FASE 1
TÍTULO: CÓDIGO 99
No es valiente el que no tiene miedo, sino el que sabe conquistarlo.
- Nelson Mandela
En medio de su fugaz mente, aún podía recordar esas cortas leyendas, esas mismas que parloteaban muchas historias sin sentido aparente. Esos cuentos fantasiosos que narraban la existencia del ser humano como una "criatura" más que solo un hombre, de aquellos relatos que se supendían en solo enseñanzas de fábulas, dentro de la educación escolar, para esa misma sociedad a la que él pertenecia.
Una sociedad algo ciega o tan oportunista que era capáz de solo hacerle frente a echos de seguridad y abandonar a quienes estaban capturados tras paredes y rejas experimentales que los encondían de una vida ordinaria.
Solo por una condición, una condición muy particular... esa misma que se profesaban en las palabras de los libros de leyendas. La existencia de una criatura particular, mitad hombre y lobo, así como a viva imagen y semejanza de él.
El significado de su existencia era hombre y especie.
Los gritos del parloteo reventaron la burbuja de sus pensamientos que hacían más llevadera el encierro de su vida durante ya, tan solo... eso decían, diez años - ¡Alex! - Le había tocado descubrir la vida ahí dentro rodeado de personas en la misma situación de él.
El casi inexistente anormecimiento de sus manos eran el resultado del tiempo transcurrido con las esposas atascadas sobre ellas, así como las marcas en su piel pálida signo del peso de los grilletes sujetos en sus pies - Te conozco tanto que sé que significa esa mirada tuya, Alex - Días como esos eran donde la voz más ruidosa y la acusación más grave dejaba de tocarle las entrañas, nada como su propia mente para ser la única protagonista, pero entre líneas de sus ideas tenía que regresar.
Algunos sonidos extraños salieron de sí mismo, de forma conciente o inconciente solo respondió: No sé que intentas decirme. Recibió la más intensa mirada que evidenciaba una batalla perdida frente a quién fue su compañero de "nido" durante su tiempo en ese inhumano laboratorio.
- Alex sea lo que intentes hacer, solo recuerda... - No necesitaba más palabras para decirle el castigo que le vendría tras ser descubierto, sí, eso mismo.
La muerte era la respuesta a una huída aunque, con seguridad, el de él tomaría unos meses más a cuenta antes de la desgracia.
¿Pero que más desgracia de la cuál podría ser partícipe?
-No hace falta que lo digas. Sé que si me paro frente al abismo solo tengo dos opciones... saltar para cruzar las rejas y pedirle a la diosa luna que me bendiga, o solo dejar que me avienten al barranco - Con su mirada sostenida a esos mismos ojos que le interrogaban en busca de un poco de sensatez.
La frialdad de esas temporadas haciéndose presente, que ahora, se sentía en sus manos sobre las suyas como signo de apoyo y respuesta para una dedición que no tenía otras opciones -Quizás, aunque no soy tan valiente como tu lobo... escaparía de aquí o lo intentaría - La melodía de su voz delicada transparentaba la tristeza y desdicha de su misma condición.
Entre jadeos y frustraciones, le contestó: No tienes porque culparte o solo comparar mi estado con el tuyo... No soy valiente pero quiero y necesito ser oportunista. La neutralidad de su voz le golpeaba al otro, la realidad de sus palabras - Nuestros lobos siempre han estado sometidos, siempre Código 199, pero si de algo me tiene que servir esta gestación - Pudo escucharse a él mismo cortarse en medio de sus palabras, pero continuó - Todos estos meses mi lobo estará libre, sin sedación. Es ahora o nunca. Tú podrás demostrarlo cuando tu lobo quede en cinta y si el resto nunca lo intento, yo sí estoy dispuesto. Si alguna vez, si alguna vez ha de morir - Los ojos de la otra criatura sentada en la mesa le atendían con lastima pura - ¡Detente! No necesito de esto - Señaló a su alrededor - No más. Y si he de morirme al tomar esta dedición lo haré porque no estoy distuesto a esperar que me maten al no serles más útil - Estaba seguro, estaba seguro que esa misma noche huiría de ahí con vida o sin ella, no iba a dejar que vuelvan agredirlo y terminar por graduarse como una "máquina de incubación".
