Capítulo siete: Postraumático
(Narra April)
Mis músculos están adoloridos, solo levantar la cuchara para dar un bocado me causa incomodidad. Regresar después de tantos años de descanso a un entrenamiento militar ha sido de lejos sencillo, pero ha valido completamente la pena. Cuatro semanas han pasado desde mi primera clase y, aunque mi yo más joven estaría bastante decepcionada de mis movimientos, la memoria muscular me ha ayudado a no dar vergüenza... no tanta.
Como esperaba, la mayoría de los Silentes no están contentos con la idea de que entrene con ellos... o con que esté respirando su mismo aire, en realidad. Las opiniones están divididas; algunos dicen que no soy diferente al resto de Sombras que se unieron, pero la mayoría afirma que eso no es cierto debido a la posición que tenía en la antigua agencia. Este último grupo es el que usualmente descarga más furia contra mí al momento de enfrentarnos cuerpo a cuerpo. El horario en el que asisto se volvió bastante popular después de que se corriera la voz de que ahí podrían darme una paliza por la vía legal. No me molesta su falta de consideración, es lo que me ha hecho mejorar, aunque a costa de algunos buenos moretones.
Soporto los malos tratos y las miradas condescendientes con indiferencia, pocas veces esos gestos me afectan. Sin embargo, soy consciente de que si Roland y Paula no se mantuvieran cerca la mayor parte del tiempo ya abrían intentado matarme de nuevo; probablemente con un resultado mejor que el primero.
Los informes de los agentes en Santa Mónica confirmaron que todas las salidas que indiqué se mantienen selladas. Además, los ataques de bombas e incendios cercanos a las bases de los Silentes se detuvieron. Los proveedores tampoco han reportado más llamadas, como si la persona que estaba orquestando todo el teatro hubiera decidido tomarse un descanso. Proporcioné a Prescott las distintas identidades que Alí usaba y la información para acceder a sus fondos de emergencia. Aria nos ayudó a revisar que todo estuviera en orden y así fue, cada centavo estaba en su lugar. Hablé con el padre de Jack acerca de las células dormidas de la agencia, agentes inactivos que esperan indicaciones para entrar en labor. En ninguna encontramos movimiento.
Es muy pronto para bajar la guardia, sin embargo, soy consciente de que es cuestión de tiempo para que me echen de regreso a la calle si el escaso movimiento continúa. Realmente voy a extrañar tener tres comidas al día cuando eso pase.
—Apenas has tocado tu comida —comento al ver a Paula desganada.
—¿Eh? —responde distraída mientras Roland y yo la observamos—. Estoy cansada, creo que fue la vacuna. Fui con Aria en la mañana, estábamos en la lista de hoy.
Hay una campaña de vacunación en España debido a que la gripe ha regresado con fuerza. Se han reportado suficientes casos de gente enferma como para tomar medidas preventivas, no necesitamos otra pandemia. Roland me pregunta cuándo será mi turno, pero niego.
—Dudo que me pongan en alguna lista, ya iré cuando salga de aquí. —Él me dice que intentará conseguirme un número en la lista de mañana, pero noto como Paula aparta la vista.
—¿Quieren mi ración? Tengo que recostarme —menciona ella, pero antes de que cualquiera pueda responderle, acerca su bandeja a nosotros y se levanta para dejarnos solos.
El moreno y yo cruzamos miradas, pero si está cansada lo mejor es dejarla sola. Repartimos lo que hay en su plato, el filete de ternera magra con batatas asadas y espárragos es de lo mejor que he comido en este lugar. Definitivamente la comida aquí tiene mucho mejor sabor que lo que los sombras preparaban.
—¿Por qué Aria no va a los entrenamientos con nosotros? —pregunto curiosa, mientras doy otro bocado. Roland me cuenta que su media hermana no tiene demasiada habilidad cuando se trata de combates y manejo de armas blancas—. ¿Cómo entró aquí entonces? —Prosigue diciendo que cuando fue evaluada por los Silentes para ver si era candidata a reclutamiento, las pruebas apenas las pasó por su buena puntería en armas; sin embargo, en donde realmente destacó fue como analista de inteligencia y operaciones cibernéticas. Sus altas notas ahí compensaron su desempeño.
