3. El mosaico de caras
Apenas soy consciente de lo que ocurre a mi alrededor. No creo haber bebido tanto, pero por lo visto sí lo suficiente como para que mis sentidos estén un poco aletargados.
La brisa nocturna me ayuda a mantenerme despierta. Y los brazos de Byron, como era de esperar, a sostenerme en pie mientras camina a mi lado. Tras nosotros, la voz de Allan intentando calmar a Dana y a Liam, se hace notar. Aunque no sé cuándo ha llegado, intuyo que habrá sido a la vez que Byron. Giselle, sin embargo, camina frente a nosotros, decidida y aparentemente enfadada con la situación mientras habla con Paulo por teléfono. No es para menos. Lo que prometía ser un fin de semana entre amigas, ha terminado siendo un susto con uno de los Bloods.
Giselle se para frente a su coche, que esta aparcado junto a un precioso coche negro que reconozco perfectamente. Giselle cuelga y resopla sonoramente mientras se lleva una mano a la cadera, y la otra a la cara, frotándose y echándose el pelo hacia atrás. Imagino que Paulo, al otro lado de la línea, estaba igual de nervioso y preocupado por su prometida. Porque, aunque sepa defenderse y vaya armada con una navaja, él se preocupará igualmente, ¿no? ¿Los pandilleros hacen eso, o eso sería sinónimo de debilidad?
Byron abre la puerta de su coche y me ayuda a sentarme en el asiento del copiloto. No ha dicho nada desde que hemos salido del pub. Tampoco me ha mirado. Tengo la sensación de que está enfadado conmigo por haberle evitado desde que volví y, aunque sé que he hecho mal, él tiene que entender que he necesitado tiempo para asumir y encajar su cagada magistral.
Cuando se agacha para abrocharme el cinturón, le agarro la mano. Hizo mal, lo sé, lo sabe, y ahora quiero que sepa que le perdono.
— Creo que tenemos una conversación pendiente — anuncio. Y aunque intento sonar lo más firme y segura posible, por dentro estoy como flan.
Byron se queda totalmente quieto, y aunque tarda unos segundos que se hacen eternos en mirarme, cuando lo hace, veo un mar de sentimientos que no me gusta un pelo. Está triste, apagado, frustrado... Puede que incluso asustado. Nunca había visto a Byron tan abatido. Él siempre ha sido fuerte, mucho. Y que con solo mirarme sea capaz de transmitirme todos esos sentimientos tan negativos y dolorosos, no hace si no preocuparme aún más.
Estoy un poco borracha y puede que hasta esté conmocionada por lo ocurrido, sí. Pero conozco a Byron como a la palma de mi mano, y casi puedo ver como su cerebro va a mil por hora pensando en quién sabe qué.
— Tranquila. Te pondré a salvo y volveré a desaparecer — se me adelanta.
— ¿Qué? No. Eso no es...
Byron frunce el ceño, confuso, y yo me muero de ganas de explicarle que no quiero que desaparezca, si no todo lo contrario. Quiero estar con él, pero esta vez de verdad, al completo, sin mentiras ni engaños. Pero mi voz y mis explicaciones quedan opacadas por la voz de Giselle cuando los demás llegan hasta nosotros.
— Paulo dice que nos quedemos aquí este fin de semana. No sé qué narices pasa, pero por lo visto tienen especial interés en que Amber aún no pertenece a Poison.
— ¿Qué? ¿Cómo que no? — interrumpo, incorporándome para salir del coche.
Byron pone ambas manos sobre mis muslos desnudos y no me deja salir. Se mantiene ahí, agachado, de espaldas al resto pero con la cabeza ladeada para poder verles. No peleo con él, estoy un poco aturdida por lo que esta pasando y estar sentada puede que me venga bien.
— Paulo me dijo que si yo quería, estaba dentro. Y si no quería, no. Que no pasaba nada. — Allan, Dana y Byron me miran como si me acabaran de salir tres cabezas. — ¿Qué? — me defiendo.
— Peque... — empieza Dana, pero Allan le interrumpe.
— Los integrantes de Poison tenemos un tatuaje, Amber — se remanga el brazo derecho de la camisa blanca y me muestra un precioso tatuaje de una serpiente enroscada alrededor del antebrazo, con la boca abierta, enseñando los colmillos.