El silbato cantó y cantó de la manera más grotezca. Eso siempre creyó porque solo indicaba la hora de volver a sus cuatro paredes y que presionaran las gélidas esposas a sus muñecas, nuevamente.
Había sido su último almuerzo con el resto de códigos - Si es esa tu decisión, sé libre por favor... a la costa de lo que sea, sé libre por favor - Su compañero y, al verle los ojos opacos podría atreverse, único amigo le detuvo para confimar su apoyo en medio de sugerencias que no hacían falta precisar, pues nada le haría cambiar de opinión.
Ya no era el mismo niño ingenuo que llegó la primera vez, años tras años, creyó que si su postura era la esperada tendrían un poco de compasión con su cuerpo y vida propia; fue una estúpida mentira.
Hoy, ese día, sería el momento preciso para que conocieran el punto del atrevimiento de uno de sus "mejores códigos".
Siempre siendo callado, obediente y ahora fértil, eso escuchó recientemente de su persona - Que el cachorro que esperas no arruine tus planes, Alex - Compadeció con su mirada en conjunto del tacto en su brazo, el gesto más sincero que solo él sabía darle.
-Jamás me olvidaré de ti, Javi. Jamás incluso en mi último suspiro - Prometió con mucha seriedad.
Y como era costumbre suya, esa risa estridente que esperaba nunca olvidar le llenó los sentidos - Código 99, espero no cumplas tu promesa pronto - Sin detenerse y quizás previendo un poco de su destino le dio, quizás, su última sonrisa y de las pocas que alguna vez dibujó en su rostro.
Devolviéndole el mismo gesto avanzaron a las largas filas en busca de sus seguros métalicos.
El ambiente no era posible describir, no, no lo era.
El rechinido del catre y la última sensación de sus manos sobre las suyas le helaron el pecho, mucho más, de una forma ya casi imposible. El último gesto en sus manos le prometieron fidelidad toda una vida, fidelidad al sentimiento mutuo que sentían, aquel que nunca supieron como llamarlo.
Y que ahora menos lo iban a nombrar.
Se había despidido para siempre.
Hacia el segundo año siendo parte del programa, recordaba que para ese entonces, ya había perdido la cronología de sus días.
Luego de casi diez años y sí, eso estaba seguro, por las fechas escritas en los análisis realizados constantemente desde los primeros días de gestación. Pudo concluir el porqué de tantos cambios en su cuerpo y en él mismo, habían pasado ya diez años desde que su padre lo interecambio por dinero. Diez años, desde que estas personas que hoy le analizaban descubrieron su peculiaridad. Más de diez años, desde que su padre se preguntaba la razón de sus aullidos al caer el sol y notarse la luna.
Los mismos sonidos agudos, estridentes y prolongados que se sentían en el aire esa noche, que significan más códigos nuevos, más incautos y jóvenes encontrados.
Acá la edad no importaba para ser útil y sentir sus aullidos tan vivos como los suyos apagados, y sometidos por los tratamientos probados en ellos.
Solo los lobos preñados siendo la excepción temporal.
Dentro de su plan, era el día correcto al ser conciente que la seguridad y ojos de todos ahí estarían puestos en los recién llegados.
Entre internos gritos suyos hacia la diosa luna levantó las cobijas y parte del colchón desgastado. La intrusa iluminación que pasaba por los diminutos agujeros que daban con el exterior del laboratorio eran la promesa de la diosa luna que no lo abandonaría.
Al menos, hoy, quería volver a creer en ella, quería darle la oportunidad de acusarlo por haber renegado en su nombre por un destino tan miserable.
El óxido en las amarraduras del catre, que venía destejiendo por días, se quebró con facilidad. Sin importar que el corazón se le desbocaba, no por miedo sino por la euforía de iniciar con la dedición tomada.
