La Bella y la Bestia (Parte 1)
Érase una vez...
Un reino lleno de colores y riquezas, liderado por un reciente heredero al trono. Un joven de belleza hegemónica, casi irreal. Que contaba con una fuerza envidiable y una personalidad influyente.
El pobre chico a sus apenas diez años había perdido a su madre ante una enfermedad letal de aquella época, en la cual aún la medicina no era tan avanzada como para encontrar una cura.
Ahora a sus dieciocho volvía a pasar por la misma desgracia. Esta vez la piadosa muerte se llevaría a su padre en una de sus tantas aventuras.
Estos hechos permitieron que el príncipe se dejara consumir por las aberrantes emociones humanas como la avaricia, el egoísmo y la arrogancia.
A sus súbditos realmente no les importó mientras tuvieran a alguien bajo la corona. Además, el muchacho comenzó a organizar grandes fiestas en el palacio llenándolo de festines e invitados, pero con una única regla a seguir:
Cada invitado debe ser de belleza pura y traer consigo algo de valor para poder ingresar.
Y así pasaba sus noches danzando, bebiendo y disfrutando con cada damisela que se le acercara. Aunque sin sentir ni un gramo de amor más que el propio.
Hasta que una noche...
Una fuerte tormenta azotaba el reino mientras dentro del palacio nadie se inmutaba de ello.
Entonces las enormes puertas del castillo se abrieron dejando ver a un hombre de edad avanzada, intentando cubrirse del frío con una fina capa de tela vieja.
El príncipe al ver esto le exigió al hombre saber por qué había ingresado a su palacio sin invitación alguna y de una forma tan maleducada. A lo que el pobre anciano le respondió que buscaba refugiarse de la tormenta.
El joven lo observó con una sonrisa burlona, está de más decir que ya se había pasado un poco con las copas de vino. Y le preguntó al mayor si tenía algo de valor para ofrecerle a cambio de su "humilde" hospitalidad.
El anciano respondió que solo llevaba una Amapola Roja consigo, que si podía aceptarla.
Pero el príncipe se burló de él y le dijo que se fuera por donde vino.
Un grave error.
De pronto, la figura masculina comenzó a cambiar con una resplandeciente luz delante de los ojos de todos los invitados. Muchos salieron huyendo cuando el anciano flotó y sus vestimentas fueron reemplazadas por unas más delicadas de color morado.
El desconocido se trataba de un gran hechicero que había engañado a todos.
Incluyendo al príncipe.
Entonces, con su mano derecha apuntó al joven que se mantenía perplejo delante suyo.
— No veo bondad en tu corazón, no hay ni una pizca de humanidad... —Recitó el hechicero mientras una luz morada se desprendía de su mano para envolver al muchacho.— Eres una Bestia por dentro... Y ahora también lo serás por fuera.
El chico no podía entender lo que estaba pasando hasta que su cuerpo empezó a sentir dolor y a deformarse.
Sus lujosas vestimentas se rompieron a la vez que su cuerpo era cubierto por un pelaje oscuro. De sus dedos se asomaron unas afiladas garras y sus dientes se volvieron colmillos.
Eso no fue lo único que cambió. El reino también se volvió helado y sin color.
El príncipe gritó por piedad pero el hechicero no lo escuchó. Aunque sintió algo de pena por él...
Así que le dió una oportunidad.
Le prometió que la maldición que había arrojado sobre él se rompería con una condición:
Debía encontrar a alguien que lo amara tal y como era. Alguien que le diera una muestra de Amor Verdadero.
Pero debía lograrlo antes de que la Amapola, anteriormente ofrecida se marchitara dejando caer hasta el último pétalo rojizo...
~ • ~
— ¡Buenos días, Roier!
— Buenos días, Ramón. —Saludó el joven de cabellos castaños cuando se cruzó con el infante.— ¿Cómo anda mi niño favorito?
El menor comenzó a seguirlo mientras observaba con curiosidad el libro que tenía el mayor en sus manos.
— Muy bien. Anoche perdí un diente de leche y Papá dijo que lo iba a buscar la rata de los dientes.
Roier soltó una pequeña risa por la inocencia ajena.
— Se le dice "Ratón".
— Es lo missssmo. —Se defendió el niño de bigote pintado por encima de sus labios. Se supone que era su manera de aparentar "más edad". De repente señaló el libro que llevaba.— ¿Qué es eso?
— Oh ¿Esto? —Levantó el objeto de tapa dura.— Es un libro de maravillosas historias.
La confusión se plasmó en el rostro del niño.
— ¿Y tú lo lees? ¿Cómo hace Tallulah con su tarea?
— Sí, aunque más por diversión.
— ¡¿Por diversión?!
Roier volvió a reír despeinando el cabello del más bajo.
— ¿Por qué mejor no vuelves con Fit? Tu padre debe estar buscándote como un loco.
— Ugh, está bien. Solo porque leer libros es aburrido...
Entonces el niño abandonó al joven bajo la discreta mirada de los demás pueblerinos. Pues, además de chismosos, todos estaban intrigados por Roier.
El muchacho hace pocos días había cumplido sus dieciocho años pero hasta ese momento no había cambiado en nada.
Seguía metido en sus libros de fantasía, en el arte culinario y en ayudar a su padre con su trabajo.
Foolish era un inventor que en su juventud usaba su creatividad y destreza para construir increíbles obras de arte, como la estatua de un gran dragón o la imponente imagen de un hechicero, el cual él juraba haber visto una vez. Pero nadie le creía.
Excepto su hijo, Roier. Él amaba escuchar las asombrosas historias de su padre y no lo trataba de demente como lo hacían los demás en el pueblo.
Incluso hoy en día lo ayudaba con sus invenciones para poder venderlas a los mejores postores y vivir de ello.
Pero Roier debía conseguir un empleo. O casarse con una hermosa damisela de alguna familia de alto status. Eso era lo que decían los vecinos.
Pero el chico estaba más que bien ayudando a su padre y gozando de la literatura proveniente de la vieja biblioteca.
Para Roier, dieciocho era muy poco para casarse y formar una familia. Teniendo en cuenta que por el momento no había ninguna persona que le interesara más que personajes ficticios de sus libros favoritos.
Oh, pero para los pueblerinos esa era edad suficiente para ya mínimamente tener tres hijos.
¡Qué locura!
