CAPÍTULO FINAL
—Buen día, tengo una cita con el presidente, ¿puedo entrar?
—Me confirma su identidad.
—Sofía García, hice la llamada ayer en la tarde.
—Afirmativo, puede pasar. La primera puerta a mano derecha es la oficina.
Caminé despacio, según las indicaciones de la secretaria, siendo presa de un nerviosismo indescriptible. Las manos las tenía frías y sentía que las piernas me iban a flaquear antes de llegar a mi destino.
Opté por desviarme un poco y fui al baño del edificio. Miré mi reflejo y jugué con mi respiración para calmar la tensión. Busqué un cigarrillo en mi cartera y lo encendí. Le di dos caladas y fue suficiente para calmar mis emociones.
—Adelante —ordenó la voz al otro lado de la puerta.
—Con permiso. Buenos días — saludé con suavidad. El hombre alzó la mirada al reconocer mi timbre de voz y se levantó de inmediato de su lugar.
—¡Bianca! ¿Qué haces aquí?
—Hola, Jasón, espero no sea molestia verme y perdón por cambiar mi nombre ante tu secretaria. No estaba segura si querías recibirme.
—Siéntate, Bianca —ofreció, con la mano extendida.
—Gracias.
Caminé hacia su escritorio y me senté frente a él. Dejé mi cartera a un lado para tener libre movimiento en mis manos. Así podía jugar con ellas sin delatar mi estrés.
—No sé qué decirte. Tu visita me deja sorprendido, hace más de un año que desconocía tu paradero. La última vez que te vi... ¿Dónde has estado?
—La última vez que me viste fue abandonando a tu hijo a unas horas de casarnos. —Completé su frase y él asintió—. Lamento nunca haberte dado una explicación. La merecías después de todo lo bueno que fuiste conmigo.
—Ian me contó todo.
—¿Todo?
Soltó un suspiro para después cerrar su computadora y apoyar los brazos en su espacio de trabajo. Tenía su total atención.
—Sí, me contó todo. Fueron meses muy arduos con la policía. Al final el asunto terminó mejor de lo que esperamos e Ian no tuvo que ir a la cárcel... A pesar de que lo merecía.
—Imagino lo que sentiste cuando estuviste al tanto de la verdad. Yo lamento nunca haberte podido contar las cosas como eran. Pero no me correspondía hacerlo.
—Tu lealtad estaba con mi hijo y no reprocho eso. Y tampoco reprocho el que te hayas ido. Después de todo lo que hablé con Ian lo pude entender. No podías quedarte con un hombre que había sido parte de ese pasado deplorable que querías olvidar.
—Quise verte primero a ti porque no sé cómo acercarme a Ian. No sé dónde vive, ni mucho menos que hace ahora. En parte es mi culpa porque prometí llamarlo y nunca lo hice. No tenía el valor.
—También estuve al tanto de eso. ¿Qué te puedo decir? Todo se convirtió en un remolino de situaciones y pasaron en el mismo momento. Ian no supo cómo trabajar en ello por un tiempo.
—¿Qué tratas de decir?
—Se fue del país cuando pudo hacerlo. Te había perdido a ti, su negocio, mi confianza, a quien creía sus amigos. Decía que no tenía nada que lo atara al país y lo apoyé para que tomara otra dirección.
—¿Me tratas de decir que no está en Honduras?
—No estaba, pero regreso hace un par de meses. Esta mejor. Aceptó el trabajo en mi despacho por voluntad. Se desvinculó por completo de la corrupción y volvimos a compartir el hogar. Uno nuevo, por cierto.
—No sabes lo bien que me hace escuchar todo eso. Me hace pensar que fue bueno que las cosas sucedieran tal y cual. Creo que de haber aceptado el trato de un año que nos imponías nada de esto fuera cierto.
—¿Qué me dices de ti, muchacha? Te veo cambiada y lo digo para bien.
—Han sido meses productivos. —Crucé la pierna—. Con decirte que estoy a punto de obtener mi título de grado.
—Me llena de satisfacción escucharlo, siempre supe que eras inteligente y capaz de cualquier cosa que te trazaras.
—Me radiqué en un condado de Los Ángeles todo este tiempo e hice amigos, fui a terapia, viajé un poco, conseguí un trabajo temporal y de cierta manera volví a mis orígenes. Estar en un lugar donde nadie sabía de mí fue útil.
—Lo percibo. Tu mirada trasmite paz y tu esencia habla por sí sola. Antes, cuando te miraba a los ojos podía ver rencor en ellos o cuando entablamos una conversación sentía la intranquilidad en tus palabas. Para ese entonces no le tomaba importancia. Ahora tiene sentido. No puedo estar más de acuerdo en tu decisión de irte. Lo necesitabas.
—Fue una época que pudo haberme desequilibrado y, sin embargo, me hizo fuerte. Y eso fue gracias a Ian, en parte, por recomendarme a Francis. De no ser por ese primer paso jamás hubiera aprendido a canalizar el dolor.
—Las mujeres valientes no declinan en las tormentas.
—¿Puedes ayudarme de nuevo? —Asintió—. ¿Dónde se encuentra Ian?
—Aquí está la dirección. —Extendió una tarjeta—. Ahora mismo lo encuentras ahí. Trabaja medio tiempo desde la casa, ya conoces sus modos.