He convivido con Aria para realizar investigaciones acerca de más cabos sueltos que pudo haber dejado Alí de haber conseguido librar la muerte. Nuestra primera interacción fue respecto a sus muchas sugerencias sobre cómo debería arreglar mi uniforme para resaltar más mi figura, al igual que el mejor peinado de acuerdo con la forma de mi cara. Más de una vez ha intentado sutilmente y sin éxito sacarme detalles acerca de mi última misión como Sombra. Escupe palabras sin parar y he notado cómo el equipo encuentra eso algo irritante. Creo que es solo su intento por agradar a los demás, aunque resulte contraproducente. Pese a que no es mi estilo, de alguna manera me recuerda un poco a Summer... pero más extrovertida y con el ego un tanto subido.
Roland es mayor que ella por cuatro años y está aquí solo porque, si no se unía también, no la volvería a ver. Crecieron juntos y lo poco que he descifrado de su relación es que es... interesante. Convivo con él más que con el resto, lo que nos ha permitido compartir algunos detalles personales. Paula de vez en cuando nos acompaña, John dejó de ser una opción para cuidarme después del incidente del primer día, a Aria la necesitamos para investigar todas las pistas que he conseguido darles y Jack apenas tolera tenerme cerca. No nos cruzamos más de lo necesario y, aunque a veces quisiera poder hablar con él, sé que es lo mejor.
—Tengo que ir con la doctora Moreno —digo cuando he terminado con las papas—. ¿Vienes conmigo?
Roland se encoge de hombros, diciéndome que le gustaría ir a asegurarse de que Aria no tenga ningún efecto secundaria por la vacuna. Le sonrío restándole importancia, contestando en señas que puedo cuidarme sola de aquí hasta la oficina de la terapeuta. Pienso ir después a los jardines a dar una vuelta con Tobby, necesita algo de aire fresco, pero decido omitir esa parte para no preocuparlo. Aunque diga que no le molesta que lo hayan asignado como mi guardaespaldas, ya hace bastante desperdiciando su día conmigo.
Roland me dirige una gran sonrisa y toma mi cara para depositar un beso en cada una de mis mejillas como agradecimiento. Niego ante el gesto riendo, ya un tanto más acostumbrada al la manera de expresar gratitud del país en donde creció. Nos levantamos para dejar las bandejas sucias en su lugar y nos despedimos apenas salimos del comedor.
Pese a lo que dije para que Roland no se preocupara y aunque la oficina de la terapeuta no está lejos, me mantengo atenta a cualquiera que se acerque más de lo necesario. Mis pasos se mantienen firmes y hago mi mejor esfuerzo por mostrarme segura, pero supongo que el moretón en mi ojo que apenas comienza a desvanecerse delata que no estoy preparada para defenderme sin respaldo. De no ser porque realmente necesito esas pastillas, iría inmediatamente a los jardines en los que al menos hay más testigos.
Me obligo a mantener la vista al frente a pesar de la sensación de que alguien está acechándome. El pasillo no está demasiado concurrido, sin embargo, escucho pasos fugaces que sé que no son reales. No puedo mostrarme débil, no puedo darles razones para que duden de mi cordura o terminarán sacándome de la misión. Observo finalmente la puerta con el número al que me dijo Mark que podía acudir, como si fuera la línea de meta después de un maratón. Acelero el paso y estiro la mano para alcanzar la perilla, pero no lo consigo. Alguien me detiene, tomándome del brazo sin ningún cuidado.
—Por fin, creí que nunca se tomaría un descanso —habla John, quien es el responsable de haberme interceptado—. Gautier se tomó muy enserio lo de no dejarte sola, ¿no?
Sus manos están manchadas de sangre seca, al igual que su camisa. El sudor es notable sobre su piel y sus nudillos heridos delatan que ha estado golpeando a alguien con bastante fuerza. No parece ser por una simple sesión de entrenamiento.
—Hace su trabajo —respondo, confundida por su presencia. No trato de soltarme, pues si quisiera matarme habría esperado a que estuviera en un lugar más discreto. Y de cualquier manera dudo poder salir victoriosa. Roland me contó que su destreza en combate físico lo han hecho uno de los agentes más peligrosos de los Silentes—. ¿Qué quieres?
—Hay una tarea para la que desgraciadamente necesito de tu amable colaboración —responde con sarcasmo, jalándome para que camine con él. No lo sigo y, sin ánimos de causar un alboroto, rodea los ojos para luego encararme—. ¿Algún problema con eso, sombra?
—Si esperaste a que estuviera sola para acercarte es porque no consultaste esto con Jack, ¿me equivoco?
—Creí que no seguías sus instrucciones —argumenta, poniendo una ceja en alto—. ¿Me vas a decir que estos años te han hablandado?
