Debo conocerte
Candy caminaba como siempre, balanceando sus caderas de un lado para otro. No entendía como mierda la habían convencido para que se levantara temprano y fuera a recoger a su hermano al aeropuerto. Su teléfono sonó en el interior de su bolsa y bufó mientras lo abría para leer el mensaje que sabía sería del inútil de su hermano.
No se equivocaba, era el imbécil de su hermano, diciendo que no iría a visitar a sus padres. Por lo tanto se había levantado temprano por nada.
Mierda.
Se alejaba por el mismo camino refunfuñando cuando vio algo que lo cambió todo. De pronto, su mañana no era una total pérdida de tiempo. De pronto, su mañana era la mejor mañana que había tenido en mucho tiempo.
No pudo evitar seguir ese cuerpo en forma, tonificado. Su cabello castaño rojizo llamaba a sus manos. Alcanzó a ver sus ojos café. Ella se aseguraría de que esos ojos la vieran todas las mañanas después de tenerlos ocupados por la noche viéndose mutuamente. Vio las manos de ese ángel sin nombre. Su ángel.
Ella se acercaría a ese ángel y lo reclamaría.
Ese ángel era suyo.
Siguió al objeto de su obsesión hasta que se despidió de la persona que había llevado al aeropuerto. Se besaron y Candy no pudo evitar poner los ojos en blanco. Ese sería el último beso que compartirían, eso podía jurarlo por cualquier dios que se le pusiera enfrente.
Su ángel caminó a la salida y en cuanto estuvo sin compañía Candy corrió para alcanzarla.
Corrió tan rápido que tropezó con ella, tirándola al suelo por la fuerza del impacto. Y como cayó encima pudo sentir todo su cuerpo presionado contra el suyo, justo como se sentiría cuando estuvieran en su cama, gozando de sus cuerpos enredados en ese abrazo íntimo.
―Disculpa ―dijo su ángel― no te vi. ―Incluso su voz era agradable. ¿Cómo se escucharía gritando de placer?
―No te preocupes fue mi culpa, es que mi hermano ya debió de haber arribado y acabo de llegar al aeropuerto. No quiero problemas con él.
Su ángel sonrió.
―Me imaginó ―dijo levantándose y ayudándola a incorporarse.
―Bueno debo buscarlo ―dijo mirando hacia todas direcciones sin soltar la mano de su ángel― este lugar es enorme.
Su ángel le apretó la mano.
―Puedo ayudarte si quieres.
―¿De verdad?
―Sí, no quiero que tu hermano se enoje contigo.
―Gracias... por cierto, mi nombre es Candy.
Le dio un ligero abrazo al presentarse y un beso en la mejilla.
―Mucho gusto Candy, yo soy Rory.
Candy no soltó la mano de Rory, esa muñeca sería suya y sólo suya.
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