Sin embargo, si Roier quisiera, ya estaría casado. Pues las ofertas no eran pocas justamente. Tanto de mujeres como de hombres porque el chico tenía una belleza inigualable. Por eso algunos lo llamaban:
El Guapo.
— Buenos días, señor Halo. —Saludó al hombre de anteojos que estaba acomodando una repisa de la biblioteca.— Vine a devolverle el libro que tomé el Viernes.
— ¡Oh! Roier. No es una sorpresa verte por aquí pero siempre es grata tu presencia. —El bibliotecario se acercó al joven para tomar el libro que le extendía.— Con que "Romeo y Julieta". ¿Qué te pareció el final?
— Terriblemente trágico. Lloré como una Magdalena. —Respondió Roier apoyándose en el escritorio frente suyo y soltando un largo suspiro.— Pero la manera en la que retrata ese amor puro en palabras es maravillosa. ¿Tienes más libros de este hombre?
— ¿Shakespeare? Lamento informarte que no. Es el único que tengo.
— Y... ¿Podrías traer más?
Pidió batiendo sus pestañas y sosteniendo su rostro con ambas manos mientras que sus codos se mantenían sobre el escritorio. Era una imagen adorable.
Pero BadBoy Halo hizo un gesto de asco y le dió un pequeño golpe en la frente con el mismo libro provocando que Roier soltara un quejido.
— No me hagas ojitos. Estoy casado.
— Ay ni quién te quisiera pendejo. Solo Skeppy está tan loco.
El hombre rodó los ojos y lo ignoró.
— Respondiendo a tu petición: No, no puedo.
— ¿Por qué no?
Bad soltó un suspiro y tomó nuevamente el libro para acomodarlo en la repisa correspondiente.
— Los navíos solo están transportando alimentos y materiales primarios. A nadie le importa la literatura en este punto...
Roier resopló y dejó caer su cabeza sobre sus brazos.
— Odio este pueblo.
— Quizás no lo odiarías tanto si consiguieras una pareja. —Roier resopló aún más fuerte.— Oh, por favor Roier. Es hora de sentar cabeza.
— No pienso casarme, olvídalo. Prefiero morir viejo, solo y con una manada de gatos. —Dijo con molestia, luego le clavó una mirada de sospecha al mayor.— ¿Por qué ese repentino interés de casarme?
El bibliotecario jugó con sus dedos de forma nerviosa.
— Pues... ¿Recuerdas a Cellbit?
— Oh, no.
— Oh, sí.
Cellbit era uno de los tantos pretendientes de Roier. En realidad, era el más decidido, terco y confiado.
El hombre era un aventurero, investigador y cazador. Siempre estaba de un lado a otro descubriendo nuevos lares, resolviendo enigmas y trayendo consigo algún "premio" para aumentar su Gran autoestima. Estos premios a veces consistían en cabezas de animales extravagantes o hermosas pieles.
Una vez intentó regalarle una a Roier pero éste casi se desmaya al ver la piel de un Oso blanco en frente suyo.
Y por más que Roier lo rechazara una y otra, y otra, y otra vez. Cellbit lo seguía intentando.
Honestamente, Cellbit era un buen partido. Guapo, fuerte, lleno de fortunas, etc.
Lo único malo es que no era para él.
Roier no quería un "fanático" como pareja. Quería alguien con quién compartir sus gustos y hazañas. Alguien que fuera diferente a él pero que encajara tan perfectamente a la vez. Alguien con quién formar una hermosa historia jamás leída.
Y que tuviera su propia personalidad sin depender de él...
Pero esa persona solo existía en sus libros.
— Está de vuelta en el pueblo... Y anda buscándote.
— ¡Mierda! ¿Es que no se cansa?
BadBoy tomó otro libro y nuevamente le propinó un golpe con el.
— ¡Lenguaje!
Roier se sobó la zona afectada murmurando maldiciones y se recompuso.
— Está bien. Gracias por esa información. Ahora sé que debo esconderme de él.
— Roier...
El hombre estuvo a punto de regañarlo cuando el joven abandonó el lugar.
Pero cuál grande fue su sorpresa cuando Roier pudo divisar a Cellbit a unos metros de él. Y claro, Cellbit también lo notó.
"Ahh valió verga."
Rápidamente Roier disimuló que no lo había visto de una manera muy sobreactuada y comenzó a dar pasos veloces hacia su hogar pero era muy tarde.
De unas cuantas zancadas, el Brasilero se puso en frente suyo deteniendo su caminar.
— ¡Roier!
— Ahh, Cellbit...
De pronto el aventurero se arrodilló llamando la atención de los transeúntes y tomó una de las manos del jóven para dejar un beso en el dorso de la misma.
Roier sonrió incómodo y quitó su mano frunciendo ligeramente su semblante.
— Mi Lindo, Guapito, Precioso-
— Sí... También es un gusto verte...
Murmuró conociendo perfectamente cada palabra que diría el mayor.
"Te traje un regalo." Pensó Roier que diría el mayor.
— ¡Te traje un regalo!
Exclamó Cellbit en ese momento.
Dios, era tan predecible.
— ¿Ah, sí? Ni me lo esperaba. Para nada.
Cellbit se puso de pie y chasqueó sus dedos. De repente un hombre de cabello largo rubio y prominente barba llegó a su lado con un ramo de flores azules.
El aventurero tomó el exagerado ramo y se lo entregó al castaño.
— Para ti, Guapito. Una muestra más de mi gran amor por ti.
Su pretendiente le hizo una reverencia seguido de su amigo, aunque este fue más dudoso.
Roier soltó una risa nerviosa con el ramo entre los brazos, el cual tapaba un poco su vista de lo grande que era. Y luego volteó a ver a su alrededor notando como varios pueblerinos pararon lo que estaban haciendo solo para ser expectantes de la reacción del muchacho.
— E-ehh gracias, Cellbit. Es muy bonito... —El nombrado levantó su mirada con una gran sonrisa llena de esperanza.—... Pero no, gracias. No puedo aceptarlo.
Entonces le devolvió el ramo antes de abandonarlo allí con una expresión decepcionada.
Pero no. Esta vez no se le podría escapar al Gran Cellbit.
— ¡Roier, espera!
Pidió corriendo detrás de él luego de dejarle el ramo a su amigo Forever.
