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IV.

La madrugada de la llamada, Bonifacio acariciaba el rostro de Ita.

La habitación estaba iluminada por el atardecer de una lámpara. Contra los ventanales entreabiertos, las sombras danzaban entre los cojines y las ropas en el suelo, los dos cuerpos en la cama como parte de una misma decoración. Como enredaderas negras y blancas, sus piernas colgaban del borde. De vez en cuando, un suspiro escapaba de la boca del hombre de piel de nieve y ojos carmín; besos aquí y allá siendo colocados contra labios apretados.

Sus próximas palabras no tomaron a Bonifacio por sorpresa. Era evidente que sus intentos de distracción fallaban.

-¿Piensas ir de verdad? -El índice pálido y rosado rozó la superficie oscura-, después de lo que sucedió la otra vez, supuse que no querrías verlos nunca más.

-Wilkie me dibujó en una historia. -Una sombra se amplió en la pared detrás de la cama, las manos de Boni envolviendo cada prenda con sumo cuidado antes de acumularla encima del escritorio-. Ya, ya. La acomodo mañana.

-Siempre dices eso. Luego se arruga y hay que planchar todo de nuevo. -Sin apartar la atención de la figura de pie, el chasquido de una llama rompió la calma tras el sexo. El tabaco olía a días pasados, a arrepentimiento y a dicha-. Volviendo a ello, ¿qué tipo de historia? ¿Cómo mi tío gay huyó lejos de mi familia?

Bonnie se dejó envolver por la niebla de memorias. La ironía de sus palabras eran como una espada en guardia, la sed de sangre aún oculta bajo una aparente calma. Sin mirar, arrojó las prendas en el sitio correcto, un par de calcetines cayendo al suelo.

-Tú sales también...

-Más a mí favor.

-...Pero no creo que sea esa clase de historia.

Ringo no era un hombre de expresar cada uno de sus conflictos. Desde el primer día en que había llegado a la casa de acogida, la actitud dura del entonces niño causó impresión en él. Siempre caminando hacia adelante, con el rostro al cielo y los pies en la tierra, la ruta de tradición y costumbres fue cuidada en su corazón. Sentimientos, calor humano, eran desconocidos en la relación de ambos.

Las acciones eran lo más importante para ambos. Escuchar el dolor en su garganta, imaginar con facilidad las lágrimas en su rostro, habían bajado por completo las defensas. Una personalidad sin imaginación como la de Ringo no dejaba espacio para engaños; algo había removido los cimientos mismos de su pensamiento.

-No nos hablamos desde hace tiempo. Ni siquiera me ha dejado visitar una vez a mi sobrina enferma. -La boca se le llenó de rencores con esencia de amargura-. O durante las primeras semanas de su accidente. Es demasiado orgulloso, demasiado...

-...Cabrón de mierda. -Le señaló con el cigarrillo mientras lo movía sin cuidado, las cenizas caían en un plato rosado sobre la cama-. Esa es la palabra que andas buscando.

-Son tres palabras.

-Que no me cambies el tema, Bonifacio Andrés. Que si sí, que si no, tu hermano no tiene ni puta idea de qué desea de ti, de nosotros,¡y ahora vas a salir detrás de él, a la primera llamada que te hace en un año! -Con un movimiento brusco de su cuerpo, las cenizas, el plato y el cigarrillo volaron en el aire. Por un instante, los ojos de Bonnie captaron la escena como si de una fotografía se tratara.

«El inicio de la tormenta», pensó la ironía llenando su expresión. Paciente, pronto encontró el primero de los trozos en el suelo. La llama del objeto se había extinguido en uno de sus zapatos de cuero, el círculo negro en la suela mirándole cual ojo, juzgándole por la suavidad de su decisión.

-Al menos ayuda.

Bonnie se arrepintió de sus palabras en cuanto salieron de su boca.

-¡A ver si se te despeja la mente al limpiar! ¡Si quieres voy también, eh, ya que estamos! -El rostro de Ita se había llenado de manchas rojas, sus ojos inyectados en sangre y las aletas de su nariz infladas-. ¡Nos vamos todos danzando el hulahula! ¡Joder, pero es que eres estúpido, Bonifacio! ¡Es un puto homófobo! ¿¡Cómo vas a perdonar todo lo que sucedió!?

El hombre albino levantó su mano izquierda, el índice ausente del conteo de dedos.

