15. Érase una vez, una promesa de amor que duró cien vidas.
1991.
Un día como aquel 17 de enero, hace ochenta y cinco años, Kim Taehyung había llegado en carruaje a la vida de Jeon Jungseok.
Taehyung y Youngyi estaban juntos en el desván cuando ella llegó. Jugaban con una moneda. Taehyung la lanzaba al aire y luego, tras caer sobre su mano, si salía cara, Taehyung debía darle un leve golpe a Youngyi en la frente, en cambio, si salía cruz, era Youngyi quien tenía que sancionarle.
A pesar de todo el tiempo que llevaban atrapados en aquel sitio, siempre buscaron pasarlo de la mejor manera. A Youngyi, Jeon Hanyeol le había robado la infancia, a su único hijo y la vida y Taehyung lo comprendía, por eso, se pasaba jugando con ella juegos infantiles durante las tardes, dormía con ella durante las noches y charlaban durante las mañanas.
Como Youngyi no podía salir de la casa porque seguía viendo la niebla, Taehyung había pasado alrededor de una década sin salir al exterior, pero no le importaba, con tal de hacerla feliz y de que no se sintiera abandonada... Después de todo, Youngyi se había convertido en su única y mejor amiga.
— ¡Venga, venga! ¿Qué crees que sea? ¿Cara o cruz? — le preguntó con una sonrisa traviesa.
— ¡Cruz!
Taehyung lanzó la moneda y esta cayó sobre su mano. Youngyi estaba que se comía las uñas de los nervios, estaba tan entusiasmada de poder darle un golpe a Taehyung, pues el joven le había ganado todas las veces anteriores.
— Pues sí... Es cruz.
— ¡Joder, por fin! — chilló de felicidad y festejó — ¡Prepara esa frente, iré con todo!
— ¡Oye! Pero ten piedad de mí, ¡por favor! — suplicó, pero al final se retiró el pelo de la frente y cerró los ojos con fuerza.
— ¡Una, dos y...!
— Espera — la detuvo — ¿Has oído eso?
— ¿Intentas engañarme para que no te pegue? — torció la boca en un gesto adorable de enfado — ¡Me has dejado la frente roja! Es mi momento de venganza.
— Youngyi, no puedo dejarte la frente roja — sonrió —. Eres un fantasma.
— Llevas razón.
Taehyung se levantó del suelo, pero su amiga intentó detenerlo pensando que quería escaquearse del castigo. El joven le insistió que había oído algo desde el exterior, pero desde el desván no podía verse la entrada principal, únicamente se podía desde la habitación que pertenecía a Jungseok.
Miyeon cerró la puerta del coche cuando apagó el motor. También era 17 de enero. Las imágenes de los recuerdos de Jungseok la golpearon de repente, antes de que se bajara del vehículo. Recordó el momento en el que conoció a Taehyung por primera vez, al mirarlo a través de la ventana de su habitación.
Taehyung la observó mirarlo a través de la ventana, ochenta y cinco años después... Su alma volvió a encontrarse con la suya.
— ¿Ha venido alguien? — preguntó Youngyi.
— Sí... — contestó Taehyung — Pero no sé quién es... Es... Es una muchacha.
Miyeon fue hasta el maletero de su coche y sacó sus maletas.
La chica suspiró antes de entrar. Tembló antes de meter la llave en la cerradura hasta que finalmente abrió la puerta.
El interior de la casa era tan lúgubre y oscuro. Sintió que el polvo se levantó del suelo cuando comenzó a estornudar.
— Joder... — murmuró y salió al exterior durante unos minutos buscando calma — No puedo dormir aquí hoy... — estornudó muy fuerte — ¡Ay!
— ¿Quién será? — preguntó Taehyung con mucha curiosidad. Youngyi quería responder a su pregunta, pero tampoco sabía la respuesta — Se parece a ti, Youngyi.
— ¿Tú crees?
Miyeon oyó algo detrás de ella y se giró esperando encontrar algo, pero no vio nada, solo la inmensa y sombría oscuridad.
— ¿Hola?
— ¿Puede oírnos? — cuestionó Youngyi muy sorprendida, Taehyung la cogió de la muñeca y le pidió que retrocediera.
— ¡Hola! ¿Hay alguien aquí? — Miyeon siguió sin oír una respuesta, pero al sentir que su vista se iba adaptando a la oscuridad, se dio cuenta de que habían dos figuras junto a la escalinata. Rápidamente caminó hacia el interruptor y trató de encender la luz, pero no había corriente — Es verdad... Ha pasado mucho tiempo.
Miyeon llevaba una mochila encima. Era de mezclilla azul oscuro. Ella iba vestida con un pantalón de cuero bastante ajustado y un abrigo que imitaba a la piel de animal, también negro.
— Quizás sea... — Taehyung no estaba seguro.
— ¿Quién? ¿Quién? — quiso saber Youngyi.
El joven se acercó un poco más, sigilosamente. Miyeon escuchó sus pasos, pero no podía verle. A pesar del cabello negro y largo hasta las caderas y el maquillaje recargado y oscuro, Taehyung pudo reconocerla.
— ¿Miyeon? — susurró.
La chica oyó su voz y se asustó. De la mochila sacó una pequeña linterna que parecía un bolígrafo y buscó al dueño de la voz. Aun así no pudo encontrarlo, pero sabía quién había pronunciado su nombre.
— Mi señor... — dijo — Ya estoy aquí. He llegado hace dos atardeceres.
Al oír su voz, la forma en la que hablaba, el acento con el que formuló aquella oración, varios recuerdos le golpearon de repente. Youngyi se cubrió los labios bastante incrédula y por un momento, pudo ver a su hijo a través de su nieta. Siempre había podido hacerlo, sin embargo, verla crecida y saber que se parecía tanto a Jungkook, le hizo pensar en su hijo.
Taehyung, en cambio, no respondió. Simplemente, siguió observando a Miyeon, quien parecía buscarle con la mirada y la audición. Cuando iba a tocarla, la muchacha volvió a estornudar y después decidió salir al exterior. Taehyung la siguió.
— Debería pasar la noche en alguna posada del pueblo... — se dijo a sí misma —. Mañana volveré para limpiar este sitio.
Y así como vino, y tras no tener respuesta por parte de Taehyung, Miyeon se subió al coche y condujo cuesta abajo hacia el pueblo.
Taehyung sonrió al verla marcharse. Tuvo un remolino de emociones que solo pudo controlar suspirando.
— Por fin nos hemos vuelto a encontrar, Jungseok... Bienvenido a casa.
⊰✽⊱
Miyeon había encontrado una posada cerca del mar. La habitación por noche era cara, pero no tenía opción. Como tampoco sabía cuánto tiempo le tomaría limpiar aquella casa, decidió pagar por adelantado el alojamiento por cinco noches.
Cuando se instaló en una de las habitación, desempacó un pijama. Tomó una ducha y se puso cómoda.
En su maleta había algo que todavía no se atrevía a revisar, pero lo había traído porque quería dar el paso cuando estuviera frente a frente con Taehyung. Sin embargo, la curiosidad que mató al gato, la sedujo y tomó el cofre que pertenecía a su abuelo y su padre había guardado toda su vida.
Sana nunca se atrevió a revisar ni tampoco lo tiró. Sabía lo mucho que significaba aquel cofre para Jungkook y cada vez que lo veía, le recordaba. Por eso Miyeon lo tomó.
Aunque vaciló en abrirlo, finalmente suspiró y se sentó en medio de la cama con el pelo húmedo sobre sus hombros.
— Sí, es cierto... — se animó a sí misma — Puedo leer estas cartas, puedo hacerlo — suspiró —. Después de todo... Yo las escribí.
La idea de que ella tuviera un lazo mayor con el hombre al que jamás había conocido, que con su propio padre, le asustaba. Pero de alguna manera, tenía que haber una explicación sobre el porqué ella sentía demasiado todo lo que Jeon Jungseok había sentido cuando vivía. Su abuelo había muerto hacía más de treinta años, pero Miyeon sentía que todavía estaba vivo... Dentro de ella.
Miyeon investigó un poco sobre la posibilidad de recordar las vidas pasadas cuando estaba en Estados Unidos. Por supuesto, aquello no tenía ningún sustento científico y la reencarnación era más una creencia religiosa que algo posiblemente sobrenatural. No obstante, había gente que tenía recuerdos que no eran suyos y se manifestaban durante la infancia.
Sana le contó que tenía sueños extraños y Miyeon lo corroboró al leer sus antiguos diarios. Soñaba con cosas extrañas desde la muerte de su padre hasta la edad de siete años, pero no comprendía por qué, de repente recordaba demasiado. Tenía la teoría de que recordar a Taehyung tenía algo que ver; que ver su silueta en la cinta que su padre le grabó antes de morir había despertado algo en ella. ¿El qué? Aún no lo sabía.
Esa noche, la chica se quedó en vela leyendo cada una de las cartas que cabían en el cofre. Era consciente de que existían o habían existido otras seiscientas o setecientas más, pero no sabía lo que había pasado con ellas.
Miyeon leyó las cartas de manera desordenada, pero sabiendo la fecha de muerte de Jungseok, decidió apartar la última carta y también la nota de suicidio que Jungkook conservaba con las demás.
Se quedó dormida al amanecer y despertó casi a mediodía porque el servicio de limpieza llamó a la puerta. Miyeon dijo que se bañaría y saldría para que pudieran hacer su trabajo.
Lo hizo rápido y fue al supermercado del pueblo. Compró varios artículos de limpieza, pero la gran cantidad de lejía llamó la atención de la dependienta que le miró de manera extraña.
Miyeon le sonrió.
— Voy a limpiar mi casa... — dijo tratando de no parecerle extraño, pero no pudo evitar quedar en evidencia y en ridículo — Es la más grande, la de la colina.
— Oh, ya veo — contestó la chica de manera educada — ¡Que tenga un buen día!
Miyeon cogió las bolsas, le devolvió la sonrisa incómoda y salió a toda pastilla del supermercado.
"¡Ay!", pensó "¡¿Qué ha sido eso?! ¿Por qué le he dado explicaciones?" Hizo una breve pataleta en frente de su coche y chilló de una manera tan aguda que había parecido un silbato. Miyeon no soportaba los momentos incómodos.
Al volver al castillo encantado, se preparó para limpiar.
La casa era demasiado grande y sabía que no podría hacerlo sola.
— Ah... Soy imbécil... — murmuró mirando las inmensas escaleras que tenía enfrente y soltando la escoba — Ya me estoy arrepintiendo. Me pasaré toda la vida limpiando este sitio.
Se rascó la cabeza.
— Debí contratar a una empresa de limpieza... — suspiró — ¡Bueno! ¡Pero ya estoy aquí! Deberé hacerlo yo... Let's go!
Empezó por la cocina — por la pequeña — ignorando completamente que había otra más grande y que jamás se había utilizado, por ende, la suciedad era aún peor. Miyeon gritó al toparse con ella y lloró cuando una rata escapó de debajo del fregadero. Después de la cocina pequeña, se dedicó a limpiar, desempolvar y ordenar el comedor. Aquello le tomó cuatro horas, sin contar el tiempo que tardó en limpiar la cocina. Tras acabar con el comedor, comenzó con la primera sala de invitados, la cual era pequeña. Le tomó una hora y media.