— Lo siento, Cellbo. Tengo que... Ehh... Alimentar a las gallinas.
— Tú no tienes gallinas.
— ¡Caballos! Caballos, sí. Eso dije.
Estaba a punto de llegar al portón de su hogar cuando sintió un fuerte agarré en su muñeca que lo hizo voltear. Y allí estaba Cellbit de nuevo.
— Guapito, escúchame. —Oh, no. Ahí va de nuevo.— En mi largo recorrido he descubierto toda clase de lugares nuevos, animales asombrosos y personas maravillosas. Pero en todo ese tiempo no he dejado de pensar en ti...
Por primera vez, Roier decidió prestarle atención.
—... En tus cualidades, tu belleza e inteligencia. En la forma en la que me rechazas una y otra vez dándome más ganas de intentarlo. Solo te pido una oportunidad, mi Guapito. Y prometo no fallarte. —Roier lo dudó por un momento pero al instante se arrepintió de hacerlo.— Imagina como sería nuestra vida de casados. Yo llegando a casa con lujos para ti y tú cuidando de los niños.
Inmediatamente el castaño se deshizo del agarre con un movimiento brusco y miró a Cellbit con incredulidad e indignación.
¿Ama de casa? ¡¿Lo veía como un simple cuidador de niños?!
— Escúchame bien porque es la última vez que lo repetiré. —Ahora sí esperaba que la ilusión del mayor se esfumara.— Yo nunca me casaría con un hombre como tú ni aunque me pagaran. Así que ve consiguiendo a otra persona porque Ese no voy a ser yo.
Con cada palabra se iba acercando cada vez más al hombre a tal punto de intimidarlo. Hasta que terminó de hablar y se dió la vuelta para entrar a su hogar.
El Brasilero lo observó perplejo mientras su amigo llegaba a su rescate.
— ¡Cellbit! ¿Te encuentras bien?
Preguntó Forever aún sosteniendo el arreglo de flores.
— Él me rechazó... Otra vez.
Murmuró con vergüenza y su amigo resopló.
— Él se lo pierde. Vamos amigo, hay que beber un poco.
~ • ~
Roier apoyó su espalda sobre la puerta ya cerrada y soltó un largo suspiro.
Al menos esperaba que finalmente se rindiera.
— Uhh... Eso debió doler.
La voz de su padre lo sacó de sus pensamientos haciendo que le de una mala mirada.
— ¿Estabas escuchando como acosaban a tu hijo y no hiciste nada?
— Corrección: Estaba escuchando como mi hijo ponía a un idiota en su lugar.
Contestó Foolish mientras se le escapaba una pequeña sonrisa por las comisuras.
El hombre estaba terminando uno de sus aparatos. Este consistía en un objeto con la apariencia de un reloj pero que supuestamente podía guiarte mejor que un mapa.
Le llamaba Brújula.
— ¿Necesitas ayuda con eso?
— No, mi niño. Ya he terminado. —El mayor dejó su invención en la mesa y se puso de pie buscando su maleta.— La Redstone que haz conseguido en la feria fue de suficiente ayuda.
Roier hizo una mueca cuando su Padre logró encontrar su maleta comenzando a guardar sus objetos allí.
— ¿Ya tienes que irte?
Foolish cerró la valija y observó a su hijo con pena.
El chico tenía sus cejas fruncidas e inclinadas hacia arriba de forma preocupada. También su labio inferior estaba más expuesto en una especie de puchero no intencional.
Entonces el hombre mayor se acercó a él, elevando su mano para acariciar los cabellos castaños.
— Sí, pero volveré cuando menos te lo esperes. Tengo que ir al navío en la costa para poder vender mis artefactos. —Explicó esperando que su hijo entendiera su ausencia. Y agregó— Ya nos estamos quedando sin recursos, Ro.
"Es hora de sentar cabeza." Pensó Roier en las palabras de su amigo bibliotecario y tenía algo de razón. Ya había llegado a una edad razonable para buscar un trabajo y ayudar en la casa.
No podía seguir siendo una larva.
— ¿Qué tal si comienzo a trabajar en las minas? Eso nos beneficiaría mucho ¿No?
Ofreció pero su padre rápidamente negó tomando su maleta.
— De ningúna manera voy a permitir que mi hijo desperdicie la mejor parte de su vida dentro de unas cuevas peligrosas.
— ¡Pero Papá!
El hombre salió por la puerta seguido por el menor con dirección a los establos.
— Ya habrá tiempo para esas cosas. ¿Sabes lo que me haría más feliz? —Foolish ya tenía su caballo preparado para el largo viaje, solo acomodó la montura y tomó las riendas. Roier asintió esperando la respuesta.— Que encuentres el amor.
Entonces su hijo rodó los ojos.
— ¿Qué? En algún momento tiene que pasar. Quizás no ahora, ni en unos días. Pero me gustaría que encontraras a alguien con quién compartir tu vida. —Explicó con una sonrisa divertida ante la automática reacción de su hijo a la palabra "amor".— No puedes seguir cuidando de este viejo loco y tonto.
Roier soltó una risa nasal pero al instante fingió enojo.
— ¡Ey! Mi padre no es un loco. —Corrigió al propio hombre.— Tonto quizás.
Foolish rió por la ofensa y finalmente se subió al caballo.
— ¿Qué quieres que te traiga del viaje?
Esa pregunta ya era una costumbre entre los dos. Así que Roier se quedó pensativo por unos segundos.
— Mm Amapolas...
—... Rojas. —Finalizó la frase de su hijo.— Siempre pides lo mismo.
— Y tú siempre lo consigues.
Foolish movió las riendas y el caballo comenzó a caminar a la entrada del establo. Roier no dudó en seguirlo, cerrando el portón detrás de él.
— Regresaré pronto. Cuida de la casa y cuida de ti mismo.
— ¡Sí, papá! Por favor, ten cuidado.
Pidió Roier sintiendo un horrible presentimiento en el pecho, aunque lo confundió con mera preocupación al saber que el viaje era algo hostil.
Su padre debía pasar por el bosque invernal. Así le llamaban ya que esa zona siempre era fría y oscura.
— No te preocupes. En tres días estaré aquí de vuelta.
Foolish guiñó un ojo hacia él y luego golpeó las riendas para que el caballo cambiara sus pasos lentos a galopes rápidos.
