y cuidadosos.

Ella no respondió de inmediato, pero su voz adormilada finalmente llenó el espacio entre nosotros.

—Nuestra luna es un imán de problemas, la amo, pero... me causa estrés no poder cuidarla completamente como quisiera.

Sus palabras me hicieron reflexionar. Pude sentir el peso de su preocupación, tan palpable como el cansancio que todavía me invadía.

—Mmm... Me dijeron un poco al respecto —respondí, pensativo. Cerré los ojos unos instantes, intentando juntar el valor para lo que quería decir a continuación. Finalmente, hablé con la mayor delicadeza que pude—. ¿Leo...?

—¿Sí, Iceman? —respondió, sin abrir los ojos. Su tono me sacó una pequeña sonrisa.

—He vuelto para quedarme.

El silencio que siguió fue tan intenso que podía escuchar cómo su respiración se detenía por un momento. Luego, el ritmo de su corazón cambió. Abrí los ojos justo a tiempo para ver cómo alzaba la cabeza, haciendo que mi mano cayera de su cabello. El brillo en sus ojos celestes era suficiente para quitarme el aliento. Antes de que pudiera procesar lo que ocurría, lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro. 

Y luego, sin previo aviso, se abalanzó sobre mí, abrazándome con toda la fuerza de sus emociones. Su cuerpo temblaba mientras sollozaba suavemente contra mí. No tuve más remedio que devolverle el abrazo, atrapado en la calidez de aquel momento.

Aún así, no te perdono lo que hiciste horas atrás —dijo de repente, su voz teñida de una calma escalofriante que me dejó paralizado.

—¿Pero... qué...? —balbuceé, completamente incrédulo.

Leo levantó la cabeza y me miró, su rostro era una mezcla de determinación y desaprobación.

—El hecho de que mi alma esté contenta contigo no significa que yo esté moralmente tranquila por haberme acostado con mi omega, al que considero un hermano pequeño.

Sus palabras fueron como un balde de agua helada. Mi incredulidad solo aumentó ante el tono armonioso, casi sereno, con el que lo dijo. Me estremecí, tratando de recuperar el control de mi respiración.

—¿Q-qué es lo que tanto...? Un incesto de vez en cuando y en nuestra naturaleza no es pecado —intenté argumentar, aunque mi voz sonó mucho más insegura de lo que habría querido.

—Aunque no lo sea, no es mi tipo. Te amo, pero no para estos complots que haces con Maxam. La próxima vez que hagas algo sin pensar en las consecuencias, no solo tendrás mi indiferencia, sino que cargarás con más peso en tus hombros —dijo, su tono firme pero sin perder esa calma que me desconcertaba.

—¡Pero si te ayudé! —protesté, intentando justificarme.

—Gracias, pero no puedo volver a conceder este tipo de deslices a menos que mi luna quiera una orgía o un trío. Hasta entonces, la respetarás.

Sus palabras me dejaron sin aliento. Su mirada no admitía réplica. Me encogí ligeramente bajo su escrutinio, sintiéndome más pequeño de lo que quería admitir.

—Pero no me puedes alejar de Yin. La necesito... yo...

—No lo estoy haciendo, idiota —interrumpió, su tono más suave esta vez—. Solo te estoy diciendo que la respetes. Ya he encontrado a mi luna, y tú, próximamente, encontrarás a la tuya. Así que evitemos problemas a larga distancia, Elay. No tengo ganas de estar usando ni mi aroma ni mi voz alfa.

Su advertencia fue clara. No pude hacer más que asentir, aceptando el límite que ella acababa de trazar. El silencio se instaló entre nosotros, pero esta vez fue menos pesado, como si ambos supiéramos que, a pesar de todo, estábamos en el mismo camino.

El peso de las palabras de Leo seguía resonando en mi cabeza. Había algo que no cuadraba, algo que me hacía sentir una presión incómoda en el pecho. Me quedé en silencio por un momento, intentando conectar los fragmentos que mi mente se negaba a ensamblar. Finalmente, no pude contenerme más.

—Leo... —empecé, mi voz temblando un poco. Sus ojos celestes se fijaron en mí, expectantes—. ¿Quién es Maxam?

Por un instante, vi un destello de sorpresa en su mirada, seguido de algo más profundo, algo que no pude descifrar de inmediato. Ella suspiró y se acomodó mejor sobre la cama, su postura relajada, pero su expresión seria.

—Maxam es mi lobo interno —respondió finalmente, con un tono directo, casi como si estuviera hablando de algo obvio.