-¿¡Crees que puedo perdonar esto!? ¡Su zorra madre, Bonifacio! -De arriba a abajo movía la extremidad- ¿¡Cómo te atreves siquiera a ponerte de su lado!? ¿¡No recuerdas lo que me costó esto!?

Bonnie hizo un puño, un trozo de cerámica en su palma. Sus ojos brillaban igual a luceros en llamas.

-¡Es mi hermano, joder! ¡Y sabes bien que no fue su culpa que te cortaran el dedo! ¡Fueron otros enfermos hijos de puta!

-¿¡Por eso debes estar de su lado!? ¿¡Porque no estuvo allí!? ¡Él sabía lo que me harían! ¡Estoy seguro que incluso lo esperaba!

Los bordes del pedazo agrietaron la piel de Bonnie.

-¡Que no estoy de su lado, que no le voy a perdonar, joder, Italia! ¡Iré por Wilkie, por mi sobrina que se está muriendo! ¡Joder, la recontraputísima de su madre! -Abrió la palma al instante del primer pinchazo. La cerámica manchada de sangre cayó con un golpe que silenció las voces.

Entre respiraciones entrecortadas, Bonnie tomó uno de los pañuelos en la silla. La sangre manaba cálida entre sus palmas y, pronto, empapó también la tela de colores brillantes. En el suelo, las huellas de la piel quedaron marcadas en la superficie rosa.

Sin que hubiera palabras, Ita se movió con cuidado de no pisar los diminutos trozos ni las cenizas aún tibias. Tras ver desaparecer su figura en la puerta cercana, Bonnie escuchó el agua correr.

Paciente, pronto las manos ajenas acariciaron sus dedos y se pusieron manos a la obra. El contenido del botiquín olía a hospital viejo, las calcomanías de la superficie le sonreían.

-Sé que todo esto nos afecta a todos. Lo de Wilkie es...-Se calló. Y el silencio fue peor para Bonnie de lo que alguna vez pensó posible. Carraspeó.


-Ella de verdad ama como dibujas, Serpiente. ¿Qué mal podría hacer una niña con un dibujo? -susurró mientras la picazón en la herida se profundizaba, gotas caían una a una en la alfombra. Azul a morado, rojo a negro.

Gota a gota caía también el suero en el brazo de Wilkie. Y Bonnie se preguntó, en ese silencio, si alguna vez tendría algún fin. O si como las heridas al cicatrizar, el padecimiento de la niña podría cerrarse.

-Estoy muy cansada. Tienes que leerlo. -La voz venía de muy lejos, su mente aún atrapada en el cuarto de ventanales abiertos, de amaneceres a media noche.

-Bien, lo leeré. -Debió decir en algún momento, ya que pronto sintió el peso cálido de un pequeño cuerpo, el sobrio aroma del jabón hospitalario inundó su nariz.

El cabello de Wilkie era castaño puro contra la oscuridad de su piel. Risas, bailes, imaginaciones atrapadas en cada hebra. Una lágrima se formó en el ojo izquierdo del hombre cuando recordó la figura de Ita, naranja por las luces, su expresión fija en la hoja de papel en el escritorio.

-¿Así que también es una artista? Heh. Envidio a los niños. Profesores, pintores y cantantes. Ser un niño es ser posibilidad en sí.

Los ojos de Wilkie, grandes como castañas, miraban con la suprema impaciencia de un niño acelerado.

-Vale, vale. Ya leo.

Era ella una princesa muy joven cuando fue encerrada en la torre más alta del reino. El sol era su única compañía, la luna su amiga de la noche.

Su belleza no era excesiva, sus talentos justos para mantenerla interesante a los jóvenes que aspiraban la corona. Con el brillo del intelecto en sus ojos, las exigencias para desposarla eran grandes, ya que sus padres comprendían la gran reina que sería en un futuro. El hombre a su lado debía ser igual de grande, igual de ambicioso.

Sin embargo, los dones suelen atraer más envidias que bendiciones. Pronto, los colores de su existencia se tiñeron de verde y de rojo, las amenazas a su seguridad ocultas tras sonrisas felicitaciones. El aroma a perfume, de tabaco, era el claro indicativo de futuras desgracias y dolores de cabeza.

El miedo más de una vez dañando las expectativas y los sueños de una persona aspirante al amor de un amigo eterno. Entre los hombres ansiosos, los futuros esposos a sus propias aspiraciones, también manifestaron las agujas del deseo, el odio y la envidia. La fuerza de la joven dama era demasiado, su libertad y la habilidad para mantener su temple incluso contra las tormentas.