"Tres días" pensó Roier mientras veía la figura de su padre perdiéndose en el atardecer.
"Tres días..." se repitió mentalmente la primera noche para poder dormir tranquilo.
"¡Tres días!" se animó a sí mismo cuando se cumplió el plazo y esperó a su padre en la entrada del establo.
— Cuatro...
Contó en voz alta cuando el viaje se alargó un día más de lo esperado.
No quería preocuparse aunque era inevitable. Pero a veces los viajes se alargaban porque su padre no podía vender todos sus artefactos.
Quería pensar que había pasado lo mismo esta vez mientras nuevamente leía "Romeo y Julieta".
Pero algo andaba mal...
Al quinto día sus sospechas se confirmaron cuando Leo, el caballo, regresó solo y asustado.
— ¡Leo!
Exclamó intentando calmar al animal pero era imposible.
Leo no dejaba de relinchar y moverse de un lado a otro.
— ¡Leo! ¡Cálmate! —Roier se acercó y trató de acariciarlo pero el caballo no se dejó. Entonces el joven fue más firme.— ¡Cálmate o te convertiré en carnitas para la cena!
A los segundos de escuchar eso el caballo se congeló en su lugar.
— Buen chico.
Roier ató al caballo en una valla y se adentró rápidamente a su hogar.
Era casi obvio que había pasado algo con su padre, sino el caballo no regresaría de esa forma. Leo nunca abandonaría a Foolish.
Pero Roier no iba a quedarse allí sin hacer nada. Claro que no.
El joven entró al taller de su padre y rebuscó entre las tantas cosas que tenía ahí para encontrar lo que quería.
Una espada de hierro aún en su vaina.
Se la colocó en la cintura y salió corriendo a dónde lo esperaba el animal para soltarlo. Luego subió a su lomo y tomó las riendas con fuerza.
"Espérame, papá."
— ¡Llévame con él!
Exigió al caballo para después azotar las riendas y dejar que galopara hacia la misma dirección en la que se había ido Foolish la primera vez.
~ • ~
El camino fue algo difícil.
Casi se pierde entre tantos árboles oscuros. Y aún peor cuando cayó la noche. Sin embargo logró llegar a un reino olvidado.
Cuando salió del bosque se encontró de frente con la imponente imagen de un gran castillo. Nunca lo había visto ni tampoco había oído de él.
Pero tenía una rara sensación… Como si alguien lo estuviera observando en ese mismo momento.
El maletín de su padre botado en la entrada era suficiente para saber que se encontraba allí. Así que se armó de valor, bajó del caballo y empujó las enormes rejas para poder entrar.
— Quédate aquí, Leo.
Le susurró al caballo que ya se veía nervioso.
El lugar era gigante pero parecía abandonado. Un incesante frío envolvía al palacio lo cual provocó que Roier temblara. Debió haber llevado un abrigo consigo pero estaba tan preocupado que solo pensó en la espada.
Mientras se iba acercando a la puerta principal del castillo, el sentimiento extraño de que alguien lo observaba volvió…
Roier levantó su mirada dando con una de las torres más altas del lugar. Alguien podría estar viéndolo desde allí pero había tanta oscuridad que no podía percibir quién o qué era.
"No es momento para acobardarse."
Tenía que encontrar a su padre.
El palacio se veía aún más grande por dentro, pero más aterrador. Aunque no parecía tan abandonado después de todo. Los muebles estaban sorprendentemente impecables. Hasta algunas decoraciones estaban relucientes.
Había alguien allí. Estaba seguro.
— ¿Papá?
Preguntó causando un eco.
Pero no hubo respuesta. Más bien unos murmullos desconocidos a sus espaldas así que sin dudarlo desenvainó la espada.
— Es un príncipe...
— No, no parece un príncipe...
— ¿Qué importa? Es un joven muy bello...
— ¡¿Quién anda ahí?!
Exclamó apuntando su espada hacia donde provenían los sonidos pero solo se encontró con un candelabro negro con retoques rojos y una estatuilla de un conejo.
Se quedó mirando ambos objetos con confusión pero algo más llamó su atención.
— ¡Roier!
¡Era la voz de su padre!
— ¡Papá! ¡¿Dónde estás?!
Exclamó desesperado, comenzando a subir las largas escaleras pues el grito de su padre provenía de arriba.
— ¡No, Roier! ¡Vete de aquí!
Roier no se detuvo a pesar de las advertencias de su padre, ni siquiera les prestó atención. Solo subió de prisa hasta la torre más cercana para encontrar a su padre encerrado detrás de unas rejas.
Como si estuviera encarcelado.
— ¡Padre! ¿Qué ha pasado?
Preguntó con angustia al ver la imagen descuidada del hombre mayor.
Sus vestimentas estaban sucias, contaba con varias heridas en el rostro y en las manos. Y ni hablar cuando comenzó a toser.
Estaba enfermo.
— ¡Roier, no! ¡Tienes que huir de aquí! —Su padre se veía espantado. Cómo si hubiera visto a un fantasma. Y su voz se entrecortó con otro ataque de tos.— ¡Ahora!
— ¡¿Estás demente?! ¡No pienso dejarte aquí! —Roier estaba agarrado de los barrotes y comenzó a observar por el lugar para buscar alguna forma de ayudar a su padre.— ¿Papá, quién te hizo esto?
Entonces un estruendo se escuchó en la oscuridad de las celdas.
Roier volteó hacia dicho lugar y alzó su espada con miedo.
— No, Roier, no. Él está aquí. Tienes que irte.
Susurró el hombre intentando alertar a su hijo. Pero él estaba dispuesto a correr el riesgo acercándose a la zona con tal de salvarlo.
Las fuertes y lentas pisadas se hicieron presentes mientras que Roier estaba completamente listo para atacar al culpable.
Y de pronto una grave voz se hizo escuchar junto a la imagen de dos amatistas brillando en las sombras.
— No tenés permiso para estar acá.
Roier tragó en seco pero sostuvo su espada elevada.
Sea quien sea, su simple voz ya era demasiado intimidante. Pero aún así, Roier tuvo las agallas para hablar.
— ¿Tú eres quien encerró a mi padre aquí? ¡Muéstrate!
El desconocido soltó una risa cínica.
— Tu padre es un invasor que está pagando las consecuencias de sus nefastos actos para siempre.
