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7.No dejaré que lleguen a ti

— ¿De verdad quieres que vivamos juntos?

Aun recuerdo la cara de Byron cuando me llevó a mi apartamento justo después del fin de semana que nos reconciliamos y le pedí que viviera conmigo. Sí... Aún recuerdo su mirada repleta de amor, pasión y deseo.

Era una mezcla tan explosiva, tan carnal... Que no me sorprendió en absoluto que pasásemos toda una noche de sexo salvaje. Me regaló mil y un orgasmos, cada cual mejor que en el anterior. Y por cada vez que me dejaba llevar por el clímax, no podía parar de volver a encajar mis labios en su pecho. Ahí donde él se había encargado de señalarlos.

Sé que es algo precipitado, pero nos conocemos desde niños, nos queremos y, aunque suene extraño, puede que sea precisamente por eso por lo que nuestra convivencia es tan espectacular.

— O porque solo lleváis viviendo juntos solo una semana.

La voz de Katia revienta mi pompa de jabón particular. Tira de mis pies y me arrastra al mundo real. Gruño, sabiendo que, aunque me joda, ella siempre es la voz del razonamiento cuando mi mente empieza a desvariar. Es como mi Pepito grillo.

Suspiro en mi fuero interno, lamentando no poder contarle absolutamente todo lo que ocurre en mi vida últimamente. Cómo por ejemplo , la propuesta de matrimonio que aún no he aceptado. También me pregunto qué opinaría si viera el tatuaje que me hice ante ayer en el omóplato. No me gustan las serpientes, y ella lo sabe. Pero ahí tengo una.

— ¿No puedes alegrarte por mí? — lloriqueo haciendo un puchero.

Sé que no puede verme al otro lado de la línea, pero sí puede oirme perfectamente e imaginarse mi carita de cachorrito abandonado. Resopla y ríe por la bajo, dejándome ver que un poquito sí que se alegra.

—Claro que sí. Recuerdo todas las veces que me has hablado de él y de lo mucho que te gustaba de niña. Pero siempre me diste a entender que ya no sentías nada.

— Supongo que eso es lo que me quise hacer creer a mí.

Bordeo uno de los jardines del campus para hacer un poco de tiempo antes de llegar al Hollys. He quedado allí con Nelson, y aunque tengo muchísimas ganas de verle y ver qué tal está, no puedo dejar a mi mejor amiga a medias con mi sesión de terapia.

— Bueno... Pues entonces solo puedo decirte que espero que me lo presentes dentro de dos fines de semana — canturrea.

Ahogo un gritito de emoción, pero sé que me han oído porque un par de chicas de último curso pasan por mi lado y ríen y cuchichean algo mientras me miran. Tampoco se me pasa por alto ese "qué mona" que me dedican como si les trasmitiera cierta ternura.

Niego con la cabeza y sigo hablando con Katia. Ni que no hubiesen visto nunca ha nadie emocionarse por una buena noticia.

— ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Cuánto tiempo?

Katia ríe por lo atropellado de mis palabras, pero se apiada de mí y me responde a todo antes de que me tire de los pelos por la incertidumbre.

— He hecho una amiga aquí, y su novio está en el equipo. Así que ya ves... El novio de mi nueva amiga, jugará contra el novio de mi mejor amiga — canturrea con fingida emoción.

Ambas sabemos que el fútbol no es nuestro deporte estrella. Ni el suyo ni el mío. Así que no se lo tomo en cuenta.

— Vienes solo por verme a mí, ¿cierto?

— Totalmente.

Reímos como dos tontas. La verdad es que la he echado tanto, tantísimo de menos, que me importa un bledo parecer una estúpida con una sonrisa bobalicona mientras camino colgada del teléfono.

— Aunque, oye, ya que hago el esfuerzo de ir a verte, espero que tengas a algún amigo que poder presentarme. Y no me refiero a Liam, obviamente —bromea.

Giro la esquina del edificio y veo un chico que se me antoja como el mayor de mis milagros ahora mismo. Guapo, sexy, con su pelo negro ligeramente más largo de lo habitual y sus ojitos achinados aún más pequeños por la enorme sonrisa que me dedica.

Hoy no trae la chaqueta de los Bruins, en su lugar lleva una camiseta verde, ceñida y de manga corta, que deja al descubierto unos atléticos brazos de deportista. Los vaqueros no sé qué culo le hacen, porque esta ligeramente recostado contra la pared. Pero desde luego que le marcan un paquete que a Katia le va a encantar.

— Estoy viendo a tu pastelito justo ahora mismo.

Obvio los grititos de Katia reclamando información y me despido. Le cuelgo casi cuando llego a la altura de Nelson, y le abrazo aún con el teléfono en la mano.

— Te he echado de menos, enana — murmura en mi oído.

— Y yo a ti. Por eso tenemos que organizar un a fiesta — anuncio, contenta como una niña pequeña el día de Navidad.

Nelson me agarra suavemente por los hombros y me separa de él para poder verme. Sonríe, aunque mi noticia le ha pillado por sorpresa. Sorpresa... La que aún no sabe que le viene en forma de rubia explosiva y con nombre Katia.

— ¿Una fiesta?

— Ajam — afirmo, ilusionada con la idea. — Hay que celebrar que estás bien y que yo he vuelto a la ciudad, ¿no? Además, necesito hacer nuevas amistades. Mi vida no puede girar en torno a los amigos de mi primo.

