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4. Eh, tranquilos. Que el dinero y el orgasmo me los llevé yo.

— Bueno... Creo que los que pasaremos la noche solos, necesitaremos un trago.

— Y los que no también — refunfuña Allan.

Giselle intenta aliviar la tensión que mi morenita acaba de crear en el ambiente. Y lo consigue, porque nada más decirlo y acercarse al pequeño minibar de cortesía que tienen en la cabaña, Allan resopla frustrado, y va directo a coger una botella de whisky. Liam, feliz como unas castañuelas por lo jugoso del momento, corretea hasta la cocina y saca vasos para todos.

No quería beber. No es algo que me haya propuesto cuando Allan y yo hemos venido aquí esta mañana, siguiéndolas. Pero después de todo lo que ha pasado, creo que yo también necesito un trago.

Hasta hace unas horas pensaba que Amber me había dejado. Durante las dos semanas que estuvo fuera con su madre, asumí que quería tiempo para perdonarme. Pero que parte de ella ya lo había hecho. ¿Por qué si no, me mandaría ese último mensaje?

Pero cuando volvió y no hizo ademán de comunicarse conmigo, ni de querer verme, entendí que esas últimas palabras, ese "eres mío", no fue más que su forma de dejarme claro que me esperaba una venganza terrible.

Y ahora, ajena a todo el caos que me ha estado atormentado estos días, anuncia con obviedad que somos pareja.

No sé en qué ha estado pensando estas semanas, o a qué conclusiones ha llegado. Pero yo tengo más claro que nunca que no quiero volver a perderla. Siempre he sabido que la quería, y ahora puedo asegurar que la amo hasta un punto enfermizo. No puedo no tenerla, no puedo no verla.

Esta noche he sentido el infierno comerme los huevos cuando la he visto bailando cerca de tanto hombre. A duras penas, y con ayuda de Allan, he conseguido mantenerme al margen. Pero cuando ese cabrón le ha puesto las manos encima, juro por Dios que he visto todo de color rojo. De haber sabido que aún es mía, ninguno de los babosos que la ha estado mirando hubiera salido de allí con dientes.

— By... — canturrea Liam.

Zarandea un vaso con quién sabe qué frente a mi cara. Sonrío de medio lado, peleando conmigo mismo en si me conviene estar sereno o no para esta noche. Dudo que mi morenita haya hablado en broma, y la cara de Allan no se me va de la cabeza. Además, yo nunca he dormido con ninguna mujer. Así que esta noche será una de las tantas primeras veces que me esperan a su lado.

Estoy nervioso. Tanto como un crío el día de navidad.

Me siento en uno de los sofás que hay rodeando la pequeña mesa de cristal y pongo el vaso sobre ella. Antes de que pueda darme cuenta, Amber se sienta a mi lado y pone una mano sobre mi muslo, llamándo mi atención.

— No voy a emborracharme, pero pienso tomarme unas copas — enarca una ceja, invitándome a desafiarla.

Levanto ambas manos en son de paz. No estoy en posición de decir nada. Además, estoy aquí para cuidarla, y si veo que se pasa de copas, puedo interceder.

— Oye Amber, sé que hablaste con Paulo, pero... — Giselle duda, pero ahora que tiene toda la atención de mi chica, no puede parar ni aunque quiera. — ¿Hay algo más que quieras saber sobre Poison?

Trago saliva, nervioso. No sé hasta qué punto podría tolerar lo que hacemos.

Ella sonríe y me acaricia el muslo con la mano que descansa sobre él. Como si quisiese tranquilizarme. ¿Tanto se me nota?

— ¿Qué tal si me cuentas todo? ¿Cómo hacéis para recaudar dinero, o no sé, todo en general?

Echo un vistazo rápido a Allan, que transmite los mismos nervios que yo. Como Amber se entere de...

— Oh, esa es fácil: de los diferentes negocios de Paulo se saca un porcentaje; además solemos hacer fiestas benéficas; boxeo clandestino...

— Espera, ¡¿qué?! ¡¿Quiénes?!

Mierda. Giselle no podía obviar esa parte, no. Ha tenido que contar lo único que podría haberse callado porque es algo que muy rara vez hago. No soy de los habituales. Solo participo cuando necesito desahogarme.