La acidez en su paladar le hizo saber la acción de sus colmillos y dientes al sostoner con determinación el alambre con la finalidad de deshacer el seguro de las esposas.
El click del seguro siendo eco en sus cuatro paredes, lugar donde lo aislaron al quedar en cinta, lo sostuvo con rapidez antes que cayeran al viejo piso. La sensación de su pulso siendo más errádico al sentir sus manos liberadas y el golpeteo de unos pasos oyéndose más fuerte.
Se arropó bajo las cobijas descocidas con sus manos bajo el vientre naciente y en la posicion de bocaabajo en el intento de ocultar sus intensiones.
- ¿Código 99, listo? - Esa era la señal.
La señal que indicaba que iniciaba su escape o muerte.
- Listo, mi señor - Empuñó sus ojos hasta sentir sus pasos lejanos.
Los minutos transcurridos no lo sabía con certeza, pero sí sabía que era el tiempo suficiente para continuar.
Se arrodilló con velocidad sin prever el fuerte tirón que sintió acumularse en sus caderas. Suspiró y sosteniéndose en la puerta de metal espero que el dolor se disipara pero, en medio, de sus sensaciones a flor de piel se inclinó a sujetar la parte inferior del metal oxidado para doblarlo confiando en su antiguedad.
Durante semanas había analizado cada detalle de su alrededor y con la confianza del silencio en los pasadizos, jaló de la lata escuchando el crujido de esta pero siendo los aullidos del resto el silenciador.
Su mano delgada escabulléndose por el angosto espacio para llegar a la cerradura externa y así poder tocar el candado colgante que lo encarcelaba. Luego de constantes intentos fallidos no estaba dispuesto a rendirse hasta que lo consiguió.
Retuvo el candado con esmero y siguió con el seguro de la chapa interna.
Alex había tanteado el terreno, calculando cada uno de las rutinas del personal y para ello, utilizó como escusa complicaciones con el cachorro.
Esperó unos segundos, sin haberse percado de su respiración retenida y que pronto iba ahogarlo por lo que se sostuvo sobre las palmas de sus manos tras dejar el candado reposando, suavemente, en lo aspero del suelo. La puerta siendo cerrada a intermedio con su frente apoyada y apretando esta pero sin la fuerza necesaria.
Era su primer embarazo y no iba a esperar por un segundo, tercero... o, solo, hasta que le roben el último suspiro de posibilidad de fertilidad en él.
El peso firme en sus pies recordándole el detalle de los grilletes, no los necesitaba más. Y entonces, violó el seguro con el acero en su mano, único testigo de su escape.
Avanzó, con precausión y con lo sentidos tan despiertos como no lo recordaba antes.
El largo pasadizo sintiéndose desolador y los cientos de puertas haciendo juego al gélido clima de la noche.
Camino sin miedo alguno, al menos no por lo que pasaría luego de su huída.
La estrategía que había planificado en la penumbra de su mente era lo siguiente: Escapar en los contendedores de basura pero no en el del área de "códigos preñados" sino de la zona de administración.
Necesitaba tiempo para no ser atrapado, por el cual, necesitaba ser recogido entre la mitad de la acción para así, refugiarse bajo las bolsas y camuflarse.
Alex no quería pensar que era un estúpido plan, menos cuando al llegar a la puerta general de los experimentos estos contenedores pertenicientes a la dichosa área no estaban más. Habían sido recogidos, habían sido recogidos los últimos que solían llevarse.
Sus manos temblaron, temblaron en busqueda de una razón para continuar pero no había tanto que meditar.
Ya mucho había perdido. Si no podría salir con ayuda del recolector lo haría por su propia cuenta.
El quinto click de la noche oyendose en la oscuridad.
Sus ojos intentando alumbrar un poco de respuestas y sus oídos queriendo oir más allá de las paredes. Las pisadas sintiéndose más intensas en el siguiente corredor que lo llevaba a la zona central del recinto.