Sus palabras hicieron eco en mi mente, y de repente, todo comenzó a encajar. Sentí un escalofrío recorrer mi columna mientras los recuerdos del día anterior emergían con fuerza. La voz oscura y autoritaria que había ordenado satisfacer su celo... el lobo monstruoso que había sentido en su mirada durante esos momentos intensos. Todo había sido Maxam.

—¿Tu... lobo interno? —repetí, como si necesitara confirmarlo, mi voz apenas un murmullo.

—Sí. Es una parte de mí, pero también es algo aparte —explicó, sus ojos nunca apartándose de los míos—. Cuando el celo me afecta o las emociones me sobrepasan, Maxam puede tomar el control. Es... más instintivo, más primitivo. A veces, sus decisiones no coinciden con las mías.

Su confesión me dejó sin palabras. Los fragmentos en mi mente comenzaron a unirse, creando una imagen que me resultaba inquietante. Esa sombra en sus ojos, la sensación de una fuerza mayor controlando la situación, incluso el tono oscuro y turbio de la orden... todo apuntaba a Maxam.

—Entonces... fue él quien... —mi voz se quebró antes de que pudiera terminar la frase, pero no hizo falta. Leo asintió, su expresión grave.

—Sí, fue Maxam quien te dio esa orden. Yo... lo siento, Elay. Sé que no fue justo para ti. Pero en ese momento, él tomó el control porque mi cuerpo lo necesitaba.

El peso de sus palabras me golpeó como una ráfaga de viento helado. No sabía qué pensar. Una parte de mí quería enfurecerse, pero otra entendía que esto iba más allá de Leo como persona. Era algo más profundo, algo instintivo. Tragué saliva, tratando de procesar todo.

—Así que... el lobo monstruoso eras tú —murmuré, casi para mí mismo, mientras los últimos fragmentos del rompecabezas se acomodaban.

Leo asintió de nuevo, su mirada sincera. Había una vulnerabilidad en sus ojos que no esperaba ver, como si temiera mi reacción.

—No siempre es un monstruo, Elay. Maxam también es una parte de lo que soy. Pero... entiendo si esto te hace sentir incómodo. No fue mi intención hacerte daño.

Me quedé en silencio, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Por más aterrador que hubiera sido, ahora entendía mejor lo que había ocurrido. Y aunque todavía tenía preguntas, algo en su sinceridad me calmó.

—Está bien, Leo —dije finalmente, aunque mi voz aún temblaba un poco—. Solo... necesito un poco de tiempo para asimilar todo esto.

Me encontraba ahí, con el puchero pintado en mis labios, completamente presente, como si con eso pudiera expresar lo que las palabras no alcanzaban a decir. Sin embargo, Leo no parecía estar interesada en mi frustración. Aún cuando estaba regañándome, su proximidad no disminuía ni un centímetro. Su aliento cálido rozaba mi cuello, dejándome completamente paralizado. ¿Cómo era posible que alguien pudiera combinar un tono severo con un gesto tan... reconfortante?

—Bien. —Su voz rompió el silencio, un tono que claramente dejaba entrever que estaba cediendo a regañadientes. La manera en que lo dijo hizo evidente que no habría más discusión al respecto.

El silencio que siguió solo confirmó mis sospechas. Ella no planeaba volver a tocar el tema, y aunque todavía sentía la frustración en mi pecho, opté por no insistir. Su respiración acompasada llegó a mis oídos, lenta y profunda, como un eco que me decía que debía dejarlo ir. Poco después, sentí cómo su peso sobre mí se volvía más evidente, un claro indicio de que había caído en un sueño profundo.

Por un momento, pensé en moverla, pero mi cuerpo, agotado como estaba, no colaboraría. Ni siquiera tenía fuerzas para intentarlo. Además, ¿qué sentido tenía? No podía negar que me sentía reconfortado con su cercanía, incluso después del regaño.

Suspiré y dejé que mi cabeza se hundiera en la almohada, cerrando los ojos mientras intentaba relajarme. Era temprano, demasiado temprano, ni siquiera eran las cinco de la mañana, apenas las tres y media. Si al menos mi cuerpo se recuperaba unas horas más, tal vez podría enfrentar el día con algo de dignidad.

El pensamiento me llevó a la idea de lo que me esperaba más tarde: conocer a la famosa Bella, la luna de Leo. No podía evitar sentir una mezcla de curiosidad y nerviosismo. ¿Cómo sería ella? ¿Qué tipo de persona podía ser considerada digna de mi alfa soulmate? Aunque no conocía a Bella, sabía que debía ser alguien especial, alguien que despertara en Leo todo aquello que yo solo podía observar desde la distancia.

Con ese pensamiento rondando en mi mente, dejé que el sueño comenzara a envolverme. Quizá, con algo de suerte, el amanecer traería respuestas y, con ellas, un poco de claridad.

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