
CAPÍTULO 3
Los minutos parecían ir en mi contra. O al menos así lo sentía. No había salida posible de ese baño que permitiera mi escape. Y aunque me doliera admitirlo, el jefe tenia ventajas en la situación.
Resignada, moví la manivela de la puerta y la protección de esas cuatro paredes se esfumó. Me sentí pequeñita tan solo con la mirada pervertida que recibí. Crucé mis brazos alrededor de mi cintura y caminé hacia la salida de la habitación; pero antes de cruzar la puerta el jefe me tomó del brazo.
—Ni pienses que vas a ir así —susurró cerca de mi oído—, tienes maquillaje, bisutería y perfumes, úsalos. Te espero en cinco minutos y si no estás en el vehículo en ese tiempo te juro que se acabaron las consideraciones que he tenido.
—Tenga por seguro que me haría un favor.
—No querrás saber lo que te haré. —Caminó hacia la puerta y salió.
Me senté en la butaca frente al espejo y me maquillé sin cuidado. La Bianca que se reflejaba en el espejo era una desconocida. Como si fuese un alma vacía.
Antes de que los cinco minutos se cumplieran salí de la habitación. Llegué a la sala y los escoltas ahí se encontraban, abrieron la puerta para mí y vi al hombre amable, le di media sonrisa y entré al auto donde ya estaba el jefe esperándome. Había perdido la primera batalla.
—¿A dónde vamos? —pregunté cuando el auto se puso en marcha y la casa quedo atrás con todos sus guardias y recuerdos de los últimos acontecimientos.
—A Honduras, ahí te radicarás y trabajarás, te olvidarás de todo lo que aquí conociste —dijo sin una pizca de ironía.
—¿Y lo dice así sin más? ¡Estoy secuestrada, mataron a mis padres y estuvieron a punto de violarme! ¿Eso no dice nada para usted? —Mi rabia se hizo presente.
—Pasa a diario en este negocio y olvida ese tono de voz conmigo, deja de tentar a la suerte. —Alzó su mano derecha en acto reflejo por lo que me hice hacia atrás con la mirada baja. La situación se estaba volviendo insoportable.
—¿De qué es el trabajo? —pregunté aunque ya imaginaba la respuesta.
—Creo que lo sabes. —Me miró con una risa burlona y sacó un cigarrillo electrónico de su traje negro—. Pero te lo contaré, tengo un club privilegiado para clientes con mucho dinero, presidentes, ministros, altos funcionarios. Todos los hombres respetables y multimillonarios que buscan placer, placer que mis mujeres les dan a cambio de una excelente suma.
—¿Tus mujeres?
—Si. —Se jactó—. Son mujeres como tú que Arturo me entregaba sin falta. Era mi favorito para reclutarlas, traía a las más lindas y como te lo dije unas horas atrás, primero las estrenaba él. —Dejó escapar una risa mordaz—. En el momento en el que te instales en la ciudad te llevaré a una clínica, quiero que te hagan exámenes generales para descartar alguna enfermedad de transmisión sexual. Somos muy exigentes en mantener los protocolos, ¿entendido?
—No tengo ninguna enfermedad —susurré por el nudo que tenía en mi garganta.
—El hecho de que te hayas cuidado con preservativos no garantiza nada.
—No he tenido relaciones sexuales con nadie. —Miré hacia la ventana porque estaba harta de ver su rostro.
—¿Ah no? —Posó sus manos en mis mejillas haciendo que girará de nuevo el rostro hacia él. Su mirada delataba la codicia—. Vales mucho más billullo entonces.
—Le juro que va a pagar por esto que me está haciendo. La vida no va a ser tan injusta.
—No jures en vano. —Soltó mi mandíbula y se recostó en su asiento. —Tú eres igual al resto, juran ser buenas, pero a la hora de estar en una cama se olvidan de todo y se convierten en perras.
Lo miré con odio, pero ni se inmutó y a pesar de querer gritarle todo lo que pensaba preferí guardar silencio. Mi destino estaba en manos de él y al parecer no había nada que pudiera evitarlo.
Después de veinte minutos de viaje en absoluto silencio llegamos al aeropuerto donde estaba un helicóptero. El jefe bajó por su lado y otro hombre abrió mi puerta. Al salir me encontré con la mirada de una docena de hombres. Todos armados. Todos en custodia de nuestra llegada.
—¿Esta lista la mercancía? —preguntó el jefe a un par de hombres. Era lógico que se refería a mujeres.