Bendita había sido la luna haberle echo engendrar, quizás, porque había sido la escusa perfecta para saber donde pisar esa misma noche.
Retumbó en el aire - Sirviente, necesito tu ayuda - Con una voz hosca y de nivel canturreo el guardia.
Y el receptor de sus palabras era el recoleptor. ¿Se podría aún llevar a cabo su plan inicial? Se preguntó - Sí, mi señor. Dígame en que le puedo servir - Escuchó mientras contenía la puerta pareciendo estar cerrada sin haber sido atacada.
- Ven, sígame me urge que te lleves algunas cosas - El sonido siendo constante y cercanos para luego pasar a los siguientes pasillos y perderse con el transcurrir de los segundos.
Era ahora.
Abrió la puerta y no bastó más, que solo visualizar el grande contenedor para correr hacia él. Sintiendose repentinamente mareado pero sin efecto alguno para un alma ya lastimada.
Pronto ya se encontraba siendo trasladado en medio de oleres hediondos y medicinales - Vaya, hoy pesa esto más que otros días - Se detuvo el carrito, suspiros escuchándose por parte quién sería su salvador. Su corazón retomando compostura al sentir al hombre continuar su camino - Bueno, vamos por el último- Dichosa sea esa voz, dichoso sea la suerte que ese día parecía recordarlo.
Al sentirse solo, sin que nadie pueda verlo salío del contenedor sin cuidado alguno. Sin el cuidado que un código en cinta debería tener. Removió las bolsas negras ya apiladas en el camión recolector, haciéndose un espacio entre ellas.
Podía escuchar a su corazón gritarle en sus oídos.
Para cuando el anciano retornó, él ya hacía bajo kilos de desechos - Nos vamos - Recordaría para una eternidad esa frase, en esta vida y en sus siguientes.
Las puertas resonando en el interior del camión.
Y ahora, solo quedaba esperar a su siguiente movimiento.
Pasando el control externo con tanta facilidad que incluso a él mismo soprendió.
¿Es que acaso era un laboratorio tan mediocre?
Quizás y por eso tenían que someterlos por medio de inyectables para que no escapasen.
Moría por reirse del gozo y, en ese corto momento, parecía reconocer una pizca de la plena libertad.
Los minutos o las horas que avanzaron no importaban.
Solo alarmando sus sentidos la luz volviendo hacerse presente y las puertas siendo abiertas.
- Bajemos todo esto y luego vayamos a cenar, ¿esta bien? - Esa voz era desconocida. No lo reconocía, no era del frecuente recolector.
- Mejor acabemos con esto de una vez - Contrarió esa voz que sí sabía a quién pertenecía.
- El hambre está al borde de comerme, iré a cenar si gustas inicia... luego continuo - Parloteó la esperanza a medias.
- Bien, iniciaré entonces... - La bendita suerte que creía obtener esa noche volviendose gris.
La luz mirándose más fuerte, partes de su cuerpo siendo descubiertos y el corazón golpeandole tan intenso las entrañas.
Pero una maldición parecía ser su salvación - ¡Maldita sea! - sus quejidos transparentando su sentir - Maldita botella - Bendita botella quisó corregir cuando dejó de notar su presencia. Golpeó en las direcciones de la libertad y zancadas torpes para salir del vehículo.
Por la luna, le dolía tanto que su alma se estremeció. El tropezón al pisar la acera de la calle diendole una tosca bienvenida. Pero no podía perder tiempo, con el pesar de su vientre doliendo y sus piernas entumecidas intentó correr. Sientiendo la sal de sus lágrimas luego de tanto tiempo.
Él nunca había querido tener un cachorro, al menos, no en esas condiciones.
Siguió el correr del viento llegando a la carrera oscura y silenciosa.
Corría riesgo, lo podía sentir en la brusquedad de sus susurros. La posibilidad de ser descubierto y atrapado, tan prontamente, besándole la nuca.
Corrió, corrió sin dirección alguna solo intentando escapar.