Giselle no dice nada, pero la mirada que intercala entre Allan y yo, lo dice todo. Y vaya que si lo dice todo, tanto que siento las uñas de Amber clavándose en mi muslo antes que sus palabras:

— Dime que es mentira, Byron — suena a pura y dura advertencia. La miro por un segundo, sin saber muy bien cómo afrontar esto y decirle que es cierto. Pero antes de que pueda articular palabra, exige respuestas a Dana —: ¿Cómo les dejas hacer esto? ¿Acaso te importa una mierda?

— Eh, oye, que a mí tampoco me hace gracia — se defiende ella.

Allan, que está sentado junto a ella y frente a nosotros, flanqueado por Liam y Giselle, sentados a cada lado en taburetes pequeños de cocina, nos da un repaso a todos con la mirada antes de ponerse en pie, frotarse la cara con frustración y empezar a explicar lo que espero que le sirva de explicación a la fiera que tengo a mi lado.

— Vamos a ver, peque... — coge aire profundamente — Lo de las peleas clandestinas no es nuestra rutina habitual. Nosotros más bien nos dedicamos a trabajar para él en sus negocios, darle su parte de las ganancias y, la que menos me gusta pero es también necesaria, la de ir una vez al mes a los establecimientos a los que cuidamos a cobrar su parte.

— ¿A qué te refieres?

— Lo que Allan dice, es que esos establecimientos pagan un dinero para que les brindemos protección — intercedo. — Somos como su empresa de seguridad privada, por así decirlo. Hay otros que se dedican a las peleas, pero solo lo hacemos de vez en cuando para desahogarnos.

Amber me mira como si se hubiese dado cuenta de mi intento por restarle gravedad a la situación. Frunce el ceño, no muy contenta. Nos lanza una mirada a todos, y juro que siento miedo cuando se me pasa por la mente que quiera volver a irse y salir corriendo. Huir de nosotros, de mí, de esta mierda de mundo en la que le hemos metido.

— ¿Qué hacemos para protegerlos exactamente?

El nudo de la garganta se desvanece en cuanto se incluye en esa frase. Y aun más cuando poco a poco a medida que Giselle y Dana le explican cómo funcionamos, ella asiente como si estuviese tomando apuntes mentales.

— Hubo un tiempo en el que las cosas estaban muy feas, no te voy a mentir — apunta Allan, como si él hubiese vivido aquellos tiempos. — Pero cuando nosotros nos hicimos parte de Poison, la situación había cambiado. Hoy por hoy tenemos muy bien diferenciados los territorios y, por norma general, nos respetamos. Así que con solo dejarnos ver por los negocios de Paulo, suele valer para que vean que aún nos pertenecen.

— Sí... — suspira Giselle. — Los molestos son los novatos que entran en los Bloods y nos tocan las narices. Evidentemente, los Bloods no hacen nada frente a eso porque, oye, no dejamos de ser sus rivales, ¿no? Una cosa es que ya no nos matemos entre nosotros, pero...

— ¿Ya no nos matemos? — repite mi chica, entre incrédula y un poco asustada. — ¿Lo de las películas es cierto?

Giselle se da cuenta de que a Amber no le ha gustado nada esa parte, así que no tarda ni medio segundo en explicarle que, desde que un novato de los Bloods, mató a la que fue el primer amor de Paulo, estando embarazada, no existió Poison. Y que desde que Paulo demostró su valor a base de sangre, e hizo de Poison una gran banda en cuestión de medio año, los Bloods le tienen respeto.

Ahora somos dos bandas grandes y poderosas en una misma ciudad. Y el mejor de los males, es que no nos matamos, nos toleramos por pura supervivencia. Sí, por supervivencia, porque mientras Poison siga en pie y manteniendo a raya a los Bloods, ellos saben que tampoco dejaremos entrar a ninguna banda más. Igual que ellos.

Hay una especie de tregua. Sí, de vez en cuando nos pegamos y todas esas mierdas, pero son tonterías en comparación a aquellos tiempos en los que por suerte, yo aún no formaba parte de esto.

— ¿Novatos molestos? Ese tío era un baboso. — Dana da un giro a la conversación, intuyo que porque todos nos hemos dado cuenta de que la mención de la trágica perdida que sufrió Paulo, ha puesto triste a mi chica.