El menor frunció el ceño y giró hacia Foolish.
— Una tormenta me atrapó, los lobos me rodeaban y quise refugiarme aquí-
Intentó explicar el pobre hombre pero fue interrumpido por la voz desconocida.
— ¡Silencio! —El grito retumbó en cada muro de la vieja torre y Roier no pudo evitar estremecerse. Pero tenía que hacer algo ya.— Vete antes de que sufras el mismo destino que él.
Ahora el amenazante sujeto se había dirigido a él.
Pero primero muerto antes que abandonar a su padre.
— ¿Cadena perpetua por entrar a un lugar? ¿Qué clase de monstruo eres? —Enfrentó al desconocido y por alguna razón, al parecer el apodo hizo que la mirada morada se sorprendiera pero rápidamente volviera a su semblante furioso.— ¡Muéstrate ahora!
Roier esperaba que un horrible hombre saliera de las sombras. Pero en cambio fue algo muy diferente.
— ¡NO!
Su padre gritó pero era muy tarde.
Un fuerte gruñido se escuchó y antes de que el castaño pudiera reaccionar, un enorme animal de pelaje negro saltó de la oscuridad empujándolo contra uno de los muros y provocando que dejara caer su espada por las escaleras.
Roier había cerrado los ojos por el susto y cuando los volvió a abrir, allí estaba.
Una gran Bestia en frente suyo acorralandolo.
El chico ahogó un jadeo de terror mientras el animal acercaba sus filosos colmillos a él.
— ¡DÉJALO! ¡DÉJALO EN PAZ, SALVAJE!
Una roca chocó contra el cráneo de la bestia haciéndolo soltar una queja.
Entonces el animal soltó a Roier dejándolo caer al suelo para voltearse a ver al padre del joven.
— ¡SEGUÍ HACIENDOTE EL VIVO Y VOY A DEVORAR AL PELOTUDO DE TU HIJO EN FRENTE TUYO!
— ¡ÉL NO HIZO NADA!
Mientras su padre y el animal discutían con los barrotes de por medio, Roier pudo salir de su asombro y miedo, comenzando a analizar la figura de la "Bestia".
Se veía idéntico a un Oso negro con la diferencia de que era mucho más grande, su cuerpo era algo "humanoide" al igual que sus ojos.
La parte de la nariz y la boca era blanca, y vestía una capa oscura.
Ah, y hablaba.
Definitivamente no era un animal cualquiera.
Pero no era momento para ponerse a pensar en criaturas fantasiosas y sus orígenes. Tenía que rescatar a su padre.
Así que disimuladamente comenzó a gatear hasta donde se encontraba su espada, y cuando estuvo a punto de tomarla. Algo agarró su pie y lo arrastró hacia atrás hasta elevarlo dejándolo de cabeza.
— De tal palo, tal astilla. —Dijo la bestia en un gruñido.— Es igual de estúpido que vos.
Una de las comisuras de la Bestia, Oso, ¿Abominación? Se levantó con una sonrisa burlona.
Un animal le estaba sonriendo. Perfecto, ¿Qué droga había consumido?
Ah, pero el monstruo podía ser muy gigante e intimidante y aún así Roier se sintió ofendido por el insulto a lo que respondió dándole un golpe en el hocico.
El oso maldijo y soltó al menor dejándolo caer una vez más.
Roier no se iba a dejar insultar por un tlacuache gigante. No, claro que no.
Rápidamente se puso de pie en una posición defensiva.
— ¡Deja ir a mi padre ahora!
Exclamó el joven pero recibió otro gruñido como respuesta.
El Oso se acercó una vez más tomando al chico por su camisa blanca desgarrando la misma con sus garras.
Roier jadeo y puso sus manos en la pata del animal mirándolo con miedo de saber su próximo movimiento.
Ahora se arrepentía de su mala costumbre de enfrentarse a cualquier cosa sin medir las consecuencias.
Pero cuando la Bestia hizo contacto visual con él, algo cambió en su mirada. Roier no sabría decir qué pero lo siguiente que pasó fue que la Bestia lo soltó.
— Si querés salvar a tu padre, podes tomar su lugar. —Dijo el Oso mientras se acercaba a la celda para bajar una palanca y abrir las rejas.— Y es la única oportunidad que les voy a dar.
Roier estaba más que confundido con esa reacción pero rápidamente corrió hacia su padre rodeándolo con sus brazos.
— Si intentan escapar, voy a matarlos a ambos.
El joven lo ignoró mientras tomaba el rostro de su padre.
— Papá, ¿Cómo te sientes?
— Estoy bien. No tienes que preocuparte por mi. ¡Debes volver a casa!
— No voy a dejarte aquí.
Foolish tomó a su hijo por los hombros con un semblante serio.
— Roier, esto no es una broma. Él es capaz de matarnos a los dos... —Murmuró dándole una rápida mirada al animal que vigilaba la situación.— Por una vez te pido que hagas lo que te digo. Eres muy joven para pasar tu vida aquí o... Morir. Y de ninguna manera voy a permitir eso.
— Pero papá-
— No, Roier. Déjame aquí y vete.
Roier no podía creer que su padre estuviera rindiendose así. Entonces volteó a ver a la Bestia.
¿Tan cruel podía ser?
Luego bajó la mirada a su camisa rota. Era una suerte que las garras no hubieran traspasado la piel.
Y por último fijó su vista en su padre antes de tomar una profunda bocanada de aire y una decisión.
— Está bien. Lo haré.
Su padre se relajó al fin y volvió a abrazar al menor.
— Te quiero mucho, mi niño. —Foolish dejó un beso en su sien y luego susurró— Te prometo que encontraré la forma de escapar de aquí.
— Sí... Yo también.
— ¿Qué?
En un rápido movimiento, Roier empujó a su padre fuera de la celda y cuando el hombre intentó entrar, el Oso ya había activado la palanca cerrando las rejas.
— ¡NO! ¡ROIER, NO!
Su padre se aferró a los barrotes de hierro con total desesperación y su hijo intentó calmarlo.
— Papá, esta es mi decisión. No puedo dejarte aquí. Tú no puedes pedirme eso.
— Roier...
Cuando el chico había comenzado a sentir el picor en sus ojos por las inminentes lágrimas que estaba conteniendo, el animal ya estaba tomando a su padre para alejarlo.
