10. Érase una vez, un amante muerto de amor.
1974.
Le resultaba difícil comprender cómo podía sentir la sensación de asfixia aun estando muerto... Pero eran esos días, de su eterna existencia, en los que su pecho sangraba y el alma le dolía más que la propia muerte.
Habían pasado dieciséis años desde que descubrió que había muerto hace más de sesenta y ocho años, y que el hombre del que se había enamorado, no era nadie más que la viva imagen de aquel primer amor que lo sentenció a muerte; sin embargo, aunque el rencor y la ira habían consumido a Taehyung durante todos esos años que pasó en la oscuridad, nunca pudo odiar a Jungseok... ni a ese hijo suyo que también amó; a pesar de todo el odio que le tenía al resto de su familia y al mundo entero, Taehyung era incapaz de pensar en Jungseok, o en Jungkook, como su verdugo y su condena.
Lo único que conservaba de Jungkook, era un pequeño boceto a carboncillo que había dibujado antes de que se fuera. A pesar de que se lo habían arrebatado todo; sus lienzos, sus libretas y sus materiales de dibujo, Taehyung se esforzó en seguir viendo a su amado en los trazos de aquel dibujo, pero sentía que su recuerdo se veía distorsionado porque nunca pudo concluirlo.
Y mientras el pecho le sangraba, solía observar el rostro de su amor y rezar para que algún día... retornase a él.
Mientras se retorcía de dolor sobre el charco de su sangre, repetía constantemente: «Oh, mi Morfeo... Tengo miedo... Temo de las pesadillas en las que tú no estás; por favor, mi dulce Sueño... Regresa a mí...» con la esperanza de que Jungkook cumpliera su promesa y apareciera delante de él para salvarlo de sus pesadillas, tal y como le dijo que lo haría.
Esperaba, pacientemente, sentir la arena mágica sobre sus párpados y soñar tranquilamente. Incluso si había pasado dieciséis años aguardando por él, jamás perdió la esperanza de volverlo a ver.
Aquel día, mientras el ensordecedor sonido de la soledad lo sometía al desmedido dolor de la existencia eterna, Taehyung tarareaba una canción. A veces, era lo que mejor sabía hacer, cuando no tenía fuerzas para desahogarse en el piano, para sobrellevar el vacío que sentía. Entonces, Lacrimosa fue interrumpida por un extraño sonido que provino del exterior.
Era algo tan inusual que pudo oírlo incluso estando en el piso más alto de la casa. Tanta fue su sorpresa, que se incorporó y salió arrastrándose del desván. Después bajó las escaleras haciendo tanto esfuerzo que, cuando llegó a la planta baja, observó a Youngyi mirando a través de la ventana; la expresión de su rostro le pareció intrigante.
— ¿Qué... sucede, Youngyi?
— Es él... — murmuró — Ha vuelto... a casa...
Taehyung no lo comprendió al instante, pero tras oír aquella voz, su pecho dejó de sangrar. De eso se dio cuenta, y mientras observaba su herida, escuchó una voz infantil que parecía decirle a su acompañante:
— ¡Papi, papi! ¡Esta casa parece un castillo! ¡Mira, papi, soy la princesa de este castillo! ¿Verdad, papi? ¿Verdad, verdad?
— Sí, mi pequeña flor de loto... Lo eres.
Taehyung observó la figura de un hombre cuando las puertas se abrieron, la luz le cegó durante un instante y debido a su estado, no pudo visualizar bien el rostro que tenía delante.
— ¿Jungseok...? — murmuró.
La niña ingresó corriendo, rodeando a Taehyung, a quien le golpeó la realidad de repente y la vio dirigirse hacia el piano de la sala contigua a la escalinata.
— ¡Miyeon-ah, no corras, puedes hacerte daño! ¿Vale, cariño? — exclamó Jungkook para que su hija pudiera oírle.
Taehyung volvió a observar al hombre que tenía delante y se dio cuenta de quién era en realidad, pero antes de que pudiera decir algo, se fijó en el anillo de bodas que tenía en el dedo.
— Jungkook, ¿dónde dejo tus materiales? — preguntó una joven que ingresó unos segundos después. También llevaba un anillo de bodas en el dedo.
— En el desván, Sana.
— Vale — contestó con una sonrisa —, se lo diré a los chicos.
Cuando la joven volvió a salir al exterior, Taehyung la vio perderse en la niebla. Sabía que no había niebla realmente, pero quiso saber en qué estación estaban.
— Mi querido... Jungkook... — murmuró Taehyung tratando de tocarlo, con las lágrimas cubriendo sus ojos — Has vuelto...
Sin embargo, antes de que pudiera tocar su rostro, Jungkook decidió ir en busca de su hija cuando oyó que estaba tocando el piano. Dio unos pasos, y atravesó el cuerpo espiritual de Taehyung como si fuera aire, o una ráfaga de viento, o los rayos de luz que se cuelan a través de la ventana.
Taehyung se sintió tan extraño, como si el mundo se destruyera a su alrededor... Pues Jungkook ya no podía verle, oírle y mucho menos... tocarle.
Taehyung ya no existía para él.
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