
El nacimiento de una Venus
Relato creado para un desafío de FantasíaEs
Presupuesto de 500 palabras.
Debíamos imáginar una historia a partir de un cuadro.
Una vez más, obtuve una mención especial con este relato.
—¿Te gusta?— me preguntó mi tío cuando notó mis ojos puestos en el lienzo.
Yo me limité a asentir. Lo cierto era que me había prendado de los distintos matices de azules que en su perfecta armonía formaban un océano.
—Nunca lo he terminado —añadió—. Mi musa se esfumó hace mucho tiempo. A veces, pienso que se hundió en la vastedad de aquel océano.
—Es una pena, pero nunca hay que perder las esperanzas. Tal vez un día despiertes y ella aparezca para embellecer tu arte—repuse, albergando una honda pena por aquel hombre, que pese a la lejanía, siempre había estimado.
Tenía buenos recuerdos de mi infancia en esa casa, que había envejecido al mismo ritmo que su dueño.
—Eso espero, más me temo que estos artríticos dedos ya no podrán reflejarla como quiero— respondió y se fregó los ojos, bostezando al mismo tiempo.
La noche había caído portando un parco manto embellecido por rutilantes astros.
—Tal vez tus manos estén algo entumecidas, es cierto, pero siempre fueron portadoras de magia— le sonreí con afecto, recordando que de joven lo había bautizado como "mago" puesto que creía que su pincel era la vara hacedora de la fantasía en sus retratos.
Después de la charla, mi tío se retiró a descansar y yo me quedé un rato más a contemplar el hechizante cuadro, tentada a deslizar mis dedos por el paño...
Asfixia. Era lo que había sentido luego de tocarlo.
Tardé pocos segundos en descubrir que aquella sensación se debía a que me estaba hundiendo en aquel océano.
La fuerza de las olas me arrastraba a su acuosa garganta. Las criaturas marinas tironeaban de mi ropaje, desgarrando la tela, sumergiéndome a las oscuras profundidades.
Maldije el momento en el que lo había puesto mis manos en cuadro, pues ahora era su prisionera y pronto estaría muerta.
Aunque mi instinto de supervivencia me impulsaba a luchar y en una convulsión frenética agitaba mis brazos y mis piernas para salir a flote.
Con esfuerzo logré asomar la cabeza y entonces la vi, brillando como una perla, meciéndose en el oleaje. Era una enorme concha, que bien podría servirme de balsa.
Nadé hasta ella, sintiendo como los últimos girones de tela me abandonaban, dejándome totalmente desnuda.
Una vez en la balsa—caracola estuve a salvo y poco a poco fui impulsada por la brisa hacia la orilla de un mundo nuevo, totalmente mágico, donde ángeles y ninfas me aguardaban.
—¡Nuestra diosa ha renacido finalmente!— profesaban.
Y mientras de ofrendas era colmada, una anemona azul, como el profundo océano florecía, como si un pincel etéreo la pintara.
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