Tomó un descanso para comer afuera. El jardín estaba terrible y la hierba, a parte de alta, había consumido las lápidas y las esculturas fúnebres.
La fuente donde se había ahogado, estaba cubierta de moho. No obstante, el cielo se veía increíble y el sonido de la naturaleza era tranquilizador.
Tras concluir con su comida, se dispuso a limpiar la sala de ensayo. Aquella habitación era inmensa, pero solo tenía el piano. Después de acabar con ella, volvió al hotel.
Fue una rutina de una semana, pero al quinto día, pudo mudarse a la casa y dormir en una de las habitaciones de la primera planta.
Durante todo ese tiempo, Miyeon había esperado cualquier indicio que le dijera que Taehyung seguía allí, pero no obtuvo ninguna respuesta, ni siquiera en la primera o en la segunda noche que durmió allí.
En el octavo día, el último de limpieza, los únicos lugares que faltaban por acabar, eran el desván y el sótano. Miyeon decidió empezar por el desván, pero al ingresar se encontró con varias cosas de su padre y tuvo sentimientos encontrados. Sana se había llevado todos los lienzos, pero había dejado sus pinceles, sus pinturas, los carboncillos y los cuadernos.
— Ay... — suspiró — Mi pobre padre.
A Miyeon le ganaron las emociones. Taehyung, quien la observaba, tuvo sentimientos encontrados y quiso consolarla, pero Miyeon se dijo a sí misma, en voz alta, que no debería llorar por él como si su vida hubiera sido triste y después, volvió al trabajo. Barrió y fregó el suelo, limpió las ventanas y desempolvó los muebles. Al finalizar, ordenó todo y se dio cuenta de que su orden parecía la de un taller que todavía esperaba el retorno de su artesano.
Su última parada era el sótano, pero Miyeon ya sabía lo que había ocurrido allí. Cerró sus ojos y recordó esa fatídica noche y todo lo que ocurrió después a partir de ese momento.
Taehyung se encontraba detrás de ella, esperaba ver qué hacía, pero Miyeon descartó la idea de bajar a ese lugar tan sombrío y melancólico.
⊰✽⊱
Un sonido despertó a Miyeon.
La muchacha se incorporó sobre la cama lentamente y observó la oscuridad. Al lado de ella estaba su linterna, así que la tomó y la encendió. Buscó por todos los rincones de la habitación, pero no encontró nada fuera de lugar.
El sonido se reprodujo nuevamente. Provenía desde el pasillo. Miyeon no lo pensó dos veces y se levantó para investigar, por supuesto y ya que había visto muchas películas, camino acompañada de un pedazo de madera para defenderse.
— ¿Hay alguien? — preguntó caminando con cautela — Mira, si te has colado, quiero decirte que esta casa ya no se encuentra deshabitada. Si te encuentro, te mataré en defensa propia, ¡¿ha quedado claro?! — levantó la voz con la esperanza de que el otro sujeto la oyera.
Antes de llegar a la escalera, notó que alguien caminaba detrás de ella. Se detuvo y la presencia lo hizo un segundo después. Miyeon se quedó meditando su siguiente paso, no obstante, su mente se nubló.
Al girarse, vio una cara que no pudo reconocer. La luz le había creado sombras al rostro de Taehyung que la asustó.
La chica chilló y soltó su linterna. Como consecuencia, perdió el equilibrio y gritó al sentir que no había suelo que pisar detrás de ella.
Cayó y se golpeó la cabeza con tal fuerza que se quedó inconsciente.
— ¡¿Qué ha pasado?! — Youngyi preguntó preocupada.
Taehyung la socorrió de inmediato.
— Creo que... La he asustado — murmuró acercando su oreja a su pecho. Su corazón todavía latía; aún seguía viva. Suspiró aliviado.
— ¡¿Y por qué la asustas?! Dijiste que debíamos mantenernos al margen.
— Es que... Me estaba llamando.
Youngyi suspiró y habló consigo misma quejándose de la situación, diciendo que era demasiado vieja para soportar sustos como esos. Taehyung le pidió que la ayudara a cargar el cuerpo de la muchacha. Una vez que la tuvo en sus brazos la llevó a su habitación nuevamente y la recostó delicadamente sobre la cama.
Taehyung estaba preocupado, temía que hubiera sufrido una contusión o que le hubiera pasado algo, porque aunque no sangraba, todo era posible.
Después de varios minutos, Miyeon abrió los ojos.
— ¡Oh! — exclamó Youngyi emocionada — ¡Está despertándose!
La vista de la muchacha fue acomodándose a la oscuridad. La luz de la luna le había ayudado a percibir aquellas sombras que fueron transformándose en rostros conocidos. Sobre todo, Miyeon reconoció el rostro de Taehyung y su alma se llenó de dicha.
— ¿T-Tae...? — se mordió el labio y se acomodó sobre la cama. Sus ojos brillaban de una manera tan especial — Mi señor... — se corrigió.
— Lamento haberte asustado, Miyeon-ah — le dijo con una sonrisa. El joven tocó su mano, Miyeon la percibió fría pero no le importó.
— ¿Aún me recuerda? — Era inevitable esconder su emoción.
— Por supuesto que sí, princesa — acomodó su cabello —. Siempre te llevo presente... También a tu padre.
Miyeon lloró. Su llanto fue dramático, Taehyung se asustó y miró a Youngyi rápidamente buscando algún consejo o respuesta. La chica lloraba como una niña y balbuceaba algo incomprensible.
Youngyi se encogió de hombros y negó con la cabeza.
— ¡Lo he echado mucho de menos! — chilló y se lanzó sobre el chico — ¡Mi señor, lo he echado mucho de menos!
— Oh, Miyeon-ah... — le tomó desprevenido, pero la chica lo abrazó con fuerza y lloró todavía más fuerte. Youngyi sonrió al ver la escena — Tranquila, tranquila... Estoy aquí — le dio palmadas en la espalda.
— ¡Ay, ay! — se apartó con la mano en la cabeza — Me duele...
— Es que te has dado un buen golpe antes — le hizo saber.
Miyeon rió a carcajadas sorprendiendo a Taehyung, quien se preguntó cómo había sido capaz de pasar de su estado antiguo al actual en tan solo un segundo.
— Me has sorprendido.
— ¿Por qué has vuelto? — quiso saber Taehyung, su voz se tornó seria.
— Porque... Porque creo que me estoy volviendo loca — murmuró — y necesitaba respuestas.
— ¿Qué tipo de respuestas?
— Sobre usted... Y sobre mi abuelo y mi padre.
— ¿Por qué...? ¿Por qué tan de repente? ¿Qué quieres saber?
— Quisiera saber... ¿Por qué recuerdo su pasado? ¿Cómo es que puedo ver todo lo que le ha pasado? ¿Por qué yo? — Taehyung la miró como si no comprendiera lo que le decía.
— ¿Recuerdas su pasado?
— Sé que parece una locura, y probablemente lo sea, pero... Pero yo... Yo he visto todo su sufrimiento en mis sueños y los he vivido en carne propia — confesó asustada.
— ¿Cómo?
— Sé que usted lo sabe — lo tomó de los hombros —. Sé que usted sabe lo que me está pasando... Y quién soy.
— Miyeon-ah, no te comprendo.
— Se habría sumergido al agua.
— ¿Qué?
— Si usted le hubiera pedido aquella vez, seriamente; si le hubiera pedido que huyeran juntos nadando hacia Qing, él no habría temido morir ahogado si fuese usted quien sostuviera su mano — le dijo con una sonrisa nostálgica y melancólica —. No conocía la vida ni la muerte, pero lo conocía a usted y con eso bastaba. Usted era su vida... y también su muerte.
Taehyung se quedó en silencio sabiendo a lo que Miyeon se refería. Sintió un revoltijo de emociones y su alma se agitó. Apartó la vista cuando las lágrimas cubrieron sus ojos. Youngyi se llevó la mano al corazón y huyó inmediatamente al darse cuenta de que estaba hablando de su hijo. No podía soportar recordar el dolor que le había causado perderlo.
Miyeon tomó el rostro de Taehyung con delicadeza y secó sus lágrimas.
— ¿Por qué? ¿Por qué recordármelo en un momento como este, después de tantos años? — sollozó — No sabes cuánto me duele recordarlo...
— ¿Quiere saber por qué? Porque hay tantas cosas que él no ha podido decirle. La mayoría de las cartas que le ha escrito han desaparecido. Mi padre intentó conservar las que pudo y las guardó en el cofre que le regaló en su vigésimo cumpleaños, sin embargo, ese sangrante corazón sigue incompleto.
— Miyeon...
— No he venido aquí para que su recuerdo le lastime, mi señor, sino para curar el alma de mi abuelo — le tomó la mano —. Cuénteme su historia, maestro... Y cuando termine, le contaré yo la de mi abuelo. Después, le haré una pregunta y usted podrá hacerme otra.
— ¿Quieres saber mi historia?
— Sí — sonrió —. Le prometo que lo comprenderá todo en el futuro.
Taehyung sonrió y volvió a secarse una lágrima que se le había escapado.
— Está bien, mi joven Jeon, te la contaré.
Taehyung se acomodó al lado de ella en la cama. Miyeon se acurrucó a su lado como solía hacerlo cuando era pequeña y su padre le contaba aquellos cuentos sobre Taehyung y los ángeles que estaban en su reino.
— Ha pasado mucho desde entonces... — empezó Taehyung — Pero puedo recordarlo como si fuera ayer — Taehyung acariciaba el pelo de la chica, que escuchaba con atención —. Supongo que querrás oírlo todo desde el principio, ¿no es así? Pues... Nací en París, el 30 de diciembre de 1886. Mi padre se llamaba Kim Taeyang y mi madre Camille Saint-Boyer — explicó con un acento francés bien marcado que sorprendió a la chica.
— ¿Cuál es su nombre francés?
— Léon Saint-Boyer — contestó sintiéndose tan extraño de volver a pronunciar aquel nombre. De hecho, le parecía ajeno y hasta creyó que se le había olvidado —. Los tres vivíamos en París. Mi infancia no fue turbulenta y tampoco difícil. Mi padre era un hombre de negocios que vivía viajando, podría decir que nunca estaba en casa, pero mentiría; él siempre tenía tiempo para nosotros. Mi madre, por otra parte, era hija de un aristócrata, su apellido era importante, sí... Pero cuando se casó con mi padre, su familia ya había perdido bastante riqueza.
Mis padres se casaron por amor. El sueño de mi madre era dedicarse a la música y al arte. Era una gran pianista, por lo tanto, todo lo que sé de arte y música, lo aprendí de ella.
Desde muy temprano supe desenvolverme en el arte de la literatura. Mis padres decían que tenía un don, luego descubrí mi pasión por la música y los maestros de los conservatorios decían que era un prodigio. A mi madre le gustaba la idea de que me convirtiera en músico al igual que ella, pero ese no era mi sueño. Mi sueño era ser un artista... Pintar cuadros, dibujar, escribir... Mis padres apoyaron mis anhelos desde muy temprana edad. Por supuesto, porque el dinero y las oportunidades nos sobraban entonces.