—No sé cómo terminé mi conversación con él, pero si las cosas no salen bien déjame decirte que fue un gusto verte de nuevo y estas más que recibido en mi casa. Siempre fuiste un gran apoyo y me gustaría estar en contacto contigo ahora que todo se ha solucionado.
—No te precipites a las cosas. Si ustedes aún siente ese amor del pasado nada está perdido. —Se levantó y rodeó el escritorio para llegar a mí—. Déjame darte un abrazo.
—Por favor.
Me levanté de la silla y me aferré al cuerpo del hombre que me había tratado como una hija. Sentí su protección, sin embargo, ya no la necesitaba, pero hacia bien al alma.
Toqué la puerta. Alcé la mirada. Respiré hondo y sonreí. El miedo se había ido. Y las ganas de cumplir una promesa estaban intactas.
—¡Señorita Bianca!
—Adela. —Me acerqué y la abracé en un impulso—. Me da gusto verte aquí. ¿Cómo has estado?
—No pensé que la vería de nuevo —confesó—, imagino que viene a ver al señor Grand.
—En efecto, Jasón me dijo que estaba aquí, sin embargo, no veo su auto al menos que lo haya cambiado.
—Lo cambio hace un par de meses. Adelante, señorita, le anunciaré al señor...
—Por favor, no lo hagas. Quiero verlo sin presentaciones, ¿será posible?
—Crucé el pasillo derecho, ahí está su oficina.
—Te lo agradezco tanto, Adela.
Caminé por la sala de la casa contemplando mí alrededor. La infraestructura era moderna y la decoración no podía ir más acorde. Se sentía una vibra diferente a cuando entre a la casa Grand por primera vez.
—Hola —saludé en un susurro y él no dudó en mirarme. Su expresión debía ser igual a la mía. Incrédula.
—No puede ser cierto.
—¿Cómo puedo tomar esa expresión?
—¿Puedo preguntar lo mismo? Hace más de un año que no sé nada de ti. ¿Cómo debo interpretar esta visita?
—¿Puedo pasar? —Asintió y se levantó del sofá con cautela. Estaba igual de guapo—. Te debo una disculpa por no haber llamado. Puedo justificarme con que necesitaba mi espacio y si manteníamos contacto no hubiera logrado mi propósito.
—No tengo idea sobre lo que debo decirte. Eras la última persona que esperaba ver y no lo digo por ofensa.
—Te ves muy bien. Se refleja tu cambio de vida en tu personalidad y en esta casa también —adulé para disminuir la tensión en el ambiente.
—¿Qué sabes de eso? ¿Cómo averiguaste que había cambiado de casa?
—Estuve con Jasón hace un par de horas. Fue mucho más fácil encontrarlo a él.
—Debí suponerlo. Te ves estupenda con el cabello largo y ese aire de madurez. —Esbozó una sonrisa pequeña—. ¿Dónde estuviste?
—Creo que esa pregunta tomara tiempo y no puede hacerse en tu lugar de trabajo y con esta formalidad. No después de todo lo que vivimos. ¿Te parece si vamos a otro lado y nos ponemos al corriente como lo merecemos?
—Me enorgullece todo lo que has logrado, Bianca —confesó con una sonrisa genuina.
El corazón me palpitó a un ritmo más acelerado al escuchar sus palabras. Lo amaba y tenerlo frente a mí solo confirmaba ese sentimiento. Atrás habían quedado las dudas. El tiempo había dado lugar al perdón y a la decisión.
Y al tenerlo frente a frente comprendí que no me había enamorado de lo que él creía ser cuando nos conocimos, más bien amaba lo que éramos cuando estábamos juntos y ese era el amor más fuerte que podía experimentarse.
Porque ya no había miedos, pecados, ni sombras que nos separaran. Solo existían unas ganas enormes, por parte de ambos, de ser felices sin culpabilidad.
—Ya sabemos lo que ha sido de nosotros a lo largo de estos meses y ambos estamos orgullosos de los resultados —afirmé con una sonrisa—, ¿aceptamos que fue una buena decisión el separarnos?
—En definitiva, si al principio no lo concebí ahora lo hago. Éramos un desastre y lo seguiríamos siendo de no ser por tu inteligente decisión. —Sonrió y tomó mi mano—. Eres la mejor versión de ti misma y me gusta. No cabe duda que el tiempo siempre encuentra un lugar perfecto para reencontrar a las personas.
—¿Te quieres dar una oportunidad conmigo? —pregunté con mi mirada en la suya.
—Eres el amor de mi vida o al menos a eso hueles.
Solté su mano en una risa esporádica y me abalancé sobre su cuerpo en un abrazo que hizo que cayéramos al césped.
Buscó mis labios en un instante y me hizo volver a lo conocido. A esa palpitación y a esas mariposas que nacieron cada vez que nuestras bocas se unieron. Y acepté que él era lo único que me faltaba para ser completamente feliz. Acepté que para poder amar había que amarse primero.
Y finalmente él era de ella, y ella era de él.
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Y para no perder la costumbre... ¡Gracias por compartir capítulo conmigo! Un abrazo muy grande desde Ecuador. Mis más grandes bendiciones para cada uno de ustedes. ¡GRACIAS!
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