La voz de la princesa se apagaba día tras día, sus talentos ocultándose tras la privacidad de su puerta y la oscuridad de la noche, cuando sus paseos eran vigilados por los guardias y la cocinera principal. El manto de estrellas y la sonrisa de la luna eran los únicos testigos verdaderos de su soledad, del deseo silencioso de su alma de encontrar un compañero a sus ideas y pensamientos.

El rey y la reina, ambos personajes de sentido de justicia, decidieron conversar con la joven dama. Entre las enormes columnas del jardín interno, las aves de plumas coloridas observando con sus ojos llenos de solemnidad.

«La belleza de tu rostro, la posición de tu estirpe te ha vuelto digna del rechazo de otros», empezó el rey, su voz como una roca al caer a un pozo, sus ojos bondadosos como los de un cachorro. «Por lo tanto, tu madre y yo hemos decidido enviarte a una torre. Desde allí, cada día, llegarán a ti cartas de nuevos y diversos pretendientes. Por tu decisión, tu buena mente, lograrás conocer el corazón de cada uno y, cuando estés preparada, escoger quien será la persona indicada».

Entre sorpresa y angustia la princesa aceptó su destino. Sus maletas fueron hechas, las cartas entregadas a los candidatos indicados con la propuesta de conocer a una joven dama, buena y honesta, sin grandes riquezas ni aspiraciones. Muchos, disgustados ante la idea, ni siquiera dignaron dedicar palabra de agradecimiento. Un matrimonio sin estatus, sin beneficio, no era lo que ninguno de ellos podría desear.

La mañana del primer día, la princesa despertó sorprendida al encontrar una sola carta dirigida a ella, colocada en una bandeja de plata con una flor azul a su lado. El cuidado de la letra, las suaves rimas que acompañaban cada una de las frases, todo ello empezó a conquistar el jardín seco de su alma.

Día tras día, las conversaciones entre ambos se volvían más profundas, llenas de discusiones sobre el arte, la historia y la política. Libros se habrían podido llenar con sus ideas, sus opiniones siendo un tornado en la mente de la muchacha, al fin estimulada por un hombre que la apreciaba como su igual, no un instrumento más de sus ambiciones.

«¿De qué reino eres, mi príncipe? Tus cartas diarias dan la idea de increíble cercanía», escribió una vez, su corazón acelerado por la gallardía de su aproximación.

«De este reino, querida. No tengo grandes riquezas ni grandes aspiraciones, más allá de mejorar la vida de mi pueblo. Príncipe no soy».

Sorprendida, la princesa pensó un día entero sobre responder la confesión. Su corazón estaba lleno de afecciones, pero su mente y su educación se encontraban estorbándola en su decisión.

Finalmente, una petición se le ocurrió por los sentimientos dentro de su alma. A sus queridos padres pidió traer a la persona que escribía. A él, escribió la dirección de la torre y las instrucciones adecuadas. En dos días se verían, en dos días cambiaría el mundo de ambos.

La mañana del encuentro, la princesa decidió escoger un simple vestido azul. La calma, la inteligencia y la curiosidad estaban presentes en ese color, en el vínculo aparente entre ambos. Suspiró con el rostro lleno de preocupaciones, pero también del brillo innegable de la esperanza.

En la hora adecuada, cuando el sol empezaba a morir, la puerta se abrió con un movimiento tímido. Sus ojos se abrieron de par en par al ver a la persona que entró, vestida también con ropa azul.

Alta, de ojos oscuros y larga cabellera negra, la joven frente a ella era el epítome del trabajo duro. Su piel tostada por el sol, sus manos llenas de callos por el continuo manejo de la madera. Sus ropajes se ajustaban a su talle, delgado y fuerte como los arces jóvenes. Una sonrisa se amplió en su boca y, en consecuencia, la princesa solo pudo corresponderla, sus mejillas llenas de rojizas emociones.

«Dora es como te llamas, ¿no es así?» comenzó ella al presentar su mano para recibir un beso de labios suaves, femeninos.

«Así es, querida. ¿Y usted es Camila, no es así, princesa?» su voz era profunda y tierna, dulce y fuerte como la de una trompeta.

Con un asentimiento, la princesa se acercó y, sin la menor duda en sus ojos, miró a sus padres en el marco de la puerta. Sonrió. Ya había tomado su decisión.

Espero les haya gustado 💕

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