Lo miro, debatiéndome entre si debería o no seguirlo. Si a Jack le debía acompañarlo, a John jamás podré compensarlo. Además, eso último sí me ha dado en el ego. Mirarlo así, en un rango tan alto de la agencia de los silentes y siendo una especie de leyenda entre ellos... no lo sé, algo dentro de mi pareciera retorcerse. Pensar en que alguna vez lo vencí, incluso cuando tenía el respaldo de más agentes, y que ahora podría dejarme igual que a un trapo viejo no es algo que a mi autoestima le resulte cómodo.
Manteniendo una expresión seria, aparto con fuerza mi brazo al notar que su agarre ya no es tan firme. Las comisuras de la boca de Bush se alzan discretamente, complacido al notar que ha encontrado un hueco en mi armadura para hacerme ceder. Miro la puerta de la terapeuta y dejo salir un suspiro al entender que tendré que esperar otro día antes de conseguir el medicamento. Sin más, elijo caminar a su lado hacia donde quiera que me esté llevando. No compartimos palabra alguna.
John le muestra su identificación a uno de los guardias que, al corroborar de quien se trata, nos abre las puertas de inmediato. Subimos a un elevador, el cual necesita sus huellas para comenzar a funcionar. Descendemos varios pisos, demasiados para mi gusto. Permanecemos cada uno en una esquina, sin ánimos de estar demasiado cerca. Sin embargo, Bush no aparta su mirada de mí, me analiza; muy probablemente pensando en lo patética que soy ahora.
Después de un par de minutos el ascensor al fin se detiene, abriendo sus puertas hasta lo que parecen ser las celdas de los Silentes. Hay guardias en cada una de las puertas metálicas, selladas con la máxima precaución.
—¿Vas a encerrarme? —pregunto.
—Eso quisiera, pero tengo que llevarte arriba antes de que noten tu ausencia y suenen la alarma.
Nos detenemos frente a una puerta al final de un largo pasillo. John coloca una secuencia de números en el panel y esta se abre, dejando frente a nosotros a un tipo amarrado a una silla. Al vernos entrar sus ojos se abren, muy grandes. Su respiración se vuelve agitada cuando en su campo de visión entra Bush. Esa actitud y las heridas en su cuerpo me dejan claro que él ha sido la persona con la que ha estado liberando su furia. En la habitación hay una mesa con unos cuantos cuchillos y herramientas, nada comparado a lo utilizaba Ortega con nosotros. No comprendo qué es lo que hago aquí abajo, pero no tengo oportunidad de averiguarlo.
En el momento en que se cierra la puerta me giro para preguntarle a John quién es rehén y qué tiene que ver conmigo, sin embargo, soy sorprendida con un fuerte empujón que me estrella contra la pared. Me levanto tan rápido como me es posible, tratando de alcanzar uno de los cuchillos para defenderme. Consigo tocar el mango, pero apenas mis dedos lo rodean John me desarma. Golpea la parte trasera de mis rodillas para obligarme a caer al suelo y, antes de que pueda tratar de levantarme, siento el cañón al costado de mi sien. Escucho cómo carga el arma y cierro los ojos esperando que todo termine.
—¡Ella no, por favor! —grita el sujeto en la silla—. ¡Voy a hablar, lo juro!
Mis ojos se abren nuevamente para verlo, mi respiración también se ha acelerado. Lo miro confundida, tratando de encontrar en mi memoria algo que me resulte familiar acerca de él, pero no encuentro nada. Si también trabajaba para Alí, no lo recuerdo. Sin embargo, se quebró cuando John iba a poner una bala en mi cabeza.
—¿Algo que decir? —pregunta Bush, volviendo a colocar el seguro del arma. Lo miro de mala gana, apartando su amenaza y poniéndome de pie.
—¿¡Qué carajo fue eso!?
—Lo mismo te pregunto. He estado interrogando a este imbécil durante semanas y lo único que sigue diciendo es que no hablará si tú no estás presente. ¿Quién es y por qué carajo nos disparó en el centro comercial?
—¿¡Y yo qué mierda voy a saber, John!? —Bush mantiene su mirada sobre mí, y soy consiente de que es bastante sospechoso que quien sea que esté en la silla haya rogado por mi vida—. Oye, no espero que me creas, pero te juro que no tengo idea de quien es o qué...
—Trabajo para Félix Weber —suelta el sujeto y ambos volteamos a verlo—. Él realmente espera reunirse con su esposa Anna muy pronto.
—¿Se supone que eso deba significar algo para mí? —cuestiono, más confundida que antes.
—Dijo que perdonará su aventura si vuelve a casa.
Cada palabra que sale de su boca tiene menos sentido que la anterior. Miro a John negando, pues de verdad no sé qué es lo que este tipo quiere decir ni tampoco sé por qué accedió a decirlo solo conmigo presente. Memoricé todas y cada una de las señales y claves secretas que había en caso de emergencia, esa no es una.