Comencé a pintar y exponer mis cuadros en museos desde muy joven. Aquello me dio una ventaja para entrar a cualquier universidad de Bellas Artes que quisiera. Pero cuando cumplí dieciséis años, todo cambió para mí y para mi familia.
Recuerdo que mi padre nos reunió una noche para darnos la noticia.
"Pronto estaremos en bancarrota" nos dijo. La expresión de mi madre cambió por completo y yo ni siquiera supe qué gesticular. Me quedé completamente en blanco. "Con los ahorros que tenemos, probablemente podremos sobrevivir un año o dos... Pero las deudas son grandes. Tendremos que abandonar gran parte de nuestros bienes".
En ese momento no nos dijo la razón del quiebre de su empresa, pero sabía que estaba cayendo en picado. Los clientes más ricos, incluso la nobleza, dejaron de relacionarse con nosotros y mi padre siguió perdiendo mucho dinero. Entonces, incluso la familia de mi madre cayó en la pobreza por culpa de mi abuelo, que era un adicto al juego, al alcohol y a las apuestas.
Tuve que abandonar muchas cosas que me gustaban y comenzar a trabajar. Mis maestros me tenían mucha estima, así que me recomendaron como tutor de piano, órgano, violín, violonchelo y arpa a familias ricas — suspiró al recordar lo que seguía después —. Conocí a Marcielle Laurent en ese momento de mi vida como su tutor de piano y órgano.
Marcielle era un joven mayor que yo por dos años. Él tenía dieciocho, pero lejos de comportarse como un hombre pretencioso y avergonzado de tener a un profesor de dieciséis, era educado y muy amable. Era hijo de un burgués muy rico cuya esposa era una duquesa. Verás, en ese momento, ya no era mal visto que los nobles y los burgueses contrajeran matrimonio.
Marcielle era un joven muy tímido y se equivocaba constantemente, pero como yo sabía de hombres como él, supe al instante que era como yo; que su pecado, y de aquello de lo que tanto se avergonzaba, era su atracción por los hombres.
Su familia no lo sabía, de lo contrario, no me habrían contratado para enseñarle.
El apellido de mi madre había comenzado a perder su importancia, por lo tanto, tenía que esforzarme y ser amable, caballeroso y sabio para conservar el respeto que las personas tenían acerca de mí. Incluso con mi familia viniéndose abajo; aun perdiendo la casa donde había nacido y crecido, seguí ganándome los favores de los grandes señores, la nobleza francesa e incluso la aristocracia inglesa. Sabía perfectamente que la amabilidad y el respeto me llevaría más lejos aún; pero quizás... Quizás aquello fue lo que me condenó.
Siete años antes de morir, ocurrió algo inesperado para mí. Era primavera y en los periódicos se imprimía la fecha de 1899 cuando Marcielle me citó en el Trocadero, la plaza frente a la torre Eiffel. Era de noche y me había sorprendido al recibir su carta.
No pensé nada extraño en ese momento, de hecho, nos habíamos vuelto buenos amigos. Como se acercaba un recital muy importante, creí que me pediría que le enseñara horas extras.
"Maître, ya estoy aquí" escuché su voz detrás de mí. Sus ojos eran azules como el cielo y brillaban con una inocencia tan pura. Él, sin embargo, temblaba como un cervatillo acorralado y no dejaba de mojar tímidamente sus labios con su lengua.
"Oh, jeune monsieur, creí que ya no llegaba" le sonreí amablemente.
Marcielle se echó hacia atrás cuando me aproximé a él. Era un joven que vivía apenado y tenía miedo de muchas cosas, pero me miró con toda la valentía que podía ofrecerme y supe que lo que tenía que decirme no tenía nada que ver con el piano. "¿Sucede algo, Ciel?"
"Maître, tengo algo que confesar..." suspiró nervioso. Me vi reflejado en su pupila azul, bajo la noche estrellada de París cuya brisa primaveral nos envolvió. Quizás oí la melodía del violín que provenía de alguna casa cercana, o puede que fueran las venas de mi corazón cantando tristeza.
"Dime, Ciel. Dime aquello te priva de respirar" fui amable en todo momento. Amable como siempre había sido y como me habían enseñado a ser. Marcielle se encontraba agitado y nervioso... Creí que mi voz y la dulzura con la se escapaba de mis labios aliviarían sus temores, pero...
"Se lo diré sin rodeos, maître" se llevó la mano hacia el pecho, arrugando la tela de su traje oscuro. "Se lo diré incluso si se me derrite la piel de los labios mientras pronuncio mis palabras..."
Ciertamente, aunque delante de todos él ya era un hombre, aun a mi lado, para mí seguía siendo un joven inexperto que necesitaba ser protegido; incluso de sus propios sentimientos.
Pero no le detuve entonces, aunque quizás debí hacerlo.
"Maître... Estoy enamorado."
"Oh" sonreí nuevamente. "Mi Ciel, eso está bien. El amor cura el alma, ¿quién es la persona afortunada de ser amada por usted?"
"Usted, maître. Es usted... quien me ha robado el corazón".
No supe qué responder o cómo reaccionar, solo podía sentir la escalofriante brisa que me domó en ese instante.
"Marcielle..." pronuncié como si me hubiera confesado que tenía una enfermedad terminal. Sus ojos me miraron suplicando que no le rechazara, ¿pero qué más podía hacer?
"No... Maître, por favor, no destruya mis sentimientos" me pidió tomando mi ropa y arrugándola en su puño.
Suspiré.
"Entonces, ¿dime qué quiere que haga con ellos, Marcielle?" Le pregunté tratando de que me soltara.
"Acepte mis sentimientos... Sé que usted es como yo, lo puedo percibir. Por favor, maître, ámeme" entonces, Marcielle besó mis labios. Me robó aquel apasionado beso que me privó del aire y al que me vi obligado a corresponder, sin embargo, aun luchando contra su fuerte agarre y su cuerpo, no pude evitar que siguiera robándome el alma y lo empujé con fuerza.
Su boca se separó de la mía con tal violencia que se llevó un diminuto pedazo de mi carne y piel consigo. Me limpié la sangre mientras temblaba, él, por supuesto, siguió observándome con esos ojos azules avergonzados.
Arrodillado frente a mí, me pidió perdón.
"¡Oh, maître! ¡Lo siento, lo siento muchísimo! No... No quería... No pretendía hacerle daño" me dijo; me suplicó.
Me puse a su altura y le regalé mi pañuelo para que pudiera secarse las lágrimas, pero él se preocupaba por la herida que me había hecho y que no paraba de sangrar.
"S'il vous plaît, jeune monsieur, séquese las lágrimas con esto" le di mi mejor sonrisa a pesar del dolor y el ardor que sentía "un noble como usted no debería llorar de rodillas".
Se quedó viéndome. Nuevamente, volví a verme reflejado en su pupila y noté que sus sentimientos hacia mí eran auténticos.
"¿Por qué le gusto, jeune monsieur? Nuestra relación nunca ha sido estrecha; jamás ha sobrepasado el límite establecido de maestro y alumno. A pesar de nuestra amistad lejos del piano, no recuerdo haberle dado esperanzas... Ni siquiera teníamos intimidad." Intenté que supiera y comprendiera mi punto de vista, pero Marcielle parecía negarse a la razón. Me tomó de la mano con delicadeza. Aun bajo el cielo nocturno y las luces tenues de la noche, noté el carmín de sus mejillas y supe que su corazón no dejaba de latir como yo prefería que no lo hiciera.
"Solo con usted me siento a salvo. A mí, que toda mi vida he estado rodeado de niebla intranquila y sepultado bajo nubes de tormenta, su belleza y su bondad me ha salvado. Usted me salvó. A usted le debo mi libertad..." seguía de rodillas, lo recuerdo bastante bien, se arrastró hacia mí para aproximarse y tomar la tela de mi pantalón y rogar, y rogar... Rogar por mi amor. "Léon, mon amour, je vous en prie... Apiádese de mí... Léon, oh, Léon... Puedo darle todo cuanto quiera si me ama. Tan solo debe decirlo y le daré París, Francia, ¡le daré toda Europa si usted quiere!"
"Levántese, monsieur, no haga esto todavía más difícil para mí" le pedí. Había cierta bruma que me nublaba el juicio. Aun si me molestaba su insistencia, no quise herir sus sentimientos. "Aprecio sus sentimientos, pero no puedo corresponderle. Usted está prometido a otra mujer y se casarán al final de este mes. Incluso si me pide ser su amante o huir juntos, no podré hacerlo... Le quiero, Marcielle, pero no le amo. No quiero que se haga una idea y siga confundiendo mi amabilidad con amor. Soy su maestro y usted es mi alumno. Es una regla que no puedo quebrantar y realmente no quiero que espere algo de mí que no va a obtener. No le pido que se deshaga de esos sentimientos porque es difícil, soy consciente, pero será más doloroso conservarlos y usted... Usted es un buen amigo; un hombre que merece un buen amor, pero yo no soy ese amor. Si algún día conoce a un hombre que le corresponda y lo ame como usted se merece, no dude en contar con mi ayuda si desean huir y vivir su amor. Si quiere usted seguir siendo amigo mío, pues lo seremos; pero si le hace daño verme, entonces desapareceré para que pueda olvidarse de mí."
"No... No querré a nadie más que a usted. Es a usted a quien amo y deseo..." me decía aún agarrado a mi pantalón "S'il vous plaît..."
"Désolé."
Intenté seguir siendo su amigo, pero no lo conseguí. Sabía que le hacía daño mi cercanía. Lloraba en medio de las clases y me evitaba cuando caminábamos en la misma acera, por lo tanto, decidí alejarme de él. No me lo pidió, pero dejé de darle clases semanas antes de su boda, pero a mi casa llegó su invitación.
No comprendía por qué quería verme allí. Quise pensar que ya me había superado y olvidado, pero no quería arriesgarme, así que no fui.
En enero de 1904, mi padre perdió más dinero. Debido a ello, tuvimos que mudarnos a Bordeaux, a una casa más pequeña. Era en realidad un piso pequeño, pero acogedor en un suburbio muy diferente al que estaba acostumbrado.
Mi madre perdió su trabajo y, por ende, el peso de su apellido. Me sigo preguntando si aquel fue el punto de no retorno para ella, pero quizás la respuesta fuera un suceso que surgió unos meses más tarde.
En cuanto a mi padre, él seguía luchando por salvar algo de nuestras antiguas propiedades. Acerca de nuestros muebles, solamente conservamos el tocador de mi madre, mis lienzos y todos mis materiales de pintura. Quería seguir ayudando, así que dejé los estudios completamente. Mis maestros seguían teniéndome en alta estima, por lo tanto, me recomendaron a academias y me dijeron que podía contar con ellos para lo que quisiera; me decían que un talento como el mío no podía ser apagado bajo ninguna circunstancia.