—Sí, jefe, ya están en el helicóptero. Todo en orden como siempre.
—Muy bien, Bianca, es hora de irnos.
Caminé sin protestar y los dos hombres me miraron como si con eso pudieran saciarse. Subí al helicóptero y vi a dos chicas de mi edad ahí. Estaban llenas de pánico, sus miradas las delataban.
—Hola —susurré con una débil sonrisa.
—¡No hables! —ordenó el hombre que custodiaba la puerta. Bajé la mirada y me senté frente a ellas.
El hombre que había gritado se acercó para ubicarme unos aparatos en los oídos. No puse resistencia. Por el contrario, mantuve mi mirada fija en las chicas. Una era rubia y la otra castaña. Sus edades debían ser similares a la mía.
El jefe no tardo en unirse a nosotras y después de que el mismo hombre lo preparara para el vuelo pude escuchar los protocolos que hacia el capitán con la torre de control. El helicóptero tomo velocidad sobre la pista y se elevó. Y así le daba la bienvenida a mi nueva realidad. Volví a mirar a las chicas y ellas tenían el mismo semblante. Habíamos sido destruidas en tiempo récords.
—Efraín, llévalas al club con cuidado —habló el jefe al hombre que había custodiado la puerta antes.
—Como mande el señor.
Nos miró a las tres con atención para después escoltarnos hacia la limusina que estaba estacionada a pocos metros. Al igual que en el aeropuerto anterior se encontraban varios guardias y policías. La corrupción no conocía límites.
—¿El jefe no vendrá? —preguntó la rubia a Efraín en un susurro.
—No, él vendrá luego —respondió serio y cerró la puerta.
—¿Cómo te llamas? —Me preguntó la castaña cuando se dio cuenta de que no éramos escuchadas por nadie.
—Bianca Valladares, ¿y tú?
—Lorena Batista, ¿tú? —se dirigió a la rubia.
—Sofía García —respondió sin mucho ánimo al tiempo que cubría sus piernas desnudas por el vestido pequeño.
—¿Cómo llegaron a manos de estos hombres? —indagué.
—Un hombre me secuestro mientras salía de la universidad hace unos días atrás. Pensé que pedirían rescate, pero después supe que no sería así, ellos me querían a mí, mas no el dinero temporal de mi familia —respondió Lorena con la mirada en el suelo.
—¡Qué ponchera! Lo mío fue similar, salía de un club nocturno. Celebraba el cumpleaños de uno de mis amigos de la universidad —contó Sofía con los ojos cerrados—. ¿Y a ti que te hicieron, Bianca?
—Es complicado decirlo en voz alta —suspiré—, mataron a mi familia y después me llevaron con ellos, si no me equivoco fue anoche.
—¡Oh Dios! —Sofía se llevó ambas manos a la boca—. Lo siento tanto, estos engendros no tienen escrúpulos.
—¿Vieron las caras de sus secuestradores? —pregunté sin querer hacerlo ya que me temía la respuesta.
—Si —volvió a responder la rubia—, era blanco, de cabello castaño, ojos claros con las cejas pobladas, quizás un metro setenta de alto y con las posibilidades de contar con cincuenta años.
—Yo no podría contarlo con tantos detalles —acotó Lorena.
—Ni yo en otro caso. Solo que ese engendro me violó.
Llevé mis manos cerca de mis labios sin poder creerlo. No quería ser extremista, sin embargo esa podría ser la descripción perfecta de mi papá. Sentí como los ojos se me llenaban de lágrimas. ¿Habría lugar para la duda?
—¡Oye! —Lorena tocó mi hombro—. ¿Qué pasa? Sé que todo esto pinta muy mal, pero con lágrimas no vamos a solucionar nada.
—Lo siento, solo que me cuesta asimilar la situación. —Le sonreí pasando mis dedos por mi mejilla—. ¿Y tú viste a tu secuestrador?
—Sí, él era de piel morena, con bigotes y los ojos negros. Era de contextura gruesa y muy alto. Pero lo que más recuerdo es su voz ronca. Nunca lo olvidaré.
—Ni yo —hablé sin pensar al recordarlo en la sala de mi casa.
—¿Lo conoces?
—Creo que hablamos de la misma persona. Fue él quien mató a mis padres y le juré que me vengaría.
—Lo siento mucho. Entonces las dos somos de Herrera, ¿cierto?