Sabía que tenía que irse lo más lejos de ese lugar esa misma madrugada. No conocía nada, todo era tan diferente a como alguna vez lo recordó.
¿Tenía que ir a otra ciudad, eso era posible?
Entonces, quería confiar en esa luz que visualizaba en lo lejano... siguió corriendo.
Sin tener alguna idea, levantó sus brazos con la ilusión de subir al bus que se acercaba.
De niño, recordó algunas palabras de su madre, ella le había dicho "no es importante tu aspecto físico pero algunas veces es mejor tenerle cierta consideración" le vibró el cuerpo al recordar su voz.
¿Cómo podía imaginar que, esa misma gente que es capaz de ignorar lo que se susurra en las calles como verdad, iban a ayudarlo? No había la necesidad de recibir patadas físicas, solo bastaron el uso de calificativos para impedir su subida al autobus.
El vientre que cargaba siendo su mayor problema.
Sus rodillas ardiendo ante la fricción del golpe, sus manos dejando de sentirse pero lo que no esparaba que sucediera... eran sus ojos queríendo cerrarse.
En lo lejano, le pareció escuchar una voz... una voz que le decía - Conozco esos ojos, esos ojos jamás se olvidan cuando la luna esta en la cuspide de la noche.
Esa noche, sus pensamientos estaban tan vivos, tan vivos como jamás había recordado.
Esa misma noche, la luna le había demostrado que, quizás, no había nacido tan desdichado.
- No temas por mi, yo... alguna vez, le di la espalda a una criatura como tú - El canoso anciano que lo había rescatado en la penunbra le prometía, en medio, de arrepentimientos su ayuda - Solo dime, dime donde te llevo y lo cumpliré.
No necesitaba que nadie más le asegurara, la diosa luna estaba ahí, ella estaba en lo lejano guiándola. Para bien o para mal, derrepente no se sintió tan solo - ¿Quién era, que fue ese código para usted, mi señor? - Inquietó con su pregunta al susodicho.
El silencio reinando en la humilde cabaña y más acogedora que antes había estado - Lo dejé morir ahí, en ese vil laboratorio. Dejé morir a mi hijo ahí... y desde entonces, estoy muerto en vida - ¿La vida, el destino y todo lo siguiente podría dejar de ser tan...? No, no sabría como llamarlo - Déjame salvarme por favor, déjame pagar mi deuda contigo - Y no pudo negarse, no cuando sintió que su destino le llamaba.
Él jamás fue alguién malo, su corazón por eso muchas veces lloró.
Su cuerpo pronto fue abrigado, fue cubierto - No tengo algún consejo para ti, me gustaría que permanecieras acá y poder acogerte, pero aún sigo siendo incapaz - Más que para él, podía jurar que esas palabras eran para quién había pasado el mismo infortunio suyo.
Le había dicho, hace unos instantes cuando el carro avanzaba con lentitud, no dejarse ver el vientre y esconder en lo más posible el rojizo de sus ojos. ¿Cómo sería ello posible?
- Vamos a llegar - Rompió en el viento su hogareña voz - Cuando bajes, solo corre... te aseguro que no serás el único haciéndolo - Aunque sus palabras intentaban darle confianza a su decisión. A su decisión de cruzar el límite de la ciudad para acobijarse en otra.
Sería más sencillo, si salir de una hacia otra no habría vigilancia, donde solo la juventud y personas sin antecedentes se les permitían conocer. No a los presos, refugiados o ancianos - Si podrías esperar un poco más, esto sería más seguro... por favor, espera más - El auto se detuvo en medio de la neblina cegadora.
Negó, no tenía más que decir.
- Te pueden disparar y no podrás ser libre como quieres - Rogó, rogó a una esperanza inexistente en él.
- Incluso, si ese es mi destino... la misma muerte sería mi libertad - La apertura de una fuerte llovizna siendo la respuesta suficiente para que él volviera a conducir.
