Érase una vez un destino muy caprichoso que decidió juntarlos otra vez.

Está vez nada fue igual. Pero a la vez si lo fue. Fue breve. Un descanso en el camino. Apenas unos meses. Ambos huyendo de sus vidas. Retomaron su amistad, si es que podemos llamarla así.

Retomaron sus sueños compartidos. Sus propósitos. Quisieron hacerlo todo realidad. Pero ella era una bomba a punto de estallar. Llevaba dentro mucho más de lo que él se hubiese podido imaginar. Mucho más. Estaba rota de nuevo. Tenía mil cosas en la cabeza. Ya nada era igual. La habían roto. Ahora era más insegura, más tímida. Y por mucho que ella se esforzará por intentar volver a ser la misma ya no lo era. Y eso no iba a cambiar.

Un día ella se fue. Tras mirarlo a los ojos entre lágrimas y asegurarle de que si el destino quería los volvería a unir. Cuando ella estuviera bien. Cuando él estuviera bien. Cuando ambos tuvieran sus vidas en orden.

Así que una vez más sus caminos se separaron sin hacerlo del todo. Porque ella era parte de él. Y él era parte de ella.
Ambos confiaron en el destino. Ambos sabían que se volverían a ver. Ambos sabían que, como en los cuentos, tendrían su "y fueron felices para siempre". Ambos lo sabían. Ambos sabían que habría un ellos. Un nosotros. Un perfecto nosotros. Un cuento que comenzara con "Érase una vez un nosotros".