—Las tres —intervino Sofía—, yo también soy de la provincia. Pero no podemos hablar de venganza, no sabemos lo que suceda una vez pisemos el club. Ellos nos han traído aquí como sus prostitutas, nos han encerrado en una jaula de oro.
—¿Cómo sabes que nos llevaran a un club? —cuestionó Lorena.
—Escuché decirlo mientras me tenían encerrada. Para ellos somos invaluables joyas para sus bolsillos y nos vigilaran como tal.
La limusina se detuvo y dejamos de hablar, enseguida la puerta se abrió y apareció Efraín.
—Hemos llegado.
Bajamos y un sofisticado paisaje nos dio la bienvenida: la casa era de tres pisos, pintada de blanco y con grandes balcones. A su alrededor se elevaba una fuente con árboles de gran tamaño y a la izquierda se apreciaba un pasillo que podía conducir a los jardines traseros. En la puerta principal se leía "El Club Del Cielo". Una jaula de oro como había dicho Sofía.
Caminamos hacia la entrada seguidas de Efraín. Una vez que subimos los cuatro escalones las puertas se abrieron gracias a otro empleado. Entramos pese a nuestra voluntad.
Por dentro la casa era una versión grotesca: paredes pintadas de negro con dibujos sexistas, luces de colores en el techo y mesas en todo el salón. Al final un escenario con micrófonos y un tubo. A los laterales una barra con decenas de alcohol. Toda la decoración de un club sofisticado, pero al mismo tiempo sin salir de lo vulgar.
—Por acá están sus recamaras —habló Efraín—, no se entretengan con la vista, ya tendrán tiempo para eso.
Sofía tomó mi mano y me llevó con ella, cruzamos el salón para ingresar a un pasillo de gran tamaño. Ahí todo el aspecto volvía a ser de una casa común y corriente. Cuadros. Colores cálidos. Adornos. Al fin de cuenta una fachada más.
—Ustedes tres compartirán la recamara por ser las nuevas —añadió una vez entramos a otro pasillo—, este es el espacio exclusivo de ustedes, las recamaras para los clientes están en el lado izquierdo. No podrán entrar aquí a ninguno, ¿entendido? —Ninguna respondió—. ¿¡Entendido!?
—Si.
Con una sonrisa de superioridad abrió la puerta y nos desplazamos hacia el interior. La habitación era de más o menos veintisiete por treinta metros sin exagerar. Tres camas. Seis veladores. Mesa de lectura. Equipo de entretenimiento. Un gran ventanal que permitía ver los jardines. Toda perfección para una oscuridad imperceptible aunque latente.
—El jefe vendrá después, mientras tanto relájense y bienvenidas, señoritas. —Salió del cuarto y cerró la puerta.
—Bienvenidas —bufé—, tenemos que salir de aquí. Estos tipos nos van a prostituir.
—No hay salida, Bianca —puntualizó Lorena—, ya estamos aquí y tenemos que aceptarlo. Yo intenté escapar y no conseguí nada bueno. —Subió su blusa y una cicatriz relució en su plano abdomen—. Estos hombres son peligrosos, incluso más de lo que podemos imaginar. Te diste cuenta de la seguridad que tienen.
—Estos engendros son unos temerarios. Me dieron una golpiza hoy en la mañana. —Sofía levantó su falda y dejó ver varias marcas en su pierna.
—Lo entiendo, chicas, y no saben cuánto lo siento. —Me paré frente a ellas—. A mi estuvieron a punto de violarme sin mencionar los maltratos físicos, pero no por eso debemos quedarnos sin hacer nada...
Interrumpí mis palabras por el golpe en la puerta. Sofía llevo los dedos a sus labios en señal de silencio y caminó hacia ella para abrir. Era curiosa.
—¡Niñas sean bienvenidas! —Entró una chica morena de cabellos negros que quizás rondaba los veinte años—. Veo que ya se están poniendo cómodas, ¿nerviosas para esta noche?
—¿Es en serio tu pregunta? —Lorena la miró con escepticismo.
—Claro. —Se sentó en el sillón individual—. Me han dicho que el jefe trajo nuevas chicas y compruebo que son hermosas. Solo les digo una cosa, con mis clientes no se metan y todo estará bien entre las cuatro.
—Descuida que no nos meteremos con tus clientes, ni con ninguno. —Sofía se cruzó de brazos con enfado.
—Y entonces, ¿cómo van a hacer para pagar al jefe? —preguntó con chasco.
—¿Pagar? —intervine con duda.
—Se ve que son novatas. —La pelinegra se cruzó de piernas. —Los clientes nos pagan el servicio por anticipado, cuatro mil por hora, de esa cantidad mitad para el jefe y mitad para ti. No todo es gratis.
— ¿Cuatro mil grandes? —Se sorprendió Lorena.
—Sí, así es la vida de las prepagos, placer y palos o como ustedes le dicen, dinero. El mejor trabajo de la vida. Tenemos lujos, casas, coches, no hay nada más que pedir.
—Amor, dignidad, respeto y sobre todo libertad.
—No comes con eso, linda. —Se levantó sin quitarme la mirada—. Se acostumbraran, se los aseguro. Cuando yo vine aquí estaba igual que ustedes, pero una vez tuve mi primer cliente todos esos miedos se olvidaron y por cierto, consigues un poco de libertad si te portas bien. —Se dirigió hacia la salida de donde Sofía no se había movido—. A propósito, soy Oriana, bienvenidas de nuevo. —Salió y cerró la puerta manteniendo su sonrisa.
—Linda —mofó Lorena.
—Está loca. —Sofía se sentó en una de las camas—. No sé cómo puede hablar con tanta tranquilidad de esta situación.
—Tal vez no todas las chicas estén obligadas. —Escuché risas en el exterior—. Todas son felices o simulan serlo.
—Me voy a dar una ducha, creo que es la mejor manera de sobrellevar este infierno que me vuelve loca. —Lorena caminó hasta una de las puertas y acertó porque entró.
—Yo quiero dormir, apenas si lo he hecho desde que me secuestraron. —Sofía se acostó en la cama que había escogido y cerró sus ojos, con eso se fue toda posibilidad de averiguar más sobre el día de su secuestro.
Entonces el agua de la ducha se escuchó y Lorena empezó a cantar. Al parecer ella estaba resignada, pero yo no quería hacerlo. Quizás no ahora, pero debía escapar.
La puerta volvió a sonar después de tres horas, Lorena, que estaba viendo un programa de tv, no le prestó atención al igual que Sofía, que estaba sentada junto a la ventana. Me incorporé de la cama con desgano, pero antes de levantarme lo hizo Lorena.
—Veo que ya se han instalado en su nueva casa, ¿felices? —preguntó el jefe al momento que cerraba la puerta, pero ninguna respondió—, por esta ocasión les dejare pasar la malcriadez. Quería informar que toda la ropa que está en el armario es para uso laboral. Esta noche mandaré a mis guardaespaldas de compras para que les traigan ropa de uso diario, ¿alguna petición?
De nuevo no obtuvo respuesta y pensé que esta vez se molestaría aunque no fue así.
—En fin, la función empieza a las siete de la noche, todas deberán estar en la sala principal, los clientes vienen y necesitan ver los nuevos productos. Muestren esa belleza y ganaremos todos, no quiero venir otra vez a sacarlas, ¿de acuerdo? —Se dirigió a la puerta y después de un guiño de ojo desapareció.
—Falta poco para la dichosa función —dijo Lorena volviendo a su lugar —. ¿Te cambias?
—No, no voy a salir, no pienso estar con un hombre por su dinero.
—Bianca, yo tampoco lo quiero, pero ponernos en un mal plan solo nos traerá problemas, buscaremos la forma de salir de aquí, pero debemos hacerle pensar a ellos que estamos felices.
—Pienso lo mismo que Lorena, no ganamos nada si estamos a la defensiva.
—Es que no puedo, para mí es más difícil, mi vida se convirtió en una basura de la noche a la mañana. —Bajé la mirada ante el recuerdo de mis papás—. No saben todo lo que siento por dentro y no creo ser capaz de resistir que alguien que no quiero me toque.
—Te entendemos más de lo que piensas, cada una tiene una historia detrás de este secuestro, pero no debemos hacer peor la situación. Si no salimos nos podrían matar.
Suspiré al tiempo que movía mi cabeza en señal afirmativa. Tenían razón. En pocas horas toda esa organización lideraba por el jefe habían demostrado que eran hombres sin escrúpulos. Y no quería darme por vencida tan fácil. No después de todo el maltrato recibido.
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*EXPLICACIÓN DE PALABRAS:
Billullo: Dinero. (Una de las tantas maneras de referirse al mismo en Honduras)
¡Qué ponchera!: Evento, situación fuera de lo normal o algo fuera de lo común. (Expresión de Panamá)
¡Gracias por compartir este tercer capitulo conmigo! Un abrazo muy grande desde Ecuador.
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