Tenía que trabajar de cualquier manera, sobre todo porque la salud de mi madre estaba empeorando y su melancolía aumentaba cada alba de cada día. Determinado, comencé a vender mis pinturas a diferentes mecenas a un precio considerable, también hacía retratos a grafito en diferentes plazas y si nadie se acercaba a pedirme un dibujo, ilustraba la plaza esperando que alguien me diera un poco de dinero.
Vergonzoso, ¿no es así?
Yo sabía que era vergonzoso; que era algo que antes jamás habría imaginado que haría, pero seguía haciéndolo; seguía yendo constantemente a pedir limosnas por un par de retratos. De esa manera, me convertí en el hazmerreír de Bordeaux. Me llamaban "el burgués mendigo" porque, a pesar de que iba allí para pedir limosna, seguía vistiendo mis mejores prendas... Pero no me importaba, con tal de ayudar a mi familia.
Mi padre comenzó a pedir préstamos para cubrir nuestros gastos, porque con lo que yo ganaba, no nos alcanzaba para comer. Fue entonces cuando tuvimos que deshacernos de más cosas y mi madre se enteró de la verdad tras la bancarrota; su padre, es decir, mi abuelo, había perdido todas sus riquezas debido al juego, a las apuestas y fraudes. Recurrió a mi padre para que lo salvara de las deudas y él lo ayudó. Confió en él. Y mi abuelo lo arrastró a la quiebra. Me enteré de ello porque discutían cuando llegué a casa y lo había oído todo. Desde entonces, la actitud de mi madre cambió.
Buscó a su familia, pero se enteró de que su padre había vendido a sus hermanas. Mi abuelo la visitó después y le exigió dinero. Mi padre era un buen hombre y quiso ayudarle, pero el escándalo se había vuelto agresivo y mi madre se sintió tan humillada.
La última vez que vi a mi abuelo, fue cuando lo habían detenido. Después me enteré de que se había ahorcado en su celda.
Mi madre intentó contactar con su familia lejana para pedirles ayuda, pero nadie quiso echarnos una mano. Mi padre tampoco tenía familia aquí, siempre me hablaba de su mejor amigo y de que gracias a él pudo montar su empresa en Europa. En ese momento no sabía de quién me hablaba, pero después supe que se trataba del padre de Jungseok.
Se habían vuelto ricos juntos, pero mi padre tenía vergüenza de contarle lo bajo que había caído y cuánto había perdido.
El tiempo pasó nuevamente. En ese momento, durante el verano, una mujer me contrató para que pintara a su familia. Quería tener cuadros como los de la realeza al lado de su marido con el que se había casado recientemente. Me dijo que quería ser mi mecena porque se había enamorado de mis dibujos y mis pinturas. No quise admitir que estaba desesperado cuando acepté, pero ella ya había oído los rumores sobre mí y supuse que tenía lástima.
En la vida hay tantos momentos en los que se puede pensar acerca de todo. En mi caso, no paro de preguntarme si fue mi culpa aquello que le pasó a mi madre porque la descuidé con aquel trabajo. Yo creía que estaba haciendo bien; que podía ayudar. Creí que todo mejoraría, pero empeoró cuando mi padre nos dejó solos con una miserable nota de tres líneas que decía: "Taehyung, Camille... Lo siento tanto. No os he abandonado, simplemente necesito probar todas las maneras para arreglar esto. Volveré a casa, os lo prometo".
Le prometí a mi madre que yo no la abandonaría, pero había comenzado a sentirse peor desde entonces. Sabía que la melancolía era un mal terrible, sin embargo, también quise creer (y me convencí de ello) que a mi madre no le afectaría como afectaba a los demás. Pero ella lucía cansada, dormía todo el día y poco a poco había dejado de comer.
Comencé a pintar a la dama que me contrató. Quería un cuadro en solitario y eso le di. Me dijo que su marido estaba en París pero que pronto estaría con ella, pues le había hablado de mí y de mi increíble talento. Dijo que él había aceptado venir únicamente por mí y eso me pareció extraño.
No conocía el nombre de la señora, pero recibí una invitación para un gran evento firmada por Inès Laurent.
"¿Laurent?" Me pregunté. Sabía a quién pertenecía ese apellido, pero quise creer que simplemente era una coincidencia. No obstante, las palabras de la señora no dejaban de rondar por mi cabeza; aquellas que hablaban de su marido, un aristócrata rico y con influencias en la corona inglesa.
Si no fuera por el dinero, no habría ido. Me pesaba en el alma encontrarme con Marcielle, pero esperaba que fuera el hombre sensato que había conocido y ya no tuviera sentimientos por mí. Me arriesgué y fui. Todo cuanto debía hacer, era pintar la ceremonia y pintar a los anfitriones. Pero en cuanto Marcielle me vio, casi perdió la quijada tras quedarse boquiabierto.
"Madame, monsieur Laurent... Es un placer estar aquí. Gracias por la invitación." Dije, aunque Marcielle me observaba como quien observa a alguien que había muerto y vuelto a la vida. Pero su esposa no se dio cuenta de ello.
Todo lo que hice fue hacer mi trabajo. Algunas mujeres se me acercaban y me coqueteaban, incluso las mujeres mayores y las niñas. A todas les correspondía con amabilidad. Si trataba bien a la gente — pensaba — entonces podría conseguir más mecenas.
Cuando Marcielle se acercó a mí y le vi notando la valentía en sus preciosos ojos azules, una señora de mediana edad se interpuso entre los dos. No tuve más opción que darle mi atención a ella con una sonrisa mientras limpiaba mi pincel, pero Marcielle se quedó detrás de la mujer como si se hubiera convertido en piedra.
"Monsieur" me habló la señora "Su obra... No, no... Su trazo y su manera de pintar es tan hermosa y atractiva. Dígame, ¿cómo es que se llama?"
"Léon, madame." Respondí cogiendo otro pincel.
"Léon..." sonrió y su mirada brilló. Me sentí halagado cuando me ofreció que la pintara. Que fuera a su casa y le hiciera un retrato. Entonces, todo se complicó y perdí la sonrisa al sentir su tocamiento inadecuado.
Marcielle continuaba observándome y no pude evitar mirarle como si necesitara su ayuda para que me despertara de aquella pesadilla. Aquella mujer me susurró en el oído que le encantaría ser más que mi mecena y después acarició mis labios de manera disimulada, pero él se percató de las intenciones de aquella mujer.
Negué con la cabeza suplicando que no hiciera nada. Pero su puño apretado me indicaba que aquello le había enfurecido como nunca antes, sin embargo, la aparición de su esposa logró que contuviera su calma.
Durante toda la noche, aquella mujer no dejaba de mirarme de manera lasciva... Deseando mi cuerpo; deseando mi alma y mi carne. Pero no fue la única que se me había insinuado.
Después de concluir mi pintura, se la entregué a la señora Inès y ella lo mostró ante el público. Recibí una ovación duradera y después, cuando supe que mi presencia ya no tenía sentido en aquella gala, decidí retirarme. Me despedí con cortesía de la anfitriona y recogí mi caballete y mis pinceles.
Aunque me sintiera incómodo, me despedí de las damas con una sonrisa y gesto amable.
"¡Léon, querido!" Alguien llamó mi nombre. Respondí y vi que se trataba de la señora de antes, Agatha, se llamaba.
"¿Sí, madame?"
"Oh, Léon, venga a mi casa mañana" me dijo colocando un papel en mi bolsillo. Deslicé mi mirada hacia su mano cuando cometía aquella indiscreta acción y noté que Marcielle nos había visto, pero desapareció cuando volví a mirar.
"Lo consideraré, madame."
Al salir del palacete y alejarme unos metros, sentí que alguien me había tomado del brazo y había tirado de mí con brusquedad hacia unos arbustos. Me cubrió la boca al acorralarme contra la pared. Bajo la luz de las farolas mezclada sutilmente con el melancólico claro de luna, vi sus ojos azules y mi corazón acelerado se calmó al presenciar sus lágrimas.
«¿Ciel?» pensé.
"S'il vous plaît..." sollozó apartando lentamente su mano de mi boca "No se venda, maître... No se venda a aquella mujer."
"¿Ciel? Pero... ¿Qué está diciendo?"
"He visto cómo lo miraba y lo tocaba. Usted no decía nada porque así es como es, sin embargo, conozco las intenciones de aquella persona. Su riqueza es casi comparable con la de la corona inglesa y por eso ha atraído a chicos como usted a su lecho... Así que, s'il vous plaît, no vaya con ella."
"¿Qué le hace pensar que iría?"
"Le conozco, maître, sé por el dolor que está pasando y todo el peso que carga a sus espaldas... Sin embargo, si necesita ayuda, puede... Puede contar conmigo, maître."
Le sonreí.
"Así que aún conservas esos sentimiento, mon ciel" toqué su rostro delicadamente.
"Désolé, mon amour... He intentado con la fuerza del universo deshacerme de mi corazón, pero usted habría querido que viviera, ¿verdad?"
Asentí, y todo lo que sentí después, fueron sus labios robándome otro beso al cual no me resistí. Cuando se separó de mí, lo miré cubierto de su calma.
"Oh, Ciel... Sabe que no puedo amarlo, ¿verdad?"
"Lo sé."
"Entonces comprenderá que... Que no puedo aceptar su ayuda, pues me sentiría endeudado con alguien que me ama y al que no puedo amar de la misma manera. No quiero hacerle daño, mon ciel. Désolé."
Marcielle se apartó de mí con una sonrisa triste.
"Algún día."
"¿Eh?"
"Algún día me amará, al igual que las nubes aman al cielo. No importan cuántos cientos de atardeceres ocurran hasta ese momento, mon amour, me verá en la noche, le gustaré al alba y me amará al atardecer." Me prometió con un beso en la mejilla, cerca de mis labios y después se marchó.
Entonces vino el amanecer. Había soñado con él aquella noche, por lo que al despertar me sentí extraño. Soñé que bailaba con él en una casa tan grande y vacía como esta, pero no podía permitir que aquellos sentimientos me consumiesen el alma.
"Bonjour, madre" me acerqué a su cama y le di un beso en la mejilla. Ella me miró con una sonrisa cansada, sus ojos no habían perdido todo el brillo porque todavía seguía respirando.
"Hijo mío... ¿Vuelves del trabajo?" Me preguntó un poco desorientada, supuse que ni siquiera se percataba de qué día era.
"No, madre. Ya ha amanecido, hoy aprovecharé para pintar el retrato de una cliente. Por favor, coma algo, madre... Salga al balcón, no se quede todo el día en la cama."
"Está bien, hijo mío" se incorporó para darme un abrazo "Haré lo que me pides" y después me dio un beso en la mejilla.
Aquel día estaba nublado. Miré el cielo cuando salí de mi casa, dejando a mi madre hundiéndose en su tristeza nuevamente. Me mordí el labio preguntándome por qué me estaba pasando todo eso a mí; si acaso era alguna prueba divina de la que no tenía constancia.
«Quizás cometí un pecado imperdonable en mi vida anterior...»
Ese pensamiento rondó en mi cabeza durante todo el trayecto. Me sentí miserable, pero no por mis pesares, sino porque mientras avanzaba, observaba a gente en peores condiciones que yo. Me decía a mí mismo que no era justo para ellos que yo sintiera que mis pesares eran peores que los suyos.
Una niña se me acercó y me pidió dinero. Todo lo que tenía era para poder comer y cenar ese mismo día. Me lo planteé, pero sus ojos verdes me suplicaron un poco de piedad, sobre todo viendo al bebé que tenía en brazos y se hacía daño en el dedo pulgar de lo mucho que lo chupaba, y sus labios agrietados y su rostro desnutrido...
"Toma... Aliméntate bien y alimenta a tu hermano, ¿de acuerdo?" Le sonreí. La niña me miró con un brillo especial en los ojos y me devolvió la sonrisa.
"Merci, monsieur..." sollozó "No es mi hermano, es mi hijo." Confesó antes de marcharse y aquello me rompió el corazón.
Continué mi camino. Aquel día no fue diferente a los demás, al menos al principio. Mi propia melancolía me consumía con cada paso que daba, como si las plantas de mis pies fueran apuñaladas por dagas.
"Es aquí..." susurré al ver la mansión que tenía delante; la casa de aquella mujer que conocí en la gala. Si te dijera que no estaba nervioso, mentiría. Me costó incluso hablar con los que custodiaban la entrada. Intenté explicarles que venía por una invitación, pero ellos ya lo sabían.
"¡Oh, querido Léon! Has venido por fin" me dijo ella al recibirme en el vestíbulo de su hogar.
El interior de su casa era elegante, tapizado con flores de lis como si fuera de la realeza y perteneciera a la casa Bourbon. Había un candelabro imponente encima de mí, y sus muebles parecían de oro. Me enseñó todos sus lujos; cada metro de su casa, quizás creyendo que me compraría con eso.
Me dijo que quería que la pintara al desnudo. Me llevó a su habitación y entonces supe lo incómodo que aquello sería para mí, pero no tenía otra opción.
Comencé dibujando el boceto de su cuerpo; de su postura acomodada sobre los cojines de su cama. Agatha no era una mujer de aspecto desagradable. A pesar de su edad, seguía siendo bastante atractiva; quizás por eso se decía de ella que tenía muchos amantes, pero nadie sabía con certeza si aquellos amantes amaban su dinero o su belleza.
Agatha era atrevida y descarada. Aun vistiendo de negro debido al luto de su último marido, la conversación que tuvimos aquella vez giraba en torno a lo sexual. Me preguntaba cosas sugerentes y respondía otras morbosidades que ni siquiera le había preguntado.
Entonces, sus labios carmines soltaron una barbaridad que me hizo imposible sostener mi paciencia. Solté el pincel y la miré fijamente.
"¿Qué ha dicho?" Le pregunté incrédulo, pero sí había oído lo que me dijo.
"¿Cuánto cobras por tener sexo conmigo? Vamos... Sé que mi cuerpo desnudo no es un monumento, pero ningún hombre se me ha resistido hasta ahora." Me dijo con descaro.
"No he venido aquí para prostituirme."
"¿Ah, no? Pues entonces, ¿a qué has venido sino para tener sexo conmigo? Si es lo que te he propuesto en aquella gala."
"A pintar, madame. A pintar un cuadro para usted... Me dije que incluso si esto se tornaba incómodo, yo he venido únicamente a pintar." Contesté con firmeza. Seguro de mis palabras.
"Por favor, ¿eres tan ingenuo, niño? Creí que serías más inteligente. No te he contratado únicamente para que pintaras. Si solo has venido para ello, puedes marcharte y llevarte contigo ese lienzo inútil. No te pagaré nada, a menos que te quites la ropa y te acuestes conmigo en mi lecho."
La respiración se me agitó. Me sentí humillado y recordé las palabras de Marcielle. Debí haberle escuchado.
"Recogeré mis cosas, entonces, madame." Desvié mi mirada hacia mis materiales y comencé a guardarlo todo. Aquel sutil acto de rechazo hizo que se enfureciera.
Saltó de la cama al suelo echando humo y se acercó a mí. Violentamente tomó mi mano y pateó mi maletín y empujó mi caballete al suelo.
"¡Sé que te mueres de hambre! ¡Sé quién eres Léon Saint-Boyer! Eres un mendigo que sigue pretendiendo ser alguien que ya no es. No creas que puedes rechazarme, ¡¿acaso sabes quién soy?! Abandona esta habitación y me aseguraré de que pierdas todo, incluido el orgullo. Te haré la vida miserable." Me amenazó observándome con aquellos ojos oscuros e iracundos. Luego me tomó de la cintura y atrajo mi cuerpo hacia el suyo y la crueldad de su beso me aprisionó entonces. "Te deseo desde que te vi. No vas a escapar de aquí hasta que me des lo que quiero." Amenazó, nuevamente.
Y oí un sonido en la cerradura de la puerta.
"No..." susurré. Me zafé de su agarre y corrí hacia la puerta. Cuenta me di de que se había cerrado desde afuera con llave y que ni siquiera podía huir por la ventana, porque moriría en el intento. "¡¡No, no, no!! Por favor, madame... Esto no es... ¡Esto no es correcto!"
"¿Cuántos años tienes, Léon?" Me preguntó mientras me desabrochaba los botones del chaleco "Contesta".
"Di-dieciséis..." las lágrimas me nublaron la vista durante un momento.
"Aún eres tan joven... Y tu piel es tan suave, lisa y radiante... Y tu cuerpo..." sonrió desvergonzada al tocarme la entrepierna "Todavía tienes mucho que ofrecer, ¿no crees? Sería una lástima que dejaras atrás tus sueños simplemente por un capricho, como lo es conservar tu orgullo y dignidad. Un pobre muerto de hambre no debería tener eso; aquello solamente es para quienes puedan conservarlas con riquezas y tú no tienes nada, niño. Si no te quitas la ropa en los próximos diez segundos, le diré a todo el mundo que has violado a una de mis criadas. Entonces, tu nombre quedará manchado y también tu reputación. Quizás hasta seas ejecutado por ello."
No dije nada, ni siquiera podía pensar en una frase coherente porque no podía salvarme. Simplemente pensé que debí haberle oído entonces. Observé, a través de la ventana, mientras me desvestía frente a aquella mujer, que las nubes del cielo eran tan grises que parecía estar anocheciendo.
"Eso es... Me gusta tu sensatez."
Aquella mañana de junio de 1904, aquella mujer abusó de mí, mientras llovía cual prepotente llanto y el cielo regía como si fuera a caerse.
Tenía diecisiete años cuando le entregué mi cuerpo y le vendí mi alma a alguien por primera vez, y después de aquello cruel acto, mientras me vestía para volver a mi casa y cuidar de mi madre, Agatha me dejó dinero sobre el maletín y me dio un beso en los labios antes de abandonar la habitación para lavarse.
Yo observé el cielo y pensé que parecía que me acompañaba en mi tristeza.
No voy a mentir y decir que el dinero que recibí aquella vez, me ayudó a no pasar hambre y que hubieran dos platos sobre la mesa tres veces al día.
Aquello se repitió otra vez, y otra y otra. Aun si concluía un retrato, Agatha me llamaba para que hiciera otros. Entonces me presentó a otra mujer como ella y me vi obligado a ser su acompañante.
En agosto de ese mismo año, Agatha me dijo que fuera su acompañante en una ceremonia. Decía que yo era perfecto porque estuve a su altura alguna vez, así que me vistió de manera elegante y me cohibió para que no pudiera echarme atrás. No obstante, y como era de esperarse, en aquella ceremonia se encontraba Marcielle.
Toda la noche fue un infierno. Sentía náuseas y molestias. Ni siquiera podía mirarle a los ojos; no a Marcielle que me miraba y no dejaba de observarme. Sentía que la oscuridad me abrazaba y el sonido dejaba de ser sonido y se convertía en una tortura. Los violines y el piano; las voces de las personas; las conversaciones y las risas; el sonido de los cubiertos y el masticar... Todo aquello me superaba. Me sentí asfixiado, abrumado y el juicio se me nubló. Podía oír una canción mortal que me rondaba a donde quiera que fuera.
Alguien llamaba mi nombre, pero aunque oyera, no escuchaba.
Me levanté y corrí hasta perderme en el jardín al adentrarme en el laberinto. Me topaba con la oscuridad y los arbustos, la noche estrellada dejaba de iluminarme. Ni siquiera había luna; no había claridad, todo parecía enterrarse en una profunda tumba a miles de metros bajo tierra. El fuego de la culpa me abrasaba.
Oía mi nombre y oía que alguien me seguía, pero la niebla que a mi mente cubría no me dejaba ver. Las lágrimas me ahogaron el alma y perdí la voz cuando tropecé.
Quise pedir socorro pero había olvidado hablar, así como había perdido el control de mi cuerpo y los vestigios de mí mismo. Nada me pertenecía. Era nadie. Me convertí en nada.
"¡Maître!" Reconocí esa voz y vi el cielo. Un cielo que tenía dos ojos azules "¡Maître!... ¿Se encuentra bien?"
"Mon Ciel..." susurré al recobrar la cordura. Me ayudó a levantarme sujetándome de la cintura.
Había sentido manos en mi cuerpo antes, demasiadas veces, pero ninguna me trataba de la manera en que las manos de Marcielle lo hacían en ese entonces.
"¿Se encuentra bien?" Insistió. Sin embargo, al no responder, supo la respuesta por sí mismo "Lo ha hecho, ¿verdad?"
"Yo... Yo no quería... Pero ella, ella es un monstruo..." sollocé. Me daba tanta vergüenza que me viera en ese estado que traté de ocultar mi rostro, pero no me lo permitió. Me miró y secó mis lágrimas.
"Le creo, maître."
Como me había hecho daño al correr, Marcielle rasgó su ropa para vendarme la herida. Me quedé completamente sorprendido, aquella tela debería valer miles de monedas de oro. Él me pidió que no me abstuviera de recibir su ayuda, al menos no en esa ocasión. Mientras me vendaba, su tranquila voz me hablaba; me contaba cómo seguía la gente que conocía en París. Me habló de los maestros y del conservatorio; me dijo que sin mí ya nada era lo que solía ser. Me confesó que todos me echaban de menos, él incluido.
"Y usted... Maître, ¿me ha echado de menos?" Me preguntó.
"Marcielle, ¿sus sentimientos hacia mí han cambiado tras enterarse de lo que he hecho por dinero?" Pregunté yo.
"No." Respondió al instante, sin titubear.
"¿Por qué? ¿Por qué soy tan especial? ¿Qué me hace serlo? Ahora ya no tengo valor como persona. Mi cuerpo ya no es mío ni mi alma tampoco. No creo que quede algo de mí que pudiera usted amar... No tras haberle roto el corazón."
"Ya se lo he dicho, maître... Que estoy enamorado de usted. Aun si usted no me ama, mi alma lo amará incluso después de la muerte y... Algún día, algún día... Sé que podré ganarme su corazón también."
Suspiré.