Pero antes de que se fueran, Roier estiró su mano a través de los barrotes y atrapó la vieja capa que cubría a la Bestia ganándose una mala mirada de su parte.
— Yo tomé su lugar. —Declaró con firmeza sin soltar la tela.— Tú cumple con tu parte y no le hagas daño... Por favor.
La mirada del gran Oso se mantuvo unos segundos en él hasta que resopló, se alejó bruscamente y siguió arrastrando al hombre escaleras abajo el cual se resistía aún llamando a su hijo.
Roier se dejó caer de rodillas en el suelo ignorando las exclamaciones de su padre y una vez más intentó contener sus lágrimas de forma casi imposible.
~ • ~
En algún punto de la noche, Roier pensó que era una pérdida de tiempo seguir lamentándose por todo. Así que se puso manos a la obra.
La Bestia no se encontraba por ningún lado entonces aprovechó eso para buscar algún escape o algo.
Primero investigó toda la celda pero sólo había un par de rocas. Nadie había estado allí hace mucho tiempo.
Luego probó con los barrotes. Pensó que quizás alguno estaba suelto o a punto de salirse por la cantidad de óxido que tenían. Pero no.
Aunque tuvo una buena idea cuando miró su cintura y se encontró aún con la funda de la espada atada a ella. Podía usar el cinturón de la vaina para alcanzar la palanca y abrir la celda.
Y eso intentó... Una y otra vez sin lograr nada.
Estuvo a punto de rendirse cuando de repente la reja se movió permitiéndole la libertad.
Roier podría haberse cuestionado por qué la reja se había abierto por arte de magia. Pero su primera acción fue salir.
Y, oh. Que sorpresa la suya.
— Buenas noches, Chevalier...
Una voz con distintivo acento francés se escuchó antes de que Roier pudiera bajar las escaleras.
¿Había otra persona encerrada aquí?
Ese fue su primer pensamiento pero cuando se giró para ver al dueño de la voz se quedó perplejo.
— ¿Q-qué?
— Oh, lo siento. Este no es mi mejor atuendo para presentarme. —Dijo el "candelabro" mientras colgaba de la palanca de la celda.— Pero de todas formas lo haré. Mi nombre es-
Pero el objeto no pudo formular la frase cuando Roier ya lo había golpeado con una gran roca.
— ¡Aléjate de mí! —Exclamó con terror para luego ponerse a rezar.— Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre...
Pues era obvio que ese artefacto estaba maldito o algo, sino no entendía cómo es que tenía vida propia.
— Se ve que tienes una buena mano. Nique ta mere...
Roier no sabía muy bien francés pero estaba casi seguro de que eso era un insulto.
— ¡¿Cómo es que hablas?! ¡Eso no es posible!
— ¡Claro que es posible!
Dijo una segunda voz proveniente de las escaleras. Esta se trataba de la estatuilla de conejo que había visto horas antes.
Genial, no había pasado ni un día allí y ya había enloquecido.
— Roier, ese es tu nombre ¿Verdad? —Volvió a hablar el candelabro negro y el nombrado asintió aún desconfiado.— Permitenos explicarte la situación...
— Un brujo nos hechizó.
Interrumpió el conejo provocando que el candelabro suspirara.
— Tienes que ser más delicado, el pobre ya está aterrado.
— Se asusta con nosotros y no con un furro gigante. ¿Qué sentido tiene?
— Ok, ok. Deténganse ahí. —Roier interrumpió la discusión ganándose la atención de ambos.— ¿Ustedes son... Amigos de esa cosa?
— Podría decirse que sí... Cuando éramos humanos.
Respondió el candelabro.
— Espera, ¿Qué?
— Ugh, este está muy pendejo. Mejor lo dejamos en la celda.
Soltó el conejo dando saltos de vuelta hacia las escaleras.
Mm ahora una estatuilla lo insultaba. Se va a volver costumbre.
— Conter, debes ser más paciente. —Lo regañó el otro objeto. Luego se volvió hacia Roier.— Como has escuchado: Él es Conter, y yo soy Shadoune. Para servirle, Mon beau...
El candelabro llamado "Shadoune" extendió una de sus velas encendidas hacia él como si fuera una mano. Y ante la mueca de Roier, el candelabro rió.
— Ahh, lo siento. A veces lo olvido. —"Conter" soltó una risa nasal.— Bien, es tiempo de llevarte a tu habitación real…
— ¿Habitación?
— ¡Claro! ¿O piensas dormir en esa fría celda?
Roier giró a ver el lugar antes mencionado.
—... Sí, creo que es mejor una habitación. —Además si esos objetos lo llevaban por el palacio, quizás podría escapar. Eso es lo que pensaba Roier.— ¿Pero, por qué? Ustedes son amigos de él…
— Ohh, ¿En serio crees en la "cadena perpetua" y todo eso? Él solo está siendo dramático.
Intentó explicar Shadoune moviendo el fuego de sus velas.
— Él intentó matarme.
— Muy dramático. Te lo dije. —Repitió con nerviosismo conociendo bien el mal temperamento de la Bestia.— No te dejes engañar. Él es una masita por dentro… ¿O no, Conter?
— Uff, sí. Muy cariñoso.
Contestó el contrario con sarcasmo.
— En fin. ¿Nos vamos, Mon beau?
— Ah… Claro.
Roier siguió a los objetos habladores escaleras abajo hasta llegar al salón principal que ya había visto la primera vez que entró.
Pero ahora estaba más iluminado.
Con más… ¿vida?
Su mirada se posó en la puerta principal. Estaba tan cerca pero tan lejos.
No podía salir corriendo así como así. No sabía las intenciones y habilidades de esas cosas. Sin contar que había muchos más objetos hechizados cerca.
Tenía que idear un plan.
— ¡Oh! ¿Quieres una taza de té?
Ofreció el francés acercándose a una pequeña mesa de té con una tetera y una taza.
— Ehh, no. Gracias…
— ¿Seguro? Jaiden prepara el mejor té rojo que jamás has probado.
— ¿Jaiden?
Y repentinamente la tetera se movió.
Un candelabro, una estatuilla y ahora una tetera…
Definitivamente estaba enloqueciendo.
— ¡Ese es mi nombre! Es un gusto conocerte. —Habló la tetera con una voz femenina.— Bobby saluda…
Roier ladeó la cabeza con confusión hasta que la pequeña taza se movió dando ligeros saltitos.