Vale, sí, me he metido demasiado en el papel para intentar convencerle. Pero en realidad no he mentido. Esta fiesta podría venirme bien para conocer gente nueva en el campus y abrir mi círculo.

Nelson duda un segundo,
pero después niega con la cabeza, derrotado porque sabe que terminaré saliéndome con la mía.

— Tú ganas.

— Sí — salto de alegría.

Después de tomarnos unos batidos en el Hollys y ponernos al día, Nelson me acompaña al aparcamiento donde he quedado con Byron. Cuando llegamos no veo el coche, quizá aún no haya terminado en sus prácticas y se este retrasando. Echo un vistazo rápido al móvil y veo que no tengo noticias de él. Que raro.

—Tranquila, haré tiempo contigo. No tengo nada más que hacer por hoy.

Agradezco enormemente que Nelson se quede conmigo. No sé cuál es la razón, pero llevo buena parte del día sintiendo que la gente me mira. Y lo peor de todo es que las miradas se mueven en un abanico de emociones que varía entre la lastima y la burla. Eso me desconcierta muchísimo, la verdad.

No me gusta nada ser el centro de atención, y menos cuando no sé de qué. He intentado obviar esos comentarios todo el día, y esas miradas, pero si vuelvo a escucharlo algo raro otra vez, juro que al desafortunado en cuestión le sacaré la información aunque sea a tirones de pelo.

Nelson percibe mi mal estar en cuanto miro por encima del hombro a unas petardas del tres al cuarto que se ríen de mí por lo bajo, disimulando muy poco.

— No les hagas caso, enana. Seguro que es envidia.

— ¿Envidia de qué?

— Byron Cox — se encoge de hombros, sinónimo de que no se le ocurre que pueda ser por otra cosa.

Sé que Nelson intenta animarme, pero se le da fatal. Se mete las manos en los bolsillos delanteros de los pantalones y se sienta sobre el respaldo del primer banco al que llegamos. Imito sus pasos y me siento a su lado

— Y los chicos también, ¿no? De repente todos son gays en el campus — bromeo, a medias.

Nelson sonríe, aunque es una sonrisa triste. Y eso es justo lo que me llama la atención. Estoy segura de que él sabe o sospecha algo. Le miro a los ojos, sabiendo que siendo como es él de bonachón y sumiso,
no soportará la presión. Si sabe algo, cantará como un gallo.

— Nelson — le reprendo, cuando pretende desviar la mirada.

Mira hacia los lados, nervioso, y sé que está a punto de confesar cuando abre la boca para hablar y se calla, dudando.

Se pasa la mano por el pelo, nervioso.

— Escúchame, Amber, —me mira fijamente a los ojos, como si quisiese asegurarse de que me llega la información hasta lo más hondo del cerebro — Si te preguntan, yo no te he dicho nada.

Uy... Si la confesión empieza así, esto ya pinta mal. Respiro hondo y me preparo para prometer algo que intentaré cumplir.

—No diré nada, lo prometo.

Nelson mira hacia los dados, visiblemente incómodo por lo expuesto que le he hecho sentir. Pongo una mano en su muslo, haciendo que me mire.

— Te lo prometo.

Creo que he conseguido transmitir la confianza que necesitaba para empezar a hablar, porque resopla y asiente con la cabeza, como si estuviese convenciéndose a sí mismo de que es lo correcto.

— Te vas a enterar igualmente, así que... A ver, tampoco es algo malo realmente porque ahora está contigo — empieza, y a mí ese inicio no me trasmite nada, pero nada bueno. — Dentro de dos semanas jugaremos contra los Madog, y... Bueno, hay quien lo conoce como el equipo de "las fieles de Cox"


— ¿Las qué? — no entiendo nada. Pero ese hormigueo que nace en mi pecho, como un pequeño nudo que amenaza con hacerse grande en cuestión de segundo, lo reconozco perfectamente: celos.

— Sí... A ver... Es que...

El chirriar de unas ruedas irrumpe estrepitosamente. Ambos nos sobresaltamos, y cuando miro en dirección al ruido, veo el coche de Byron atravesar el aparcamiento de forma peligrosa y temeraria, haciendo que varios estudiantes corran para esquivarlo. Me pongo de pie de un brinco.

— Pero, qué narices... — intento entender.

— Esto no es bueno — resuelve Nelson, agarrándome de un brazo y echándome ligeramente hacia atras, tapándome con su cuerpo.

El coche de Byron se detiene a escasos metros de nosotros, baja la ventanilla y, antes de que pueda registrar lo que veo, escucho su voz acelerada y entrecortada dándome una orden en la que, si no fuera porque parece una súplica, le mandaría a freir churros.

— Subid ahora mismo. Los dos.

Nelson tira de mi brazo y me arrastra hacia el asiento del copiloto, pero Byron le hace un gesto de cabeza señalando hacia el asiento trasero.

— Que no la vean.

Me dejo hacer sin oponer resistencia. Casi no soy consciente de cuando me abrocho el cinturon de seguridad mientras Nelson me cierra la puerta. La imagen que tengo de Byron es... Es...

— ¿Acabas de salir de un incendio? — Me descubro preguntando. La sola idea me espanta.

Y es que Byron no solo está como si se acabase de revolcar en las ascuas de una fogata, si no que además de su voz ronca y trabajosa, todo su coche huele a humo.

Sus ojos me lanzan una mirada de amor y miedo mientras estira un brazo hacia atrás y me acaricia la pierna.

— No dejaré que lleguen a ti — asegura. — Te sacaré de aquí ahora mismo.

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