Le acaricio la mano que aún descansa sobre mi muslo, y me siento como el cabrón más feliz de la tierra cuando ella me mira, me sonríe y entrelaza nuestros dedos.

— Jo que sí — añade Liam. — Era un guarro de primera. Llevaba un rato mirándola, pero se mantenía alejado. Y de pronto, ahí estaba como un buitre.

— Es un novato calentorro. Su misión era meterse en tus bragas. Al no verte el tatuaje pensaría que aún podía arrastrarte hacia los Bloods — acierta Dana.

Sí, claro que quería meterse entre sus bragas. Y de solo pensarlo...

— Ja, pues no sería el primer cerdo al que le doy de su propia medicina — farda ella.

Liam salta sobre su asiento y se inclina hacia delante, como un oyente con todos sus sentidos de chismoso al doscientos por cien.

Yo, sin embargo, me pongo tenso de solo pensar hacia dónde se encamina esta conversación. Algo me dice que no será nada saludable para mis celos.

— Cuenta, cuenta — le apremia él.

Amber enarca una ceja, y sé que disfrutará contando su historia cuando me quita la mano del muslo para coger su cerveza, darle un trago, y poner cara de pícara cuando empieza a hablar.

— Tobías. Ese pedazo de cabrón, como tantos otros, apostó a que me desvirgaba...

Allan escupe el líquido que tenía en la boca.

— ¡¿Cómo dices?! — gruño, colérico.

¿Pero qué cojones les pasa a los críos de hoy en día? La sola idea me espanta, y la imagen de ver a mí chica entregándose a otro, me mata.

— Eh, tranquilos. Que el dinero y el orgasmo me los llevé yo.

Me cago en Satanás.

— Yo no puedo seguir oyendo esto — Allan se larga a la habitación que compartirá con Dana, cabreado como nunca antes le había visto.

Yo estoy deseando ponerle cara a ese cabrón para después destrozársela a puñetazos. Lo odio. Los odio. Odio a todos y cada uno de esos chicos de los que Amber cuenta cómo intentaron aprovecharse de ella. Los mataría a todos por ser tan cerdos, por haberla tocado, por haber si quiera compartido un solo minuto de su vida con ella siendo la escoria que son.

Doy un trago al whisky que me ha dado Liam. Y a medida que mi morenita cuenta todas y cada una de las veces que otro la ha tocado, bebo, bebo y bebo. Encabronándome conmigo mismo a la vez que me recrimino por no haber estado ahí.

Mi mente es una mamona, no ayuda. Y no hace mas que plasmar imágenes de otras manos tocando su piel, besando sus labios, arrancándole gemidos...

La condenada se ríe de como los humilló, uno a uno. Y aunque me siento orgulloso de saber que nunca fue tan estúpida como para creerse sus mentiras, y sé, que solo yo he podido hacerla mía, me carcomen los celos por dentro.

Cierro el puño demasiado fuerte sin darme cuenta. Lo sé porque el vaso estalla entre mis dedos, sobresaltándo a las chicas y a Liam, que deja de reírse y comentar las buenas jugadas de Amber.

— ¿Estás bien? — me pregunta ella, mirándome con una mezcla extraña entre confusión y preocupación.

Dudo en si contestar lo que realmente siento o callarme. Y aunque no hace ni un día que ha pedido sinceridad, no soy capaz de decirle lo que siento.

Nunca, jamás había sentido esta rabia. Es enfermiza, dolorosa. Y cada vez que intento respirar y relajarme, mi mente me traiciona y lanza otra imagen que hace que por mis venas pasen cuchillas en lugar de sangre. No sé cómo gestionar esta mierda.

¿Qué cojones esperaba? Que llegase virgen a mi fue un regalo divino. Que llegase sin tocar siquiera, como si me fuese a esperar toda la vida siendo lo imbécil que he sido con ella, era algo que ni en mis mejores sueños podía llegar a pasar. Lo sé, y sé que tengo que asumirlo. Pero hasta ahora nunca me había querido parar a pensarlo.

— He bebido demasiado. Me voy a dormir.

—Byron...

Me levanto del sofá dejándola con la palabra en la boca. Necesito huir de ese salón, de las imágenes, de las mil mierdas que siento ahora mismo.

— Está celosillo — canturrea una voz repleta de excitación.

«Puto Liam»

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