"¿Aun si muriera amando a otro hombre u otra mujer? ¿Incluso si ahora estoy preso en cuerpo y en alma en los brazos de otra persona? ¿Todavía si mi carne está marcada de vergüenza? Dígame, Marcielle, ¿seguiría amándome aun si eso represente su propia destrucción? Romperé su corazón tantas veces que ni siquiera quedarán pedazos que recomponer si sigue enamorado de mí; si no abandona sus sentimientos hacia mí."
"No será de nadie la culpa más que mía si salgo herido de todo esto, pues yo soy quien se ha enamorado primero. Si muere enamorado de otro hombre, buscaré su alma para que se reencuentre con la mía."
"Marcielle..."
"En otra vida, maître, seré yo el protagonista de sus pinturas."
Durante las siguientes semanas después de aquella conversación, la situación no mejoró para mí. No pude huir de Agatha, quien se había convertido en mi proxeneta. Me vendí a mí mismo como un hombre de compañía para las jóvenes solteras y viudas con tal de mantener a mi madre. La ciudad no hablaba bien de mí, pero ella no lo sabía. La engañé diciéndole que había conseguido un trabajo en una escuela de arte, de esa manera, conseguía que creyera en mí y que no se avergonzara ni me despreciara u odiara. Pero en el año 1903, las circunstancias empeoraron cuando Agatha me presentó a un hombre por primera vez. Era un noble, con una familia y un apellido importante.
También pinté para él y para sus hijas. A cambio de que no se supiera mi relación con él, tenía que desnudarme frente a él y soportar verlo masturbarse. No me tocaba, ni me besaba, solamente me observaba y me violaba en su mente. Después me insultaba y decía que odiaba a los hombres que se acostaban con otros hombres, pero que él era diferente.
Cuando Marcielle viajó a Inglaterra y me sentí en soledad, conocí a una joven que me atrajo. Ella me dijo que se había enamorado de mí a primera vista. Trabajaba en una taberna cerca de mi casa. No tenía dinero ni una casa propia, vivía de la renta pero supo comprenderme y tampoco le importaba lo que yo hiciera. Me apoyó durante la enfermedad que pasaba mi madre en ese momento.
Se llamaba Veronika y fue mi primera amante, la primera persona a la que no me vi sometido a entregarle mi cuerpo. Estuve con ella durante tres meses, hasta que Agatha se enteró de nuestra relación y Veronika desapareció. Nunca más supe de ella. La busqué durante un tiempo, pero me dijeron que había vuelto a su pueblo natal. Nadie sabía dónde quedaba aquel pueblo. Temía que le hubiera pasado algo por mi culpa y lloré varios días creyendo que había muerto. Y la di por muerta porque no tenía los recursos para buscarla, tampoco la libertad.
En ese año, también conocí a un joven. Era el hijo de un aristócrata germano que contactó con Agatha para poder conocerme, no obstante, él había sido diferente de los demás. No quería mi cuerpo, ni mi alma o mi corazón, sino mi tiempo. Aquel motivo me conmovió. Tan solo quería ser escuchado por otro hombre al que no le importara amar a otro hombre.
Se llamaba Yves. Cuando lo conocí, tenía veinticinco años. Quedaba conmigo para hablar del hombre del que estaba enamorado y me pedía consejos de amor, a cambio, yo le había pedido que fuera mi modelo, pues su rostro era incomparable y sus facciones preciosas. Yves no fue mi amante, sin embargo, de no estar enamorado de otra persona, quizás habría podido enamorarme de él; de su simpática personalidad y su belleza única.
Pero de la misma manera que llegó, Yves se marchó.
Lo ayudé a huir con el hombre que amaba cuando me confesó que, gracias a mí, pudo conquistar y convencer a su hombre de huir a un sitio donde nadie pudiera hallarlos. Le hablé a Marcielle sobre él en diferentes cartas; le confesé que había pensado en él mientras le ayudaba a conquistar al otro joven del que estaba enamorado. Marcielle me preguntó cómo había pensado en él; de qué manera le había recordado, y yo le respondí que me había acordado de la promesa que le hice en caso de que conociera a otro hombre con el que quisiera huir.
Ciertamente, aquello no fue lo único que pensé mientras ayudaba a Yves. Le dije que la mejor manera de ganarse su corazón, eran con acciones que respaldara el discurso de su corazón; discurso que Marcielle sabía ejecutar cada vez que hablaba conmigo.
Hablar bien. Acariciar el corazón con las palabras.
Marcielle hablaba tan bien, era la única persona que lograba mantenerme cuerdo. No obstante, cuando se marchó a Inglaterra, me sentí desesperado y rodeado de una oscura soledad. Sabía que sus cartas no llegarían con la misma rapidez que antes; que me tomaría meses saber de él. Le necesitaba, me hacía falta su cercanía y lo añoraba en el infierno.
Mi madre empeoró de salud. En los primeros días del año 1904, decayó debido a una neumonía y tuve que ingresarla en un hospital. Necesitaba ayuda desesperadamente, pero si le mandaba una carta a Marcielle, tardaría en recibir una respuesta, por lo tanto, viéndome obligado a venderle mi alma al Diablo nuevamente. Pero entonces, sucedió aquello que más temía; mi madre trató de morir. Intentó lanzarse por la ventana, pero una enfermera la detuvo. No había nadie que pudiera cuidar de ella; me recomendaron que la hospitalizase en un centro de salud mental para que recibiera terapia, pero aquellas terapias me sonaban a torturas. Amaba a mi madre, no podía dejar que se quedara en un sitio tan horrible como aquel.
Hablé con ella cuando estaba más tranquila. Intenté tragarme el dolor y el llanto para preguntarle por qué lo había hecho; ella me respondió que no soportaba vivir siendo una carga para mí, su único y adorado hijo. Me dijo que sentía culpa de todo lo que estaba pasándome, de que mi padre se fuera y de que perdiéramos todo lo que alguna vez tuvimos. Me confesó que se sentía culpable de que su padre fuese el que había sido y tenía el dolor y la culpa atorada en la garganta al saber que nunca podría ver a sus hermanas nuevamente, pues su padre nunca dijo dónde o a quiénes las había vendido. Y, sobre todo, me dijo mirándome a los ojos, y con una sonrisa calmada, que sabía lo que yo hacía para lidiar con ella.
"Madre... P-perdóneme, madre... ¡Perdón, perdón, perdón!" lloré arrodillado frente a ella. Me sentí ahogado de vergüenza y culpa, por lo tanto le rogué su perdón. Le pedí, como si mi vida tuviera valor y tuviera el derecho de suplicar por ella, que no me odiara; aun si fuera un asqueroso prostituto, le pedí que no me odiara.
Y mi madre se inclinó hacia mí, con la delicadeza de su cabello castaño deslizándose sobre sus hombros, brindándome su última sonrisa auténtica amable, y me dijo: "Eres mi hijo, Léon Saint-Boyer, Kim Taehyung, y te amo y te amaré por siempre. Incluso si muero, los huesos que se queden en esta tierra, te amarán incondicionalmente. No importa lo que seas, lo que hagas o en quién te conviertas, eres el amor de mi vida... Mi hermoso niño; el bebé que alcé en mis brazos, alimenté con la leche de mi pecho y quien me regalaste su primera palabra, su primera sonrisa y sus primeros pasos... No existe nada en el universo que me haga dejar de amarte."
La abracé con fuerza, con todo mi amor y con toda la calidez que mi alma rota podía brindarle. Después la miré a los ojos y le pedí que no me abandonara; que si la melancolía la tenía, que yo trataría de rescatarla aun si me dejara la vida en ello.
"Mamá..." le dije cogiendo su mano "Volvamos a casa juntos".
El 3 de febrero de 1904, mi madre abandonó el hospital. Marcielle volvió a Francia el 5 de febrero de ese mismo año y viajó hasta Bordeaux el día siete. Supe de su llegada por una carta, en la cual me pedía verme durante el atardecer en El Pont de Pierre, pues debido al frío, la gente no transitaba por allí.
Al verlo, mi corazón latió con rapidez. Me regaló una sonrisa y después me abrazó.
"Te he echado de menos" le dije.
Sus ojos brillaron y sonrió ampliamente.
"¡Hoy es el mejor día de mi vida! El hombre al que amo me ha echado de menos, mon dieu!" exclamó. Rápidamente traté de cubrir su boca y temeroso, miré hacia todos lados esperando que nadie le hubiera oído, sin embargo, él apartó mis manos con delicadeza conteniendo su risa.
"Il ne faut pas pousser mémé dans les orties!" supliqué mirándolo preocupado.
"¿Exagerar yo? Ha sido usted quien me ha cubierto la boca como si hubiera confesado un crimen" se rió de mí "Ça ne casse pas trois pattes à un canard"
"¿Cómo le quita importancia a eso?... Es peligroso que alguien le oiga decir algo así."
"Ah, mi inocente maître... Si deseo ser juzgado por amarle, pues gritaré para que me oiga Dios, que en los cielos está. Si aún no he sido castigado por ello, significa que no es pecado y no debería temer por las opiniones de los mortales que me rodean." Nuevamente, Marcielle sabía escoger las palabras que lograban confundirme.
"Aun así... No deseo que le ocurra nada. Prométame que no volverá a decir nada como eso en público de nuevo."
"No puedo prometer que soy capaz de callar mi corazón, pero intentaré ser más discreto"
"Con eso me basta."
Aquella tarde, Marcielle y yo contemplamos el anochecer. Nos divertimos, charlamos y me llevó a sitios a los que ya no podía acceder. Había una exposición de obras de arte en un museo y me llevó para que me olvidara de mis problemas durante un momento, y lo hice. Olvidé mi dolor y las heridas de mi alma mientras observaba las pinturas... Sabiendo que aquello era mi sueño. Mi único gran e inalcanzable sueño... Ver mis propias obras, pintadas con el corazón, exhibidas y amadas por quienes las miren. No obstante, la vida me había arrebatado aquella posibilidad, así que pensaba, en ese momento, que aquello se quedaría por siempre en una fantasía.
Ya había expuesto mis obras en otras exhibiciones compartidas. Tenía una esquina para mis cuadros, eso no cambió cuando me mudé a Viena. A la gente le gustaban mis pinturas, pero no sabían mi nombre. Nadie lo sabía, y así como era yo el mendigo burgués de Bordeaux, morí en Joseon en el sótano de una casa varada en la nada, rodeada del más siniestro bosque y me pudrí durante años en la más completa soledad. Nadie lloró mi muerte, porque nadie sabía que morí... Que morí de una manera tan injusta... Amando y siendo amado y culpable del sufrimiento de quienes amaba y me amaban.
Aquella noche, tras la velada con Marcielle, volví a mi casa. Subí las escaleras hasta llegar a mi puerta con una sonrisa en el rostro; una sincera y genuina, con el corazón aliviado y contento de volver a tener a mi gran amigo nuevamente a mi lado, sin embargo, todas las ilusiones me abandonaron cuando abrí la puerta y la encontré colgada de una viga.
Mi madre... Mi hermosa y buena madre. Mi madre a la que amaba más que a mí mismo. Mi madre por la que perdí el orgullo y la dignidad. Mi madre, quien me dijo que me amaba, había renunciado a su vida; había renunciado a mí.