— ¡Hola! ¡Bienvenido!
Exclamó con una voz infantil. Oh dios, era solo un niño.
El miedo de Roier se disipó para tomar a la taza en sus manos y esa era la primera vez que sonreía en el castillo.
— Hola, Bobby. Es un gusto, pequeño…
—... Wow ¿Tú también eres un príncipe?
El castaño soltó una risa nerviosa y bajó a la pequeña taza.
— No, no… Solo soy un simple campesino.
Negó pero su mente se quedó pensando en la palabra "también".
— Te lo dije.
Murmuró Conter a Shadoune quien en respuesta le dió un leve golpe en una de sus orejas de madera.
— Señor Roier, hay que ir a su habitación antes de que se haga tarde. Vamos, vamos…
La habitación se encontraba en un segundo piso y era más grande que su propia casa.
Roier no pudo evitar observar todo el espacio con la boca abierta. Era un completo lujo.
— ¿Esta es mi habitación?
— ¡Claro que sí! Lo mejor para nuestro invitado.
El candelabro hizo una reverencia y el joven bajó la mirada.
— Pero… soy prisionero.
Respondió recordando su triste final.
— ¿Cómo? No, no, no-
Pero el francés fue interrumpido por un fuerte gruñido en el castillo.
La Bestia estaba enojada.
— Oh, lo siento Mon Beau pero tengo que dejarte. —Shadoune se estaba despidiendo de forma nerviosa. Sabía que lo esperaba un regaño por dejar salir al joven.— Tú siéntete como en casa.
Entonces el candelabro salió corriendo de la habitación cerrando la puerta detrás de él.
Y ese era el momento indicado para huir.
Roier investigó la habitación de arriba a abajo. Obviamente no iba a salir por la puerta ya que era muy probable encontrarse con la Bestia y no. Roier no quería ser devorado por un tlacuache esta noche.
La habitación contaba con un gran ventanal. Era perfecto.
Solo tenía que atar algunas sábanas y mantas para poder usarlas como soga y así bajar sin problemas.
¡Tenía que hacerlo!
~ • ~
— ¡Vos!
Gritó el Oso cuando vió a Shadoune entrar por la puerta. Éste reaccionó volteandose e intentando escapar pero ya era tarde.
La Bestia lo había tomado.
— Oh, señor Spreen. Hoy se ve radiante. ¿Se hizo algo en el cabello?
— Dale, hacete el boludo no más. —Respondió la criatura.— ¿Dónde está?
— ¿Dónde está quién?
Spreen gruñó ante la tonta respuesta de su consejero real y lo acercó a la chimenea para que sus velas comenzarán a derretirse con más velocidad.
— ¡AH! ¡Está bien! ¡Está bien! ¡Te lo diré! —Entonces la Bestia lo alejó del fuego para dejarlo sobre una mesa.— Pero prometa que no se va a enojar, su majestad.
— Ya estoy enojado.
— ¡Al menos finja que no lo está! —Exclamó el candelabro ya excediendo su paciencia. Pero respiró hondo y volvió a su tranquila actitud.— El joven se encuentra en una de las habitaciones reales.
El Oso volvió a soltar un fuerte gruñido poniéndose en cuatro patas y caminando de un lado a otro.
— ¡¿Y quién mierda les dió permiso para darle una habitación?!
— ¡Pero, señor! Tiene que pensarlo mejor. —Shadoune estaba listo para convencer al príncipe.— ¿Cómo puede dejar a ese pobre chico allí?... ¿Y si él es el indicado?
— ¡Tonterías! —Clamó con enojo mientras empujaba unas de las sillas del gran salón.— Ese hechicero de mierda nos mintió. Es hora de que lo aceptes.
El animal se movió hasta la chimenea y tomó asiento frente a ella dándole la espalda a su consejero.
Y Shadoune entendía lo que estaba pasando.
— Su majestad… Se que los últimos intentos fueron en vano. Pero esta vez puede ser diferente…
— No, no es diferente. —El Oso resopló esquivando la mirada ajena.— Él solo me ve como un… un monstruo.
El candelabro suspiró y se sentó a su lado.
— Bueno… Hay que tener en cuenta que encerrar a su padre en una torre y luego amenazarlo de muerte no es una muy buena primera impresión.
La bestia soltó una queja tirando su cabeza hacia atrás.
— Pero no se desanime. ¡Tengo una idea!
Y claro que tenía una.
Pero para eso, primero debían arreglar la imagen del príncipe.
Así que su consejero lo llevó con el guardarropas (que se trataba de otro sirviente hechizado) para que pudiera deshacerse de esa horrible capa y cambiarlo por un gran saco azul oscuro.
— Esto es ridículo.
Dijo el Oso.
Su amigo francés lo llevó hasta la habitación del castaño luego de practicar sus disculpas y una invitación a cenar.
— No lo es. Es muy fácil, solo tiene que golpear la puerta y decir las palabras mágicas…
El animal rodó los ojos y se armó de valor para dar unos ligeros golpes a la puerta.
Pero no hubo respuesta del otro lado.
— Listo. Ya lo intenté.
— ¡No! Espere. Él debe estar enojado y asustado… Intente hablar con él. El amor no florece de un segundo al otro.
El príncipe realmente no quería hacerlo pero suspiró y trató una vez más golpeando la puerta antes de aclarar su voz.
— Hola… Ehh, quería disculparme por… lo de tu padre. No era mi intención amenazarlos y encerrarlos de por vida… —Dijo casi en un tono obligado.— También quería invitarte a… cenar. Solo si querés…
Bueno, al menos era un buen comienzo. Pensó Shadoune.
Pero nuevamente no hubo respuesta por parte del joven. Y con el pasar de los minutos Spreen comenzó a impacientarse.
— No está respondiendo…
— Tenga paciencia, señor. Solo tiene que esperar… —Pero la Bestia ya había puesto una de sus patas en el pomo de la puerta comenzando a sacudirla.—... O abrir la puerta como un completo maniático.
Spreen trató de empujar para entrar pero algo estorbaba del otro lado. Entonces usó más fuerza provocando que lo que se interponía se cayera.
La puerta había sido bloqueada con un mueble.
Y cuando el príncipe logró entrar…
Roier no estaba por ningún lado.