Recuerdo haber visto ese tatuaje en Giselle y Dana esta tarde en el río. Ambas lo tienen alrededor del tobillo, con la boca de la serpiente muriendo en el dedo gordo. No le he hecho caso, y ahora mismo me parece tan evidente, que no me explico cómo es posible que no me haya llamado la atención antes.
Byron, sin embargo, lo tiene en la espalda. Pero tiene tantos que no le presté especial atención cuando se lo vi el día que me acosté con él por primera vez. Aunque también es casi idéntico al de mi primo, el de Byron podría asegurar que parece una serpiente mucho mas agresiva.
Sin poderlo evitar, desvío la mirada hacia Byron, pero éste está demasiado ensimismado en sus pensamientos. No sé en qué piensa, pero su mirada perdida me deja saber que puede que hace rato que no esté escuchando nada de lo que estamos hablando.
— Si alguien quiere dejar Poison, no solo tendría que deshacerse del tatuaje para evitarse un problema muy gordo. Si no que también tendría que dejar la ciudad.
— Pero yo... No... Paulo no me dijo nada de eso — intento entender.
— A mí fue la primero que me explicó — confiesa Liam.
Giselle se acerca al coche, pone una mano sobre el hombro de Byron y este parece volver a la realidad. Aunque Giselle no le mira a él, si no a mí.
— Deberías hacértelo. No es que sea un seguro de vida, si no más bien una forma de decir que nos perteneces, que perteneces a Poison — explica. — Y ya que los Bloods parece que tienen especial interés en porqué no lo tienes, deberías de hacerlo cuanto antes.
Trago saliva con dureza. La idea de marcarme como una vaca me resulta inquietante. Pero para ser honesta, más inquietante me parece que mi vida dependa de ello.
— Me lo haré en cuanto volvamos a la ciudad — aseguro. — ¿Qué más necesito saber?
— Tienes que mantenernos informados de tu paradero, Amber. ¿Hablaste con Paulo y no pudiste avisarme de que estabas en la ciudad, sana y salva? — Allan, que no pierde el tiempo, se atreve a echarme en cara mi comportamiento. O, mejor dicho, la reacción mas que justificada que tuve a sus mentiras. — ¿Sabes lo preocupado que he estado? — vocea tras la espalda de Byron.
Le veo aparecer tras él, aunque desde su posición, solo le veo la cabeza. Giselle se hace a un lado, pero Byron se queda quieto, con las manos en mis muslos, y la cabeza ladeada en dirección a mi primo. Esta tranquilo, pero le conozco lo suficientemente bien como para saber que si no se mueve del sitio, es porque sabe que ahí donde está, está haciendo de muro humano. Es su forma de protegerme, aunque no hace falta que me proteja de Allan. Con este tarugo puedo yo solita.
— Me mentiste descaradamente, Allan. No tienes derecho a recriminar el que haya necesitado tomarme mi tiempo para perdonarte. ¿Te das cuenta de lo cínico que suenas? — reprocho. — Además, pediros permiso y dejaros organizar mi vida no creo que sea una norma para formar parte de Poison. Vosotros hacéis lo que queréis — escupo.
Y ante su expresión dolida y las caras de sorpresa de los demás, deduzco que he alzado la voz más de lo debido. Me encantaría seguir en este tono, despotricando y desahogándome. Soltando todo lo que he tenido que digerir y asumir durante estos días. Pero me he prometido a mí misma perdonarles a todos. No sería justo perdonar solo a unos y a otros no. Aún así, ahora que tengo la atención de todos los presentes, creo que no hay mejor momento para dejar claro que quien manda sobre las decisiones de mi vida, soy yo.
— Deberias de estar agradecido porque te haya perdonado. Y de hoy en adelante, seré yo quien decida por mí y lo que es mejor para mí. De lo contrario, os juro que me volveré a ir y está vez para siempre. No volveréis a verme — sentencio.
Sé que a Allan le cuesta, lo veo en sus ojos. Así que le sostengo la mirada, dura y decidida. Me lleno de orgullo cuando frunce el ceño y asiente con la cabeza, derrotado. Liam sonríe con orgullo, y Giselle también, aunque se la ve preocupada aún. Y Dana... Bueno, la pobre Dana suspira y abraza a su querido novio, intentando apaciguar su disgusto. Sabe que hoy le dará la noche, amargado y llorón porque ya no puede controlar a su primita.
Y juro por Dios que casi me sabe a gloria este momento. Y digo casi, sí, porque aunque está calladito y quieto como si se estuviese intentado mimetizar con el ambiente, no se me olvida que Byron no ha dicho nada al respecto.