Me acerqué a ella soltando todo cuanto tenía en mis manos y abracé sus piernas. Traté de subirla para que no se asfixiara, aun sabiendo que ya estaba muerta. La llamé mil veces, pero no obtuve respuestas. Mi llanto y mis gritos alertaron a los vecinos quienes salieron para ver qué ocurría. Y allí me hallaron; solo, indefenso, abandonado y olvidado. Muerto, quizás. Un muerto que lloraba la muerte de su melancólica madre.
Cuando Marcielle se enteró de su muerte, quiso ayudarme, sin embargo, busqué consuelo en él. Nunca había sentido la necesidad de quebrarme delante de alguien y llorar como si fuera a morir hasta que morí. Pero Marcielle me brindaba aquella calma y me observaba con ternura y paciencia. Me brindó su apoyo cuando no tuve dónde enterrar a mi madre porque el cementerio en París donde toda su familia había sido sepultada durante generaciones, había exhumado los cuerpos y habían destruido el mausoleo porque ya no éramos nobles ni podíamos pagar el mantenimiento.
No quería enterrar a mi madre en cualquier parte como si fuera un animal o una mujer anónima, así que Marcielle le cedió un lugar en el cementerio familiar que tenía, mientras yo me rompía leyendo su despedida en aquella carta:
A mi amado hijo;
Lo siento mucho, mi amor. Siento no poder estar más a tu lado. Siento no ser lo suficientemente fuerte para continuar ni poder apoyarte.
Sé que me he convertido en una carga para ti y también para tu padre, por eso se marchó. Sé que si continuaba y te prometía que mejoraría, jamás lo habría logrado y agravaría tu situación... Por eso me voy, para que puedas dejar de hacer cosas que te hacen daño solamente para mantenerme con vida.
El infierno me espera por esta decisión, pero ningún infierno será peor que verte sufrir y verte destruyéndote y abandonando tus sueños por alguien que no tiene salvación.
Si quieres odiarme por esto, hijo, puedes hacerlo. Yo siempre te amaré, como ya te dije antes.
Adiós, mi Léon, mi Taehyung.
Te ama, mamá.
Cuando murió mi madre, traté de contactar con mi padre de nuevo. Aquello me tomó meses y meses en los que no pude dejar de culparme por haberla dejado sola aquella noche. Incluso si comprendía sus sentimientos, no podía entenderla; mucho menos he podido perdonarla hasta ahora. No pude salvar a mi madre, así como tampoco pude salvar a Jungseok.
En diciembre de 1903, cuando desistí de buscarlo, mi padre envió una carta diciéndome que lo sentía y que volvería conmigo en cuanto pudiera. Me explicó detalladamente por qué se había marchado; huía de los prestamistas y no quería ponernos en peligro.
Perdoné a mi padre, o al menos esa fue mi respuesta. Me sentía solo y abandonado. Preso. No podía correr hacia ninguna parte. La señora Agatha continuó abusando de mí durante todo ese miserable año. Pensar en mi madre me hacía daño, volver a casa me daba miedo, pensar en Marcielle me confundía, pero el arte seguía salvándome la vida y alejándome de la tristeza.
Comencé a ver a prostitutas durante las noches como una excusa para evitar estar en mi casa. No me acostaba con ellas, simplemente les pagaba para poder dibujarlas; dibujar sus rostros, sus anatomías; para grabar con mi lápiz distintos dolores y gestos y ojos que me hacían sentir comprendido. Oía los pesares de las chicas, alguna que otra me confesó sus sentimientos hacia mí, pero las rechacé. Conocí a varios jóvenes hombres que también se prostituían, algunos que habían sido víctimas de Agatha me dijeron que terminaba deseándoles cuando encontraba a alguien más joven que ellos. Me dijeron que yo sería libre pronto...
No dudé de sus palabras. Decidí esperar. Estaba dispuesto a soportar la espera si era necesario, sin embargo, la muerte llegó a la puerta de Agatha más rápido de lo que había esperado. Un día, mientras caminaba en su jardín tras una lluvia, se resbaló y se golpeó en la cabeza. La muerte fue súbita y cuando me enteré, únicamente pude pensar que su manera de morir había sido ridícula.
Sabía que, aunque ella no estuviera, sus clientes no me dejarían marchar, por lo tanto, huí esa misma noche y retorné a París. Si mis maestros decían la verdad acerca de la carta de recomendación que me habían prometido, entonces huiría de aquel país hacia un sitio donde nadie me conociera y donde pudiera hallar paz.
Contacté con uno de mis profesores y me dijo que escribiría mi carta. Escogí la escuela de Bellas Artes de Viena y una semana después, me aceptaron. Le conté a mi padre para que supiera a dónde iba y visité a Marcielle para contarle la noticia.
"Entonces, maître, ¿se va a Viena?" me preguntó con una mirada melancólica pero con una sonrisa cálida y agradable.
"Quiero cumplir mi sueño. Quiero retomar los estudios y recuperar mi vida. El arte es todo el amor que conozco y comprendo, mon Ciel..."
Marcielle me abrazó y me dio un beso en la frente. Recibí su afecto como quien recibe esperanzas de volver a ser feliz.
"Iré a visitarle, maître." Me prometió.
"Y yo... Yo le esperaré" Le prometí yo.
"Espéreme durante los atardeceres y cuando me eche de menos, maître, encuéntreme en cielo."
Unas semanas después, me embarqué hacia aquella aventura. Tardé al menos dos semanas en llegar, pero me instalé y comencé a ir a clase, a vivir como me gustaba. Conocí a gente amable con la que formé lazos y expuse mis primeras obras de arte en un espacio más grande. Sentía que finalmente estaba logrando mis sueños... A mitad de año, mi padre se mudó conmigo. Quería empezar una nueva vida a mi lado y recuperarme como hijo. Le di una nueva oportunidad, sin embargo, los prestamistas nos encontraron y volvió a abandonarme.
Lo siento, hijo mío... Lo siento de verdad. Lamento haberte arruinado la vida nuevamente, pero lo compensaré. Te lo prometo.
Si no abandonas Viena, no te dejarán en paz. Ven... Ven conmigo a Joseon. Conozco a alguien que podría ayudarnos a recuperar todo lo que hemos perdido y volveremos a París para enterrar a tu madre en un sitio hermoso y propio.
Sufrí debido a él. No mintió cuando dijeron que no tendría una vida tranquila en Viena, por lo tanto, huí de la ciudad, pero volvieron a localizarme y me amenazaron de muerte si no les decía dónde se encontraba mi padre. Para obtener más tiempo, les mentí diciéndole que había huído a España, junté todos mis ahorros; empaqué mis cosas, y leí la última carta que me había mandado desde Joseon, en la cual me daba la dirección de la casa y el nombre de su mejor amigo. Me pidió que me quedara en la casa de Jeon Hanyeol durante, al menos, un año para estar a salvo, pues bajo la protección de su amigo, aquella gente no podría encontrarme ni dañarme jamás.
En diciembre de 1905, dos semanas antes de que me fuera, Marcielle me visitó. Le había contado que abandonaba el país y que me iba con mi padre. Estaba cansado de huir y de vivir de aquella manera. Lloré nuevamente y busqué consuelo en él.
"Siento que voy a volverme loco..." confesé mientras sollozaba "Estoy cansado... Estoy cansado, de verdad..."
"Huyamos juntos, maître" me dijo repentinamente. Le miré a los ojos; aquellas pupilas; a aquel océano que bajo la luz de las velas se volvió oscuro como la noche. "Sé que no me ama, pero podría hacerlo. Si estamos juntos... Yo... Yo puedo hacerle feliz. Quédese conmigo, huyamos juntos. Ahuyentaré todas sus pesadillas si tan solo me diera una oportunidad..."
"Marcielle... ¿Por qué? ¿Por qué...?" No pude formular mi pregunta, Marcielle me besó. Me robó un beso tan lleno de pasión y desesperación que me dolió tan solo sentir.
"Porque yo lo amo, maître. No creo que usted pueda comprender cuánto lo amo. He soportado verle con otras personas, he soportado que no pidiera mi ayuda y he soportado su dolor también. Estoy cansado de ser su amigo, ¡quiero ser algo más que eso! Por favor, maître... Por favor, Léon, mírame. Mírame esta vez. Ven a mí y ámame de una vez." Insistió. Derritiendo mi corazón con su mirada, él siguió insistiendo.
"Marcielle, yo no te amo."
"Entonces, finje que lo haces... Finje esta noche que soy la persona que has esperado todo este tiempo; finje que me amas y que el amor que me tienes te hace perder la cabeza. Finja que yo; que mi alma, mi corazón y mi cuerpo te vuelve loco."
Sus palabras bastaron para que yo le besara; para que diera el paso. Le robé un beso tras otro, incluida la respiración. Le desvestí como si me muriera de frío y quisiera su ropa o como si estuviera hambriento y quisiera probar su carne.
"Hazme el amor, maestro..." gimió. Su voz se convirtió en la brasa donde mi corazón por fin cedió. Acepté que le quería entonces; que me gustaba y que, quizás, también le amaba. "Haz de mí tu númen... Haz de mí arte."
Aquella noche, me acosté con él. Lo amé como quería y él me entregó su corazón, incluso después de que nos hubiéramos amado, se acomodó sobre la almohada y me miró con una sonrisa.
"¿Qué ocurre?" Le pregunté.
"Quisiera conocer Joseon, de donde vienen tus raíces".
Sonreí.
"No sé nada de Joseon, solamente las costumbres que mi padre me enseñaba."
"¿Ah, sí? Cuéntame alguna"
"Uhm... Pues existen varios sistemas culturales complicados de entender, como lo son el sistema de edad y el sistema de los nombres."
"¿Qué? ¿Un sistema de edad?" Preguntó muy curioso.
"La gente nace con un año cumplido. Cuando llegue allí, tendré un año más, culturalmente hablando... Bueno, realmente tendré dos, por haber nacido el penúltimo día de diciembre."
Marcielle frunció el ceño y se recostó a mi lado.
"Realmente suena complicado de entender. ¿Y qué me dices acerca del nombre?"
"Normalmente está compuesto por tres sílabas. El nombre patronímico es el primero, el cual ha sido heredado durante generaciones por los nobles señores feudales. El mío es "Kim", aunque no estoy seguro de qué región proviene, aunque lo más probable es que sea de Andong-shi. Después le sigue el nombre de pila, el cual está formado por dos sílabas; la primera suele ser generacional, es decir, según la generación de la que seas, se te es asignado un carácter hanja; la última sílaba es la que da el significado a tu nombre. El significado del nombre es algo muy importante." Le expliqué, él me oía con atención.
"¿Tienes un nombre en Joseon, entonces? ¿Cuál es?"
"Kim Taehyung. A mi generación le corresponde el hanja "Tae". Cuando vayamos a Joseon, si alguien que se aproxime a mi edad, se llama "Tae-algo", seguramente tengamos la misma edad" continué explicándole "Pero, claro... Es una tradición. Mi padre lo toma todo al pie de la letra, por supuesto, esto no es necesario. Seguramente hay gente de mi edad que no se llame "Tae-algo". "
"Me parece interesante, ¿sabes cuál sería la segunda sílaba de mi nombre si hubiera nacido en Joseon?"