— ¡LO DEJARON ESCAPAR!
~ • ~
Por otro lado, Roier ya se encontraba colgando del ventanal.
Las sábanas habían resultado muy fuertes después de todo y cuando menos lo esperaba, sus pies ya estaban tocando el suelo.
— ¡Eso, Roier! ¡Eres un chingón!
Se animó a sí mismo antes de correr hacia las rejas del palacio.
Con un poco de fuerza las empujó y antes de salir, por pura curiosidad se volteó a ver el castillo justo en el momento en que el Oso abría las puertas principales para ver cómo escapaba.
Verga, tenía que correr.
Y así lo hizo. Comenzó a correr por el bosque helado chocando con algunas ramas e intentando seguir el camino por donde vino pero estaba muy oscuro. Más oscuro que cuando llegó.
Aún así no dejó de correr y correr. Hasta que en un punto escuchó algo que lo hizo temblar.
Un aullido.
El bosque helado también era muy conocido por albergar infinidad de especies salvajes. A Roier le hubiese encantado recordar eso antes de escapar como una damisela en peligro. Hasta su padre lo había dicho.
Ahora realmente estaba en peligro.
Trató de girarse hacia el lado contrario de dónde provenía el sonido pero cuando dió el primer paso, un gran lobo salió de entre los arbustos para acecharlo.
— Uhh… Ok, quieto firulais.
Dijo de forma nerviosa señalando al lobo.
Pero pronto otros dos más aparecieron a sus espaldas.
— Veo que trajiste amigos…
La manada comenzó a acorralarlo contra una gran roca y Roier no pudo evitar pensar en lo horrible que era su suerte.
Primero iba a ser comido por un Nahual gigante con mal genio y acento argentino.
Y ahora se lo iban a devorar los lobos.
¿Es que acaso nada podía salir bien?
Los lobos empezaron a gruñir cada vez más fuerte hasta que uno de ellos hizo el primer movimiento saltando hacia el joven quien solo atinó a cubrirse con sus antebrazos mientras cerraba fuertemente los ojos.
Pero el ataque nunca llegó.
Cuando Roier abrió sus ojos se quedó asombrado por la situación que estaba pasando delante de él.
La Bestia había llegado hacia donde estaba y ahora tenía una pelea salvaje con los lobos.
Lo estaba defendiendo…
No, no podía ser verdad. Quizás solo estaba peleando por "su comida".
Pero en ningún momento el animal puso sus ojos en él. Estaba muy concentrado luchando contra la manada.
Y en un punto creyó que ganaba. Pero su gran tamaño a veces era una desventaja cuando se trataba de un grupo.
El Oso descuidó su espalda, dónde un lobo saltó mordiéndolo. Esto hizo que soltara un sonido lastimero.
Y cuando logró deshacerse de ese lobo, otro llegó en frente suyo mordiendo su brazo a la vez que el tercero se encargaba de su pierna derecha.
La bestia cayó boca abajo mientras la manada lo estaba destrozando dejando manchas de sangre en la nieve.
Y Roier era espectador de todo eso.
Pensó que quizás ese era un buen momento para seguir con su camino… pero había algo ahí.
Una sensación de culpabilidad en el pecho en el segundo en que el par de ojos morados se posaron sobre él casi pidiendo ayuda. Pues, si el monstruo lo había defendido, no era bueno de su parte abandonarlo allí.
Pero por otro lado: El Oso lo amenazó e intentó matarlo. No podía confiar en él.
Y no lo iba a hacer… Pero tampoco era una mala persona.
Así que Roier tomó lo que tenía más cerca, en este caso una gran rama, y se adentró a la pelea golpeando a los lobos para sacarlos de encima de la Bestia.
Ahora que lo pensaba, quizás él tenía razón.
Roier era un estúpido.
Sus golpes fueron suficientes para alejar a los lobos pero inmediatamente se volvió el centro de atención. Los animales lo estaban acechando de vuelta.
Roier los apuntó con el pedazo de tronco intentando ser intimidante y esperando el próximo ataque pero su vista fue bloqueada por un pelaje oscuro.
La Bestia estaba en frente suyo protegiéndolo detrás de su cuerpo.
La Bestia lo estaba protegiendo.
Entonces el gran monstruo se inclinó y lanzó un fuerte rugido hacia la manada, la cual huyó despavorida.
— Eso… Eso fue…
Roier intentó formular una frase correcta pero no pudo.
De todas formas la Bestia ya no podía escucharlo. Sus heridas eran muy graves así que simplemente le dió una última mirada al castaño antes de desplomarse en el suelo.
Ese sí era un buen momento para que Roier huyera. Pero la sensación de culpabilidad seguía punzando en su pecho.
Así que delicadamente se acercó al animal para comprobar cómo estaba.
— Ey… ¿Estás bien? —Murmuró arrodillándose para poder verlo mejor. El pobre apenas podía mantener sus ojos abiertos.— Oye, tienes que volver a tu castillo… A comer personas o lo que sea que hagas…
Pero la respuesta fue un débil alarido de dolor. Al parecer el monstruo había olvidado hablar o estaba muy cansado como para hacerlo.
Roier nuevamente contempló la idea de huir mientras pudiera pero el cielo tronó fuertemente dando aviso de una futura tormenta.
No podía abandonarlo ahí…
El joven soltó un grito de frustración y luego tomó el brazo sano del animal. El otro tenía una gran mordida que no dejaba de sangrar.
— Por favor, levántate… —Pidió llevando la extremidad encima de sus hombros para intentar levantarlo pero era muy pesado.— Ayúdame para que pueda ayudarte…
El gran Oso abrió lentamente sus ojos por tanto movimiento y mantuvo el contacto visual con el chico.
Roier creyó que se volvería a desmayar pero sorprendentemente la Bestia hizo su esfuerzo para ponerse de pie entre quejidos y dejarse guiar por el joven sin decir ninguna palabra.
Gracias a esto, ambos llegaron hasta el castillo luego de una pesada caminata para dejarse caer en la entrada donde los objetos mágicos los ayudaron a recomponerse pero a ese punto la Bestia ya estaba inconsciente.
Espero que les haya gustado esta primer parte. Pensaba escribir todo de una pero como la app de Wattpad funciona TAN bien. Decidí dividirlo en partes porque son muchas palabras xd
Los tqm
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