Candy volvió a ella y con una sonrisa tomó una a una cada  prenda, destrozándolas en el camino.

La dejó en ropa interior.

―Algodón, debo decir que estoy muy decepcionada, ángel.

Rory, que todavía tenía la mordaza, sólo puso los ojos en blanco.

―Te esperaba en encaje, pero entiendo que no supieras que pasarías tus noches en mi cama.

Metió el filo de la tijera en el frente de su brassiere.

―¿Lo cortamos, ángel?

Rory evitó hacer algún movimiento, sabiendo que no importaba lo que ella opinara.

Entonces sintió el frío del ambiente en sus pechos, en sus pechos desnudos.

―Estos sí que son como me los imaginaba ―murmuró Candy tomando uno en su mano, provocando el pezón con su uña.

―Me encantan tus pechos ángel, ¿puedo?

Rory volteó la cara hacia ella ante su pregunta, eso sí que no lo entendió.

Luego Candy llevó su boca hasta el pecho que tenía en su mano, tomó el pezón entre sus dientes mordiéndolo ligeramente. Rory comenzó a sollozar y retomó sus intentos de alejarse.

―Creo que me falta deshacerme de algo más, ¿verdad ángel?

Entonces rompió sus bragas.

―Hueles divinamente ángel, me gustaría conocer tu olor cuando te excitas.

Luchó con Rory para girarla, pero consiguió ponerla boca abajo.

―Ahora vamos a ver cuánto puedes luchar contra tu cuerpo.

Le abrió las piernas hasta donde lo permitían sus ataduras. Pasó un dedo por su culo hasta llegar a su clítoris.

Los sollozos de Rory se hicieron más fuertes y pesados.

―Eres mía muñeca ―murmuró Candy antes de hacer el mismo recorrido de su dedo con su boca.