"Bueno, realmente y aunque no tengamos la misma edad, somos cercanos, pero eres de la generación anterior... Así que... ¿Jeong? Sí, creo que serías Jung... "Jeong-algo"." Respondí.
"Jeong..." repitió mirando al techo. Pensando. "¿Y la otra sílaba? ¿Cómo se dice "cielo"?"
"Haneul."
"Demasiado largo. Dame opciones, por favor" se rió.
"Min, Hyun, Seok, Joon, Ho, Yeol, Guk..." le dije las últimas sílabas de nombres que conocía, pero me interrumpió de repente.
"¡Guk! Esa me gusta. Suena adorable... "Jeongguk... ¿Te gusta? ¿Crees que pueda llamarme así?" Me miró emocionado.
"Si te hace feliz, adelante."
"Me hace muy feliz... Enséñame a escribirlo, por favor".
Tomé un lápiz y un papel. Le enseñé el hanja y luego el hangul. Me dio ternura su reacción al ni siquiera poder replicar los caracteres de Qing.
"En otra vida, naceré en Joseon."
"¿Qué?"
"Y me colaré en tu nueva casa. Mientras tus padres no estén y estés pintando. Tú serás "Kim Taehyung" y yo... "Kim Jeongguk". Y aunque no recuerdes esta vida, cuando me veas, te enamorarás a primera vista de mí y pensarás «¡Oh! ¿Dónde lo he visto? ¿Por qué late así mi corazón?» como un déja vù. Y después me dirás que me quieres; que quieres que sea tu númen y yo te diré «quiero ser para usted lo que Tommaso Cavalieri fue para Miguel Ángel, maestro»"
Me reí de él, a carcajadas. Él no comprendió por qué me reía.
"Te daré mi promesa de amor, maestro... Mi promesa de amor que durará cientos de años, hasta que mi propia alma se consuma y se destruya" me dijo "Mi amor eres tú, aun si yo no lo soy, espero que Jeongguk lo sea alguna vez. Que sea el mejor amor que has tenido nunca."
Me dio un último beso en los labios y yo me dejé llevar, aceptando a Jeongguk en mi corazón.
Al día siguiente, me dijo que volvía a Francia. Quería asegurar un futuro en Joseon y despedirse de su esposa, quien sabía de su verdadera naturaleza. La quería, la estimaba y no quería despedirse con una carta. Me prometió traería sus riquezas en el barco que zarpaba desde Venecia y recorría el mar Adriático haciendo una parada en el puerto del Principado de Montenegro, donde yo debía subirme y después continuar el trayecto rodeando el continente africano hasta llegar al océano Índico.
"La próxima vez que nos veamos, Kim Taehyung, me dirás que me amas. Me dirás «J'taime»". Me dijo aquel día, cuando salió por la puerta y aquella fue la última vez que le vi.
Sin embargo, una semana después de su partida, a tan solo un día antes de zarpar, me enteré de la noticia de que el barco había naufragado debido a una tormenta. Se hundió y no se recuperó nada, ni siquiera un cuerpo.
Perdí a Marcielle aquel día. Perdí todo vestigio de Jeongguk. Él no me dejó nada que pudiera recordarle, tan solo la promesa de que volvería a mí algún día y yo me olvidé de él como olvidé toda mi vida después de mi muerte.
Aunque recuperé la memoria durante los años en los que Jungkook me dejó, he dejado de tener esperanzas de volver a encontrarme con Marcielle...
⊰✽⊱
— ¿No ha vuelto a pensar en él desde entonces? — le preguntó Miyeon.
Taehyung la observó y contestó con sinceridad.
— Sí, pensé en él cuando llegué a Joseon. Por alguna razón, tenía la esperanza de que desembarcaría en el puerto donde yo lo hice. Me quedé en la península durante dos días y lo esperé durante dos atardeceres, hasta que asumí que estaba muerto. Que ya no volvería. Como tampoco lo haría mi madre... Mi padre me encontró mientras observaba el segundo atardecer y me dijo que subiera a un bote hasta llegar la isla. Allí conocí a un hombre enviado por Jeon Hanyeol que me trajo hasta aquí. Cuando bajé del carruaje, observé al cielo recordando que nunca le hablé a Marcielle del sitio donde me estaría quedando; así que si estaba vivo, él podría recogerme y solo estaría unos días en la casa de Jungseok. Y cuando miré al cielo, vi a Jungseok mirándome desde su ventana... Aunque la amabilidad no me trajo nada bueno, tras entrar y conocer a tu abuelo, supe que tenía que ser amable con él... Porque él lo necesitaba. Entré aquí y jamás volví a salir.
Miyeon bajó la mirada.
— Hazme tu pregunta — le dijo Taehyung —, aquella que querías hacerme tras contarte mi historia.
— Si mi abuelo estuviera aquí, delante de usted, pidiendo ser amado de nuevo... Si el alma de Jeon Jungseok estuviera aquí; recordando todo el amor que vivieron juntos, pero con otro rostro, otro cuerpo y otra voz, usted... ¿Aceptaría volver a amar un corazón distinto pero con la misma esencia de quien se supone que fue su primer amor?
Miyeon se secó las lágrimas rápidamente y lo miró esperando su respuesta.
— He tenido tanto tiempo para pensar en eso; si aún amo a Jungseok... Mi respuesta es que siempre querré a Jungseok. Él ha sido mi primer amor, incluso si he sentido algo por Marcielle antes que por él; aquello no pudo desarrollarse y se quedó en el aire, sin embargo, todo lo que viví con Jungseok y por lo que morí, siempre será parte de mí. Pero el primer amor no siempre es el único.
— Ya veo...
— Sé por qué me preguntas esto, Miyeon-ah. Desde que eras muy pequeña, tuve la sensación de que te parecías a él en todos los aspectos imaginables que pueden existir. Si no estuviera muerto y estuviera hablando contigo; si no supiera que la muerte es una condena eterna y que las almas existen, me parecería descabellado imaginar que también la reencarnación existe, pero tú eres la prueba de ello... Jungseok.
Miyeon se sintió sorprendida y le miró esperando que dijera aquello que tanto esperaba oír.
— Quieres que te diga eso, ¿no? Que eres Jungseok. Que el sentido de tus sueños es que tu alma todavía recuerda el pasado junto a mí y después de mí. Por eso has venido a verme... Para lograr saber si de verdad existo o si fui una creación de tu mente para afrontar la pérdida de tu padre.
Miyeon tembló y luego lloró. Taehyung la abrazó con fuerza y la consoló, de la misma manera que Marcielle solía consolarlo a él.
— Perdóname si ya no puedo amarte como antes. Aún habitas en mi corazón y estás tatuado en mi alma — le dijo con suavidad y calidez mirando los ojos de la chica, pero hablándole al alma de Jungseok —. He muerto amándote, pero otro hombre me ha devuelto a la vida con su amor. Aun si mi tiempo con él ha sido breve, mi amor por Jungkook es eterno. Lo amo aún muerto. Lo amé durante todos los ayeres; lo amaré durante todos los mañanas. Y lo amaré cien años más a partir de hoy y de todos los hoy que puedan existir a lo largo de la eternidad.
— Entiendo... — respondió ella con una sonrisa en el rostro, sintiéndose aliviada; como si un peso de encima la hubiera abandonado.
— Y tú, ¿sientes que me amas?
— El alma de mi abuelo está teñida del pasado y del presente. Yo soy el presente. Aunque sé todo lo que ha sufrido y cuánto te ha amado y esperado, yo no puedo ser él. Tengo sus memorias y sé cosas que nadie más sabe acerca de él, pero yo no he sufrido, tuve un buen padre, una buena madre, conocí el mundo y estoy enamorada de alguien más. Para calmar la pena de mi abuelo, esta alma necesitaba oír que ya no podía seguir aferrada a un pasado que ya no existe.
— Eres una buena chica, Miyeon... Una chica tan amable y sabia.
Miyeon tomó su mano y sonrió diciéndole: — Prometo que voy a ayudarte. Prometo que voy a sacarte de aquí. Voy a sanar tu alma para que puedas irte en paz.
— ¿Pero cómo? Ni siquiera yo sé qué es lo que me retiene aquí. Creía que era el rencor que le guardaba a mi asesino, pero no...
— Por eso te he pedido que me contaras tu historia — sonrió ampliamente —. Ahora conozco tu temor a la soledad. Moriste sin que nadie se enterara de tu muerte; moriste solo en un lugar oscuro, húmedo y aterrador. Y tu madre y Marcielle, las únicas personas que creíste que llorarían por ti, murieron antes que tú y yu padre probablemente nunca ha sabido qué te pasó. Así que eso es lo que haré... Haré que la gente sepa quién eres y buscaré a tu familia para decirle lo que pasó. Incluso si en París no se hacen altares para honrar a los muertos, haré que coloquen una fotografía tuya en la pared — Taehyung sonreía al oír todas sus promesas — y tu padre... Si es que ha formado aquí una familia y ha vuelto a empezar de cero como te prometió, buscaré a tus sobrinos o a los hijos de tus sobrinos para que te tengan presente en sus oraciones y enciendan inciensos en tu nombre en un altar donde tu foto estará.
— Gracias, Miyeon.
— No hay de qué, mi señor.
— Ahora quiero que me cuentes la historia de Jungseok. Quiero saber qué le ha pasado después de mi muerte.
Miyeon suspiró. Se levantó de la cama y caminó hacia su maleta, de ella extrajo el cofre que Taehyung le había regalado en su cumpleaños.
— Este es el corazón de mi abuelo. Algunas de las cartas se han perdido, pero su vida y sus recuerdos siguen estando escritos en estos papeles. Siéntete libre de leer. Yo me prepararé el desayuno.
Miyeon salió de la habitación, dejando a Taehyung con el cofre y las cartas. Se quedó durante unos segundos en el pasillo y echó la vista hacia atrás para verlo tomar la primera carta y comenzar a leer.
Estuve todo el día escribiendo este capítulo, merezco un abrazo o algo. Un voto por haber escrito 12K palabras en un día.
Uf... 😮💨 me duelen los pulgares y los meñiques de tanto teclear y sostener el móvil AJSNDKSKS.
Buenooooo... En este capítulo han pasado muchas cosas. Hemos conocido el pasado de Taehyung, el cual fue turbulento, ¿os imaginábais que así hubiera sido su vida? Siempre he mencionado que su madre se suicidó y que tuvo que huir de Europa tras perder todas sus riquezas, pero ahora sabemos más cosas y hemos conocido a Marcielle, o a "Jeongguk" en otra vida.
¿Habéis captado la indirecta, cierto? 🙂
Me he esforzado en retratar el poco contexto histórico de la historia y también en calibrar las fechas para que haya coherencia (cosa que creo que no logré, por lo que si hay fallos, los arreglaré más tarde).
EL SIGUIENTE CAPÍTULO ES EL ÚLTIMO. SOCORRO. NO PUEDE SER... Pero hay un epílogo, así que todavía quedan 2 actualizaciones más.
¡Nos leemos! 🤗
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