— Byron.
Al principio me ignora, y como sigue con la cabeza ladeada hacia Allan, intuyo que se están intentando decir algo entre ellos mediante miraditas. Siempre lo han hecho, desde que tengo uso de razon. Pero ya no soy una niña y estas triquiñuelas ya no se me pasan por alto.
Esta claro que esta es una de las mil tácticas que utilizan para ponerse de acuerdo en cómo mentirme.
Así que esta vez no les voy a dejar. Le agarro ambas manos a Byron, clavándole las uñas incluso.
— Byron.
Gruñe por lo bajo algo que no logro entender.
— No te he oído.
— Siempre que estés a salvo, sí — gruñe.
No me mira. Y aunque me encantaría poder comprobar en sus ojos, siempre tan expresivos, si me engaña o no, no lo hago. No lo hago porque decido confiar en su palabra. Confío como su pareja, como amiga que le conoce desde la infancia y, sobre todo, no indago más en la herida y me regocijo en mi logro, porque esta podría ser la primera derrota que sufre Byron Cox.
— Con que nos avises de por dónde andas para estar al tanto, nos vale. Siempre y cuando no salgas de nuestro territorio. Si no, tendrías que ir acompañada. Es lo que hacemos todos — expone Giselle.
— Sin problema.
Confirmo que Allan ha venido con Byron cuando éste se monta con nostros y con Dana en el coche. Liam prefiere ir con Giselle, así que quedamos en vernos todos en el complejo rural de cabañas.
Cuando llegamos, no puedo evitar sonreír al distinguir el espanto en la cara de mi primo al ver la cabaña que nos han asignado. Ni Dana ni él están preparados para un mundo de campo.
Oigo a mi primo y a Byron murmurar por lo bajo mientras entramos en la cabaña. Estoy segura de que no les ha gustado nada mi ultimátum, pero me importa bien poco.
Me quito las sandalias en la puerta de la cabaña y camino descalza hacia la habitación que comparto con Liam, aunque este, para mi sorpresa, se ha adelantado y está sacando su equipaje.
— ¿Dónde vas? — pregunto confusa.
Liam enarca una ceja y me mira con ojos pícaros. La media sonrisa lobuna que me dedica mientras se acerca a mí, anuncia la proximidad de alguna de sus perlas.
— Xoxo, de todas las veces que he fantaseado con tu novio, el hacer un trio contigo no estaba entre ellas — confiesa en tono confidencial. Abro los ojos como platos, escandalizada por sus palabras. Liam le resta importancia aleteando una mano frente a mi cara y añade — : Dormiré con Giselle en el sofa. Vosotros haced las paces como es debido — sonríe orgulloso.
¿Pero qué?
La verdad es que no se me había ocurrido que Byron y mi primo quisieran dormir aquí en lugar de arrastrarnos a otra parte. Pero, ¿qué narices? Acabo de decir que yo tomo las decisiones de mi propia vida, y no, no me apetece irme a otro sitio. Lo que si que me apetece es...
— ¿Quieres dormir conmigo?
Byron deja de hablar con mi primo en cuando me escucha. Se le ha quedado cara de sorpresa y, la verdad, no sé por qué. ¿Tan raro es que una pareja duerma en la misma cama?
— ¿En el sofá? — pregunta Allan. Aunque más que una pregunta, parece una orden.
Lo miro desafiante. Sabiendo que en otras circunstancias, Byron no aceptaría dormir en el sofá, pero que por no desafiar a su mejor amigo, sería algo que podría asumir. Aún así, soy consciente de que si peleo un poco, esta batalla la gano yo. Lo sé por el deseo con el que Byron me lleva mirando de pies a cabeza desde que le he preguntado que si quería pasar la noche conmigo. Me arde la piel por el anticipo al tacto de sus manos.
— No, Allan. Dormirá conmigo, que para eso es mi novio. Y si no quieres escuchar mis gemidos, más te vale que consigas que Dana grite más fuerte.
— ¡Amber! — me reprende.
El mosaico de caras que se concentra en la sala de estar de la cabaña es digna de una película de las mejores. Menos el gritito de Liam, claro. Eso es propio de un drama ganador de un Óscar. Y Byron... Oh, mi chico. Su mirada depredadora me insta a escabullirme a la habitación y esperarle ahí, lista para lo que me viene.
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