—¿Necesitas que a ti también te amarre a una silla para que hables? —Amenaza.
—Por favor —suelto, rodeando los ojos—. Serás bueno peleando, pero por el estado de este tipo, definitivamente eres un asco interrogando.
—Hazlo tú entonces —contesta y me da uno de los cuchillos. No lo tomo, pensando que es una mala broma o una especie de prueba—. No sé cómo lo olvidé. Tú eres experta en esto, ¿cierto? Los métodos de tortura son tu especialidad. Así que, si realmente no lo conoces, si realmente no trabajas con él, entonces sácale tú la información.
—¡Yo ya no... ¡—suspiro, interrumpiéndome y manteniendo presente de dónde viene la ira de Bush. Me calmo para no hacer la situación entre nosotros peor de lo que ya es—. John, de verdad lamento lo que sucedió y entiendo que...
—¡No! —grita, obligándome a tomar el arma usando su propia mano para apretar mis dedos alrededor del mango con una fuerza excesiva—. No te atrevas a decir que lo sientes, solo haz tu maldito trabajo y haz lo que viniste a hacer.
—Vine aquí para darles información, no para torturar a uno de sus prisioneros.
—Su esposa no tiene mucho tiempo para tomar una decisión —habla nuevamente el sujeto en la silla y el rostro de John cobra dureza.
—¡Hazlo!
—¡Ya está cooperando, no tengo por qué hacerle nada!
—¡Quiero que lo hagas!
John impulsa mi mano para acercar el cuchillo hasta el tipo hasta estar a escasos milímetros de su ojo. Trato de apartarlo, pero mi fuerza no es suficiente. Sigo intentándolo, entre gritos de Bush que me exigen hacerle daño. El hombre me mira, sus heridas traen a mi memoria recuerdos de mis años con los sombra. Los gritos que provoqué en mis victimas regresan tan claros a mí que incluso los escucho. Veo sus rostros suplicando piedad y las heridas después de ignorarlos. Siento mi corazón golpeando contra mi pecho cada vez con fuerza, el sudor comienza a recorrer mi frente. Una necesidad indescriptible de querer huir se apodera de mí, pero no se me permite apartarme. Comienzo a marearme y mi cabeza palpita. El aire me falta, necesito a Tobby para poder calmarme.
Mi mirada vuelve a cruzarse con el hombre en la silla, pero algo es diferente esta vez. Ya no muestra miedo, sino resignación. Cumplió con su tarea de entregarme el mensaje, uno que no entiendo. La atención de John está completamente sobre mí. No advierte cuando su rehén lanza su cabeza hacia atrás con fuerza para luego impulsarse al frente, consiguiendo clavarse él mismo el cuchillo en el globo ocular y hasta su cerebro. Nuestras manos se llenan de sangre y al fin John me suelta.
—Carajo, eso sí es un problema —pronuncia, molesto.
Me limpio sobre mi ropa, tratando de librarme de la sensación de que el líquido se esparce por todo mi cuerpo. Resulta contraproducente cuando veo las manchas sobre mí. Por mi garganta se siente un agrio sabor que indica que necesito volver el estómago. Me esfuerzo por no ver el cadáver. Giro de inmediato hacia la puerta para tratar de abrirla, pero necesito el código que Bush usó.
—Necesito subir —pido, aun sintiendo que me falta el aire.
—Solo es un poco de Sangre, Sombra —afirma, revisando si realmente está muerto.
No lo entiende. Las nauseas se vuelven cada vez más insoportables y todo me da vueltas. No consigo que suficiente aire entre en mis pulmones, por lo que decido sentarme en el suelo antes de que me fallen las piernas. Coloco mis manos en mi cabeza, apretándola con tanta fuerza como me es posible para tratar de contener las mil ideas que llegan. Las lágrimas recorren mis mejillas una detrás de la otra, pero John no se inmuta ante la crisis.
No estoy segura de cuánto tiempo pasa, pero finalmente escucho la puerta abrirse. Después de visitar a Aria, Roland notó que no estaba en los lugares habituales y usó a Tobby para rastrearme. La bola de pelos advierte de inmediato mi mal estado y se cuela entre mis brazos. Lo rodeo, haciendo un esfuerzo sobre humano para levantar mis extremidades. Me concentro únicamente en él. Quiero salir de aquí lo antes posible.
Hola, hola.
¿Creen que John es algo duro con April o que ella lo tiene más que merecido?
Nos leemos pronto.
—Nefelibata
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