- ¿Y el cachorro, que piensas de su existencia? - Le interrumpió al canto de la noche. No respondió, jamás podría responder más sobre ello. Creía que su propia decisión lo hacía - Estamos llegando, cuando te diga corre... lo haces sin voltear atrás - Entonces, lo miró, lo miró para grabar en su memoria a la única perona que confió y respeto sus deseos de libertad.
Tanto rato había pasado sin escuchar su propia voz, que cuando esta hizo presencia no lo sintió suya - Dime mi señor, ¿cómo era tu hijo? - Al parecer la lluvia reconocía el camino, lo cerca que estaban de la frontera.
De forma inesperada, como había prometido no estaban solos.
El sonido de más autos dejándose sentir, todos tan cercas.
- ¿Los escuchas? Solo algunos pasarán sin problemas. Pero personas como nosotros no... así que, correrás cuando esté de regreso, no serás el único al ir hacía allí - Su voz sonando diferente.
Lo sabía y aceptó su destino.
Las miradas juzgadoras invadiendo el interior del auto, palabras que rozaban lo inculto llenando sus sentidos pero, sobretodo, quedando muy clara la advertencia ante un intento de fuga.
Agrecido se sentía, al menos, podía sentir más latente su emífero destino.
Su rostro volvío al ceñudo rostro del anciano y se despidió, a su manera - Le hablaré a tu hijo de lo que hoy hiciste por mi, mi señor - Pero la balanza del tiempo se inclinó para los otros menos para él, había llegado su momento de correr. Para siempre.
La luna le sonreía en lo lejano.
-¡Corre!- El auto frenó de golpe.
Una vez, una última vez... le pedió disculpas a la luna por haber renegado de ella. No era el único que corría sin retorno, sin detenerse ni para tomar un solo razgo de aire.
Pero, como siempre... su condición había sido el peor de sus defectos y lo que lo definió.
Pudo verse a si mismo fallando, cayendo en vuelto en sus propios brazos sujetando a lo que sus señores decían debía proteger.
Por más prematuro que hubiera sido todo, por primera vez se sentía feliz.
Pues, estaba ahí... una persona muy similar a su imagen pero con tonalidades diferentes. Estaba seguro que era él, el hijo de ese pobre anciano. Lo podía reconocer y a buena hora que pidió una descripción de su persona. Lo vío segundos luego de sentir el alma partírsele.
Antes de todo, antes de poder concluir... antes de poder ser libre para siempre, lo vió a él también.
Vió a Javi sonreirle y rezarle al oído que lo logró.
Sus ojos se cerraron para siempre.
Era libre al fin.
Entre los últimos diez años, la sociedad de un escondido pueblo había decidido callar y no hablar dejando que las súplicas de ayuda quedaran a la deriva. Siempre con la fachada de nadie saber si era verídico lo que se cuchicheaba en las cantinas, paraderos o dentro de casa.
Hoy, con hoy, ya se tenía una prueba de veracidad para levantar la voz.
Era cierto, era cierto que un ser humano había sido asesinado a manos de militares en el intento de huir de un laboratorio que tenía implementado un programa de reproducción ilegal. Un laboratorio que experimentaba con hombres teniendo como esencia a sus lobos.
Las calles clamaban justicia, una justicia que nació a consta de la perdida de un inocente. Dos inocentes - ¡SÍ, A LA LEY CÓDIGO 99! - Se escuchaba en cada esquina y se leía en innumerables carteles mal echos.
La ley denominada Código 99 fue aprobada el 09 de Octubre del 1999 que pedía el cumplimiento de los derechos de todos los seres humanos, incluyendo a hombres con mitad especie animal. A su vez, trayendo consigo la liberación y eliminación de laboratorios clandestinos, y ejecucación de los responsables.
Al final, como siempre lo deseó.
Código 99 viviría para una eternidad.
::::
Fase1:
Disparador - Una extraña criatura que aúlla a la luna ha escapado de un laboratorio secreto.
3889 palabras
::::
Buenooo, ha sido un reto muy interesante C: Me gustó mucho, espero sea de su agrado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro